martes, 29 de marzo de 2011

Tesis doctorales

El artículo de hoy va a ser un poco distinto a los últimos. Veréis que ha desaparecido la sección de materiales que he utilizado en la redacción del texto e, incluso, otros artículos del blog relacionados. Es que los materiales no están todavía al alcance de todos y tampoco hay artículos del blog relacionados. Ello es debido a que la columna de hoy es más personal. Después de escribir sobre temas tan duros como “La ciudad orgánica” o “La naturaleza en la ciudad” me apetecía hacer algo más cercano y hablar de algunas personas con nombres y apellidos con las que he compartido muchas horas. En lo que va de año tres de mis doctorandos han alcanzado el título de doctor. Siempre he dicho que la lectura de una tesis doctoral es la mayor fiesta académica que se puede dar en nuestro sistema de enseñanza. Eso quiere decir que llevo un año bastante festivo. Quería contaros algo de las tres. Pero no con la misma extensión porque unas son más adecuadas que otras para lo que se supone que es este blog. Además, tarde o temprano las tres se publicarán en Cuadernos de Investigación Urbanística y se podrá leer un resumen muy amplio de las mismas. E incluso, si los autores quieren, podrán ponerlas de forma gratuita en la red a disposición de todos. Para aquellos que estéis luchando con la vuestra querría animarlos un poco para que sepáis que, por lo menos, no estáis solos y que vuestro caso no es una anomalía sino que es un caso compartido. Aunque parezca increíble una tesis llega a leerse en algún momento. Veamos, cuando uno empieza parece que aquello es un trabajo normal. Con ayuda del director se hace un proyecto que incluye unos tiempos, unos objetivos a conseguir y una metodología. Luego la comisión correspondiente lo aprueba. Hasta aquí todo lógico y asumible. Uno empieza con mucha ilusión pero, a la vez, tiene que trabajar, ocuparse de la familia, ganar dinero (a veces es independiente del trabajar) e, incluso si queda tiempo, divertirse.

Los jóvenes de hoy no se imaginan el infierno de escribir una tesis
con una máquina de carro. Fragmento de mi propia tesis.


Poco a poco aquello se va dejando porque las prioridades son las prioridades y la tesis se va quedando como una espinita clavada en la conciencia y el “mañana me pondré a ello” se abre camino de forma inexorable. Esta situación es difícil de evitar. Yo lo que recomiendo, cuando se llega al momento “para mañana”, son dos cosas. La primera es darle la lata al director de la tesis. Si vais y le incordiáis con preguntas él, en justa reciprocidad, os pedirá que hagáis cosas concretas con plazos específicos (lo hará sólo para fastidiaros, claro, hablábamos de justa reciprocidad). Vuestra conciencia (la tenéis puesto que, de lo contrario, no habría aceptado ser el director de esa cosa que empezáis a odiar) os obligará a ir haciéndolo sin posibilidad de dejarlo para mañana porque mañana hay que llevarle los dos folios escritos. La segunda es que reservéis un tiempo todos los días para la tesis. Aunque sólo sea una hora y aunque no sean todos los días, pero siempre los mismos y a la misma hora. Es complicado conseguir un rincón de tiempo para la tesis pero cuando se consigue ya está: seguro que se acaba. Además, cuando aquello se convierta, primero en una rutina y luego en un recuerdo, ya veréis que en el futuro llegaréis a echarlo de menos. Todavía añoro, de cuando hice la mía, aquella hora de 7:30 a 8:30 (mi familia se levantaba a las 8:30) sin agobios, leyendo o escribiendo sobre un tema que me gustaba sin necesidad de dar demasiadas explicaciones a nadie de lo que hacía, como una hora de felicidad.

Ni tampoco los sudores que suponía mezclar bocetos, dibujos,
escritos y referencias. Fragmento de mi propia tesis.


Bien. Trucos como los anteriores o los que os inventéis son necesarios, porque el trabajador de una tesis doctoral, por lo menos en los doctorados que yo conozco de la mayor parte de las escuelas de arquitectura, no es un miembro de un equipo de investigadores que lleva a cabo una labor coordinada con otros que se apoyan y animan entre sí. Es un trabajador solitario, frecuentemente incomprendido en lo que hace (un bicho raro, vamos) que no puede confrontar sus avances más que con su director de tesis. Que no puede preguntar sus dudas a casi nadie. Que tiene que ir rogando por ahí que le den, por favor, la información que necesita para su trabajo. Que no puede contratar a una consultora para que le haga la encuesta que necesita y tiene que aprender a hacérsela él (y luego hacerla materialmente). Que tiene que viajar y, por supuesto, pagarse sus viajes. Que, además tiene que ganarse la vida porque las escasas becas que hay son, en la mayor parte de los casos, tan ridículas que no llegan ni para el almuerzo diario. Que, cuando consigue terminarla, tiene que desembolsar en efectivo el importe de unos cuantos miles de copias a color y luego encuadernarlas. Y para rematar todo esto, soportar que un miembro del Tribunal le diga que por qué, además de los cientos de horas que le ha dedicado, no ha estudiado el canto de los mirlos que, desde su punto de vista, es muy importante para determinar el régimen de la propiedad del suelo en el siglo XV.

Valdivia inundada por el tsunami de 1960
Foto extraída de la tesis de Mario del Castillo


Bueno, a pesar de todo esto seguro que la terminas. Tengo unos cuantos ejemplos de bichos raros como los que he descrito en el párrafo anterior que ya son doctores. Lo juro. Y en lo que va de año, tres. Voy a empezar por orden inverso al de su lectura. El más reciente de mis ya doctores de este año es Mario del Castillo. Mario y su mujer son chilenos y provienen del doctorado conjunto con la Universidad de La Serena, creo recordar que de su tercera edición. Cuando los conocimos vivían en Osorno y se habían desplazado a La Serena para hacer los cursos de doctorado. Luego decidieron romper con todo y se vinieron a España a hacer sus tesis doctorales. Por cierto, que Claudia, la mujer de Mario, también ha leído la tesis recientemente (se la dirigía Agustín Hernández). Además no vinieron solos a España. Les acompañó su hija que, después de los años pasados aquí ya es casi más española que chilena. Vinieron convencidos de que iban a terminar sus respectivas tesis más o menos en un año y luego volverían. Pero ya una vez aquí empezaron a trabajar en una cosa y otra, se encontraron cómodos y la cosa se fue demorando. Al final la situación de crisis, la falta de trabajo y la presión que ejercimos como directores de sus tesis, tanto Agustín como yo, hizo que consiguieran terminarlas. Como podéis ver, aún en las situaciones más desfavorables, las tesis tienden a terminarse.

