En el curso Superior de Técnico de Urbanismo de la Escola Galega de Administración Pública que acaba de terminar, uno de los trabajos de los que he sido tutor llevaba por titulo “Los limites de sostenibilidad, la calidad de vida y la cohesión social de la LOUGA en los desarrollos residenciales de la comarca de Santiago de Compostela”. Su autor es Miguel Serrano Gómez. No voy a reproducir la totalidad del trabajo que, desde mi punto de vista. tiene bastante interés, pero me gustaría centrarme en uno de sus aspectos: el consumo de suelo de los desarrollos de vivienda colectiva y unifamiliares. Por supuesto que los números que se muestran a continuación están, en parte, condicionados por las obligaciones impuestas por la propia ley 9/2002 de Ordenación Urbanística y Protección del Medio Rural de Galicia, pero también en buena parte surgen de las propias necesidades de los desarrollos concretos. Miguel recogió datos de 26 planes de desarrollo de uso residencial en los municipios de la comarca de Santiago. Para ello confeccionó unas fichas bastante elaboradas, midió superficies, agrupó datos, etc. y al final fue capaz de producir los cuadros que se exponen a continuación. El primero se refiere a la ocupación de suelo: espacios libres públicos y privados, edificación y viario.
Lo que ya se intuía viene refrendado por los números. Así como las proporciones de viario, edificación y espacios libres es muy similar (las pequeñas diferencias las explica muy bien Miguel en el texto), donde aparecen las diferencias verdaderamente importantes es en la relación público / privado. La progresiva privatización de los espacios libres de las áreas urbanizadas (me resisto a llamarlas ciudades) y su conversión en nichos de relación entre iguales aparece de forma diáfana con los números que se muestran. Los espacios libres públicos en los desarrollos unifamiliares se reducen de forma dramática. Ahora no estamos hablando de las causas, ni tan siquiera de su pertinencia o no. Simplemente es así.
Los otros dos cuadros que he extraído del trabajo se refieren a la ocupación de suelo para usos públicos: espacios libres (solo los de titularidad pública), equipamientos deportivo (de uso publico) resto de los equipamientos públicos y viario. Y estos metros cuadrados se han puesto en relación con cada 100 m2 edificables y con cada vivienda.
Hay que hacer notar que esta distribución aparece en su mayor parte por las determinaciones propias de la legislación urbanística (es decir, no es imputable al equipo que ha redactado los planes) pero desde una perspectiva de eficiencia ambiental esto resulta indiferente. Las diferencias entre las relaciones por cada 100 m2 y por vivienda se explican sencillamente por las mayores dimensiones medias de las unifamiliares. Si ya es complicado de sostener la necesidad de ocupar el doble de suelo para viario cuando analizamos la relación entre m2 por cada 100 m2 edificables, el caso de los m2 necesarios por vivienda en todos los usos es, sencillamente, escandaloso.
Probablemente la construcción de viviendas unifamiliares tenga ventajas tanto para los promotores como para los residentes en ellas, pero al otro lado de la balanza es imprescindible poner los inconvenientes para poder sopesar más equilibradamente su utilidad y sus costes. Con ello no quiero decir que deba proscribirse esta tipología ni tratar a sus moradores como apestados (yo mismo sería uno de estos apestados) sino empezar a introducir en su valoración otros elementos hasta ahora no tenidos en consideración. A la vista de estos números, y de otros análogos que van apareciendo en cuanto alguien se toma la molestia de mirar, resulta imprescindible repensar muchas cosas. Y una de las que más urgen es el sistema de planeamiento.
Bien, para no terminar de forma muy seria y trascendental os recuerdo: esto prueba que, el niño y el anciano, conviene que se acuesten muy temprano.
sábado, 27 de octubre de 2007
miércoles, 24 de octubre de 2007
La ceja de "El Atazar"
He pensado que sería interesante presentar resúmenes de trabajos de curso de algunos alumnos (o equipos) que, desde mi punto de vista, tienen interés por algún motivo. El equipo que presento hoy está formado por Jon Aguirre, Carlos González, Ignacio Heredia y Alejandro Rojo. El trabajo fue realizado en la asignatura de Paisaje que impartí en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid el curso pasado y, por supuesto, cuento con su permiso para exponerlo aquí. Normalmente en este tipo de proyectos los requisitos que se le piden al equipo son muy poco específicos. Por ejemplo: que diseñen una atracción turística que permita mejorar las rentas de los habitantes de las localidades cercanas. Una vez hecho el proyecto deben realizar la evaluación de impacto sobre el territorio y establecer un balance entre los beneficios y los costes (monetarios, ambientales, sociales). Lo que se presenta es ya el proyecto viable y corregido.
El lugar elegido para la intervención paisajística fue el embalse de El Atazar situado a pocos kilómetros de Madrid. La decisión sobre el emplazamiento fue debida tanto a las condiciones naturales como al alto grado de deterioro del área. Uno de los problemas fundamentales desde el punto de vista paisajístico de un embalse es lo que se llama la ceja, parte de la ladera sometida a las variaciones estacionales de la altura del embalse en la que es muy difícil que arraigue ningún tipo de plantación. Este proyecto intenta afrontar esta cuestión cuya solución es verdaderamente complicada.
La actuación se inicia en el pueblo de El Atazar con objeto de que se beneficie de las rentas turísticas que se produzcan. El proyecto consta de tres partes. La primera es un teleférico que, partiendo del pueblo, recorre todo el perímetro de la presa con estaciones en puntos estratégicos de la misma.
La segunda, ya en la presa, consiste en un mecanismo que permite volar por encima de la lámina de agua mediante unos cables sostenidos por globos cautivos.
La tercera es un sistema de lonas de colores colocadas sobre la ceja y que son, propiamente, la parte de intervención más artística del proyecto y que le da sentido al recorrido turístico en el teleférico y al sistema de tirolinas.
Las lonas (o plásticos, hubo discusiones en el equipo al respecto) cuentan con un sistema de flotación que permite ajustarlas a la ceja al variar el nivel del embalse. Esta parte se complementa con el enmarque de los senderos con la misma lona puesta en vertical. Prácticamente toda la instalación, menos parte del teleférico, es desmontable.
El lugar elegido para la intervención paisajística fue el embalse de El Atazar situado a pocos kilómetros de Madrid. La decisión sobre el emplazamiento fue debida tanto a las condiciones naturales como al alto grado de deterioro del área. Uno de los problemas fundamentales desde el punto de vista paisajístico de un embalse es lo que se llama la ceja, parte de la ladera sometida a las variaciones estacionales de la altura del embalse en la que es muy difícil que arraigue ningún tipo de plantación. Este proyecto intenta afrontar esta cuestión cuya solución es verdaderamente complicada.
La actuación se inicia en el pueblo de El Atazar con objeto de que se beneficie de las rentas turísticas que se produzcan. El proyecto consta de tres partes. La primera es un teleférico que, partiendo del pueblo, recorre todo el perímetro de la presa con estaciones en puntos estratégicos de la misma.
La segunda, ya en la presa, consiste en un mecanismo que permite volar por encima de la lámina de agua mediante unos cables sostenidos por globos cautivos.
La tercera es un sistema de lonas de colores colocadas sobre la ceja y que son, propiamente, la parte de intervención más artística del proyecto y que le da sentido al recorrido turístico en el teleférico y al sistema de tirolinas.
Las lonas (o plásticos, hubo discusiones en el equipo al respecto) cuentan con un sistema de flotación que permite ajustarlas a la ceja al variar el nivel del embalse. Esta parte se complementa con el enmarque de los senderos con la misma lona puesta en vertical. Prácticamente toda la instalación, menos parte del teleférico, es desmontable.
viernes, 19 de octubre de 2007
La paradoja ecológica o el malvado ecologista
Leyendo a Cortázar (II)
Ya convenientemente preparados con la lectura previa de “Lucas, sus largas marchas” es el momento de leer otro cuento del mismo libro (Un tal Lucas, 1979). El relato se llama "Lucas y sus meditaciones ecológicas", y está muy relacionado con un montón de temas a los que llevo dando vueltas como en un círculo infernal desde hace más de veinte años.
¡Qué lindo es el campo...! (mejor: ¡qué lindas las fotos del campo!) abc
"En esta época de retorno desmelenado y turístico a la Naturaleza, en que los ciudadanos miran la vida de campo como Rousseau miraba al buen salvaje, me solidarizo más que nunca con: a) Max Jacob, que en respuesta a una invitación para pasar el fin de semana en el campo, dijo entre estupefacto y aterrado: «¿El campo, ese lugar donde los pollos se pasean crudos?»; b) el doctor Johnson, que en mitad de una excursión al parque de Greenwich, expresó enérgicamente su preferencia por Fleet Street; c) Baudelaire, que llevó el amor de lo artificial hasta la noción misma de paraíso.
