Hoy voy a comentar uno de los trabajos que realizó este semestre un equipo de alumnos y alumnas de la asignatura de Paisaje y Territorio que imparto en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Claro que esta vez, excepto unos días al comienzo y el de la presentación final, no pude asistir a la mayor parte de las clases debido a mis problemas de salud. En mi lugar se encargó de la asignatura Ester Higueras, profesora Titular del Departamento que ha colaborado conmigo en numerosas ocasiones. Quizás por ello me siento libre de poder dedicar más espacio en el blog a contar algunos de los proyectos presentados. Hoy sólo voy a referirme a uno de ellos, el llamado por sus autores “Guadalix desconocido” y en un próximo día lo haré con dos o tres más. El equipo estaba compuesto por: Diana Ávalos, José Esteban, Ana María García, Nadia Mateo y José Ramón Yáñez. Como siempre, los trabajos que comento no son necesariamente los que han obtenido la nota académica más alta sino aquellos que se adaptan mejor al formato y finalidad del blog. Todas las imágenes están sacadas del proyecto y pertenecen a sus redactores.
Aunque ya lo he mencionado alguna otra vez, en esta asignatura seguimos una metodología de trabajo algo peculiar que resulta imprescindible explicar previamente. Se trata de que el equipo (siempre se trabaja en equipo) proponga algún tipo de atracción turística sobre un territorio que, previamente, ha seleccionado. Casi el único requisito es que el proyecto beneficie al pueblo más cercano a dicha actuación. Una vez planteada la propuesta, y sólo entonces, pasamos a la segunda fase: analizar el paisaje. El equipo se olvida de su proyecto y estudia las unidades de paisaje valorándolas y determinando su fragilidad. Cuando ya ha entendido el lugar al que se enfrenta retoma su proyecto e intenta determinar de qué forma modifica los rasgos esenciales del mismo. El resultado: la mayoría de las veces resulta necesario modificar el proyecto para adaptarlo (si es posible) a las características del paisaje introduciendo medidas correctoras. Como se observa seguimos el camino inverso al habitual ya que primero se suele estudiar el territorio y luego proponer una actuación en el mismo considerando sus rasgos esenciales. Lo hacemos así con objeto de que los estudiantes comprendan claramente la barbaridad que supone, en la mayoría de los casos, una intervención sin analizar en profundidad el sitio. Muchas veces es necesario cambiar enteramente el proyecto inicial con la carga suplementaria de trabajo que supone. El equipo no olvidará fácilmente la necesidad de proceder adecuadamente. Normalmente en el blog sólo expongo la actuación final resultante de todo el proceso.
El proyecto que voy a comentar hoy se desarrolla en “los alrededores naturales del embalse de Pedrezuelas, dentro del entorno de Guadalix de la Sierra y adyacente a dicha localidad; todo ello dentro de la Sierra de Madrid. Será en uno de los márgenes del embalse, donde se sitúa una pequeña capilla y al cual se tiene fácil acceso desde el pueblo, caracterizado por una lámina horizontal de agua, con un acceso fácil hasta el borde mismo del agua, un camino de acceso y gran variedad de sendas y rutas naturales ya existentes.” La población está situada a 50 km de la capital. Algunos datos extraídos de la memoria: “Ubicación: 40° 47′ N 3° 41′ O; Altitud: 832 m; Superficie: 61 km²; Población: 5.347 hab. (INE 2007); Densidad: 87,66 hab./km².”
En realidad, lo que importa de este proyecto no es tanto la actuación en sí (que no es más que un sendero a las orillas del embalse) sino la forma polémica de “vender” el sitio mediante un montaje basado en la supuesta existencia de fenómenos paranormales en la zona. Hace más o menos un mes, el 30 de noviembre, Federico García Barba en su blog “Islas y Territorio” (cuya lectura he recomendado muchas veces) publicaba un artículo titulado “La arquitectura ¿una especialidad del marketing?” El titulo es bastante elocuente de su contenido y está directamente relacionado con lo que diré a continuación (yo siempre he entendido la arquitectura ligada directamente al urbanismo y, por supuesto, al territorio). Quizás ahora se pueda comprender mejor la mini-polémica organizada en los comentarios y el porque no tuve más remedio que participar en ella, ya que mi postura al respecto está directamente relacionada con lo que voy a contar en este articulo. Claro, sin conocer la existencia del trabajo que estaba realizando el equipo de “Guadalix desconocido” y sus implicaciones éticas y sociales, probablemente no se entiendan muy bien los comentarios que hice en el blog de Federico (me refiero a lo sustancial no a los elementos anecdóticos). Espero que, al terminar esta entrada, mi postura quede suficientemente clara para cualquiera que la lea.
Para que no se me acuse de tergiversar voy a reproducir textualmente la propuesta del proyecto extraída de la memoria: “Nuestra intervención está planeada principalmente sobre la opción de condicionar, orientar y manipular la voluntad del turista a la hora de elegir el entorno “Guadalix desconocido” como su lugar elegido para experimentar aquello que su ya sugestionada voluntad pretende encontrar. Asimismo pretendemos con ello generar experiencias más allá de la simple contemplación natural, un vivir la naturaleza, un disfrutar de un paisaje misterioso, plagado de descubrimientos asombrosos que ya no generarán paz recogimiento, sino una sensación emocional de cierta intranquilidad, incertidumbre, incluso miedo; porque es, al final lo que han venido a visitar.”
Dicho y hecho. En el apartado de “making off” se relatan lo que llaman sus happenings. El equipo se desplaza por la noche al sitio provisto de lámparas led, pilas, precintos, globos, una bombona de helio, cuerda de sedal y cámaras fotográficas. El proceso fue el siguiente: “Se coloca la pila en el led, adecuando los polos positivo y negativo, a continuación se procede a precintar el conjunto para fijarlo e impermeabilizarlo dejando la bombilla libre. Y una vez obtenida la base de la iluminación, introducimos el conjunto en un globo como si fuese una bolsa… Para inflar los globos de helio, se coloca la apertura en la boquilla de la bombona, presionamos para que el helio acceda al interior y le hacemos un nudo para que quede todo dentro… Lo hallado hasta ahora, es un globo con la facultad de elevarse en el aire con una iluminación interna. Para tener el globo bajo control, se utiliza la cuerda de sedal atando un cabo al nudo del globo y el otro cabo a los arbustos de la zona. De esta manera conseguimos obtener una luz difusa flotando en el aire… En este último paso, el objeto requerido es la cámara de fotos. Se programa en el modo nocturno y tiempo de exposición máximo, se apunta hacia las luces flotantes y se presiona el botón de la cámara para capturar las imágenes obtenidas.”
Bueno, bueno. Ya tenemos el engaño funcionando. Se supone que “algo” está pasando en ese lugar porque se ven extrañas luces, etc. Independientemente de lo bien que se lo ha debido de pasar el equipo realizando “su milagro” particular la carga polémica que plantea la actuación es notable. Porque, a continuación abren un blog llamado “Guadalix desconocido”, cuelgan vídeos en Youtube, fotos en Flicker y participan en foros relacionados con lo paranormal y misterioso para llamar la atención sobre lo que está pasando en Guadalix. Dice el equipo en la memoria del proyecto: “Un nuevo concepto extendido cada vez más y en uso cada vez más frecuente por empresas de publicidad y grandes corporaciones: el marketing viral o la publicidad viral son términos empleados para referirse a las técnicas de marketing que intentan explotar redes sociales ya preexistentes para producir incrementos exponenciales en “conocimiento de marca” (Brad Awareness), mediante procesos de autorreplicación viral análogos a la expansión de un virus informático. Se suele basar en el boca a boca mediante medios electrónicos; usa el efecto de “red social” creado por Internet y los modernos servicios de telefonía móvil para llegar a una gran cantidad de personas rápidamente. La popularidad creciente del marketing viral se debe a la facilidad de ejecución de la campaña, su coste relativamente bajo (comparado con campañas de correo directo), buen “targeting” y una tasa de respuesta alta y elevada. La principal ventaja de esta forma de marketing consiste en su capacidad de conseguir una gran cantidad de posibles clientes interesados, a un bajo costo.”
Por supuesto que este planteamiento está sustentado en una base teórica mencionada en el trabajo, en la que el equipo destaca dos publicaciones. La primera es un texto clásico: “La psicología de las masas” del francés Gustave Le Bon publicada en 1895. La segunda, más divulgativa, se titula “Marketing viral” de la que es autora Silvia Sivera Bello profesora de Ciencias de la Información y Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya.
Nos encontramos ante una propuesta polémica, en cierta medida radical, que traspasa el límite de lo “políticamente correcto” para adentrarse en las complicadas aguas de la ética. Y no me estoy refiriendo a la posibilidad de utilizar el marketing (sea viral o no) para difundir una cierta cualidad o propiedad del territorio sino, directamente, para engañar mediante un “montaje” basado en una propiedad inexistente del mismo. Y la cuestión no se circunscribe exclusivamente a determinadas actuaciones turísticas, incluso aunque no sean tan descaradas como la que propone el equipo de “Guadalix desconocido”. Todos los que nos dedicamos de una u otra forma al estudio del territorio sabemos que existe un problema metodológico casi irresoluble en la agregación de datos estadísticos georreferenciados, el de la llamada “unidad espacial modificable”, que nos permite “ver” el territorio (en la mayor parte de los casos) a gusto del consumidor sin traspasar, aparentemente, los estrechos límites de la verdad. Esto se hace de dos formas: modificando la escala del análisis o variando los límites de las áreas de agregación. Se podría decir que variando oportunamente estos dos factores (y con un SIG) podríamos obtener “objetivamente” territorios muy distintos respecto a determinadas variables. Literalmente nos inventamos los territorios. Y si esto se puede hacer “objetivamente” ¡qué no se conseguirá cuando se trabaja con elementos subjetivos como las emociones, el miedo o el misterio!