Plano de Puerto Montt en su época fundacional, 1959
Imagen de la tesis de Mario del Castillo


Mario leyó su tesis el pasado ocho de febrero. Su titulo era: La Huella Construida de la Oportunidad: Interpretación del modelo de planificación urbana en dos ciudades medias de Chile, el caso de las ciudades de Valdivia y Puerto Montt. A Mario le aprobaron su proyecto de tesis en el año 2005 cuando ya estaban en España. Se trata de una tesis muy técnica. Para hacerla tuvo que volcar toda la información de planeamiento de ambas ciudades en un SIG y luego elegir variables e indicadores, trabajar todo ello y darle vueltas hasta conseguir demostrar lo que quería. El trabajar con miles de datos y cientos de planos (literalmente) hace complicado convertir una tesis de 500 páginas y 5 anexos en un par de párrafos de un blog. No lo voy a intentar, por supuesto. Simplemente voy a reproducir el apartado 1.2 que llama “Hipótesis” y lo dejaré así, como está reproducido abajo, con la pregunta final en el aire para que cuando se publique la busquéis e intentéis averiguar la respuesta. Como he hecho en otras ocasiones, y con objeto de facilitar la lectura, no pondré comillas ni cursivas en las transcripciones que haga de párrafos enteros pero la autoría es de las personas que aparecen debajo de cada título y llegan hasta donde retomo el hilo central del artículo.

La huella construida de la oportunidad
Mario del Castillo

En Chile, la apuesta gubernamental de los últimos 30 años en relación a la planificación urbana ha sido la desregulación en aras de la flexibilidad en los usos y densidades que favorecería la actuación privada y la transformación acelerada de las infraestructuras con su consiguiente beneficio económico. Se ha hecho habitual en el lenguaje cotidiano de políticos y profesionales del ámbito del desarrollo urbano y territorial de Chile, el hablar de las ciudades en términos cuantitativos y de territorios con mayor o menor desarrollo. Lo que se ha obtenido en la experiencia de Santiago, la ciudad más grande de Chile, es que modelo de ciudad existente que en alguna época tuvo valores y dimensiones propias, ha sido reemplazado por un modelo que responde a nuevas expresiones y dimensiones provenientes del campo del mercado del suelo y la construcción como ocurre en la mayoría de las ciudades contemporáneas.

Puerto Montt, variación media por uso de vivienda
Plano extraído de la tesis de Mario del Castillo

Señalar en la imagen para ampliarla


Sin embargo, cuando la democracia se consolida en Chile a principios de los años noventa, los organismos públicos entran en un proceso de maduración y pese a encontrarse dentro de un marco tan poco regulado como el chileno, toman decisiones de ordenación y de control del territorio. Se da un proceso de planificación del territorio urbano que se va conformando en relación a la realidad social y física. Los actores sociales apuestan por que las cosas sean de una manera o de otra, mientras que los organismos que desarrollan y ponen en vigor el planeamiento ya no actúan como organismos neutrales y alejados que toman sus propias decisiones, sino que responden a esas apuestas u oportunidades urbanas referidas a lo que se desea o no para la ciudad. Este proceso determina una huella sobre el territorio urbano, la huella construida de la oportunidad, que en esta fase es una huella propuesta. En consecuencia, la huella construida de la oportunidad es el propio plan. Esta huella propuesta es imagen de las variaciones en los usos y las libertades o restricciones que se determinan en el planeamiento. Entonces, a medida que se dan más libertades, ¿mas se pone el territorio urbano al servicio del sistema inmobiliario?

Comportamiento de las ciudades en el período estudiado
Imagen de la tesis de Mario del Castillo


Hasta aquí la transcripción del planteamiento del trabajo que figura en la tesis de Mario. El día 1 de febrero leyó su tesis Alberto Dentice, otro de mis doctorandos chilenos. Alberto llevaba bastantes más años (todavía más que Mario) con una tesis interrumpida en ocasiones por los avatares de la vida y porque la información que tenía que conseguir (en el archivo de Indias en Sevilla y el trabajo de campo en auténticas expediciones a lugares donde no había ni caminos) le llevó mucho tiempo, viajes, dinero y esfuerzo. Correspondía, además, al primer programa conjunto que hicimos con la Universidad de La Serena en Chile donde desarrollaba su labor como profesor. Cuando una tesis de estas características llega a su lectura os puedo asegurar que para su director es algo emocionante. Para el ya doctor, imagino que el fin de una pesadilla. El título era el siguiente: Determinación del camino prehispánico “del Inca”, entre la quebrada De Santa Gracia y la Comuna de Vicuña. Su utilización turística. Aunque normalmente las referencias son al “camino del Inca”, en la región estudiada Olla de Caldera (La Serena, IV Región de Chile) se suponía que estos caminos eran dos, con un recorrido norte-sur. Alberto demuestra en la tesis que, en realidad, no se puede hablar de camino o caminos, sino de una auténtica red viaria interconectada que da soporte a lo que llama en forma metafórica un “territorio-urbe”. Un territorio unitario articulado por su red viaria, asociada a un imaginario simbólico de culto solar, y adhesión a prácticas estatales: tributo mitayo, distribución de bienes, censos y transferencias de población, relativas a espacios productivos y sus pisos ecológicos. Pero Alberto no se queda en la necesidad de cambiar los planteamientos basados en la explotación turística “del camino”, por otros de “la red caminera” y asociados al territorio considerado como superficie y no como línea, sino que es capaz de señalar sobre el terreno algunas áreas que se corresponden con esta red.

Primera expedición, Quebrada Las Mollacas, Los Puntiudos
Foto de la tesis de Alberto Dentice


De la tesis de Alberto en lugar de transcribir las conclusiones o la introducción, como era la propiedad del suelo inca, o qué sucedió cuando llegaron los españoles he pensado que sería mejor reproducir parte de la descripción que hace de su segunda expedición para que se vea que una tesis, a veces, no es sólo, leer o escribir, sino que se vive. Además porque me recuerda mi propia tesis cuando, por ejemplo, me recorrí “O Cebreiro” en Galicia cuando todavía había pallozas en las que convivía la gente con el ganado porque era una forma de darse calor, y donde hablé más gallego que nunca en mi vida porque los aldeanos no sabían hablar castellano. La primera expedición, que hizo en marzo de 2008, tuvo un carácter mas “oficial” ya que iba junto a un equipo multidisciplinar dirigido por un arqueólogo y en el que le acompañaban el director del Museo Gabriela Mistral de Vicuña, un ingeniero de minas y el presidente de la comunidad de Olla de la Caldera (incluso llevaban un arriero que hacía de guía de la expedición). Pero la segunda fue ya mucho más personal y, en cierto sentido, precaria que la primera. Se desarrolló un año después, en julio de 2009, y su objetivo era señalar la conectividad de senderos entre los puntos de interés del área de Los Infieles. Llevaba, como material de referencia, una serie de marcas obtenidas de la observación del área mediante Google Earth, a partir de datos extraídos por observación directa del terreno en la expedición anterior. Veamos un par de párrafos de la descripción que hace de la misma.