Un paisaje, un paseo por el bosque, un chapuzón en una cascada, un camino entre las rocas, sólo pueden colmarnos estéticamente si tenemos asegurado el retorno a casa o al hotel, la ducha lustral, la cena y el vino, la charla de sobremesa, el libro o los papeles, el erotismo que todo lo resume y lo recomienza. Desconfío de los admiradores de la naturaleza que cada tanto se bajan del auto para contemplar el panorama y dar cinco o seis saltos entre las peñas; en cuanto a los otros, esos boy-scouts vitalicios que suelen errabundear bajo enormes mochilas y barbas desaforadas, sus reacciones son sobre todo monosilábicas o exclamatorias; todo parece consistir en quedarse una y otra vez como estúpidos delante de una colina o una puesta de sol que son las cosas más repetidas imaginables.
Los civilizados mienten cuando caen en el deliquio bucólico; si les falta el scotch on the rocks a las siete y media de la tarde, maldecirán el minuto en que abandonaron su casa para venir atardecer tábanos, insolaciones y espinas; en cuanto a los más próximos a la naturaleza, son tan estúpidos como ella. Un libro, una comedia, una sonata, no necesitan regreso ni ducha; es allí donde nos alcanzamos por todo lo alto, donde somos lo más que podemos ser. Lo que busca el intelectual o el artista que se refugia en la campaña es tranquilidad, lechuga fresca y aire oxigenado; con la naturaleza rodeándolo por todos lados, él lee o pinta o escribe en la perfecta luz de una habitación bien orientada; si sale de paseo o se asoma a mirar los animales o las nubes, es porque se ha fatigado de su trabajo o de su ocio.
No se fíe, che, de la contemplación absorta de un tulipán cuando el contemplador es un intelectual. Lo que hay allí es tulipán + distracción, o tulipán + meditación (casi nunca sobre el tulipán). Nunca encontrará un escenario natural que resista más de cinco minutos a una contemplación ahincada, y en cambio sentirá abolirse el tiempo en la lectura de Teócrito o de Keats, sobre todo en los pasajes donde aparecen escenarios naturales. Sí, Max Jacob tenía razón: los pollos, cocidos".
A aquellos que me conozcan les sonará la moraleja del cuento de Cortázar (por favor, espero que se entienda la carga irónica del texto y la referencia a las moralejas que hice en la entrada anterior al recordar a Víctor d’Ors) y a los que no, les ayudará el saber que ya hace muchos años que vengo pidiendo para amplias áreas del territorio la categoría de territorio “sin uso”. Ni el forestal, ni el turístico, ni el de esparcimiento, ningún uso que tenga que ver ni remotamente con su antropización. Ya hace más de diez años (¡cómo pasa el tiempo!) en la Introducción de mi libro La Ciudad y el Medio Natural escribía los párrafos que siguen.
Es imprescindible terminar con la propaganda ecológica, o cambiar su sentido. Lo que desde hace algunos años vengo llamando la paradoja ecológica, viene viciando de raíz y desde el movimiento de la ciudad jardín, los ideales de vida de la población occidental. Las necesidades de consumo de naturaleza son tales que ahora ya nadie se conforma con vivir en los centros históricos de las ciudades, donde en los reducidos pisos el urbanita tenía una relación muy lejana con “el campo”. Una maceta de geranios en la ventana y una jaula con un jilguero en el patio de luces. Ahora, como mínimo, necesita un adosado con mini-parcela a 20 ó 30 kilómetros del centro, un 4x4 con el cual llega a los más remotos lugares (entre los que se encuentra su mini-parcela), y una colección en 20 tomos sobre especies protegidas (¡cuánto árbol sacrificado en aras de la salvación de la Naturaleza!). De esta forma, su gran simpatía por el medio ambiente le convierte en el máximo depredador de ese medio.
Habría que volver a las propuestas de Ortega para quien la técnica es la esencia del hombre. La lectura de su ensayo Meditación de la Técnica puede conducir a una visión distinta de las relaciones del hombre con la naturaleza. En realidad se trata de la transcripción de un curso que impartió en el año 1933 en la Universidad de verano de Santander (el año de la inauguración de sus célebres cursos de verano). El curso empieza así: "Sin la técnica el hombre no existiría ni habría existido nunca". Y más adelante afirma:
"La técnica es lo contrario de la adaptación del sujeto al medio, puesto que es la adaptación del medio al sujeto. Ya esto bastaría para hacernos sospechar que se trata de un movimiento en dirección inversa a todos los biológicos. Esta reacción contra su entorno, este no resignarse contentándose con lo que el mundo es, es lo específico del hombre. Por eso, aun estudiado zoológicamente, se reconoce su presencia cuando se encuentra la naturaleza deformada; por ejemplo, cuando se encuentran piedras labradas, con pulimento o sin él, es decir, utensilios. Un hombre sin técnica, es decir, sin reacción contra el medio, no es un hombre".
Por supuesto que este pensamiento, como muchos otros de Ortega tiene una carga polémica muy fuerte y precisaría de vivas discusiones. Ahí radica precisamente una de sus mayores virtudes. En cualquier caso esta visión habría que contraponerla directamente a la “falsa ecología” publicitaria. Quizás un análisis conjunto de ambas posturas ayudara a clarificar no pocos problemas que, en el fondo, sustentan posturas simplemente egoístas.
La esencia de lo urbano, hasta hace muy pocos años, ha consistido, sencillamente, en la deliberada separación de la Humanidad respecto a la Naturaleza para recluirse en ciudades. Es decir, en pequeños territorios limitados en los que imponía un orden diferente al natural y que podía, en mayor o menor medida, controlar. Y la esencia de lo humano, la técnica (y la ciudad como uno de los artilugios técnicos más elaborados) necesita del contraste con el medio natural para poder afirmarlo como tal. En el momento actual, con graves problemas para conseguir esta afirmación debido a la práctica desaparición de la Naturaleza, probablemente sea necesario reconsiderar la cuestión de los limites espaciales de la urbanización esperando que no sea demasiado tarde. En definitiva, como decía Cortázar al terminar el cuento de hoy, y de una forma un tanto brutal: Sí, Max Jacob tenía razón: los pollos, cocidos.
jueves, 18 de octubre de 2007
Años luz y años caracol
Leyendo a Cortázar (I)
Hoy voy a aligerar un poco el blog que está quedando demasiado académico. El pasado domingo, entre las dos y las tres, mientras corría unos kilómetros por el "sector tres" (el sitio de Getafe donde vivo que debe su nombre, no podía ser de otra manera, al correspondiente Plan General de Urbanismo), iba oyendo en “Radio tres” el programa “Tres en la carretera”. El hecho de que destaque el número tres se debe sencillamente a que, debido a la carga de música nostálgica que puso Isabel Ruíz en ese programa y a su insistencia machacona en repetir el número tres recordé a Víctor d’Ors que fue uno de los profesores más ¿? que tuve en la Escuela de Arquitectura. Sin lugar a dudas era un amante de las paradojas (y de otras muchas cosas) pero la relación de su recuerdo con el número tres se debe a su insistencia acerca de que dicho número era la base de la existencia humana. Y también de la divina, claro está: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Su libro Arquitectura y Humanismo (no estoy seguro que se pueda encontrar a la venta, la edición que tengo es de 1967) está dividido en tres escritos. En el escrito primero habla de los tres papeles de la forma. El segundo, sobre la enseñanza está dividido en tres partes: 1. Lo informativo, lo formativo y lo ejercitatorio. 2. Diálogo de las doce cañas de cerveza (múltiplo de tres). 3. El cultivo de la personalidad. En cambio el escrito tres está dividido en seis partes (múltiplo de tres). Aunque también puede suceder que todo sea una simple tomadura de pelo porque en la página 20 podemos leer (por fin he podido llegar a donde quería que no era otro sitio que a Torres Vedras):
Tantas veces he expuesto en nuestra querida Escuela a la irrisión las “moralejas” racionalistas, que no me resisto a quebrantarlas, hoy nuevamente, ante mis lectores. Cito de memoria unos versos, en su tiempo muy conocidos –creo que de Sinesio Delgado- y aparecidos en Blanco y Negro de la “belle époque”:
Habiendo sido alumno de Víctor d’Ors no me extrañaría nada que se hubiera inventado el último pareado (porque, además, inventado rima con pareado). En cualquier caso estoy seguro que estos versos nos influyeron a la mayoría de sus alumnos bastante más en el desarrollo de nuestras personalidades que las teorías estéticas de Max Bense, las propuestas futuristas del grupo Archigram, o las listas interminables de funciones que escribíamos con primor en una hoja de papel de croquis antes de empezar cualquier proyecto.