En los primeros días de curso cuando el equipo me planteó lo que tenía en mente estuve a punto de decirles que abandonaran, que caminar sobre la delgada línea que separa el “montaje sobre nada” del “montaje para colorear o destacar determinado elemento existente” (pero muchas veces soterrado) en ese territorio o en esa cultura, es complicado. Pero luego lo pensé mejor y decidí animarles a que lo hicieran. Las posibilidades de confrontación que imaginaba en el proyecto y el interés que, probablemente, iba a suscitar superaban ampliamente los peligros que veía. Luego las cosas se torcieron y no pude seguir con la tutela del proyecto. En la exposición final, a la que sí pude asistir, el equipo destacó que, a pesar de sus reducidos y rudimentarios medios, la “propagación viral” había sido un éxito. Por desgracia toda la discusión se centró en esta cuestión (por otra parte de gran interés) y no en la ética de un montaje basado en una mentira. La verdad es que no hubo casi tiempo para hacerlo y por eso he traído hoy aquí este tema.
Al empezar a escribir he recordado una anécdota que nos contó Antonio Elizalde este verano en Chile. Un pueblo de Latinoamérica (no voy a decir ni tan siquiera el país y maquillaré un poco la historia para que no se reconozca) iba consiguiendo salir de la pobreza gracias a un territorio extraordinario y al turismo. Pero resulta que hicieron una autopista que lo dejaba prácticamente incomunicado. Los turistas dejaron de ir debido a la incomodidad que suponía el acceso y el incipiente desarrollo empezó a caer en picado. Entonces “alguien” decidió convertir al tonto del pueblo en un santo. La cosa funcionó porque la gente empezó a considerar al pueblo como objetivo a visitar (en realidad iban a ver al santo que pronto empezó a hacer milagros) y aquello remontó. Ante la afluencia de gente las autoridades no tuvieron más remedio que hacer accesos adecuados y el turismo basado en el territorio (no en el santo) empezó a recuperarse. Todo absolutamente verídico excepto algunos detalles que he cambiado. La historia no es exacta a la del “Guadalix desconocido” pero ambas se basan en un montaje falso.
Cuando intento hacer comprender a mis alumnos que la intervención sobre el territorio puede ser estrictamente mental sin mover un árbol o una piedra siempre parto del hecho de considerar que dicha intervención necesita de una base real que, de alguna forma, se destaca, se enmarca, se colorea mediante una forma de ver distinta. En realidad eso es lo que hace el artista, decirle al común de los mortales: esta piedra también se puede ver de esta forma y al hacerlo así me produce una emoción especial que espero también te la produzca a ti. El engaño no existe ya que la piedra existe y la emoción que le produce al artista también (se supone). El que luego, a los demás, también nos produzca esa emoción se puede deber a muchas cosas: empatía con el artista, mimetismo social, sugestión publicitaria, emoción verdadera, etc. El siguiente paso es, sencillamente, quitar la piedra. Ahora sólo está el lugar y la historia del artista. Es el caso de tanto sitios que se visitan porque se trata de lugares donde se desarrolla la acción de una novela o de una película. La emoción no está en el sitio sino en la novela o la película. Y ese sitio nunca sería objeto de atención sino existiera esa historia inventada. Hasta aquí nada parece rechinar. El último paso consiste en decir que allí existe una piedra aunque, en realidad, no haya ninguna piedra. Es el caso de “Guadalix desconocido” o la historia de Antonio Elizalde. Parece que aquí si se ha traspasado un límite. Que éticamente sea más o menos reprobable dependerá de la ética de cada uno, de la finalidad que se persiga y de la magnitud del engaño. Para algunos de nosotros, sea cual sea la finalidad que se persiga y la magnitud del engaño, se trata siempre de una actuación inadecuada.
La diferencia, a veces demasiado sutil, entre destacar valores (ya existentes o creados) o inventárselos, la traspasan demasiadas veces las técnicas publicitarias y de marketing sea para vender una ciudad, un edificio, un cepillo de dientes, o un lugar turístico. Pienso que el trabajo que he comentado hoy, independientemente de otros aspectos académicos cuyo análisis correspondería a Ester Higueras, tiene la virtud de poner sobre la mesa un problema que se va agudizando cada vez más en nuestra sociedad: una tendencia imparable a confundir los hechos reales con fantasías. Una prueba evidente de que el síndrome de Peter Pan no afecta ya solamente a nuestra juventud (que va retrasando año tras año el tránsito de la adolescencia a la madurez) sino a la sociedad entera que no está dispuesta a reconocer los verdaderos problemas a los que ha de enfrentarse (cambio climático, consumismo, etc.) y que se distrae con banalidades propias de la fantasía social. Y es que las técnicas de manipulación de la realidad han llegado a tal sofisticación que, muchas veces, es complicado discernir si mis emociones son verdaderamente mías o corresponden a decisiones tomadas en lejanos despachos de psicólogos y publicistas.
Aquella frase que el equipo de “Guadalix desconocido” no ha tenido ningún problema en escribir en la memoria del trabajo (“Nuestra intervención está planeada principalmente sobre la opción de condicionar, orientar y manipular la voluntad del turista…”) no siempre se reconoce con igual sinceridad en otras instancias. Espero que ahora se entienda algo más mi preocupación porque los alumnos puedan llegar a deducir que todo vale. En cualquier caso considero la experiencia interesante y no solo por lo que se haya podido divertir el equipo sino porque, probablemente, la mejor forma de estar prevenido ante las manipulaciones es haber manipulado previamente. Eso sí, de forma experimental, en un contexto académico y siendo conscientes de su significado.
sábado, 27 de diciembre de 2008
domingo, 14 de diciembre de 2008
Ecocity, manual para el diseño de ecociudades
El pasado día 2 de diciembre, en el marco de CONAMA se celebró la presentación del libro Proyecto ECOCITY, Manual para el diseño de ecociudades en Europa. Por desgracia, dada mi situación médica no pude asistir. Sin embargo, Carlos Verdaguer (uno de los redactores) tuvo la amabilidad de enviarme el libro. Como entiendo que tiene muchos elementos de interés he pensado que sería buena idea realizar algunos comentarios al respecto. Las ilustraciones que van sin referenciar están extraídas del libro o de la presentación de Carlos en el CONAMA.
Físicamente el libro se compone de dos volúmenes. El primero llamado “La ecociudad: un lugar mejor para vivir” y el segundo “La ecociudad: cómo hacerla realidad”. Aunque desde mi punto de vista tiene mucho más interés el segundo volumen que el primero voy a ser ordenado (por una vez y sin que sirva de precedente) y empezaré por el principio. El origen de todo fue un proyecto patrocinado por la Dirección General de Investigación de la Comisión Europea incardinado en el Quinto Programa Marco y titulado “Proyecto ECOCITY: Desarrollo urbano de estructuras adecuadas para el transporte sostenible (2002-2005)”. Como se puede deducir por el título, en principio el proyecto estaba encaminado a estudiar la relación entre estructura urbana y transporte sostenible. Digo “en principio” porque, como se puede leer en la propia introducción, este objetivo original se volvió mucho más ambicioso. Sin embargo, lógicamente, el énfasis se pone en los temas de transporte y movilidad. El libro fue publicado originalmente en inglés en el año 2005 y la presentación fue de la traducción al castellano.
El trabajo se basa en el análisis de siete ejemplos prácticos: la ecociudad de Bad Ischl (Austria), el ecobarrio de Trinitat Nova en Barcelona (España), el ecobarrio de Gyor (Hungría), la ecociudad de Vuores en Tampere (Finlandia), el proyecto de regeneración urbana ecológica de Trnava (Eslovaquia), el proyecto de regeneración urbana ecológica de Tubinga-Derendingen (Alemania) y el ecobarrio de Umbertide (Italia). Como se puede observar ejemplos muy diferentes y que, aparentemente, poco tienen que ver unos con los otros y que no tengo claro hasta que punto permiten extraer generalizaciones. Sin embargo según explican Isabela Velázquez y Carlos Verdaguer en el prólogo a la edición en castellano este es, precisamente, uno de sus valores más importantes:
En el primer capitulo se intenta caracterizar la ecociudad. En este blog ya hemos hablado bastante de ecoaldeas. Ahora le llega el turno a las ecociudades. Ya en su momento no parecía muy claro que era eso de una ecoaldea y lo mismo me pasa ahora con la ecociudad. En realidad, más que una definición es una aproximación a una idea. Por lo menos esa es la impresión que produce cuando se lee que “la idea fundamental es que una ecociudad debe estar en equilibrio con la naturaleza. Esa situación puede alcanzarse mediante modelos de asentamiento que garanticen la eficiencia desde el punto de vista energético y espacial, y vengan acompañados de sistemas de transporte, flujos de materiales, ciclos de agua y estructuras de hábitat cuyos parámetros se ajusten a los objetivos generales de sostenibilidad”. Me alegra sobremanera que, por fin, la palabra “eficiencia” que vengo manteniendo como clave en todo este tipo de procesos desde hace por lo menos ocho años se vaya introduciendo, no como un baldón neoliberalista sino como un objetivo a conseguir.
Probablemente empiecen a proliferar en demasía las expresiones “eco” referidas a la ciudad o al barrio. Por ejemplo, Paul F. Downton acaba de publicar recientemente un libro titulado Ecopolis: Architecture and cities for a changing climate en el que define su Ecopolis como una ecociudad (ecocity) basada en los principios de justicia social y democracia directa. Sencillamente para contrastar las diferencias voy a reproducir las cuatro proposiciones que sustentan la idea de Ecopolis. Primera: Ciudad-Región, las ciudades región determinan los parámetros ecológicos de la civilización. Segunda: Conocimiento integrado, el concepto de ecociudad genera el deber de integrar los conocimientos existentes. Tercera: Cambio cultural, la creación de una civilización ecológica requiere un cambio cultural consciente y sistemático. Cuarta: Fractales urbanos, los proyectos ejemplares proporcionan un medio para catalizar el cambio cultural. Quizás habría que explicar un poco el término “fractal urbano” porque no tiene nada que ver con otras aproximaciones con la de Batty y Longley en su libro Fractal Cities. Para Downton sería una red que contiene las características esenciales de la red más amplia que es la ciudad. Cada fractal contiene nodos y patrones de conectividad que definen su organización y presentan características asociadas a los procesos vitales. Una especie de microcosmos que representa el macrocosmos urbano y regional.