Segunda expedición al área de Los Infieles
Alberto Dentice

En la expedición pedestre se recorrieron los senderos, corroborando la localización de puntos por sus coordenadas, la altura sobre el nivel del mar, y fotografiando los pormenores del camino; se consideraron las instalaciones servidas por dicha ruta, y las posibles conexiones con los suministros, poniendo especial atención, a probables fuentes de provisión de agua, conectividad con centros de labor, y líneas principales de camino. El programa expedicionario, contemplaba un rango mayor que el efectuado, ponderándose la mayor penetración de lo observado, por sobre la cobertura. Así en el comienzo, se gasta la mayor parte del día en encontrar el mejor sitio para salir de la carretera y abordar el terreno. Se contemplan dos acometidas para llegar a destino: desde el Oriente, subiendo por el costado del pueblo de Almirante Latorre, para luego bajar a Los Infieles; o desde el Sur, unos Kilómetros carretera abajo.

Segunda expedición, "midiendo el ancho del camino"
Foto de Alberto Dentice


En la Olla de Caldera, durante la segunda expedición del trabajo de campo, se pudo distinguir el hecho siguiente: situados en el precario campamento constituido por el vehículo, con sus puertas abiertas en la cima de un cerro, a 2 Km de la carretera vecinal, cuyo flujo diario no excederá de 10 o 12 vehículos; al ocaso del día de arribo, se escuchan silbidos a lo lejos, luego de 20 minutos, se ve venir un hombre de a caballo y su perro. Al rato después llega junto a nosotros y se presenta; se trata de un lugareño, integrante de los trescientos cincuenta que viven en la Olla de Caldera. Con respeto y cierto disimulo, averigua quiénes somos y por qué nos hallamos allí. Los habitantes del lugar, nos han visto desde el momento que entramos en el amplio radio de su mirada; estamos en medio de sus dominios inmediatos, la morada del montado se avista desde la loma contigua. En la conversación, surge el hecho de visitas anteriores y nuestros afanes. La historia de todo ello, está perfectamente clara en su memoria; sabe cuándo, cuantos y quienes estuvimos en la expedición pasada, hace ya un año, por donde anduvimos y cuales fueron nuestras vicisitudes.

Fragmento del segundo ensayo de la ruta para la tercera expedición
Imagen de la tesis de Alberto Dentice


Ofrece dignamente su servicio de guía y sus mulas, para futuras expediciones; nos da las señas de unos caballos, preguntando si los hemos visto, se habían escapado del corral dos días atrás; decimos que estaban de mañana, en el cruce del camino y la quebrada, saliendo del poblado Almirante Latorre. Agradece tornando sobre sus pasos, el dato le ha ahorrado, un día y medio de cabalgata hacia El Chacay, lugar donde suponía habrían partido los animales. Antes de despedirnos, le preguntamos sobre caminos y senderos que le parezcan antiguos; con naturalidad y sin mucho entusiasmo, dice conocer muchos, que por allí les llaman “caminos de Indios” y que, nos encontramos frente a uno de ellos, el que remonta el cerro Los Infieles. Este tramo, coincide con el trazado sobre el mapa Google Earth, para el itinerario de la expedición.

Dibujos de la “Coronica y Buen Gobierno” de Poma de Ayala, 1612
Amojonadores e inspectores de caminos incas

Imágenes extraídas de la tesis de Alberto Dentice


El tercero de los doctorandos es Javier María Fernández-Rico que leyó su tesis el 21 de enero. El título era Formas de inserción de los yacimientos arqueológicos en áreas fuertemente antropizadas de la Costa del Sol: Una aproximación metodológica previa al aprovechamiento territorial de la ruina. Si tanto en este caso como en el de los demás queréis conocer los miembros del tribunal y el resumen oficial, podéis buscarlo en la página del departamento cuyo enlace figura al final del artículo. Javier partía de un hecho evidente para todo aquel que tenga alguna relación con los temas arqueológicos: cuando se hace un estudio arqueológico no se tiene en cuenta para nada el contexto en el que se encuentra el yacimiento. Entendía que su estudio debería abarcar cuestiones urbanísticas, económicas, de paisaje, identitarias, y otras. La tesis lo que hace es plantear una metodología que las considere. Además propone lo que llama la Carta de Oportunidad que va algo más allá que las Cartas de Riesgo Arqueológico y que podría suponer una ayuda importante, tanto para la planificación urbanística como para los programas de desarrollo turístico. Pero no sólo propone una metodología sino que la aplica al caso de cuarenta yacimientos arqueológicos situados en la Costa del Sol española. Es evidente que el trabajo de campo realizado fue muy importante. De esta tesis querría transcribir, por su interés para los lectores de este blog, parte de algunos epígrafes de la introducción que ayudan a entender claramente su objeto. Es a la que más espacio he dedicado sencillamente por razones de adecuación al tipo de artículo que pretendía.

Más allá de las Cartas de Riesgo Arqueológicas
Javier María Fernández-Rico

La relación entre un asentamiento humano y el medio físico sobre el que se desarrolla crea un determinado paisaje, como combinación entre medio físico y presencia humana. A lo largo de los siglos, este paisaje ha ido sufriendo diversas modificaciones, desde la misma fundación del asentamiento hasta nuestros días. Estos cambios estructurales han sido motivados por sucesivas ocupaciones, guerras, hambrunas, ampliaciones, etc., las cuales van dejando su huella en el paisaje. Estas huellas o permanencias, en muchas ocasiones prácticamente indiferenciadas, se configuran como elementos valiosos para conocer la relación de cada cultura con su entorno, el cual acaba resultando un reflejo de su propia historia, ya que el hombre, desde sus orígenes, plasma sobre la naturaleza, como si de un escultor se tratase, su visión de la época en la que vive. De esta manera, el antiguo asentamiento se va reinterpretando por etapas, bien actualizándose o cayendo en el olvido. Estas huellas o preexistencias se entrañan, a lo largo de la historia, mediante mecanismos como el reaprovechamiento de sus estructuras urbanas o vías de comunicación, o la forma de organizar su territorio para fines agrarios, mineros o ganaderos o, por el contrario, pueden quedar como simples ciudades muertas o despoblados, sin generar ningún devenir que pudiera dar lugar a una estructura territorial o urbana posterior. El asentamiento antiguo puede influenciar, de forma sutil o notoria, la cualidad de su entorno, de modo que puede marcar el origen y crecimiento de su población actual cercana, polarizando y modificando su trazado y ordenación.