Bien, que me estoy desviando del tema (y mucho). El caso es que el programa de Radio 3 iba dedicado a Julio Cortázar y, aparte de descubrirme el significado de las Siete Hermanas (os dejo en la intriga para que lo averigüéis vosotros), me pareció que fue el propio autor quien contó qué eran eso de los “años caracol” para Lucas. Hacía ya mucho tiempo que no leía ninguno de los cuentos de Lucas (Un tal Lucas, 1979) y el reencuentro con el titulado “Lucas, sus largas marchas” me resultó impactante. Claro que también ayudó que en el programa incluyeran una de mis piezas de piano preferidas, la Gymnopédie nº 1 de Satie, que completó el panorama nostálgico de la mañana. Pensé que casi todos los pequeños cuentos de Lucas estaban todavía de absoluta actualidad y algunos, como éste, por sus connotaciones simbólicas, merecía la pena que los jóvenes lo conocieran. Claro, no es lo mismo escucharlo interpretado por una voz irónica y socarrona que leerlo en este blog pero bueno, ahí va:
"Todo el mundo sabe que la Tierra está separada de los otros astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que Margarita está separada de mí por una cantidad considerable de años caracol.
Al principio pensé que se trataba de años tortuga, pero he tenido que abandonar esa unidad de medida demasiado halagadora. Por poco que camine una tortuga, yo hubiera terminado por llegar a Margarita, pero en cambio Osvaldo, mi caracol preferido, no me deja la menor esperanza. Vaya a saber cuando se inició la marcha qué lo fue distanciando imperceptiblemente de mi zapato izquierdo, luego que lo hube orientado con extrema precisión hacia el rumbo que lo llevara a Margarita. Repleto de lechuga fresca, cuidado y atendido amorosamente, su primer avance fue promisorio, y me dije esperanzadamente que antes de que el pino del patio sobrepasara la altura del tejado, los plateados cuernos de Osvaldo entrarían en el campo visual de Margarita para llevarle mi mensaje simpático; entretanto, desde aquí podía ser feliz imaginando su alegría al verlo llegar, la agitación de sus trenzas y sus brazos.
Tal vez los años luz son todos iguales, pero no los años caracol, y Osvaldo ha cesado de merecer mi confianza. No es que se detenga, pues me ha sido posible verificar por su huella argentada que prosigue su marcha y que mantiene la buena dirección, aunque esto suponga para él subir y bajar incontables paredes o atravesar íntegramente una fábrica de fideos. Pero más me cuesta a mí comprobar esa meritoria exactitud, y dos veces he sido arrestado por guardianes enfurecidos a quienes he tenido que decir las peores mentiras puesto que la verdad me hubiera valido una lluvia de trompadas. Lo triste es que Margarita, sentada en su sillón de terciopelo rosa, me espera del otro lado de la ciudad. Si en vez de Osvaldo yo me hubiera servido de los años luz, ya tendríamos nietos; pero cuando se ama largo y dulcemente, cuando se quiere llegar al termino de una paulatina esperanza, es lógico que se elijan los años caracol. Es tan difícil, después de todo, decidir cuales son las ventajas y cuales los inconvenientes de estas opciones".
Podéis cambiar el nombre de Margarita por el sueño que os apetezca alcanzar y luego preguntaros si os interesa medir la distancia en “años luz” o en “años caracol”. Suerte con la elección pero lo ideal, claro, es que no lleguéis nunca a Margarita.
Si os ha gustado el cuento os recomiendo el resto (comprar un libro de vez en cuando no viene mal) porque pienso que el autor es uno de esos personajes geniales que aparecen muy pocas veces y del que merece la pena conocer algo más que Rayuela. Podéis encontrar el listado de obras de Cortázar aquí, por ejemplo (aunque hay muchos sitios donde hacerlo). Pero, en realidad, he traído este cuento de Lucas y el recuerdo del “químico alemán de Torres Vedrás” como preparación de la siguiente entrada, para que se entiendan claramente dos cosas: que el centro de la ironía mundial está en Orense y que el vivir diez años no Carballiño (Ourense) me ha marcado para siempre y que mi respeto por las moralejas racionalistas no está demasiado alejado del que sentía Victor d’Ors.
Hoy voy a aligerar un poco el blog que está quedando demasiado académico. El pasado domingo, entre las dos y las tres, mientras corría unos kilómetros por el "sector tres" (el sitio de Getafe donde vivo que debe su nombre, no podía ser de otra manera, al correspondiente Plan General de Urbanismo), iba oyendo en “Radio tres” el programa “Tres en la carretera”. El hecho de que destaque el número tres se debe sencillamente a que, debido a la carga de música nostálgica que puso Isabel Ruíz en ese programa y a su insistencia machacona en repetir el número tres recordé a Víctor d’Ors que fue uno de los profesores más ¿? que tuve en la Escuela de Arquitectura. Sin lugar a dudas era un amante de las paradojas (y de otras muchas cosas) pero la relación de su recuerdo con el número tres se debe a su insistencia acerca de que dicho número era la base de la existencia humana. Y también de la divina, claro está: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Osvaldo mirando al firmamento montaje, base Pizano
Su libro Arquitectura y Humanismo (no estoy seguro que se pueda encontrar a la venta, la edición que tengo es de 1967) está dividido en tres escritos. En el escrito primero habla de los tres papeles de la forma. El segundo, sobre la enseñanza está dividido en tres partes: 1. Lo informativo, lo formativo y lo ejercitatorio. 2. Diálogo de las doce cañas de cerveza (múltiplo de tres). 3. El cultivo de la personalidad. En cambio el escrito tres está dividido en seis partes (múltiplo de tres). Aunque también puede suceder que todo sea una simple tomadura de pelo porque en la página 20 podemos leer (por fin he podido llegar a donde quería que no era otro sitio que a Torres Vedras):
Tantas veces he expuesto en nuestra querida Escuela a la irrisión las “moralejas” racionalistas, que no me resisto a quebrantarlas, hoy nuevamente, ante mis lectores. Cito de memoria unos versos, en su tiempo muy conocidos –creo que de Sinesio Delgado- y aparecidos en Blanco y Negro de la “belle époque”:
Un químico alemán en Torres Vedras
fabricaba macarrones con las piedras;
luego, invirtiendo la operaciones
extraía piedras de los macarrones.
Total, que el químico alemán
deja las cosas idénticas que están.
Esto prueba que, el niño y el anciano,
conviene que se acuesten muy temprano.
fabricaba macarrones con las piedras;
luego, invirtiendo la operaciones
extraía piedras de los macarrones.
Total, que el químico alemán
deja las cosas idénticas que están.
Esto prueba que, el niño y el anciano,
conviene que se acuesten muy temprano.
Habiendo sido alumno de Víctor d’Ors no me extrañaría nada que se hubiera inventado el último pareado (porque, además, inventado rima con pareado). En cualquier caso estoy seguro que estos versos nos influyeron a la mayoría de sus alumnos bastante más en el desarrollo de nuestras personalidades que las teorías estéticas de Max Bense, las propuestas futuristas del grupo Archigram, o las listas interminables de funciones que escribíamos con primor en una hoja de papel de croquis antes de empezar cualquier proyecto.
Bien, que me estoy desviando del tema (y mucho). El caso es que el programa de Radio 3 iba dedicado a Julio Cortázar y, aparte de descubrirme el significado de las Siete Hermanas (os dejo en la intriga para que lo averigüéis vosotros), me pareció que fue el propio autor quien contó qué eran eso de los “años caracol” para Lucas. Hacía ya mucho tiempo que no leía ninguno de los cuentos de Lucas (Un tal Lucas, 1979) y el reencuentro con el titulado “Lucas, sus largas marchas” me resultó impactante. Claro que también ayudó que en el programa incluyeran una de mis piezas de piano preferidas, la Gymnopédie nº 1 de Satie, que completó el panorama nostálgico de la mañana. Pensé que casi todos los pequeños cuentos de Lucas estaban todavía de absoluta actualidad y algunos, como éste, por sus connotaciones simbólicas, merecía la pena que los jóvenes lo conocieran. Claro, no es lo mismo escucharlo interpretado por una voz irónica y socarrona que leerlo en este blog pero bueno, ahí va:
"Todo el mundo sabe que la Tierra está separada de los otros astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que Margarita está separada de mí por una cantidad considerable de años caracol.