He mencionado el libro Ecopolis sencillamente para destacar algunas carencias que veo en el trabajo sobre Ecociudades. Básicamente las que se refieren a la integración del conocimiento y todo el campo de la teoría de la información, sobre las que el proyecto pasa de puntillas pero que, cada vez más, se va viendo que van a ser esenciales en el devenir de la sostenibilidad. También todo el tema del cambio cultural y los mecanismos que lo han de posibilitar. En momentos como los actuales (imposibles de prever en el momento que fue escrito el libro) están cambiando muchas cosas por la fuerza de los hechos. El consumo por el consumo en muchas familias está dando paso a una cierta necesidad de reparación y mantenimiento de los objetos cotidianos, por la sencilla razón de que falta dinero para cambiar una lavadora, un enchufe o un automóvil que fallan. Esta necesidad llega hasta el punto que alguien ha inventado “el marido por horas” que no es lo que parece en principio, sino (como puede verse en la foto que hice de un anuncio pegado sobre un armario de regulación de tráfico de mi barrio) una persona que repara cosas a domicilio. Bien, este anuncio tiene también una segunda lectura (acerca de cómo la figura del macho ha quedado relegada a la realización de las labores más sencillas de la casa o, de cómo no es necesario soportar a un marido a todas horas y para siempre sino que se puede alquilar para labores puntuales).
El caso es que habría que aprovechar las condiciones actuales para propiciar un cambio cultural imprescindible si se quiere abordar verdaderamente la cuestión de la sostenibilidad. Porque lo cierto es que, como en muchos otros sitios, al final todo descansa en el término “sostenibilidad”. Y este aspecto es uno de los que menos me gustan del trabajo. En realidad, no he conseguido averiguar de forma explícita en qué consiste la “sostenibilidad” para los redactores del libro (porque implícitamente está en todos los criterios y objetivos, por supuesto). Lo que más se aproxima es el concepto de “Desarrollo sostenible” que se incluye en el apartado de definiciones.
El volver al Informe Brundtland a estas alturas cuando se ha avanzado tanto desde entonces no parece muy positivo. Sobre todo cuando entre los años 2002 a 2004 en el grupo de trabajo sobre “Sustainable Urban Design” de la Unión Europea en el que trabajé junto a José Miguel Fernández Güell ya había quedado claro que el concepto de desarrollo sostenible había sido sobrepasado y que la sostenibilidad era algo más que una simple relación contable con la naturaleza, siendo lo problemas sociales el eje sobre el que debía gravitar el concepto (sin embargo fue materialmente imposible sustituir la expresión “desarrollo sostenible” por la de “sostenibilidad” en el documento final que redactaron Robert Thaler y Gabriele Langschwert a pesar de que en nuestro informes parciales lo intentamos). Tampoco ayuda a la comprensión de la actual complejidad del asunto el hecho de volver sobre las tres patas de la sostenibilidad: ecología, economía, sociedad, que se ha venido utilizando como un recurso pedagógico que simplifica la explicación, pero que también deforma la idea que es holística y compleja. Probablemente en un libro como este que tiene una fuerte carga didáctica se integre de forma natural pero no termina de convencerme.
Aunque desde mi punto de vista este primer volumen tenga puntos discutibles, sobre todo en lo que se refiere a los conceptos generales, presenta un indudable interés por el estudio de casos que hace en el apartado 4 y, sobre todo, en los objetivos a conseguir por una ecociudad y su relación con la planificación. Aquí si entiendo que se encuentra la verdadera aportación de este primer volumen. Cuando se plantean las características de una ecociudad los redactores se centran en dos casos específicos que resumen, de forma perfecta, la mayor parte de objetivos a conseguir. Estos casos son: la ciudad de las distancias cortas y la ciudad con densidad cualificada.
También es muy importante el énfasis que se pone en el proceso de participación en la planificación. Por supuesto que se trata de otro de los elementos clave en la creación de una ecociudad. En este sentido fue de bastante ayuda el estudio del caso de Trinitat Nova en Barcelona, en el que intervino GEA21. Una de las cosas que se destacan en el libro es la necesidad de entender la participación, no como un conjunto de actividades puntuales o momentos concretos de intervención de los vecinos y los actores implicados, sino como un proceso iterativo relacionado con todas y cada una de las fases del plan o proyecto.
El segundo volumen probablemente sea el más interesante para todos aquellos que se dediquen a la planificación de una u otra forma. Para dar una cierta idea de las propuestas e ideas que se plantean me voy a centrar en la explicación de los capítulos cuatro y cinco. En primer lugar se estudian las diferentes fases del planeamiento como un proceso interactivo en el que el ámbito de la planificación y el de la comunidad se relacionan en procesos de convergencia y divergencia. También, algunos de los instrumentos existentes explicando su interés desde el punto de vista de planificar una ecociudad. Por ejemplo, el método de maximización ambiental desarrollado por Kees Duijvestein o el método EASW (European Awareness Scenario Workshops). Ya en el capitulo cinco el análisis de la eficiencia local del transporte o la herramienta NetzWerkZeug sobre diseño sostenible en red.
Sin embargo, desde mi punto de vista, la parte más interesante es la que se refiere al inventario de objetivos y medidas. El inventario se estructura en cinco apartados: contexto regional y urbano, estructura urbana, transporte, flujos de energía y materiales y aspectos socioeconómicos.
El contexto regional y urbano consta de dos apartados: entorno natural y entorno construido. El entorno natural tiene tres subapartados: procurar la protección del entorno paisajístico y sus elementos naturales; hacer un uso sostenible del paisaje circundante como recurso económico y social; y planificar de acuerdo con las condiciones climáticas, topográficas y geológicas del lugar. El entorno construido otros tres: fomentar una estructura urbana policéntrica, compacta y orientada al transporte público; estudiar las posibilidades de concentración y descentralización de las redes de suministro y de los sistemas de eliminación de residuos; y promover el uso, la reutilización y la revitalización del patrimonio cultural. Cada subapartado se completa con una serie de recomendaciones que no voy a reproducir por no alargar demasiado el artículo.
La estructura urbana incluye seis apartados: demanda de suelo, usos del suelo, espacios públicos, paisajes y zonas verdes, confort urbano y edificación. A los espacios públicos he dedicado una parte importante de este blog y se ha discutido bastante en los comentarios. ¿Qué elementos destaca del libro de los espacios públicos? En realidad no demasiados. Si los vemos conjuntamente con el confort urbano, el paisaje y las zonas verdes que, desde mi punto de vista deberían formar todos parte del mismo grupo aparecen los siguientes elementos: proporcionar espacios públicos atractivos para la vida cotidiana, teniendo en cuenta el potencial de vitalidad urbana, la legibilidad y la conectividad de las formas de organización espacial utilizadas; integrar los elementos y los ciclos naturales en el tejido urbano; procurar un alto nivel de confort diario, estacional y anual en los espacios exteriores y, por último, minimizar los niveles de ruido y contaminación atmosférica.
El tercer elemento se refiere al transporte que, precisamente, estaba en el origen el trabajo de investigación. Curiosamente sólo aparecen tres apartados. El primero se refiere a modos de transporte no motorizados y transporte público. El segundo está dedicado al transporte motorizado individual y el último trata del transporte de mercancías.
El cuarto grupo está dedicado a los flujos de energía y materiales: energía, agua, residuos y materiales de construcción. El quinto se refiere a los aspectos socioeconómicos: cuestiones sociales, economía y costes. He detallado mucho más los elementos que se refieren a entorno y estructura urbana porque son los que más me interesan personalmente, pero los demás están tratados con el mismo nivel de detalle. Por último se propone un cuestionario de autoevaluación como herramienta destinada al equipo responsable del proyecto que consta de 18 preguntas relacionadas con el contexto regional y urbano, estructura urbana, transporte, flujos de energía y materiales, aspectos socioeconómicos y procesos. Esta herramienta está pensada para determinar “si los planes redactados y las soluciones planteadas se adecuan a los principios y a los objetivos de la ecociudad”.
Ecociudades, ecopolis, ecocities, ecobarrios… Parece que lo “eco” ha llegado por fin a la planificación urbana. En algunos casos (como el del libro que estoy comentando o el Plan Especial de Indicadores de Sostenibilidad Ambiental de Sevilla) con bases sólidas sobre las que iniciar una discusión, y en otros como simples argumentos de venta o de moda. Me preocupan los segundos. Sobre todo porque asimilando la palabra y haciéndola parte de un sistema que tiene los días contados, puede poner piedras en un proceso que se adivina imparable. Y estas piedras lo único que hacen es contribuir a que los efectos perversos del sistema actual alcancen con sus “efectos colaterales” a un mayor número de damnificados. En resumen, un libro en dos volúmenes que hay que leer despacio, porque incluye bastantes ideas y algunas propuestas interesantes lo que, dado el panorama actual (ciertamente penoso) constituye una agradable sorpresa.
Físicamente el libro se compone de dos volúmenes. El primero llamado “La ecociudad: un lugar mejor para vivir” y el segundo “La ecociudad: cómo hacerla realidad”. Aunque desde mi punto de vista tiene mucho más interés el segundo volumen que el primero voy a ser ordenado (por una vez y sin que sirva de precedente) y empezaré por el principio. El origen de todo fue un proyecto patrocinado por la Dirección General de Investigación de la Comisión Europea incardinado en el Quinto Programa Marco y titulado “Proyecto ECOCITY: Desarrollo urbano de estructuras adecuadas para el transporte sostenible (2002-2005)”. Como se puede deducir por el título, en principio el proyecto estaba encaminado a estudiar la relación entre estructura urbana y transporte sostenible. Digo “en principio” porque, como se puede leer en la propia introducción, este objetivo original se volvió mucho más ambicioso. Sin embargo, lógicamente, el énfasis se pone en los temas de transporte y movilidad. El libro fue publicado originalmente en inglés en el año 2005 y la presentación fue de la traducción al castellano.