Yacimiento del Cortijo Acevedo con los servicios funerarios
del cementerio de San Cayetano encima

Se pueden encontrar muchos ejemplos como este en la tesis de Javier


Así pues, el antiguo poblamiento, sito en un estrato inferior al actual, puede dejar ciertos elementos que consiguen sobrevivir, más o menos intactos, a la época que les dio origen, siendo asumidos en tiempos históricos posteriores, y convirtiéndose en lo que hoy conocemos como monumentos. Éstos establecen una relación dialéctica con el territorio a lo largo del tiempo, produciendo el intercambio de influencias necesario para que estos restos reciclados sean reconocibles, hoy en día, como una unidad, llegando a ejercer un efecto generador de ciudad por sí mismos, convirtiéndose en hitos territoriales. Además de esta asimilación, generadora de monumentos, también se ha efectuado, a lo largo de los siglos, un aprovechamiento de la ruina de carácter algo menos ordenado, y es el reciclaje de las antiguas piedras como materiales para la construcción de otras edificaciones, hecho que no goza de especial simpatía entre la comunidad arqueológica, al quebrantar el buen cumplimiento de uno de los principios esenciales de la estratigrafía: la sucesión estratigráfica. Aun así, lo cierto es que este reciclaje espontáneo, aunque antiacadémico, reporta beneficios a las poblaciones contenedoras, como la identidad o sentimiento de pertenencia que procuran estas huellas. Además, de forma no menos importante, si no se hubieran reciclado estas piedras, probablemente se encontrarían en la actualidad varios metros por debajo del territorio contemporáneo, en un estrato olvidado y, por tanto, sin utilidad alguna.

Otro ejemplo: yacimiento del río Real.
Está en los jardines de una urbanización cerrada y de acceso restringido

Imágenes de la tesis de Javier María Fernández-Rico


Sin embargo, el problema aparece cuando determinados restos del pasado afloran al presente sin haber experimentado este proceso de asimilación: en tal caso, suelen presentar graves problemas de integración, en un tiempo que les es ajeno y en un espacio que les pertenece pero que, a la vez, también les es extraño, y con el que entran en mutua confrontación. Este hecho —el afloramiento de restos arqueológicos indigestos— se produce hoy en día, generalmente, debido a los movimientos de tierras de finalidad constructiva, apareciendo en algunos casos trazas de asentamientos históricos sobre los cuales, en primer lugar, pueden abatirse complejos procesos normativos a través de las Actuaciones Arqueológicas de Urgencia, cuya misión, exceptuando en los yacimientos más notorios, estriba en la prospección y sondeo, análisis científico de restos, documentación y posterior cobertura preventiva. Tras esta primera aproximación al recién descubierto yacimiento se aplican —a través de los artículos contenidos en las normativas urbanísticas locales o, en los casos de ciudades de gran extensión, en las Cartas de Riesgo Arqueológico o en las Memorias o Catálogos de Protección Arqueológica de los Planes Generales— diversas opciones existenciales para la parcela contenedora, casi todas ellas lastrantes para el aprovechamiento de la ruina. Estas opciones muestran un amplio abanico que abarca la simple vigilancia arqueológica, soterramiento o cobertura, limpieza e incluso consolidación o restitución, en el mejor de los casos, según la normativa urbanística específica del municipio continente. Tras estos imperativos pueden ocurrir cuatro hechos:
  1. Que se pueda aprovechar el terreno para ejecutar algunos trabajos, quedando los restos correctamente enterrados y protegidos en el subsuelo (ocurriendo esto especialmente en las obras de infraestructuras).
  2. Que se traten de integrar los restos en elementos existentes (caso poco habitual excepto en yacimientos importantes o sitos en edificios o espacios públicos).
  3. Que se pongan en valor los restos dentro de la parcela contenedora (ocurriendo esto en yacimientos notorios o simplemente llamativos). La sublimación de la puesta en valor de los yacimientos, dentro de sus parcelas o en sus áreas de servidumbre, alcanza su más alta cota en los Conjuntos Arqueológicos y Parques Arqueológicos.
  4. Que, de otra manera, se limite la calificación y uso de la parcela hasta el punto de que no posea ningún uso más que el de puro contenedor de un algo invisible e intangible para la población.

Yacimiento del Entorno del Castillo de la Duquesa en 2009
Al fondo, las numerosas urbanizaciones en promoción

Foto extraída de la tesis de Javier María Fernández-Rico


En este último caso, bastante común dado el número de yacimientos de todo tipo existentes en España, se moviliza un mecanismo que parece imbricado en el inconsciente colectivo patrio: la utilización de estos espacios sin oficio ni beneficio en vertederos, situación que, temporalmente, puede aminorar el vallado de la parcela. Aun así, en el mejor de los casos, se procede a una musealización del yacimiento, quedando éste, en muchos casos, como una isla inserta en un tejido ajeno con el que no guarda relación alguna, no produciéndose una identificación del territorio con la ruina, hecho que provoca, ineludiblemente, una patente indiferencia hacia la ruina por parte de la mayoría de la población, incapaz de relacionarse con un objeto que no reconoce como suyo, un objeto descontextualizado. Una insigne malagueña, María Zambrano, explica este hecho de forma magistral: “…la ruina nítidamente conservada, aislada de la vida, adquiere un carácter monstruoso, ha perdido toda su significación…parece el resto de un crimen.”