Al principio pensé que se trataba de años tortuga, pero he tenido que abandonar esa unidad de medida demasiado halagadora. Por poco que camine una tortuga, yo hubiera terminado por llegar a Margarita, pero en cambio Osvaldo, mi caracol preferido, no me deja la menor esperanza. Vaya a saber cuando se inició la marcha qué lo fue distanciando imperceptiblemente de mi zapato izquierdo, luego que lo hube orientado con extrema precisión hacia el rumbo que lo llevara a Margarita. Repleto de lechuga fresca, cuidado y atendido amorosamente, su primer avance fue promisorio, y me dije esperanzadamente que antes de que el pino del patio sobrepasara la altura del tejado, los plateados cuernos de Osvaldo entrarían en el campo visual de Margarita para llevarle mi mensaje simpático; entretanto, desde aquí podía ser feliz imaginando su alegría al verlo llegar, la agitación de sus trenzas y sus brazos.
Tal vez los años luz son todos iguales, pero no los años caracol, y Osvaldo ha cesado de merecer mi confianza. No es que se detenga, pues me ha sido posible verificar por su huella argentada que prosigue su marcha y que mantiene la buena dirección, aunque esto suponga para él subir y bajar incontables paredes o atravesar íntegramente una fábrica de fideos. Pero más me cuesta a mí comprobar esa meritoria exactitud, y dos veces he sido arrestado por guardianes enfurecidos a quienes he tenido que decir las peores mentiras puesto que la verdad me hubiera valido una lluvia de trompadas. Lo triste es que Margarita, sentada en su sillón de terciopelo rosa, me espera del otro lado de la ciudad. Si en vez de Osvaldo yo me hubiera servido de los años luz, ya tendríamos nietos; pero cuando se ama largo y dulcemente, cuando se quiere llegar al termino de una paulatina esperanza, es lógico que se elijan los años caracol. Es tan difícil, después de todo, decidir cuales son las ventajas y cuales los inconvenientes de estas opciones".
Podéis cambiar el nombre de Margarita por el sueño que os apetezca alcanzar y luego preguntaros si os interesa medir la distancia en “años luz” o en “años caracol”. Suerte con la elección pero lo ideal, claro, es que no lleguéis nunca a Margarita.
Si os ha gustado el cuento os recomiendo el resto (comprar un libro de vez en cuando no viene mal) porque pienso que el autor es uno de esos personajes geniales que aparecen muy pocas veces y del que merece la pena conocer algo más que Rayuela. Podéis encontrar el listado de obras de Cortázar aquí, por ejemplo (aunque hay muchos sitios donde hacerlo). Pero, en realidad, he traído este cuento de Lucas y el recuerdo del “químico alemán de Torres Vedrás” como preparación de la siguiente entrada, para que se entiendan claramente dos cosas: que el centro de la ironía mundial está en Orense y que el vivir diez años no Carballiño (Ourense) me ha marcado para siempre y que mi respeto por las moralejas racionalistas no está demasiado alejado del que sentía Victor d’Ors.
domingo, 14 de octubre de 2007
La ciudad de las interfases
En buena parte del mundo desarrollado la forma de construir las ciudades y de organizar los territorios ha cambiado radicalmente en los últimos treinta años. El problema es que seguimos con los mismos instrumentos de planeamiento pensados para resolver la ciudad surgida de la Revolución Industrial, las mismas formas de organización administrativa para gestionarla que a principios del pasado siglo XX y una mentalidad planificadora que no es capaz de afrontar los retos actuales. Hace unos días se ha publicado el número 181 de la revista Arquitectos editada por el Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España donde he escrito un articulo que se llama “Buenas prácticas para un crecimiento urbano más sostenible”. Aunque el tema son las Buenas Prácticas he pensado adaptar una parte del texto para plantear la cuestión de lo que llamo la ciudad de las interfases porque se refiere a la parte del territorio en que, tanto la urbanización como la naturaleza (según las teorías de Forman y Godron) fluctúan entre ser tesela o ser matriz.
A pesar de muchas afirmaciones en contra, el planeamiento tradicional ha servido para conseguir mejores ciudades y territorios más eficientes (podría dedicar muchas páginas a escribir acerca su utilidad). Pero es que se enfrentaba a un tipo de urbanización específico para el que había conseguido crear instrumentos de intervención adecuados. Todavía hoy, en muchos lugares, este planeamiento está preparado para cumplir la misión que se le ha encomendado. Sin embargo este no es el caso de muchas de las nuevas áreas urbanizadas. Sobre todo de aquellas que se encuentran en zonas de interfase. Y, básicamente, en la interfase por antonomasia que es la periferia. Pero también en interfases de otro tipo como las vías de comunicación, las áreas comerciales o las grandes infraestructuras como los aeropuertos.
Ello es debido al hecho fundamental de que estas interfases se están convirtiendo de hecho en la mayor superficie del territorio urbanizado. Es así como la realidad del territorio ha superado las teorías sobre las relaciones entre áreas construidas y urbanizadas. La matriz de naturaleza y la matriz de urbanización con una pequeña interfase entre ambas, y enclaves de la otra matriz en cada una de ellas, están siendo sustituidas de forma acelerada por una gran matriz de urbanización difusa o de naturaleza antropizada (que de las dos formas se puede ver). Además esta matriz no se está produciendo de forma uniforme sino que las áreas principales son áreas de gradiente creciente o decreciente en relación a las infraestructuras.
Los intentos de control del territorio por el planeamiento se están produciendo en las grandes zonas del puzzle que todavía no están urbanizadas, de forma que la mayor parte de las propuestas son intervenciones que antropizan todavía más estos suelos con el significado obvio de aumentar la huella ecológica del conglomerado urbanizado. Esta, seguramente, es una consecuencia no deseada pero al urbanita le molestan las áreas no controladas al lado mismo de donde duerme, se divierte o trabaja.
Probablemente estos intentos no van por el camino adecuado porque vista la enorme extensión con que se está produciendo el fenómeno los intentos de controlar toda la interfase con los sistemas de planeamiento tradicionales son, simplemente, imposibles. Incluso, en algunos casos de grandes superficies que todavía podrían funcionar como áreas de naturaleza, claramente dañinos desde el punto de vista de la sostenibilidad del planeta.
La asimetría del territorio
Esta nueva organización (¿desorganización?) del territorio unida al problema planteado por los límites planetarios del crecimiento, hace que sea necesario un replanteamiento global del funcionamiento de las áreas urbanizadas que haga posible el mantenimiento de los equipamientos y servicios esenciales, tales como los de seguridad o comunicaciones. La cuestión de la movilidad, por ejemplo, es uno de los temas más obvios. Si hablamos (por ejemplo) del transporte, está más que comprobada la imposibilidad de mantener un transporte público rentable con las bajas densidades de las modernas periferias. Esto también pasa, claro, con una biblioteca. O una escuela (a menos que se haga recorrer a los niños largas distancias en autobuses). En cualquier caso aunque fuera posible para una sociedad, una ciudad o un país determinados, el planeta no lo puede soportar.
La evidente asimetría entre las áreas territoriales urbanizadas y naturales (a favor de estas últimas) se ha roto de forma clamorosa en los últimos años. Incluso desde el punto de vista legislativo. Así en la Ley del Suelo de 1956 todo el territorio español era rústico (el residual) mientras que en la de 1998 todo era urbanizable. El mantenimiento de esta asimetría a favor del medio natural resulta imprescindible desde el punto de vista de la sostenibilidad del planeta (he desarrollado esta cuestión junto con Javier Ruíz en el número 7 de la revista Urban). Habría que revisar las teorías tradicionales sobre equilibrios entre territorios, desarrollo de zonas deprimidas, etc., a la luz de los nuevos modelos, ahora de escala planetaria, que se empiezan a alumbrar. Probablemente determinados territorios no es bueno que se desarrollen nunca si por desarrollo se entiende antropización (o urbanización si este se lleva al límite). Al contrario, hay que empezar a considerar el territorio no como un espacio con vocación isotrópica en el sentido de que todo él tiene igual derecho a ser urbanizado, sino como un espacio que necesita de la asimetría en la relación urbanización-naturaleza para que ambas puedan subsistir armónicamente.
Esta asimetría, por supuesto que también debe referirse a las relaciones de movilidad. Es evidente que el derecho a la movilidad universal, en el sentido de que todo el territorio debe estar conectado con todo el territorio choca frontalmente con los territorios asimétricos. Un territorio asimétrico, desde una perspectiva de movilidad, es aquel con zonas de muy alta accesibilidad y zonas prácticamente inaccesibles. Es imprescindible la existencia de estas zonas de “no movilidad” por la sencilla razón que movilidad implica antropización y con todo el territorio antropizado no quedarán suficientes áreas de naturaleza que absorban la entropía creciente generada por el orden urbano. Además la movilidad total significa fragmentación del territorio. Y la fragmentación no afecta tan solo a las áreas de naturaleza sino también a las áreas urbanas (a la cuestión de los territorios fragmentados habría que dedicarle por lo menos otra entrada en el blog).