El trabajo se basa en el análisis de siete ejemplos prácticos: la ecociudad de Bad Ischl (Austria), el ecobarrio de Trinitat Nova en Barcelona (España), el ecobarrio de Gyor (Hungría), la ecociudad de Vuores en Tampere (Finlandia), el proyecto de regeneración urbana ecológica de Trnava (Eslovaquia), el proyecto de regeneración urbana ecológica de Tubinga-Derendingen (Alemania) y el ecobarrio de Umbertide (Italia). Como se puede observar ejemplos muy diferentes y que, aparentemente, poco tienen que ver unos con los otros y que no tengo claro hasta que punto permiten extraer generalizaciones. Sin embargo según explican Isabela Velázquez y Carlos Verdaguer en el prólogo a la edición en castellano este es, precisamente, uno de sus valores más importantes:
“…cada uno de los proyectos se ofrecía como un magnífico campo de pruebas para un enfoque alternativo en relación con las tipologías y ámbitos convencionales: desde los desarrollos de baja densidad en un entorno forestal representados por el proyecto de Vuores, en Finlandia, o la propuesta ex novo de Bad Ischl, en Austria, hasta un proceso de remodelación urbano en el tejido consolidado de una capital europea como Barcelona, en el caso de Trinitat Nova, pasando por los proyectos de regeneración urbana de Gyor o Trnava o las combinaciones de actuaciones en suelo recuperado y suelo virgen de Umbertide y Tubinga. La necesidad de abordar realidades tan diversas con criterios e instrumentos de intervención y de evaluación comunes, extrayendo en todo momento pautas y enseñanzas para su aplicación en el ámbito europeo, es lo que le ha otorgado su carácter inédito al proyecto, al margen de cada uno de los planes individuales.”
¿Cualquier cosa puede llamarse ecociudad?
Lilypad, a floating ecopolis for climate refugees
De la web de Vicent Callebaut
Lilypad, a floating ecopolis for climate refugees
De la web de Vicent Callebaut
En el primer capitulo se intenta caracterizar la ecociudad. En este blog ya hemos hablado bastante de ecoaldeas. Ahora le llega el turno a las ecociudades. Ya en su momento no parecía muy claro que era eso de una ecoaldea y lo mismo me pasa ahora con la ecociudad. En realidad, más que una definición es una aproximación a una idea. Por lo menos esa es la impresión que produce cuando se lee que “la idea fundamental es que una ecociudad debe estar en equilibrio con la naturaleza. Esa situación puede alcanzarse mediante modelos de asentamiento que garanticen la eficiencia desde el punto de vista energético y espacial, y vengan acompañados de sistemas de transporte, flujos de materiales, ciclos de agua y estructuras de hábitat cuyos parámetros se ajusten a los objetivos generales de sostenibilidad”. Me alegra sobremanera que, por fin, la palabra “eficiencia” que vengo manteniendo como clave en todo este tipo de procesos desde hace por lo menos ocho años se vaya introduciendo, no como un baldón neoliberalista sino como un objetivo a conseguir.
Whyalla EcoCity, de la pag. 252 del libro de Paul F. Downton
"Ecopolis: Architecture and Cities for a Changin Climate"
"Ecopolis: Architecture and Cities for a Changin Climate"
Probablemente empiecen a proliferar en demasía las expresiones “eco” referidas a la ciudad o al barrio. Por ejemplo, Paul F. Downton acaba de publicar recientemente un libro titulado Ecopolis: Architecture and cities for a changing climate en el que define su Ecopolis como una ecociudad (ecocity) basada en los principios de justicia social y democracia directa. Sencillamente para contrastar las diferencias voy a reproducir las cuatro proposiciones que sustentan la idea de Ecopolis. Primera: Ciudad-Región, las ciudades región determinan los parámetros ecológicos de la civilización. Segunda: Conocimiento integrado, el concepto de ecociudad genera el deber de integrar los conocimientos existentes. Tercera: Cambio cultural, la creación de una civilización ecológica requiere un cambio cultural consciente y sistemático. Cuarta: Fractales urbanos, los proyectos ejemplares proporcionan un medio para catalizar el cambio cultural. Quizás habría que explicar un poco el término “fractal urbano” porque no tiene nada que ver con otras aproximaciones con la de Batty y Longley en su libro Fractal Cities. Para Downton sería una red que contiene las características esenciales de la red más amplia que es la ciudad. Cada fractal contiene nodos y patrones de conectividad que definen su organización y presentan características asociadas a los procesos vitales. Una especie de microcosmos que representa el macrocosmos urbano y regional.
He mencionado el libro Ecopolis sencillamente para destacar algunas carencias que veo en el trabajo sobre Ecociudades. Básicamente las que se refieren a la integración del conocimiento y todo el campo de la teoría de la información, sobre las que el proyecto pasa de puntillas pero que, cada vez más, se va viendo que van a ser esenciales en el devenir de la sostenibilidad. También todo el tema del cambio cultural y los mecanismos que lo han de posibilitar. En momentos como los actuales (imposibles de prever en el momento que fue escrito el libro) están cambiando muchas cosas por la fuerza de los hechos. El consumo por el consumo en muchas familias está dando paso a una cierta necesidad de reparación y mantenimiento de los objetos cotidianos, por la sencilla razón de que falta dinero para cambiar una lavadora, un enchufe o un automóvil que fallan. Esta necesidad llega hasta el punto que alguien ha inventado “el marido por horas” que no es lo que parece en principio, sino (como puede verse en la foto que hice de un anuncio pegado sobre un armario de regulación de tráfico de mi barrio) una persona que repara cosas a domicilio. Bien, este anuncio tiene también una segunda lectura (acerca de cómo la figura del macho ha quedado relegada a la realización de las labores más sencillas de la casa o, de cómo no es necesario soportar a un marido a todas horas y para siempre sino que se puede alquilar para labores puntuales).
El caso es que habría que aprovechar las condiciones actuales para propiciar un cambio cultural imprescindible si se quiere abordar verdaderamente la cuestión de la sostenibilidad. Porque lo cierto es que, como en muchos otros sitios, al final todo descansa en el término “sostenibilidad”. Y este aspecto es uno de los que menos me gustan del trabajo. En realidad, no he conseguido averiguar de forma explícita en qué consiste la “sostenibilidad” para los redactores del libro (porque implícitamente está en todos los criterios y objetivos, por supuesto). Lo que más se aproxima es el concepto de “Desarrollo sostenible” que se incluye en el apartado de definiciones.
El volver al Informe Brundtland a estas alturas cuando se ha avanzado tanto desde entonces no parece muy positivo. Sobre todo cuando entre los años 2002 a 2004 en el grupo de trabajo sobre “Sustainable Urban Design” de la Unión Europea en el que trabajé junto a José Miguel Fernández Güell ya había quedado claro que el concepto de desarrollo sostenible había sido sobrepasado y que la sostenibilidad era algo más que una simple relación contable con la naturaleza, siendo lo problemas sociales el eje sobre el que debía gravitar el concepto (sin embargo fue materialmente imposible sustituir la expresión “desarrollo sostenible” por la de “sostenibilidad” en el documento final que redactaron Robert Thaler y Gabriele Langschwert a pesar de que en nuestro informes parciales lo intentamos). Tampoco ayuda a la comprensión de la actual complejidad del asunto el hecho de volver sobre las tres patas de la sostenibilidad: ecología, economía, sociedad, que se ha venido utilizando como un recurso pedagógico que simplifica la explicación, pero que también deforma la idea que es holística y compleja. Probablemente en un libro como este que tiene una fuerte carga didáctica se integre de forma natural pero no termina de convencerme.
Aunque desde mi punto de vista este primer volumen tenga puntos discutibles, sobre todo en lo que se refiere a los conceptos generales, presenta un indudable interés por el estudio de casos que hace en el apartado 4 y, sobre todo, en los objetivos a conseguir por una ecociudad y su relación con la planificación. Aquí si entiendo que se encuentra la verdadera aportación de este primer volumen. Cuando se plantean las características de una ecociudad los redactores se centran en dos casos específicos que resumen, de forma perfecta, la mayor parte de objetivos a conseguir. Estos casos son: la ciudad de las distancias cortas y la ciudad con densidad cualificada.
“La primera de ellas, Ciudad de distancias cortas, ocupa una posición central, ya que está fuertemente vinculada con el objetivo final del Proyecto ECOCITY. Asimismo, guarda una estrecha relación con el desarrollo urbano (Ciudad como red de barrios urbanos), la elección del área de actuación —preferiblemente cerca del centro de la ciudad o de un subcentro— (Ciudad accesible para todos) y el alto potencial de desarrollo de un sistema de transporte público atractivo (Ciudad de desarrollo concentrado en las zonas adecuadas). Es preciso volver a integrar las zonas residenciales con los lugares de trabajo y prever una amplia dotación de equipamientos que den respuesta a las necesidades diarias de la población (Ciudad con una mezcla equilibrada de usos) dentro de un tejido urbano denso (Ciudad con densidad cualificada). De esta manera, se promueve la accesibilidad a través de medios de transporte ambientalmente compatibles (Ciudad para los peatones, los ciclistas y el transporte público, y Ciudad accesible para todos), se reduce la dependencia del vehículo privado (Ciudad con un estilo de vida sostenible) y por ende el volumen del tráfico motorizado. Esto hace descender los niveles de ruido y contaminación atmosférica (Ciudad saludable, segura y con calidad de vida) y permite generar áreas de uso común que ofrecen amplias posibilidades para el disfrute y donde la circulación de vehículos a motor provoca leves o nulas alteraciones (Ciudad con espacios públicos para la vida cotidiana).”