Yacimientos analizados en la tesis de Javier María Fernández-Rico
Señalar en la imagen para ampliarla


Esta indiferencia se transforma, especialmente cuando el yacimiento se localiza en un terreno privado, en patente fricción entre el propietario y los restos arqueológicos, ya que las diversas administraciones públicas impiden el aprovechamiento de la parcela por parte del titular, sometiéndola a una tutela preventiva económicamente insostenible hasta que, presumiblemente, llegara el momento en que estas administraciones pudieran sufragar ciertas actuaciones arqueológicas sobre la misma. Este hecho facilita la transformación, muchas veces durante un tiempo indefinido, de estas parcelas urbanas o periurbanas en zonas residuales, ambientalmente inadecuadas. Así pues, entre el estrato territorial antiguo y aflorado, y el estrato contemporáneo, pueden existir diversos tipos de relaciones, de modo que pueden formar una unidad coherente, o presentar fricciones entre sí. Con el objeto de entender, clasificar y evaluar la idoneidad de estas relaciones para poder proceder, posteriormente, a diseñar estrategias de reciclaje territorial de los yacimientos, que ayuden a crear ciudad, se efectúa este trabajo, que considera los estratos, tanto el arqueológico como el actual, como seres vivos, produciéndose unas interacciones basadas en los comportamientos que provoca la existencia de uno sobre el otro.

Todavía hoy, bajo la nieve, puedo reconocer el paisaje
de mi tesis treinta y cinco años después (
Juan Sixto)

Esto es lo que ha dado de sí la columna de hoy. Como podéis comprender va dedicada a todos aquellos que están realizando su tesis doctoral o trabajos similares sean mis alumnos o no. Una parte muy importante de la investigación básica (no me refiero claro a aquellas con aplicaciones militares, farmacológicas, industriales o destinadas a ser patentadas) se realiza de forma anónima por muchas personas como Mario, Alberto o Javier que hacen su primer trabajo de investigación serio en forma de tesis doctoral. Casi todos son jóvenes (o por lo menos lo eran cuando la empezaron) y en buena parte de los casos lo hacen impulsados por la necesidad de dedicarse a la carrera docente en la universidad. Algunos lo logran y pueden seguir en este mundo, duro y apasionante, de la investigación. Pero para una parte de nuestros doctores la única investigación importante realizada a lo largo de su vida ha sido la tesis doctoral. Formar un investigador es muy costoso. Es muy costoso tanto personalmente como desde el punto de vista social. Y casi todos los que se adentran en este campo (por cierto, nada bien remunerado económicamente) lo hacen porque tienen un especial interés en descubrir un poco más de lo que se sabe. Por aventurarse, aunque sea sólo unos milímetros, en regiones desconocidas. Suelen ser unas extrañas personas que tienen interés por las cosas. Que sienten curiosidad por lo que no comprenden y son capaces de preguntarse. Eso que se está perdiendo en nuestra sociedad y que resulta imprescindible para seguir avanzando. Sobre todo en momentos críticos como los que nos ha tocado vivir. A quien corresponda: no podemos permitirnos el lujo de perderlos.


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    lunes, 14 de marzo de 2011

    La naturaleza en la ciudad

    En el primer número de la nueva etapa de la revista URBAN (una de las publicaciones que actualmente edita el departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio de la UPM en el que desarrollo mi actividad docente regular) puede leerse un artículo de Erik Swyngedouw que se titula “¡La naturaleza no existe! La sostenibilidad como síntoma de una planificación despolitizada”. El artículo no tiene desperdicio y recomiendo que lo leáis. Prometo además que escribiré otro día acerca de nuestras publicaciones, porque pienso que tienen bastante interés para los lectores de este blog (aunque tengo que esperar a salga el primer número de Urban-e, que se resiste). Pero hoy, sencillamente me refiero a este artículo concreto para decir que, a pesar del sugerente título del mismo me he atrevido a titular el mío como lo he titulado. Y no es para crear controversia, sino porque ya hace años que en los programas de algunas de las asignaturas que imparto figura así. Y, además, me gusta. Pero no voy a entrar en si existe la naturaleza o no. En si se trata en realidad de una metáfora. O si es el “opio del pueblo” o una construcción mental útil para entender la realidad. Simplemente voy a dar por hecho que en la ciudad, además de cemento, baldosas hidráulicas, edificios de ladrillo, asfalto, contaminación y personas, existen árboles, zonas verdes, ratas, cucarachas, mirlos, gorriones y algún geranio (de los que han conseguido resistir la última plaga) plantado en una maceta. Bueno, también algo de césped, suelo sin cementar, y ahora mismo un montón de obras porque se acercan las elecciones municipales.

    La naturaleza no existe, pero a veces tiene una
    notable capacidad de respuesta
    (Relatividad.es)

    Casi desde el mismo momento en que se inventó la ciudad surgió la necesidad de introducir en ella árboles, vegetación, flores, animales. Pero no cualquier elemento natural, sino una naturaleza (esa cosa que no existe, simple metáfora de la realidad) controlada y antropizada. No me canso de repetir que la ciudad es entendida en casi todas las definiciones tradicionales como algo distinto “al campo”. La importancia que a lo largo de los años la Humanidad ha concedido a esta identificación se concreta en el cuidado que ha tenido a la hora de fijar físicamente esta separación. En los ritos fundacionales de la ciudad, el sulcus primigenius, la línea que señalaba el recinto urbano, era tan importante que los muros construidos siguiéndola eran sagrados. Esta fundación inicial nacía con vocación de mantenimiento, de permanencia a lo largo de muchos años. Muros, murallas, cercas o fosos, establecían un límite que iba a permitir conocer de forma inequívoca que partes del territorio estaban ordenadas de forma antrópica. Los ciudadanos manipulaban el espacio para dar lugar a una organización distinta y mucho más controlada de las pequeñas porciones de territorio que abarcaba el recinto de la ciudad. Es decir, a estructuras urbanas. Esta manipulación no era, inicialmente, gratuita, sino que respondía a motivaciones más o menos conscientes. Para la sociedad urbana se trataba de convertir un espacio “natural” (¿tendré que empezar a poner comillas a partir de ahora?, me reconcome la duda) cuyo comportamiento le resultaba difícil de predecir, en un medio mucho más aprensible y que generara un espacio de mínima incertidumbre.