Respecto a las áreas de naturaleza cualquier ecólogo nos puede decir que determinados ecosistemas necesitan unos tamaños mínimos para ser viables y que, en muchos casos, tres áreas de treinta hectáreas no suman noventa hectáreas sino mucho menos (en algunos casos la suma es cero). De forma que las áreas de naturaleza residuales se convierten en relictos que no funcionan adecuadamente porque no sirven para equilibrar las áreas de urbanización.
Pero, además, está la fragmentación de las propias áreas urbanas que conduce directamente, como se puede comprobar de forma bastante sencilla, a la segregación social y la ineficiencia. Segregación que se manifiesta espacialmente en la especialización urbana de cada uno de los fragmentos y cuya máxima expresión son los barrios cerrados defendidos incluso por sus propios cuerpos de seguridad. E ineficiencia porque se necesitan tamaños mínimos de población que posibiliten infraestructuras y servicios rentables y porque la movilidad queda exclusivamente en manos del automóvil privado dejando de ser operativa la movilidad más sostenible, es decir, la movilidad peatonal. Hay que exigir que se pueda acceder a las cosas y a las personas pero esta exigencia en buena parte de los casos supone una determinada concentración de población con densidades, no sólo máximas, sino también mínimas. Pero esta ciudad fragmentada se está convirtiendo en el modelo casi exclusivo de las áreas de interfase, y la forma de vida que conlleva se va extendiendo en forma mimética a toda el área urbana, hasta el punto que los centros urbanos de la ciudad tradicional la están reproduciendo en la medida de lo posible (mediante áreas cerradas, segregación social, utilización masiva del automóvil, eliminación de la complejidad de usos, etc.).
Planificar en contextos de incertidumbre
Ante esta situación una estricta posición determinista y, sobre todo, los intentos de controlar el territorio y su forma hasta la última piedra siguiendo los cánones y valores predeterminados por el planeamiento, amplían las huellas ecológicas de los territorios de forma desmesurada, tendiendo a producir los cambios mediante catástrofes en lugar de hacerlo mediante un sistema selectivo. De cualquier forma los cambios probablemente sean imposibles de evitar, lo que sucede es que la capacidad de respuesta ante una forma u otra de producirse es muy diferente. Un cambio no controlado, como el que se está empezando a producir, va a tener unos costes y unos “efectos colaterales” muy superiores a los que tendría si fuéramos capaces de reconducirlo. La necesidad de trabajar en contextos de incertidumbre es ineludible y cambia radicalmente los usos tradicionales no solamente en materia de organización urbana y territorial, sino también en el proyecto arquitectónico y la obra civil.
Probablemente de estas nuevas áreas urbanizadas que se están creando en las interfases surgirá la ciudad nueva que ya se ve muy cercana. Esta ciudad tendrá que responder a los retos de este siglo XXI que son diferentes a los retos del siglo XX, del XIX o del XVIII. Todavía no sabemos cómo será, ni tan siquiera si se llamará ciudad, lo único que es seguro es que no será como la que se está construyendo en nuestras periferias actuales. Y no lo será porque esta ciudad es, básicamente, ineficiente y no podrá resistir el ajuste que se está produciendo ya en estos momentos.
También sabemos que no será como la ciudad tradicional, a pesar de los intentos, probablemente más románticos que realistas, de algunos nostálgicos del pasado, sencillamente porque esa ciudad respondía a las necesidades de las generaciones anteriores. La nueva sociedad de la globalización, de Internet, de los móviles, de la sostenibilidad, de las mezclas culturales, tendrá que hacer frente a la creación de “su” ciudad. Ello no quiere decir que la forma que adopte sea necesariamente distinta a la que conocemos. Pero, probablemente, si sea diferente la manera de utilizarla. El problema es que el momento en el que nos encontramos es un momento en el que el pasado no sirve y el futuro todavía no ha llegado. Es decir, es tiempo de crisis.
En estas condiciones, aquellos territorios que se organicen de forma que puedan cambiar rápidamente hacia soluciones más eficaces (es decir, que respondan a las necesidades actuales) y más eficientes (con el menor consumo para que el planeta lo pueda soportar) serán los más competitivos. Los que no tengan posibilidad de realizar esta transformación sufrirán la parte más importante del ajuste: sus actuaciones habrán sido malas, y las consecuencias, por desgracia, no afectarán tan sólo a sus promotores sino al conjunto del planeta y a las generaciones sucesivas.
Barcelona de noche desde el espacio magisstra
Señalar en la imagen para verla más grande
A pesar de muchas afirmaciones en contra, el planeamiento tradicional ha servido para conseguir mejores ciudades y territorios más eficientes (podría dedicar muchas páginas a escribir acerca su utilidad). Pero es que se enfrentaba a un tipo de urbanización específico para el que había conseguido crear instrumentos de intervención adecuados. Todavía hoy, en muchos lugares, este planeamiento está preparado para cumplir la misión que se le ha encomendado. Sin embargo este no es el caso de muchas de las nuevas áreas urbanizadas. Sobre todo de aquellas que se encuentran en zonas de interfase. Y, básicamente, en la interfase por antonomasia que es la periferia. Pero también en interfases de otro tipo como las vías de comunicación, las áreas comerciales o las grandes infraestructuras como los aeropuertos.
Ello es debido al hecho fundamental de que estas interfases se están convirtiendo de hecho en la mayor superficie del territorio urbanizado. Es así como la realidad del territorio ha superado las teorías sobre las relaciones entre áreas construidas y urbanizadas. La matriz de naturaleza y la matriz de urbanización con una pequeña interfase entre ambas, y enclaves de la otra matriz en cada una de ellas, están siendo sustituidas de forma acelerada por una gran matriz de urbanización difusa o de naturaleza antropizada (que de las dos formas se puede ver). Además esta matriz no se está produciendo de forma uniforme sino que las áreas principales son áreas de gradiente creciente o decreciente en relación a las infraestructuras.
El territorio fragmentado en la periferia de Madrid
Todas las imágenes están extraídas del articulo citado
Todas las imágenes están extraídas del articulo citado
Los intentos de control del territorio por el planeamiento se están produciendo en las grandes zonas del puzzle que todavía no están urbanizadas, de forma que la mayor parte de las propuestas son intervenciones que antropizan todavía más estos suelos con el significado obvio de aumentar la huella ecológica del conglomerado urbanizado. Esta, seguramente, es una consecuencia no deseada pero al urbanita le molestan las áreas no controladas al lado mismo de donde duerme, se divierte o trabaja.
Probablemente estos intentos no van por el camino adecuado porque vista la enorme extensión con que se está produciendo el fenómeno los intentos de controlar toda la interfase con los sistemas de planeamiento tradicionales son, simplemente, imposibles. Incluso, en algunos casos de grandes superficies que todavía podrían funcionar como áreas de naturaleza, claramente dañinos desde el punto de vista de la sostenibilidad del planeta.
La asimetría del territorio
Esta nueva organización (¿desorganización?) del territorio unida al problema planteado por los límites planetarios del crecimiento, hace que sea necesario un replanteamiento global del funcionamiento de las áreas urbanizadas que haga posible el mantenimiento de los equipamientos y servicios esenciales, tales como los de seguridad o comunicaciones. La cuestión de la movilidad, por ejemplo, es uno de los temas más obvios. Si hablamos (por ejemplo) del transporte, está más que comprobada la imposibilidad de mantener un transporte público rentable con las bajas densidades de las modernas periferias. Esto también pasa, claro, con una biblioteca. O una escuela (a menos que se haga recorrer a los niños largas distancias en autobuses). En cualquier caso aunque fuera posible para una sociedad, una ciudad o un país determinados, el planeta no lo puede soportar.
La evidente asimetría entre las áreas territoriales urbanizadas y naturales (a favor de estas últimas) se ha roto de forma clamorosa en los últimos años. Incluso desde el punto de vista legislativo. Así en la Ley del Suelo de 1956 todo el territorio español era rústico (el residual) mientras que en la de 1998 todo era urbanizable. El mantenimiento de esta asimetría a favor del medio natural resulta imprescindible desde el punto de vista de la sostenibilidad del planeta (he desarrollado esta cuestión junto con Javier Ruíz en el número 7 de la revista Urban). Habría que revisar las teorías tradicionales sobre equilibrios entre territorios, desarrollo de zonas deprimidas, etc., a la luz de los nuevos modelos, ahora de escala planetaria, que se empiezan a alumbrar. Probablemente determinados territorios no es bueno que se desarrollen nunca si por desarrollo se entiende antropización (o urbanización si este se lleva al límite). Al contrario, hay que empezar a considerar el territorio no como un espacio con vocación isotrópica en el sentido de que todo él tiene igual derecho a ser urbanizado, sino como un espacio que necesita de la asimetría en la relación urbanización-naturaleza para que ambas puedan subsistir armónicamente.