“La segunda de las características seleccionadas, Ciudad con densidad cualificada, implica un consumo de suelo menor, gracias —entre otras cosas— a la elevada densidad de la estructura urbana y a la recuperación de suelos (Ciudad con la mínima demanda de suelo). Esta característica se convierte en una condición básica para la instalación de redes eficientes de calefacción centralizada, alimentadas con biomasa (virutas de madera) o biogás, por ejemplo (Ciudad con el mínimo consumo de energía), pero también fomenta la diversidad social y favorece un alto grado de interacción humana (Ciudad con espacios públicos para la vida cotidiana). Al mismo tiempo, la densidad está supeditada a la necesidad de espacios abiertos (Ciudad con zonas verdes integradas), a los requisitos impuestos por la gestión de los flujos pluviales e incluso a la introducción de sistemas para el tratamiento in situ de las aguas residuales (Ciudad que contribuye a mantener cerrado el ciclo del agua). Otros condicionantes son el aprovechamiento del soleamiento y la luz natural (Ciudad saludable, segura y con calidad de vida, y Ciudad bioclimáticamente confortable) y la orientación específica de los edificios para conseguir la máxima superficie de exposición a los rayos solares —uso pasivo a través de las fachadas a sur— (Ciudad con el mínimo consumo de energía).”
También es muy importante el énfasis que se pone en el proceso de participación en la planificación. Por supuesto que se trata de otro de los elementos clave en la creación de una ecociudad. En este sentido fue de bastante ayuda el estudio del caso de Trinitat Nova en Barcelona, en el que intervino GEA21. Una de las cosas que se destacan en el libro es la necesidad de entender la participación, no como un conjunto de actividades puntuales o momentos concretos de intervención de los vecinos y los actores implicados, sino como un proceso iterativo relacionado con todas y cada una de las fases del plan o proyecto.
El segundo volumen probablemente sea el más interesante para todos aquellos que se dediquen a la planificación de una u otra forma. Para dar una cierta idea de las propuestas e ideas que se plantean me voy a centrar en la explicación de los capítulos cuatro y cinco. En primer lugar se estudian las diferentes fases del planeamiento como un proceso interactivo en el que el ámbito de la planificación y el de la comunidad se relacionan en procesos de convergencia y divergencia. También, algunos de los instrumentos existentes explicando su interés desde el punto de vista de planificar una ecociudad. Por ejemplo, el método de maximización ambiental desarrollado por Kees Duijvestein o el método EASW (European Awareness Scenario Workshops). Ya en el capitulo cinco el análisis de la eficiencia local del transporte o la herramienta NetzWerkZeug sobre diseño sostenible en red.
Sin embargo, desde mi punto de vista, la parte más interesante es la que se refiere al inventario de objetivos y medidas. El inventario se estructura en cinco apartados: contexto regional y urbano, estructura urbana, transporte, flujos de energía y materiales y aspectos socioeconómicos.
El contexto regional y urbano consta de dos apartados: entorno natural y entorno construido. El entorno natural tiene tres subapartados: procurar la protección del entorno paisajístico y sus elementos naturales; hacer un uso sostenible del paisaje circundante como recurso económico y social; y planificar de acuerdo con las condiciones climáticas, topográficas y geológicas del lugar. El entorno construido otros tres: fomentar una estructura urbana policéntrica, compacta y orientada al transporte público; estudiar las posibilidades de concentración y descentralización de las redes de suministro y de los sistemas de eliminación de residuos; y promover el uso, la reutilización y la revitalización del patrimonio cultural. Cada subapartado se completa con una serie de recomendaciones que no voy a reproducir por no alargar demasiado el artículo.
La estructura urbana incluye seis apartados: demanda de suelo, usos del suelo, espacios públicos, paisajes y zonas verdes, confort urbano y edificación. A los espacios públicos he dedicado una parte importante de este blog y se ha discutido bastante en los comentarios. ¿Qué elementos destaca del libro de los espacios públicos? En realidad no demasiados. Si los vemos conjuntamente con el confort urbano, el paisaje y las zonas verdes que, desde mi punto de vista deberían formar todos parte del mismo grupo aparecen los siguientes elementos: proporcionar espacios públicos atractivos para la vida cotidiana, teniendo en cuenta el potencial de vitalidad urbana, la legibilidad y la conectividad de las formas de organización espacial utilizadas; integrar los elementos y los ciclos naturales en el tejido urbano; procurar un alto nivel de confort diario, estacional y anual en los espacios exteriores y, por último, minimizar los niveles de ruido y contaminación atmosférica.
El tercer elemento se refiere al transporte que, precisamente, estaba en el origen el trabajo de investigación. Curiosamente sólo aparecen tres apartados. El primero se refiere a modos de transporte no motorizados y transporte público. El segundo está dedicado al transporte motorizado individual y el último trata del transporte de mercancías.
El cuarto grupo está dedicado a los flujos de energía y materiales: energía, agua, residuos y materiales de construcción. El quinto se refiere a los aspectos socioeconómicos: cuestiones sociales, economía y costes. He detallado mucho más los elementos que se refieren a entorno y estructura urbana porque son los que más me interesan personalmente, pero los demás están tratados con el mismo nivel de detalle. Por último se propone un cuestionario de autoevaluación como herramienta destinada al equipo responsable del proyecto que consta de 18 preguntas relacionadas con el contexto regional y urbano, estructura urbana, transporte, flujos de energía y materiales, aspectos socioeconómicos y procesos. Esta herramienta está pensada para determinar “si los planes redactados y las soluciones planteadas se adecuan a los principios y a los objetivos de la ecociudad”.
Ecociudades, ecopolis, ecocities, ecobarrios… Parece que lo “eco” ha llegado por fin a la planificación urbana. En algunos casos (como el del libro que estoy comentando o el Plan Especial de Indicadores de Sostenibilidad Ambiental de Sevilla) con bases sólidas sobre las que iniciar una discusión, y en otros como simples argumentos de venta o de moda. Me preocupan los segundos. Sobre todo porque asimilando la palabra y haciéndola parte de un sistema que tiene los días contados, puede poner piedras en un proceso que se adivina imparable. Y estas piedras lo único que hacen es contribuir a que los efectos perversos del sistema actual alcancen con sus “efectos colaterales” a un mayor número de damnificados. En resumen, un libro en dos volúmenes que hay que leer despacio, porque incluye bastantes ideas y algunas propuestas interesantes lo que, dado el panorama actual (ciertamente penoso) constituye una agradable sorpresa.
lunes, 1 de diciembre de 2008
Suelos duros contra la sostenibilidad
Uno de los problemas más importantes que produce la urbanización es la modificación de la permeabilidad del suelo. No se vaya a pensar que los “suelos naturales” son siempre suelos permeables. Su porosidad viene medida por el llamado “factor de impermeabilidad” que es la cantidad de lluvia que resbala sobre un suelo determinado. Un suelo de pizarra, por ejemplo, puede llegar a tener un factor de impermeabilidad de 0,95 mientras que una cespedera apenas llega al 0,03. Sin embargo en la mayor parte de las superficies urbanizadas este factor es cercano al 1,0. Son los llamados suelos duros. Aparentemente los suelos duros tienen grandes ventajas: son fáciles de mantener y de limpiar (y por tanto más baratos), cuando llueve no se camina sobre un lodazal sino sobre una superficie adecuada al calzado moderno y, sobre todo, permiten que los arquitectos realicen bonitas plazas y diseñen calles fotogénicas que se reproducen muy bien en las revistas correspondientes.
Pero la utilización de estos pavimentos impermeables implica graves distorsiones, sobre todo en el funcionamiento hidrológico de las cuencas. Así, producen un exceso medio de dos tercios en el agua que escurre respecto a los terrenos naturales. Esto significa que todo este exceso de agua circulando por la superficie del terreno hay que recogerlo, canalizarlo y llevarlo a lugares adecuados donde no moleste o no produzca desgracias o daños materiales (y no siempre es posible hacerlo de forma adecuada). El segundo efecto indeseable es que el agua, al no ser absorbida por el terreno sino conducida directamente a los cauces, no recarga los acuíferos subterráneos ni los niveles freáticos que, progresivamente van bajando más y más con las dificultades que esto implica para el mantenimiento de la vegetación.
Pero producen otro tipo de problemas. Por ejemplo, se les supone responsables de las dos terceras partes del aumento de la temperatura en las áreas urbanas (fenómeno que se conoce con el nombre de “isla de calor”) debido a varios factores combinados como son la capacidad de acumular calor, la ausencia de evapotranspiración o el coeficiente de albedo, típicos de estos materiales. Aunque esta “isla de calor” puede ser buena o mala (según el clima), en general en nuestro país se trata de un fenómeno a evitar. A quien le interese el tema puede empezar por bajarse y leer (lo siento, está en inglés) este .pdf de la EPA (la Environmental Protection Agency norteamericana). No quisiera extenderme demasiado en estos problemas pero no puedo dejar de mencionar su responsabilidad casi completa en la polución mediante hidrocarburos contaminantes, la sonoridad producida por reflexión o la imposibilidad de realizar plantaciones en las condiciones adecuadas de sostenibilidad.
Estos pavimentos impermeables que normalmente pisamos en nuestras calles, urbanizaciones y aparcamientos son, por tanto, una fuente de insostenibilidad de nuestras ciudades. Por supuesto que son necesarios. A nadie le gusta caminar por un lodazal. Pero no, probablemente, en las cantidades en que los estamos poniendo. Debería de existir una relación entre el suelo cementado y el natural que no habría que sobrepasar dependiendo de varios factores. Lamento tener que dar números USA pero estos datos son fácilmente extrapolables a resto de urbanizaciones en la mayor parte de los países desarrollados. Los datos, de Cappiella y Brown del año 2001, son algo antiguos pero no creo que hayan cambiado mucho las cosas. En el gráfico se puede ver la relación entre la superficie cubierta por los tejados y las áreas pavimentadas por la urbanización en diferentes situaciones.