    La fundación de Roma, el sulcus primigenius, sala Capitolina
    Fresco del Caballero de Arpino, Roma
    (Treinta Días)

    Pero esta radical diferenciación respecto a la naturaleza (lo siento pero voy a obviar el artículo de Swyngedouw y continuaré como si no lo hubiera leído) implicaba, paradójicamente, una necesidad bastante acuciante de la misma. Y esta necesidad ha ido aumentando al aumentar el tamaño de la ciudad y distanciarse de lo que, genéricamente, podíamos llamar “el campo”. La naturaleza está presente en las ciudades a lo largo de toda su historia, principalmente a través de jardines, huertos, o como fondo escénico. Pero también en otras formas menos paisajísticas: terremotos, riadas, frío, calor. En la Edad Media, los espacios agrícolas circundantes eran imprescindibles para el abastecimiento de la población urbana e incluso una parte del recinto intramuros eran parcelas cultivadas. En el barroco alcanzan su máximo esplendor los paseos arbolados, con claros fines escenográficos, y las grandes áreas ajardinadas. Pero es a lo largo del siglo XIX cuando nace el concepto de parque público, y Joseph Paxton, en 1843, proyecta un "parque público de la comunidad" que tenía una extensión de unas 50 hectáreas. En la actualidad las reservas de zonas verdes urbanas están reguladas y son cesiones obligatorias en cualquier nuevo desarrollo residencial estando consideradas, más o menos, como lo que en urbanismo se llama equipamiento. De tal forma que la historia de la urbanización está salpicada de intentos de introducir la naturaleza en las ciudades. Desde los jardines de Babilonia a las formas de disposición de los espacios que favorezcan un mayor contacto con elementos menos antrópicos como la Ciudad Lineal.

    Paxton y Fox, “The Great Exhibition in Hyde Park”, 1851 (DISE1014)

    El espacio urbano está sometido a una gran cantidad de ruidos y contaminación que reducen la presencia de la flora y la fauna en él. Normalmente la contaminación hace disminuir la vitalidad, acelera la vejez, aminora la biomasa y altera la capacidad reproductora de las especies vegetales y animales. La evolución de la ciudad como paisaje cultural densamente edificado, conlleva la destrucción de los ecosistemas naturales (¿existen los ecosistemas urbanos?) y la desaparición total de la vegetación autóctona. Incluso en los espacios libres y zonas verdes las especies autóctonas son sustituidas por otra vegetación planificada, por plantas ornamentales no propias del lugar y por aquellas otras que son capaces de resistir el ambiente agresivo de la ciudad. No se trata aquí de justificar la necesidad de algo “que no existe” (me estoy refiriendo al artículo que no me puedo quitar de la cabeza), sin embargo, como hemos visto en otros lugares del blog hay muchos trabajos e investigaciones, como los de Kaplan, que así lo atestiguan y lo incluyen como uno de los indicadores de calidad de vida más importantes. Algunas de las justificaciones más razonables que se refieren a esta necesidad de introducir la naturaleza en la ciudad se encuentran en el libro de Sukop y Werner llamado precisamente Naturaleza en las ciudades, publicado en español en el año 1989 por el antiguo Ministerio de Obras Públicas. Entre ellas podemos destacar:
    • Ornamentar la ciudad
    • Proporcionar espacios recreativos, para la expansión de la población y favorecer el contacto de ésta con la naturaleza
    • Mejorar las condiciones climáticas de la ciudad: aumento de la humedad y control de la temperatura
    • Reducir la contaminación ambiental, ya que las hojas sirven para el depósito de las partículas contaminantes en suspensión.
    • Servir como filtros y freno a la velocidad del viento.
    • Amortiguar el ruido de baja frecuencia
    • Proporcionar espacios adecuados para el desarrollo de la vida animal
    • Reflejar los cambios estacionales a lo largo del año.

    Fragmento del Central Park, Nueva York (Google Maps)

    Como puede observarse algunos son de índole práctica y otros psicológicos, pero en general se refieren a un aumento de la comodidad del ciudadano o a mejoras higiénicas. En un estudio sobre los Parques Naturales en España realizado por Corraliza y García Navarro en el año 2002 se demuestra esta especie de ley general de preferencia por la naturaleza, domesticada eso sí, como se desprende de la mayoritaria respuesta positiva, mas del 90%, a la pregunta de si, por cualquier razón, a los entrevistados les gustaba el área del parque. Esta casi unanimidad, y otras del mismo tipo, es lo que hace decir a sus autores que: “... la respuesta de preferencia general y admiración por los escenarios naturales puede ser considerada (y en este estudio lo es), como una respuesta psicológica, en gran medida involuntaria. Constituye algo así como un mecanismo de respuesta reflejo, intensamente relacionado con una experiencia estética, cuya caracterización compartimos en gran medida con el resto de individuos de nuestra especie”.

    La huida del urbanita hacia "el campo" (Sebastian Díaz)

    Pero existen otras muchas razones, como por ejemplo, las de favorecer la sostenibilidad del territorio. Así, en un artículo titulado “Ciudad y entorno natural” incluido en el Primer catálogo español de Buenas Prácticas y escrito por Fernando Parra en el año 1996, puede leerse lo siguiente: “En principio, la creación de un área verde, además de incrementar la habitabilidad urbana tiene un efecto disuasorio de presión sobre los entornos rurales, silvestres y naturales más frágiles y a los que las masas urbanas suelen acudir no tanto como muestra de aprecio por lo natural como de huida de la dureza urbana; en este sentido, se trata de una práctica sostenible que “aligera de presión” otros ámbitos. No obstante, el “cómo” el diseño y mantenimiento real del área verde puede no ser sostenible bajo el aspecto del consumo de agua o de otros recursos”. Parece, por tanto, que se acumulan las evidencias acerca de la necesidad de introducir árboles, mirlos, gorriones, praderas, etc., en nuestras ciudades, no sólo por añoranza del Paraíso Terrenal sino para regular nuestro equilibrio psíquico e, incluso, nuestras relaciones sociales. En otro lugar del blog hablaba de la ciudad higiénica como contraposición a la ciudad surgida de la Revolución Industrial. La ciudad higiénica culminó con las propuestas de Le Corbusier y el Movimiento Moderno: “Soleil, espace, verdure”. Y poco después esta necesidad de que en nuestras antropizados ciudades exista algo de verde se reflejó en las legislaciones de la mayor parte de los países del mundo.