Esta asimetría, por supuesto que también debe referirse a las relaciones de movilidad. Es evidente que el derecho a la movilidad universal, en el sentido de que todo el territorio debe estar conectado con todo el territorio choca frontalmente con los territorios asimétricos. Un territorio asimétrico, desde una perspectiva de movilidad, es aquel con zonas de muy alta accesibilidad y zonas prácticamente inaccesibles. Es imprescindible la existencia de estas zonas de “no movilidad” por la sencilla razón que movilidad implica antropización y con todo el territorio antropizado no quedarán suficientes áreas de naturaleza que absorban la entropía creciente generada por el orden urbano. Además la movilidad total significa fragmentación del territorio. Y la fragmentación no afecta tan solo a las áreas de naturaleza sino también a las áreas urbanas (a la cuestión de los territorios fragmentados habría que dedicarle por lo menos otra entrada en el blog).
Respecto a las áreas de naturaleza cualquier ecólogo nos puede decir que determinados ecosistemas necesitan unos tamaños mínimos para ser viables y que, en muchos casos, tres áreas de treinta hectáreas no suman noventa hectáreas sino mucho menos (en algunos casos la suma es cero). De forma que las áreas de naturaleza residuales se convierten en relictos que no funcionan adecuadamente porque no sirven para equilibrar las áreas de urbanización.
Pero, además, está la fragmentación de las propias áreas urbanas que conduce directamente, como se puede comprobar de forma bastante sencilla, a la segregación social y la ineficiencia. Segregación que se manifiesta espacialmente en la especialización urbana de cada uno de los fragmentos y cuya máxima expresión son los barrios cerrados defendidos incluso por sus propios cuerpos de seguridad. E ineficiencia porque se necesitan tamaños mínimos de población que posibiliten infraestructuras y servicios rentables y porque la movilidad queda exclusivamente en manos del automóvil privado dejando de ser operativa la movilidad más sostenible, es decir, la movilidad peatonal. Hay que exigir que se pueda acceder a las cosas y a las personas pero esta exigencia en buena parte de los casos supone una determinada concentración de población con densidades, no sólo máximas, sino también mínimas. Pero esta ciudad fragmentada se está convirtiendo en el modelo casi exclusivo de las áreas de interfase, y la forma de vida que conlleva se va extendiendo en forma mimética a toda el área urbana, hasta el punto que los centros urbanos de la ciudad tradicional la están reproduciendo en la medida de lo posible (mediante áreas cerradas, segregación social, utilización masiva del automóvil, eliminación de la complejidad de usos, etc.).
Planificar en contextos de incertidumbre
Ante esta situación una estricta posición determinista y, sobre todo, los intentos de controlar el territorio y su forma hasta la última piedra siguiendo los cánones y valores predeterminados por el planeamiento, amplían las huellas ecológicas de los territorios de forma desmesurada, tendiendo a producir los cambios mediante catástrofes en lugar de hacerlo mediante un sistema selectivo. De cualquier forma los cambios probablemente sean imposibles de evitar, lo que sucede es que la capacidad de respuesta ante una forma u otra de producirse es muy diferente. Un cambio no controlado, como el que se está empezando a producir, va a tener unos costes y unos “efectos colaterales” muy superiores a los que tendría si fuéramos capaces de reconducirlo. La necesidad de trabajar en contextos de incertidumbre es ineludible y cambia radicalmente los usos tradicionales no solamente en materia de organización urbana y territorial, sino también en el proyecto arquitectónico y la obra civil.
Probablemente de estas nuevas áreas urbanizadas que se están creando en las interfases surgirá la ciudad nueva que ya se ve muy cercana. Esta ciudad tendrá que responder a los retos de este siglo XXI que son diferentes a los retos del siglo XX, del XIX o del XVIII. Todavía no sabemos cómo será, ni tan siquiera si se llamará ciudad, lo único que es seguro es que no será como la que se está construyendo en nuestras periferias actuales. Y no lo será porque esta ciudad es, básicamente, ineficiente y no podrá resistir el ajuste que se está produciendo ya en estos momentos.
También sabemos que no será como la ciudad tradicional, a pesar de los intentos, probablemente más románticos que realistas, de algunos nostálgicos del pasado, sencillamente porque esa ciudad respondía a las necesidades de las generaciones anteriores. La nueva sociedad de la globalización, de Internet, de los móviles, de la sostenibilidad, de las mezclas culturales, tendrá que hacer frente a la creación de “su” ciudad. Ello no quiere decir que la forma que adopte sea necesariamente distinta a la que conocemos. Pero, probablemente, si sea diferente la manera de utilizarla. El problema es que el momento en el que nos encontramos es un momento en el que el pasado no sirve y el futuro todavía no ha llegado. Es decir, es tiempo de crisis.
En estas condiciones, aquellos territorios que se organicen de forma que puedan cambiar rápidamente hacia soluciones más eficaces (es decir, que respondan a las necesidades actuales) y más eficientes (con el menor consumo para que el planeta lo pueda soportar) serán los más competitivos. Los que no tengan posibilidad de realizar esta transformación sufrirán la parte más importante del ajuste: sus actuaciones habrán sido malas, y las consecuencias, por desgracia, no afectarán tan sólo a sus promotores sino al conjunto del planeta y a las generaciones sucesivas.
martes, 9 de octubre de 2007
Manual de diseño urbano seguro
Ante los numerosos correos que he recibido mostrando interés por la entrada sobre "Espacios urbanos seguros" me he decidido a comentar un manual en castellano que lleva el mismo título y que pienso puede tener interés para los que se dedican al diseño urbano y se quieran iniciar en el tema. Existen bastantes publicaciones en inglés (aunque casi todas hay que comprarlas) pero casi ninguna en castellano. Este manual se puede obtener de forma gratuita en la Fundación chilena “Paz Ciudadana” (recomiendo que reviséis su sección de documentación en la que se pueden encontrar materiales bastante interesantes). Son cuatro archivos .pdf que se bajan conjuntamente en un .zip de 7,53 kb. El enlace directo está aquí. Han participado en su redacción además de la mencionada Fundación los Ministerios de Vivienda y Urbanismo, e Interior de Chile.
El manual está dividido en tres grandes apartados. El primero consiste simplemente en una introducción acompañada de unas nociones básicas de vocabulario. Para aquellos que no conozcan todavía mucho el tema resulta interesante analizar el funcionamiento de las relaciones entre las características ambientales de los espacios urbanos y la delincuencia, diferenciando dos elementos esenciales. Por una parte la prevención en sí del delito, y por otra la sensación de seguridad (la percepción del temor como se le llama en el manual). Independientemente que puedan disminuir directamente los llamados “delitos de oportunidad” con mejoras en el diseño urbano, se supone que una mayor sensación de seguridad ayuda a utilizar el espacio público con el consiguiente aumento de la vigilancia natural.
Las estrategias que se plantean son las siguientes: promover la vigilancia natural, fomentar el control natural de accesos, estimular la confianza y colaboración entre los vecinos, reforzar la identidad con el espacio público, diseñar y planificar barrios a una menor escala, fomentar la participación y responsabilidad de la comunidad, y administrar adecuadamente los espacios públicos.
Algunas de estas estrategias van claramente contra-corriente de las actuales tendencias sociales analizadas en el libro de Bauman comentado en una entrada anterior. Y este es un problema. Sobre todo porque la metodología CPTED está basada, esencialmente, en el aumento de la vigilancia natural y en el trabajo participativo, y ambas cosas dependen de lo que Bauman llama eduación para la civilidad, en clara regresión frente al auge de las soluciones individualistas o las basadas en nichos sociales.
El segundo capitulo se refiere a las recomendaciones de diseño propiamente dichas. Es la parte más importante de la publicación y está tratada en su mayor parte en forma gráfica incluyendo dibujos, fotografías y ejemplos de buenas y malas prácticas.
Es un apartado realmente interesante auque, lógicamente, los tejidos urbanos estudiados sólo se corresponden en parte con los existentes, por ejemplo, en las ciudades europeas. Pero su conocimiento y asimilación es una ayuda importante para cualquier proyectista. En la tercera parte se analiza la participación comunitaria analizando el proceso y estudiando ejemplos concretos. El manual termina con una serie de anexos con mucho interés desde el punto de vista metodológico (por ejemplo las Marchas Exploratorias de Seguridad adaptadas del METRAC) y con una bibliografía que pone el énfasis en el caso chileno.