Sea cual sea la situación el problema viene (como puede observarse) esencialmente de las calzadas, aceras y superficies de aparcamientos. Querría, en primer lugar, dejar zanjada la cuestión de la superficie cubierta por los tejados. A día de hoy existen soluciones muy nuevas para cubiertas planas que palian en cierta medida algunos de los inconvenientes. Incluso con la posibilidad de reservas de agua. Sin embargo no voy a plantear el tema de las cubiertas, sino más bien el de las calzadas, aceras y pavimentos. Aunque la cuestión, en general, es bastante compleja, podríamos resumirla diciendo que están apareciendo una serie de pavimentos (llamados pavimentos porosos o permeables) que parece concilian los mejor de los suelos duros y de los terrenos naturales.
Pero esto es verdad sólo en parte. Alguien incluso podría decir que concilian lo peor de ambos mundos. Este tipo de pavimentos tienen una propiedad importantísima y es que permiten el filtrado del agua de lluvia en unas condiciones aceptables reduciendo la escorrentía y permitiendo la recarga de los acuíferos y la elevación del nivel freático. Quien esté interesado en sus ventajas puede visitar, por ejemplo, la página de Atlantis donde están claramente expuestas. Respecto a las desventajas son también muchas (aunque no aparezcan en la citada página). Por ejemplo, la situación no es tan idílica en lo que se refiere a la evaporación (en algunos casos de pavimentos que permiten ciertas plantaciones podríamos hablar de evapotranspiración) si los comparamos con el terreno natural. Y desde luego no admiten comparación con los pavimentos duros en lo que se refiere al mantenimiento ya que precisan de una serie de labores periódicas si se quiere que mantengan sus propiedades a lo largo del tiempo. De todas formas, cuando hablamos de pavimentos porosos no nos estamos refiriendo a un único tipo de pavimento. Hay muchos sitios donde se puede encontrar información sobre este tipo de pavimentos. Para mí, un libro interesante es el de Ferguson (Porous Pavements, 2005) de donde están extraídos algunos datos de este artículo.
También existen muchos ejemplos en todo el mundo de realizaciones prácticas. Incluso premiadas. Por ejemplo, podéis encontrar aquí una Buena Práctica en la ciudad de Madrid considerada como GOOD en el concurso de Dubai de 2004. Incluso esta ciudad ha incorporado a sus ordenanzas (en este caso a la Ordenanza de Gestión y uso eficiente del agua) párrafos como el siguiente: “En todas las actuaciones de urbanización, incluidos los proyectos de urbanización de planeamiento, los proyectos de obra de urbanización de espacios libres públicos y los proyectos de edificación que incluyan el tratamiento de espacios libres de parcela, deberán utilizarse superficies permeables, minimizándose la cuantía de pavimentación u ocupación impermeable a aquellas superficies en las que sea estrictamente necesario. Esta medida será de aplicación en todos los espacios libres.” (art. 8). Pero también en otros lugares como Chile, Minneapolis, México o Navarra por mencionar los primeros ejemplos que se me han ocurrido.
Podríamos decir que este tipo de actuaciones son “remedios paliativos” pero que habría que tender a reconvertir la mayor cantidad posible de metros cuadrados de superficies impermeables en terreno natural, además adecuadamente tratado para que los usos urbanos no lo conviertan progresivamente en impermeable. Por desgracia, esta no parece ser la tendencia en ningún lugar del mundo. Como me gusta trabajar con datos, recurro a un trabajo de una de mis alumnas del doctorado de La Serena (Chile) que calculó cual está siendo la evolución en esta ciudad. Sandra Godoy (que es el nombre de la alumna) calculó la evolución de este tipo de superficies en cuatro lugares de la ciudad: Puente Zorrilla, Plaza de Armas, San Francisco y Avenida de Aguirre. Lo hizo respecto a las intervenciones producidas en los últimos tres años, y los resultados no pueden ser más desalentadores.
Dice en sus conclusiones que “los suelos duros en los espacios públicos del centro de La Serena, aumentaron los últimos tres años, en promedio un 54,9%, esto promediando los cuatro espacios analizados”. También que “Durante los últimos tres años, las políticas municipales que se han adoptado en relación a las áreas verdes de la ciudad de La Serena, tienden al aumento de áreas duras en ellas. Las razones que esgrimen quienes han promovido esta medida, tienen relación con abaratar los costes de mantenimiento de las áreas verdes de la ciudad, para destinar estos recursos a temas sociales de mayor urgencia, como si las áreas verdes no fueran un tema social de alta sensibilidad. De esta manera la utilización de suelos duros y sobre todo pavimentos, resulta una buena alternativa que ahorra a la municipalidad gran parte de los costes de mantenimiento.”
Estas reflexiones pienso que pueden ser aplicadas a todos los lugares del mundo. Sin embargo, los beneficios obtenidos respecto al confort urbano y reducción de la huella ecológica de nuestras ciudades nunca se computan en forma monetaria. Si se hiciera así probablemente la forma de ver la cuestión cambiaría de forma notable. No me gustaría terminar este articulo sin mencionar el Plan Especial de Indicadores de Sostenibilidad Ambiental de la Actividad Urbanística de Sevilla. A este plan, realizado por la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona (que dirige Salvador Rueda) le he dedicado un artículo entero en este blog. Pues bien, en su apartado 5 relativo a los indicadores relacionados con la biodiversidad incluye un indicador que es el Índice de Permeabilidad. Aunque el indicador (y sobre todo su cálculo) resultan algo confusos, de lo que no hay duda es de que se trata de una medida importante para conocer el grado de sostenibilidad de un área urbana.
En el apartado “significado del indicador” puede leerse: “La producción de ciudad lleva consigo el sellado y la impermeabilización de buena parte del territorio que se urbaniza. Esto supone restringir de manera drástica la posibilidad de vida vegetada y, sin ella, la de multitud de organismos dependientes, aparte de consecuencias que tienen que ver con el microclima y el confort urbano, la isla de calor, el ciclo hídrico, la contaminación atmosférica, etc. El índice de permeabilidad pretende evaluar el nivel de afectación de la urbanización y el impacto de este sobre el territorio ocupado. Por todo ello, parece razonable desarrollar patrones de urbanización de bajo impacto tanto en los nuevos desarrollos como en operaciones de reurbanización, evitando el sellado masivo y la impermeabilización de suelos o el empleo de materiales poco saludables en los proyectos de urbanización.” No podemos estar más de acuerdo con estas afirmaciones.
Resulta imprescindible ir cambiando la cultura de los planificadores y diseñadores urbanos para que incluyan entre sus variables del plan (por ejemplo, en las ordenanzas) o del proyecto, consideraciones relativas a la impermeabilización del suelo de nuestras ciudades. Ya no sólo por razones de eficiencia sino también por otras relacionadas con la realidad de nuestro planeta. Existen muchos niños que viven en casas cuya única relación con la naturaleza es una maceta. Que bajan a la calle a jugar en unos aparatos prefabricados situados sobre una capa de arena lavada (e incluso desinfectada), o sobre unas losetas de caucho o de material plástico. Que pasean con sus padres sobre unas aceras pavimentadas con baldosas hidráulicas y en las cuales se han dejado unos pequeños agujeros tapados con rejas de hierro de los que salen unos pobres árboles (que José Martínez Sarandeses calificaba de “estrangulados por la ciudad”) que casi parecen más una parte del mobiliario urbano que un ser vivo. Luego no es extraño que cuando vuelvan a casa se coman literalmente la tierra de las macetas. Es que, sencillamente, la Tierra les resulta ajena.
Pero la utilización de estos pavimentos impermeables implica graves distorsiones, sobre todo en el funcionamiento hidrológico de las cuencas. Así, producen un exceso medio de dos tercios en el agua que escurre respecto a los terrenos naturales. Esto significa que todo este exceso de agua circulando por la superficie del terreno hay que recogerlo, canalizarlo y llevarlo a lugares adecuados donde no moleste o no produzca desgracias o daños materiales (y no siempre es posible hacerlo de forma adecuada). El segundo efecto indeseable es que el agua, al no ser absorbida por el terreno sino conducida directamente a los cauces, no recarga los acuíferos subterráneos ni los niveles freáticos que, progresivamente van bajando más y más con las dificultades que esto implica para el mantenimiento de la vegetación.
Pero producen otro tipo de problemas. Por ejemplo, se les supone responsables de las dos terceras partes del aumento de la temperatura en las áreas urbanas (fenómeno que se conoce con el nombre de “isla de calor”) debido a varios factores combinados como son la capacidad de acumular calor, la ausencia de evapotranspiración o el coeficiente de albedo, típicos de estos materiales. Aunque esta “isla de calor” puede ser buena o mala (según el clima), en general en nuestro país se trata de un fenómeno a evitar. A quien le interese el tema puede empezar por bajarse y leer (lo siento, está en inglés) este .pdf de la EPA (la Environmental Protection Agency norteamericana). No quisiera extenderme demasiado en estos problemas pero no puedo dejar de mencionar su responsabilidad casi completa en la polución mediante hidrocarburos contaminantes, la sonoridad producida por reflexión o la imposibilidad de realizar plantaciones en las condiciones adecuadas de sostenibilidad.
Estos pavimentos impermeables que normalmente pisamos en nuestras calles, urbanizaciones y aparcamientos son, por tanto, una fuente de insostenibilidad de nuestras ciudades. Por supuesto que son necesarios. A nadie le gusta caminar por un lodazal. Pero no, probablemente, en las cantidades en que los estamos poniendo. Debería de existir una relación entre el suelo cementado y el natural que no habría que sobrepasar dependiendo de varios factores. Lamento tener que dar números USA pero estos datos son fácilmente extrapolables a resto de urbanizaciones en la mayor parte de los países desarrollados. Los datos, de Cappiella y Brown del año 2001, son algo antiguos pero no creo que hayan cambiado mucho las cosas. En el gráfico se puede ver la relación entre la superficie cubierta por los tejados y las áreas pavimentadas por la urbanización en diferentes situaciones.