    Donnella Meadows y otros: The Limits to Growth, Londres, 1972
    Imagen extraída del libro “Ecología y Desarrollo” de R. Tamames

    Pero como seguramente conocen todos los seguidores de este blog y mis alumnos (en caso contrario, probablemente suspenderán), la ciudad del siglo XXI ya no debe responder sólo a los requisitos de una ciudad higiénica, bella y adecuada a los fines para los que ha sido creada, sino que también debe ser sostenible (ya he mentado a la bicha, además de hablar de naturaleza ese constructo metafórico, ahora voy y escribo sostenibilidad ese otro concepto inexistente, inabarcable, indefinible y que sólo sirve como coartada política). Entendiendo por sostenible aquello que tiene que ver con la justicia intergeneracional, interterritorial y social. Ahora no tengo tiempo de meterme en esta cuestión, aunque no sé si debería, pero resumiéndola mucho diría que el problema de los límites del crecimiento que Malthus relacionaba con la demografía y los alimentos y que el informe Meadows ampliaba a otros temas como los energéticos, lo tenemos ya encima. El planteamiento es obvio y no por muchas veces repetido es menos obvio: en un mundo finito no se puede propugnar un crecimiento infinito. Y el paradigma económico dominante está basado en el crecimiento sin fin. Mientras inventamos algo de forma urgente, hay que recurrir a cuidados paliativos para que el ajuste que ya se ha empezado a producir se haga de la forma menos traumática posible. Desde una perspectiva urbana tenemos que aumentar radicalmente la eficiencia de su funcionamiento. Y esto en todos los ámbitos. También en la forma de introducir la naturaleza en la ciudad que, ya veremos más adelante, puede ayudar a mejorar la situación actual.

    La naturaleza y el equipamiento (Flores en el Ático)

    Cuando que refería a la ciudad higiénica ya insinuaba la función de las áreas de naturaleza en su interior. Se podría decir que tienen una evidente función de equipamiento. Igual que un gimnasio, unas instalaciones deportivas o un Club de la Tercera Edad. Estas áreas son necesarias, casi imprescindibles para la salud física y psíquica de los ciudadanos. De hecho, en muchos planes se consideran como un equipamiento más e, incluso, se permite la compatibilidad con otros como los deportivos. Y esto hay que seguir manteniéndolo. Porque seguimos necesitando ciudades en las que los ciudadanos puedan vivir de la forma más confortable y sana posible. Sin embargo, los requisitos que necesita la ciudad actual superan los requisitos de la ciudad que propugnaba el Movimiento Moderno. La pregunta es: ¿cómo cambian estos nuevos requisitos la consideración de las áreas de naturaleza en la ciudad? Sería largo de explicar pero, una vez más, me voy a atrever a hablar en blanco y negro. Soy consciente de lo que esto implica, pero como todavía tengo muchos megas hasta sobrepasar la capacidad que me ofrece gratuitamente Google para mantener el blog, espero tener el tiempo suficiente para, en sucesivos artículos poder explicarlo detalladamente y sacarle los grises (e incluso los colores). En resumen: las áreas de naturaleza en las ciudades ya no se pueden considerar exclusivamente como un equipamiento sino que también han de serlo como una auténtica infraestructura. Hasta el momento actual, incluso considerando su función relacionada con la higiene, no dejan de tener el aspecto de un equipamiento. De forma similar a como están concebidos, por ejemplo, los aparatos de gimnasia para mayores que nuestros ayuntamientos empiezan a distribuir por cualquier rincón de nuestras agobiadas ciudades tan llenas de artefactos mecánicos.

    Hypnerotomachia Poliphili de Francesco Colonna (Italophiles.com)

    De las dos acepciones que el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua nos da de la palabra infraestructura la primera, “parte de una construcción que está bajo el nivel del suelo”, no parece que sea aplicable a lo que quiero decir. Pero la segunda, “conjunto de elementos o servicios que se consideran necesarios para la creación y funcionamiento de una organización cualquiera”, pienso que sí. Aunque no es el momento de meterme en consideraciones terminológicas sí que me gustaría acotar un poco el tema porque es importante para explicar lo que quiero decir. Para aquellos que estén leyendo esto y que no tengan mucho contacto con el urbanismo, en esta materia el término “equipamiento” está más relacionado con el conjunto de construcciones, espacios y servicios, complementarios de la habitación y del trabajo, necesarios para que el ciudadano pueda llevar a cabo una vida urbana digna, relacionarse con los demás, acceder a la educación, cultura, sanidad, etc. Mientras que el término “infraestructura” se refiere más bien a aquellos elementos de soporte de la ciudad necesarios para el funcionamiento de las actividades urbanas. Y de los equipamientos, claro. Es decir, simplificando, se entiende que una iglesia o una piscina son un equipamiento, y la red de colectores de pluviales o las calles y carreteras son una infraestructura. Hasta ahora podíamos considerar que la justificación para introducir elementos naturales era la de suministrar al ciudadano las condiciones para que pudiera relacionarse con determinados elementos de la naturaleza sin necesidad de subir a “la cumbre de las más altas montañas” (como nos decía cierto documental de la TVE2) y que, además, ayudaran a la construcción de una ciudad sana que permitiera el adecuado equilibrio social y personal del urbanita.

    Hypnerotomachia Poliphili de Francesco Colonna (Italophiles.com)

    Sin embargo resulta que en el momento actual se hace imprescindible que la propia ciudad contribuya en la medida de lo posible (la célebre eficiencia a la que me refería en párrafos anteriores) a reducir su huella ecológica. Una de las formas más claras de hacerlo es, precisamente, introduciendo naturaleza en la ciudad. Es decir, introduciendo algo de ese “orden” diferente de “fuera de la ciudad” en su interior. Hay que ser consciente de que ello significa aumentar el desorden, visto desde la perspectiva urbana. Y mayor desorden cuanta más naturaleza se introduzca. Esta es una cuestión sobre la que tendría que escribir varios folios debido a su complejidad pero en los materiales complementarios que se recogen al terminar el artículo pueden leerse datos adicionales que ayuden a comprenderla. Otras cuestiones son más evidentes. La ciudad no puede dejar ya que determinados ciclos se cierren sólo fuera de ella. Si la ciudad contamina por ejemplo, es necesario plantar árboles en su interior que funcionen como sumideros sin necesidad de que lo hagan masas boscosas situadas a centenares de kilómetros.

    La pesadilla de los servicios de limpieza (Kamic)

    Este ejemplo de la contaminación me va a permitir explicar algunas diferencias. Los árboles de alineación plantados adecuadamente en una acera de la calle-corredor permiten el paseo por dicha acera ofreciendo sombra en los meses sobrecalentados y sol en los infracalentados en el supuesto de que los árboles sean de hoja caduca. Excepto los barrenderos, los demás ciudadanos no tendrán nada que objetar al respecto. En verano tenemos hojas y los árboles dan sombra a la acera (suponiendo, claro está que la sección de la calles esté bien diseñada). Luego, en el otoño se caen, ya digo con gran disgusto de los servicios municipales de limpieza, y en el invierno el ciudadano pasea por la misma acera recibiendo los benéficos rayos del sol. Hasta aquí todo bien, los árboles de alineación funcionan fantásticamente convirtiendo la calle en un auténtico equipamiento. Lo mismo podría decir de un parque o de cualquier otro elemento de naturaleza bien situado en un entorno urbano y acertadamente diseñado.