El manual está dividido en tres grandes apartados. El primero consiste simplemente en una introducción acompañada de unas nociones básicas de vocabulario. Para aquellos que no conozcan todavía mucho el tema resulta interesante analizar el funcionamiento de las relaciones entre las características ambientales de los espacios urbanos y la delincuencia, diferenciando dos elementos esenciales. Por una parte la prevención en sí del delito, y por otra la sensación de seguridad (la percepción del temor como se le llama en el manual). Independientemente que puedan disminuir directamente los llamados “delitos de oportunidad” con mejoras en el diseño urbano, se supone que una mayor sensación de seguridad ayuda a utilizar el espacio público con el consiguiente aumento de la vigilancia natural.
Las estrategias que se plantean son las siguientes: promover la vigilancia natural, fomentar el control natural de accesos, estimular la confianza y colaboración entre los vecinos, reforzar la identidad con el espacio público, diseñar y planificar barrios a una menor escala, fomentar la participación y responsabilidad de la comunidad, y administrar adecuadamente los espacios públicos.
Algunas de estas estrategias van claramente contra-corriente de las actuales tendencias sociales analizadas en el libro de Bauman comentado en una entrada anterior. Y este es un problema. Sobre todo porque la metodología CPTED está basada, esencialmente, en el aumento de la vigilancia natural y en el trabajo participativo, y ambas cosas dependen de lo que Bauman llama eduación para la civilidad, en clara regresión frente al auge de las soluciones individualistas o las basadas en nichos sociales.
El segundo capitulo se refiere a las recomendaciones de diseño propiamente dichas. Es la parte más importante de la publicación y está tratada en su mayor parte en forma gráfica incluyendo dibujos, fotografías y ejemplos de buenas y malas prácticas.
Es un apartado realmente interesante auque, lógicamente, los tejidos urbanos estudiados sólo se corresponden en parte con los existentes, por ejemplo, en las ciudades europeas. Pero su conocimiento y asimilación es una ayuda importante para cualquier proyectista. En la tercera parte se analiza la participación comunitaria analizando el proceso y estudiando ejemplos concretos. El manual termina con una serie de anexos con mucho interés desde el punto de vista metodológico (por ejemplo las Marchas Exploratorias de Seguridad adaptadas del METRAC) y con una bibliografía que pone el énfasis en el caso chileno.
jueves, 4 de octubre de 2007
El paisaje, intervenciones artísticas no destructivas
Ya expliqué en la entrada sobre las Quintanas de Santiago que la mínima intervención paisajística en el territorio es no intervenir (!). Este poner el acento exclusivamente sobre la mirada tiene grandes ventajas, sobre todo en un momento como el actual que podríamos calificar como de incertidumbre. La forma más segura de planificar e intervenir en contextos de incertidumbre es conseguir que las actuaciones sean reversibles. Una intervención que no modifica el objeto es, en buena parte de los casos (no en aquellos en los que dicho objeto está sometido a un proceso de degradación) bastante interesante y, por supuesto, reversible. Desde un punto de vista artístico hay muchos ejemplos a lo largo de la historia, pero la mayoría tienen que ver con el hecho de pasear o de desplazarse siguiendo un recorrido programado o azaroso.
Desde la célebre visita dadaísta a la iglesia de Saint Julien-le-Pauvre el 14 de abril de 1921, pasando por la dérive psicogeográfica situacionista, o el viaje de Tony Smith acompañado de algunos estudiantes de la Cooper Union por una autopista en construcción en la periferia de Nueva York, el hecho artístico es capaz de poner el centro del interés en el sujeto por encima del objeto en sí, independizándose completamente de las servidumbres de la materia concreta.
Sin embargo, a veces, se pueden conseguir importantes efectos paisajísticos con montajes realmente mínimos. Probablemente habría que situar en primer lugar de la lista de artistas que realizan intervenciones no destructivas a Richard Long. Arte conceptual, minimalismo, land-art… Las etiquetas a veces nos impiden ver la simplicidad de las cosas. Probablemente sea sencilla de entender una actividad artística que consiste en caminar repetidamente a lo largo de una línea y luego fotografiar el resultado. Una propuesta como A Line Made by Walking (1967) se podría calificar como de intervención mínima y de alta reversibilidad en el territorio. Para algunos críticos de arte esta Línea hecha caminando (junto con el Cuadrado Negro de Malevich) constituye una de las propuestas más importantes del arte contemporáneo.
Reconozco mi filiación minimalista pero esta obra me emociona. Resume de manera magistral todo lo que significa el paisaje y el paisajismo. Y muchas más cosas, como el respeto por la naturaleza, la ética de lo efímero (muy alejada de la Arquitectura en sentido tradicional). Bueno, bien, la levedad del ser, claro. La huella, la ausencia. En realidad no es más que una dirección que termina en unos árboles marcada por la huella de alguien ausente. Pero una dirección que se borrará cuando la hierba se levante desapareciendo todo rastro de su existencia.
Richard Long dibujó más líneas parecidas en multitud de territorios diferentes. En Inglaterra en 1968 (dos líneas que se cruzan), en Perú en 1972, en Japón en 1979, en Bolivia (dos líneas paralelas) en 1981, en el Sahara en 1988, en Sudáfrica en el 2004…
Claro que Richard Long no produce tan sólo líneas que conducen a ninguna parte, de forma que recomiendo una visita a su página web. Pero hoy quería simplemente mostrar las líneas porque pretendía relacionarlo con Walter de María. Walter de María es mundialmente conocido por su campo de relámpagos en Nuevo México, una obra que realizó entre 1974 y 1977.
Pero, en realidad, lo traigo aquí para comentar una de sus más tempranas intervenciones en el paisaje, menos destructiva y más leve. Se trata de One Mile Long Drawing realizada en 1968, un año después que la línea hecha caminando de Long, y consiste en dos líneas paralelas separadas unos 3 metros y medio (12 pies) que se extienden a lo largo de una milla atravesando el desierto de Mojave en California.
Esta obra es también una intervención temporal. Existe básicamente como fotografía documentada con escritos y dibujos. A pesar de estar realizada en 1968 el proyecto era de 1962 (se llamaba Walls in the Desert) y no consistía en el simple dibujo de dos líneas en el suelo sino que era más contundente: dos muros paralelos también de una milla de longitud. Como en el caso de Long, la intervención sobre el objeto incluso en el caso de las dos líneas dibujadas sobre el suelo (y no digamos para el caso de los muros) es mínima pero existe. No sólo se manipula la percepción del sujeto como en el caso de los dadaístas o del ejemplo de las Quintanas de Santiago, sino también se introducen cambios en el objeto. Pero estos cambios son altamente reversibles y tienen fecha de caducidad.
Estas intervenciones podríamos calificarlas de respetuosas con el medio. En general, los artistas que, de una u otra forma se relacionan con el territorio, o se nutren creativamente de él, como el caso de Miguel Ángel Blanco respecto a la Sierra de Madrid, no plantean problemas desde el punto de vista ecológico sino al contrario.
Suelen convertirse en los mayores defensores de su conservación y superviviencia. En momentos como los actuales, con graves problemas para mantener nuestros territorios con grados de naturalidad aceptables, es bueno tender hacia intervenciones de este tipo: reversibles, transitorias, poco costosas y con gran capacidad para emocionar al observador.
Quizás los artistas que se pueden considerar como paradigmáticos de las instalaciones reversibles son Christo y Jeanne-Claude. Además, su obra se inscribe tanto en paisajes urbanos como en otros menos antropizados. Siguiendo con el tema de las líneas dibujadas en el suelo me gustaría referirme al proyecto que presentaron en Boston en el año 1971 titulado Envolviendo Paseos y que, por fin, consiguieron hacer realidad en el año 1978 cuando envolvieron en tela roja los recorridos del Loose Memorial Park en Kansas (Missouri).
En realidad, la práctica totalidad de las intervenciones de Christo y Jeanne-Claude (si exceptuamos los efectos colaterales) son no destructivas. Para la posteridad quedan los dibujos, las fotos, los vídeos y las narraciones. Dejo simplemente en el aire (espero tener algún día tiempo para desarrollar un tema que me parece interesante) la duda de si el objeto de la actividad artística es la intervención en sí o, precisamente, los planos, fotos, etc. Walter de María se manifestó ya alguna vez, al referirse a las fotografías de su campo de relámpagos, que está obra era para experimentarla in situ y no para verla en fotografía. En cambio, en One Mile Long Drawing y, sobre todo, en Two Lines, Three Circles on the Desert (que, en realidad es un vídeo rodado en el desierto de Mojave y que consiste en ver como Walter de María se aleja de la cámara siguiendo una línea recta mientras ésta gira tres veces sobre sí misma) está claro que el objetivo es la foto o la filmación.