Sea cual sea la situación el problema viene (como puede observarse) esencialmente de las calzadas, aceras y superficies de aparcamientos. Querría, en primer lugar, dejar zanjada la cuestión de la superficie cubierta por los tejados. A día de hoy existen soluciones muy nuevas para cubiertas planas que palian en cierta medida algunos de los inconvenientes. Incluso con la posibilidad de reservas de agua. Sin embargo no voy a plantear el tema de las cubiertas, sino más bien el de las calzadas, aceras y pavimentos. Aunque la cuestión, en general, es bastante compleja, podríamos resumirla diciendo que están apareciendo una serie de pavimentos (llamados pavimentos porosos o permeables) que parece concilian los mejor de los suelos duros y de los terrenos naturales.
Pero esto es verdad sólo en parte. Alguien incluso podría decir que concilian lo peor de ambos mundos. Este tipo de pavimentos tienen una propiedad importantísima y es que permiten el filtrado del agua de lluvia en unas condiciones aceptables reduciendo la escorrentía y permitiendo la recarga de los acuíferos y la elevación del nivel freático. Quien esté interesado en sus ventajas puede visitar, por ejemplo, la página de Atlantis donde están claramente expuestas. Respecto a las desventajas son también muchas (aunque no aparezcan en la citada página). Por ejemplo, la situación no es tan idílica en lo que se refiere a la evaporación (en algunos casos de pavimentos que permiten ciertas plantaciones podríamos hablar de evapotranspiración) si los comparamos con el terreno natural. Y desde luego no admiten comparación con los pavimentos duros en lo que se refiere al mantenimiento ya que precisan de una serie de labores periódicas si se quiere que mantengan sus propiedades a lo largo del tiempo. De todas formas, cuando hablamos de pavimentos porosos no nos estamos refiriendo a un único tipo de pavimento. Hay muchos sitios donde se puede encontrar información sobre este tipo de pavimentos. Para mí, un libro interesante es el de Ferguson (Porous Pavements, 2005) de donde están extraídos algunos datos de este artículo.
También existen muchos ejemplos en todo el mundo de realizaciones prácticas. Incluso premiadas. Por ejemplo, podéis encontrar aquí una Buena Práctica en la ciudad de Madrid considerada como GOOD en el concurso de Dubai de 2004. Incluso esta ciudad ha incorporado a sus ordenanzas (en este caso a la Ordenanza de Gestión y uso eficiente del agua) párrafos como el siguiente: “En todas las actuaciones de urbanización, incluidos los proyectos de urbanización de planeamiento, los proyectos de obra de urbanización de espacios libres públicos y los proyectos de edificación que incluyan el tratamiento de espacios libres de parcela, deberán utilizarse superficies permeables, minimizándose la cuantía de pavimentación u ocupación impermeable a aquellas superficies en las que sea estrictamente necesario. Esta medida será de aplicación en todos los espacios libres.” (art. 8). Pero también en otros lugares como Chile, Minneapolis, México o Navarra por mencionar los primeros ejemplos que se me han ocurrido.
Podríamos decir que este tipo de actuaciones son “remedios paliativos” pero que habría que tender a reconvertir la mayor cantidad posible de metros cuadrados de superficies impermeables en terreno natural, además adecuadamente tratado para que los usos urbanos no lo conviertan progresivamente en impermeable. Por desgracia, esta no parece ser la tendencia en ningún lugar del mundo. Como me gusta trabajar con datos, recurro a un trabajo de una de mis alumnas del doctorado de La Serena (Chile) que calculó cual está siendo la evolución en esta ciudad. Sandra Godoy (que es el nombre de la alumna) calculó la evolución de este tipo de superficies en cuatro lugares de la ciudad: Puente Zorrilla, Plaza de Armas, San Francisco y Avenida de Aguirre. Lo hizo respecto a las intervenciones producidas en los últimos tres años, y los resultados no pueden ser más desalentadores.
Dice en sus conclusiones que “los suelos duros en los espacios públicos del centro de La Serena, aumentaron los últimos tres años, en promedio un 54,9%, esto promediando los cuatro espacios analizados”. También que “Durante los últimos tres años, las políticas municipales que se han adoptado en relación a las áreas verdes de la ciudad de La Serena, tienden al aumento de áreas duras en ellas. Las razones que esgrimen quienes han promovido esta medida, tienen relación con abaratar los costes de mantenimiento de las áreas verdes de la ciudad, para destinar estos recursos a temas sociales de mayor urgencia, como si las áreas verdes no fueran un tema social de alta sensibilidad. De esta manera la utilización de suelos duros y sobre todo pavimentos, resulta una buena alternativa que ahorra a la municipalidad gran parte de los costes de mantenimiento.”
Estas reflexiones pienso que pueden ser aplicadas a todos los lugares del mundo. Sin embargo, los beneficios obtenidos respecto al confort urbano y reducción de la huella ecológica de nuestras ciudades nunca se computan en forma monetaria. Si se hiciera así probablemente la forma de ver la cuestión cambiaría de forma notable. No me gustaría terminar este articulo sin mencionar el Plan Especial de Indicadores de Sostenibilidad Ambiental de la Actividad Urbanística de Sevilla. A este plan, realizado por la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona (que dirige Salvador Rueda) le he dedicado un artículo entero en este blog. Pues bien, en su apartado 5 relativo a los indicadores relacionados con la biodiversidad incluye un indicador que es el Índice de Permeabilidad. Aunque el indicador (y sobre todo su cálculo) resultan algo confusos, de lo que no hay duda es de que se trata de una medida importante para conocer el grado de sostenibilidad de un área urbana.
En el apartado “significado del indicador” puede leerse: “La producción de ciudad lleva consigo el sellado y la impermeabilización de buena parte del territorio que se urbaniza. Esto supone restringir de manera drástica la posibilidad de vida vegetada y, sin ella, la de multitud de organismos dependientes, aparte de consecuencias que tienen que ver con el microclima y el confort urbano, la isla de calor, el ciclo hídrico, la contaminación atmosférica, etc. El índice de permeabilidad pretende evaluar el nivel de afectación de la urbanización y el impacto de este sobre el territorio ocupado. Por todo ello, parece razonable desarrollar patrones de urbanización de bajo impacto tanto en los nuevos desarrollos como en operaciones de reurbanización, evitando el sellado masivo y la impermeabilización de suelos o el empleo de materiales poco saludables en los proyectos de urbanización.” No podemos estar más de acuerdo con estas afirmaciones.
Resulta imprescindible ir cambiando la cultura de los planificadores y diseñadores urbanos para que incluyan entre sus variables del plan (por ejemplo, en las ordenanzas) o del proyecto, consideraciones relativas a la impermeabilización del suelo de nuestras ciudades. Ya no sólo por razones de eficiencia sino también por otras relacionadas con la realidad de nuestro planeta. Existen muchos niños que viven en casas cuya única relación con la naturaleza es una maceta. Que bajan a la calle a jugar en unos aparatos prefabricados situados sobre una capa de arena lavada (e incluso desinfectada), o sobre unas losetas de caucho o de material plástico. Que pasean con sus padres sobre unas aceras pavimentadas con baldosas hidráulicas y en las cuales se han dejado unos pequeños agujeros tapados con rejas de hierro de los que salen unos pobres árboles (que José Martínez Sarandeses calificaba de “estrangulados por la ciudad”) que casi parecen más una parte del mobiliario urbano que un ser vivo. Luego no es extraño que cuando vuelvan a casa se coman literalmente la tierra de las macetas. Es que, sencillamente, la Tierra les resulta ajena.
jueves, 20 de noviembre de 2008
Espacios malditos: Madrid, plaza de Castilla
(A propósito del obelisco de Calatrava)
He escrito en este blog sobre muchos lugares mágicos. Pero en nuestros territorios y ciudades además de lugares mágicos hay lugares que, según los dadaístas "no tienen razón de existir" e incluso otros, que podríamos calificar de malditos. Malditos no en el sentido de que tengan en sí algo diabólico (aunque es posible que también) sino porque les ocurren todas las desgracias. Hoy quería escribir sobre uno de esos lugares malditos (que, por cierto, a veces emocionan tanto o más que los mágicos): la plaza de Castilla en Madrid. Sería interesante hacer una analogía con la barcelonesa plaza de Catalunya porque, desde mi punto de vista, ambas presentan curiosas coincidencias (y fuertes divergencias) pero, al contrario que la plaza madrileña, no se trata precisamente de un plaza con mala suerte sino al contrario. Desde su misma existencia (no estaba en el proyecto de Cerdá aunque sí en el de Rovira y en el alma de la burguesía de la ciudad) ha ido sobreviviendo y haciéndose, igual que la plaza de Castilla, sin una idea clara de que iba a ser cuando se hiciese mayor, pero sin ese hálito casi diabólico de lugar con mala estrella de la plaza madrileña.
Pienso que es oportuno el artículo para llamar la atención de mis alumnos (y lectores en general) sobre la última incorporación de un elemento a la plaza madrileña: el obelisco de Calatrava. El obelisco está en fase de erección y la erección de un obelisco siempre es algo digno de ser presenciado. De forma que es el momento oportuno de darse una vuelta por la plaza maldita y comprobar como se van colocando las tres grandes patas del trípode de hierro que va a salvar el túnel de la Castellana. Por supuesto que las erecciones de obeliscos desde lo que hizo en Roma el Papa Sixto V han quedado un tanto devaluadas ya que será muy difícil en la historia del Urbanismo hacer algo parecido. Pero también será complicado encontrar un urbanista a la altura del Papa Sixto V. Y, sobre todo, será casi imposible volver a presenciar una obra de ingeniería como derribo del obelisco que Calígula había colocado en la spina del Circo de Nerón, su traslado y nueva erección justo allí, en el punto exacto donde siglos después se iba a encontrar el centro de la Plaza de San Pedro. A quién le interese puede leer una descripción magnífica en el libro de Giedion Espacio, tiempo y arquitectura. Claro, en comparación con esto lo que está pasando en la Plaza de Castilla tiene un relativo interés (aunque lo tiene).