    Inversión térmica y contaminación en Madrid (Bullasmente)

    Sin embargo, y hablaba antes de la contaminación, resulta que en el invierno las calefacciones funcionan a pleno rendimiento y los coches expulsan por sus tubos de escape ni se sabe cuantos elementos contaminantes porque la ciudad “rueda a tope”. Además, también es mala suerte, se empieza a producir lo que se llama el fenómeno de la “inversión térmica” porque una maldita capa de aire más caliente encima de la ciudad impide que toda esta contaminación se disipe hacia arriba al invertir el gradiente de temperaturas. Ahora las hojas de los miles de árboles que hemos plantado por toda la ciudad deberían ayudarnos a fijar esta contaminación. Pero mira por donde resulta que se les han caído las hojas y no pueden fijar nada. Los barrenderos encantados: si ya lo decíamos, hay que plantar árboles de hoja perenne. Pero resulta que si plantamos árboles de hoja perenne, ya no cumplen su función como equipamiento porque el paseo por las calles ya no será un agradable paseo al sol de invierno. En ambos casos, y detectado el funcionamiento, los árboles nos pueden ayudan a resolver un problema de confort o incluso sanitario, siempre que consideremos todos los aspectos de la cuestión y plantemos de hoja caduca o no dependiendo del sitio y del objetivo a conseguir. Sin embargo esos mismos árboles también nos sirven para reducir la huella ecológica porque están reduciendo la huella de carbono. Esto ya tiene que ver con la justicia intergeneracional, interterritorial y social. Es decir, con eso que podríamos llamar sostenibilidad. He recurrido a este caso para que se vea la diferencia entre considerar, por ejemplo, una zona verde como una infraestructura o como un equipamiento. En algunas situaciones, como la mencionada, podrán hacerse coincidir las finalidades de una y otro. Pero, sin embargo, otras veces esto no podrá ser así. Lo nuevo es que la función de la vegetación o de la naturaleza (en general) en la ciudad ya no es sólo la de aumentar el confort del ciudadano sino también contribuir al funcionamiento global de la misma igual que lo hacen la red de alcantarillado o las calles. Y, además, por supuesto, hacerlo no sólo de forma eficaz y bella, sino también eficientemente reduciendo el consumo de energía y la contaminación.

    "Uma flor nasceu na rua" (Laurinhando por ai)

    Y no sólo los árboles pueden contribuir a rebajar la huella ecológica. Arbustos o rastreras ayudan también. Y no sólo en los parques o en las aceras. En taludes de gran pendiente, en tejados, en paramentos verticales, en rotondas. Hay que reconsiderar la función de las áreas de naturaleza (verde o gris) en nuestras ciudades y empezar a conciliar confort, higiene y sostenibilidad. Ejemplos de la complicación que estas consideraciones traen consigo existen muchísimos. Así, un suelo cementado es ideal para caminar cuando llueve (en caso contrario nos embarramos y se hace complicado andar) y sin embargo impide la evapotranspiración cambiando la humedad relativa de las capas de aire cercanas a ese suelo. Además aumenta la escorrentía con el resultado de que bajan los niveles freáticos impidiendo que los árboles funcionen en régimen forestal (más eficiente que estar continuamente regando, abonando o distribuyendo plaguicidas que es a lo que obliga un régimen que se acerque más a la jardinería) y el riesgo de inundaciones es mucho mayor. Lo que importa es considerar que la introducción de la naturaleza en la ciudad ya no se puede hacer como antes. Que ya no es suficiente con pensar en el confort del ciudadano como requisito único, porque la ciudad del siglo XXI impone requisitos diferentes, algunos de primera importancia, tal y como he tratado de justificar a lo largo de este escrito. De lo que no parece haber duda, es de la necesidad de que exista algo de naturaleza en la ciudad, no sólo para asegurar el equilibrio físico y psíquico del ciudadano, sino también para ayudar a su funcionamiento y para contribuir a conseguir una mayor justicia intergeneracional, interterritorial y social. Claro, esto en el supuesto de que exista eso que llamamos naturaleza. Y que, por otra parte, la idea de justicia que implica el concepto de sostenibilidad sea algo más que una muletilla en boca de todos (iba a decir: sobre todo en boca de nuestros queridos políticos profesionales, aunque también en los escritos de algunos destacados miembros de la intelectualidad, pero me abstengo de hacerlo). Por cierto, espero que después de las reiteradas alusiones que he hecho al artículo de Swyngedouw, con el que estoy de acuerdo en buena parte de lo que allí dice, os intereséis en su lectura y, como quien no quiere la cosa, leáis el resto de la revista, que viene con bastantes cosas interesantes.


    Materiales que he utilizado en la redacción del texto:
    • Corraliza, J.A. y García, J.: Los Parques Naturales en España: conservación y disfrute, Fundación Alfonso Martín Escudero, Madrid, 2002.
    • Fariña, J. y Ruíz, J.: “Orden, desorden y entropía en la construcción de la ciudad”, Urban nº 7, verano 2002. (Puede encontrarse un resumen muy escueto en español e inglés en pdf).
    • Meadows, D.H.; Meadows D.L.; Randers, J.; Behrens, W.W.: The Limits to Growth, Universe Books, New York, 1972. Se hizo una revisión en el año 1992 titulada Más allá de los límites del crecimiento. Quizás lo más interesante sea leer directamente la última revisión: Los limites del crecimiento: 30 años después, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2006 (el original en inglés es del 2004). Un resumen muy básico del informe original se puede descargar aquí.
    • Parra, F.: “Ciudad y entorno natural” en VVAA: Primer Catálogo español de Buenas Prácticas, volumen primero, Centro de publicaciones de la Secretaría General Técnica del Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente, Madrid, 1996. (Este artículo puede encontrarse también en la Biblioteca de Ciudades para un Futuro más Sostenible).
    • Sukopp, H. y Werner, P.: Naturaleza en las Ciudades, Centro de publicaciones de la Secretaría General Técnica del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, Madrid, 1989 (compendia los números 28 y 36 de la colección “Nature and environment series” publicada por el Comité Europeo para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales: Nature in Cities, Council of Europe, Strasbourg, 1982; Development of Flora and Fauna in Urban Areas, Strasbourg, 1987).
    • Swyngedouw, Erik: “¡La naturaleza no existe! La sostenibilidad como síntoma de una planificación despolitizada”, Urban NS01, Marzo 2011.
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