Para terminar querría dejar simplemente las imágenes del Bosque de Oma, situado en la reserva de la biosfera de Urdaibai del artista vasco Agustín Ibarrola. La obra es de los años 80 del pasado siglo veinte y me recuerda mucho las pinturas que adornan los cuerpos de los habitantes de algunas tribus primitivas.
El pintar sobre un ser vivo sometido al ciclo de nacer, crecer y morir, representa también lo transitorio, lo efímero. Los árboles mudan de piel, se les cae la corteza, envejecen, mueren, desaparecen. Estos árboles pintados, casi como guerreros preparándose para salir a combatir, tienen la grandeza de lo que no ha de sobrevivir. Como decía Blas de Otero en Ancia (¡qué necesitados estamos de poetas!):
Viva una experiencia psicogeográfica con su iPhone popudcity
Desde la célebre visita dadaísta a la iglesia de Saint Julien-le-Pauvre el 14 de abril de 1921, pasando por la dérive psicogeográfica situacionista, o el viaje de Tony Smith acompañado de algunos estudiantes de la Cooper Union por una autopista en construcción en la periferia de Nueva York, el hecho artístico es capaz de poner el centro del interés en el sujeto por encima del objeto en sí, independizándose completamente de las servidumbres de la materia concreta.
Sin embargo, a veces, se pueden conseguir importantes efectos paisajísticos con montajes realmente mínimos. Probablemente habría que situar en primer lugar de la lista de artistas que realizan intervenciones no destructivas a Richard Long. Arte conceptual, minimalismo, land-art… Las etiquetas a veces nos impiden ver la simplicidad de las cosas. Probablemente sea sencilla de entender una actividad artística que consiste en caminar repetidamente a lo largo de una línea y luego fotografiar el resultado. Una propuesta como A Line Made by Walking (1967) se podría calificar como de intervención mínima y de alta reversibilidad en el territorio. Para algunos críticos de arte esta Línea hecha caminando (junto con el Cuadrado Negro de Malevich) constituye una de las propuestas más importantes del arte contemporáneo.
Reconozco mi filiación minimalista pero esta obra me emociona. Resume de manera magistral todo lo que significa el paisaje y el paisajismo. Y muchas más cosas, como el respeto por la naturaleza, la ética de lo efímero (muy alejada de la Arquitectura en sentido tradicional). Bueno, bien, la levedad del ser, claro. La huella, la ausencia. En realidad no es más que una dirección que termina en unos árboles marcada por la huella de alguien ausente. Pero una dirección que se borrará cuando la hierba se levante desapareciendo todo rastro de su existencia.
Richard Long dibujó más líneas parecidas en multitud de territorios diferentes. En Inglaterra en 1968 (dos líneas que se cruzan), en Perú en 1972, en Japón en 1979, en Bolivia (dos líneas paralelas) en 1981, en el Sahara en 1988, en Sudáfrica en el 2004…
Claro que Richard Long no produce tan sólo líneas que conducen a ninguna parte, de forma que recomiendo una visita a su página web. Pero hoy quería simplemente mostrar las líneas porque pretendía relacionarlo con Walter de María. Walter de María es mundialmente conocido por su campo de relámpagos en Nuevo México, una obra que realizó entre 1974 y 1977.
Pero, en realidad, lo traigo aquí para comentar una de sus más tempranas intervenciones en el paisaje, menos destructiva y más leve. Se trata de One Mile Long Drawing realizada en 1968, un año después que la línea hecha caminando de Long, y consiste en dos líneas paralelas separadas unos 3 metros y medio (12 pies) que se extienden a lo largo de una milla atravesando el desierto de Mojave en California.
Esta obra es también una intervención temporal. Existe básicamente como fotografía documentada con escritos y dibujos. A pesar de estar realizada en 1968 el proyecto era de 1962 (se llamaba Walls in the Desert) y no consistía en el simple dibujo de dos líneas en el suelo sino que era más contundente: dos muros paralelos también de una milla de longitud. Como en el caso de Long, la intervención sobre el objeto incluso en el caso de las dos líneas dibujadas sobre el suelo (y no digamos para el caso de los muros) es mínima pero existe. No sólo se manipula la percepción del sujeto como en el caso de los dadaístas o del ejemplo de las Quintanas de Santiago, sino también se introducen cambios en el objeto. Pero estos cambios son altamente reversibles y tienen fecha de caducidad.
Estas intervenciones podríamos calificarlas de respetuosas con el medio. En general, los artistas que, de una u otra forma se relacionan con el territorio, o se nutren creativamente de él, como el caso de Miguel Ángel Blanco respecto a la Sierra de Madrid, no plantean problemas desde el punto de vista ecológico sino al contrario.
Suelen convertirse en los mayores defensores de su conservación y superviviencia. En momentos como los actuales, con graves problemas para mantener nuestros territorios con grados de naturalidad aceptables, es bueno tender hacia intervenciones de este tipo: reversibles, transitorias, poco costosas y con gran capacidad para emocionar al observador.
Quizás los artistas que se pueden considerar como paradigmáticos de las instalaciones reversibles son Christo y Jeanne-Claude. Además, su obra se inscribe tanto en paisajes urbanos como en otros menos antropizados. Siguiendo con el tema de las líneas dibujadas en el suelo me gustaría referirme al proyecto que presentaron en Boston en el año 1971 titulado Envolviendo Paseos y que, por fin, consiguieron hacer realidad en el año 1978 cuando envolvieron en tela roja los recorridos del Loose Memorial Park en Kansas (Missouri).
En realidad, la práctica totalidad de las intervenciones de Christo y Jeanne-Claude (si exceptuamos los efectos colaterales) son no destructivas. Para la posteridad quedan los dibujos, las fotos, los vídeos y las narraciones. Dejo simplemente en el aire (espero tener algún día tiempo para desarrollar un tema que me parece interesante) la duda de si el objeto de la actividad artística es la intervención en sí o, precisamente, los planos, fotos, etc. Walter de María se manifestó ya alguna vez, al referirse a las fotografías de su campo de relámpagos, que está obra era para experimentarla in situ y no para verla en fotografía. En cambio, en One Mile Long Drawing y, sobre todo, en Two Lines, Three Circles on the Desert (que, en realidad es un vídeo rodado en el desierto de Mojave y que consiste en ver como Walter de María se aleja de la cámara siguiendo una línea recta mientras ésta gira tres veces sobre sí misma) está claro que el objetivo es la foto o la filmación.
Para terminar querría dejar simplemente las imágenes del Bosque de Oma, situado en la reserva de la biosfera de Urdaibai del artista vasco Agustín Ibarrola. La obra es de los años 80 del pasado siglo veinte y me recuerda mucho las pinturas que adornan los cuerpos de los habitantes de algunas tribus primitivas.
El pintar sobre un ser vivo sometido al ciclo de nacer, crecer y morir, representa también lo transitorio, lo efímero. Los árboles mudan de piel, se les cae la corteza, envejecen, mueren, desaparecen. Estos árboles pintados, casi como guerreros preparándose para salir a combatir, tienen la grandeza de lo que no ha de sobrevivir. Como decía Blas de Otero en Ancia (¡qué necesitados estamos de poetas!):
De tierra y mar, de fuego y sombra pura,
esta rosa redonda, reclinada
en el espacio, rosa volteada
por la manos de Dios, ¡cómo procura
sostenernos en pie y en hermosura
de cielo abierto, oh inmortalizada
luz de la muerte hiriendo nuestra nada!
La Tierra: girasol; poma madura.
Pero viene un mal viento, un golpe frío
de las manos de Dios, y nos derriba.
Y el hombre, que era un árbol, ya es un río.
Un río echado, sin rumor, vacío,
mientras la Tierra sigue a la deriva
oh Capitán oh Capitán, ¡Dios mío!
esta rosa redonda, reclinada
en el espacio, rosa volteada
por la manos de Dios, ¡cómo procura
sostenernos en pie y en hermosura
de cielo abierto, oh inmortalizada
luz de la muerte hiriendo nuestra nada!
La Tierra: girasol; poma madura.
Pero viene un mal viento, un golpe frío
de las manos de Dios, y nos derriba.
Y el hombre, que era un árbol, ya es un río.
Un río echado, sin rumor, vacío,
mientras la Tierra sigue a la deriva
oh Capitán oh Capitán, ¡Dios mío!
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