Pero vamos por partes, porque antes de llegar a la guinda (el obelisco de Calatrava) que va a coronar la tarta hay que cocinar la tarta. Y la tarta de la Plaza de Castilla empieza relativamente tarde. A principios de siglo los terrenos que ocupa pertenecían al Ayuntamiento de Chamartín de la Rosa, en aquellos años independiente del de Madrid, y era el lugar donde acamparon las tropas que procedían de África. Luego, el campamento provisional se convirtió en permanente, se fueron instalando comerciantes y terminó convirtiéndose en el barrio de “Tetuán de las Victorias” (el nombre es bastante alegórico). A finales de los años cuarenta del pasado siglo XX el ayuntamiento es absorbido por el de Madrid aunque antes ya habían empezado a aparecer las primeras piezas del puzzle.
Entre 1930 y 1941 se construye en un terreno colindante el cuarto depósito subterráneo de almacenamiento de agua del Canal de Isabel II. El depósito se pone en funcionamiento en 1942. Tiene unas dimensiones de 242x130x6,75 metros con una capacidad de 180.000 m3. En la actualidad una parte de este depósito subterráneo se ha reconvertido en recinto de exposiciones y la parte superior en un parque. Este parque ha estado sometido a muchas críticas, desde su infrautilización hasta el propio diseño para el lugar que ocupa. Lo cierto es que queda como extrañamente colocado en el caos de la plaza e impide marcar claramente su entrada. Puede observarse la asimetría respecto al edificio de los juzgados situado enfrente.
Por cierto, juzgados que van a ser llevados a la llamada Ciudad de la Justicia situada en Valdebebas dejando desocupado un suelo que, posiblemente, sea uno de los más apetecibles de España e incluso de Europa. La venta ya ha comenzado pero los problemas surgidos por la actual crisis inmobiliaria la tienen prácticamente paralizada. Una propuesta sobre qué hacer con un edificio que todos los usuarios califican de desastroso para la misión encomendada, puede leerse en iabogado (el blog de Javier Muñoz) en un articulo que titula “El damero maldito de Plaza de Castilla” (que conste que ya había puesto mi título antes de conocer este articulo y de saber que la palabra maldito se podía aplicar también al edificio de los juzgados): “Me permito sugerir una solución para este edificio una vez se trasladen los juzgados a un inmueble más propio del siglo que corremos. Toda reforma o remodelación es inútil. Solo cabe su completa y definitiva destrucción mediante explosivos, ex radice, desde los garajes hasta la última planta. Y por favor, llámenme para verlo. Esperaré todo lo que haga falta”. No sé si esta solución radical se podría aplicar a la totalidad de la plaza aunque no es descartable.
Pero casi a la vez, el Canal empieza a construir, muy cerca del depósito subterráneo, el segundo depósito elevado de Madrid (el primero se construyó en Santa Engracia) para permitir atender a las demandas de presión de agua de las partes más altas de la ciudad. Las obras comienzan en 1935 pero pasan por diversas vicisitudes (entre ellas la Guerra Civil) y no se ensaya provisionalmente hasta 1941 inaugurándose casi diez años después. Constituye, por tanto, la primera estructura elevada de la plaza y, durante años, conforma un hito visual de primer orden que marca la entrada a la ciudad por el norte y desde la calle Bravo Murillo. No tanto desde la propia Castellana al quedar desplazado y semioculto por el edificio Corea (donde vinieron a vivir los norteamericanos, hoy rehecho y derribado debido a la aluminosis). Las instalaciones del Canal se completan con la antigua Estación Elevadora de Aguas, actualmente reconvertida en la sede de la Fundación Canal y un auditorio.
Aparte de las instalaciones del Canal y el edificio de los juzgados situado enfrente, la segunda pieza a considerar en la tarta, es el monumento a José Calvo Sotelo del escultor Carlos Ferreira y el arquitecto Manuel Manzano Monís inaugurado por Francisco Franco en el año 1960. Como se ve en las fotos de arriba el monumento estaba resguardado por una pantalla vegetal que, de alguna manera, se constituía en el cierre de La Castellana. Este monumento fue desplazado en fechas posteriores hasta ocupar el sitio actual justo a la entrada del subterráneo y frente al edificio de los juzgados. El cierre vegetal ha sido eliminado y suele aparecer en las fotografías en el eje de las torres KIO porque la especie de proa de piedra que marca la estatua contrasta curiosamente con la inclinación de los edificios. De todas formas a día de hoy es imposible hacer la foto de abajo porque justo delante y en el mismo eje de la estatua alguien ha colocado una bodrio-pirámide de Navidad que la oculta completamente (igual son pruebas para ver si, definitivamente, se quita de ahí).
La tercera pieza sería la llamada Torre Castilla construida por Filasa y terminada en el año 1979. Durante un tiempo destacó por su altura ya que se encontraba en un lugar elevado y, además sobrepasa los 70 metros. Fue construida por una cooperativa de jueces que trabajaban en el edificio de los juzgados y tal y como se puede observar en la fotografía representa otra pieza más sin aparente relación (como no sea la judicial) con las anteriores. Y, desde luego, sin conexión formal, volumétrica, visual o espacial alguna con el resto de piezas que configuran el espacio maldito.
Pero lo que le ha dado un carácter más marcado a la plaza (hasta el momento actual) ha sido la construcción de las llamadas, en su momento, torres KIO (debido a la empresa que las promovió Kuwait Investments Office). Su nombre oficial es Torres Puerta de Europa y su proyecto, de 1989, se debe a los arquitectos estadounidenses Philip Johnson y John Burgee. Fueron los primeros rascacielos inclinados del mundo. Su inclinación de 15º respecto a la vertical hace que cada planta tenga una distribución distinta ya que no todos los ascensores llegan a las 27 plantas en las que se distribuyen sus 114 metros de altura. A pesar de que se empezaron a construir en 1989 no fueron inauguradas hasta 1996. Constituyen uno de los lugares más fotografiados de la ciudad. En una entrada anterior relativa a la silueta urbana de Madrid ya hice referencia a esa especie de leyenda que las relaciona con el mal. Leyenda que poco a poco va creciendo.
El caso es que estas torres parecía que iban a fijar definitivamente la imagen de la plaza. Sin embargo esto no ha sido así. La construcción, unos metros más adelante, de las Cuatro Torres Business Area, ha vuelto a descoyuntar otra vez todos los elementos formales de la plaza. La maldición continua y tanto el eje constituido por el monumento a Calvo Sotelo y las Torres, como el acento puesto por las propias Torres Puerta de Europa se vuelven a romper.
Sin embargo, en la imagen y funcionamiento de la plaza no intervienen sólo los elementos de afirmación, también lo hacen, y mucho, otros más “banales” como las paradas del metro o los cientos de autobuses que la recorren diariamente. Hace menos de un año que se ha terminado el intercambiador subterráneo que da servicio a 270.000 viajeros al día, con 59 líneas de autobuses (urbanas e interurbanas), 3 líneas de metro, 29 dársenas y 400 plazas de aparcamiento.
Este nuevo intercambiador se aprecia en superficie por unos extraños cubos de cristal que se corresponden con las entradas y los lucernarios (presume de luz natural en todas las plantas). Aunque no situados exactamente en la misma plaza sino en la Avenida de Asturias que es una de las calles que la conforman, representan un elemento extraño más en este espacio tan curioso (lo de curioso es una forma de hablar). En cualquier caso forman parte de la textura de la plaza como una suerte de autobuses inmóviles en las aceras, cajas de cristal esperando ser rellenas de regalos y adornadas con lazos de colores. Pobre plaza.
Pero la imagen cercana de la plaza ha estado durante mucho tiempo marcada por las marquesinas del intercambiador en superficie. Marquesinas que, para muchos miles de madrileños, han supuesto un cierto resguardo de las inclemencias del tiempo y, sobre todo, un elemento de identidad muy importante en su configuración. Aunque, en realidad, tampoco están situadas propiamente en la plaza sino en la prolongación de la Castellana, sobre el túnel y entre las dos Torres de Puerta de Europa son claramente visibles desde la misma y forman (formaban) parte muy evidente de la visión cotidiana de muchos madrileños.
Pues bien, en el momento actual estas marquesinas están siendo desmanteladas (probablemente cuando publique este artículo ya lo estén totalmente) y van a ser sustituidas por 22 dársenas nuevas separadas de la zona de espera de viajeros que estará climatizada y resguardada de las inclemencias meteorológicas. Además se está procediendo a la remodelación integral de la estación de metro. Todo ello está suponiendo cambios muy importantes tanto desde el punto de vista de la textura como de la composición y va a afectar, una vez más, a un espacio que no acaba de encontrar su identidad.
Ya casi tenemos todos los ingredientes de la tarta. No se sabe muy bien quién los ha elegido, con qué finalidad, qué es lo que se pretende conseguir (un sabor a chocolate, a caramelo, aromas a canela o a fruta, con base de licor…) pero ya tenemos los ingredientes. Además ya están todos colocados en su sitio, con las cantidades precisas y lo único que queda es esperar tranquilamente a que salga del horno. El cocinero tiene una cierta curiosidad por saber qué saldrá de todo esto. Se teme (tiene una gran experiencia) que no puede salir nada bueno cuando, simplemente, se ha echado mano a todas las existencias alimenticias que había en la cocina, se las ha juntado en un molde y se ha puesto el molde a hornear. Pero siempre existe la emoción de saber que las leyes del azar funcionan y que acaso pudiera suceder que, con todos ingredientes aleatorios, consiguiéramos una nueva receta extraordinaria. Claro que las posibilidades son realmente pequeñas.
Además, siempre queda el recurso de la guinda. Aunque el resultado sea una porquería que apenas se pueda llamar plaza (perdón, tarta) si le colocamos una guinda (digan lo que digan) aquello será una tarta (perdón, una plaza). Así que al cocinero le dicen que coloque un obelisco. Bien es verdad que un obelisco no se parece demasiado a una guinda pero puede hacer las veces. Y, además, si dicen que es gratis, todavía mejor. Como se había desplazado el monumento de de José Calvo Sotelo y había quedado libre justo la rotonda central parece el sitio adecuado para la guinda y, aunque no se pueda colocar justamente centrado en la plaza no importa demasiado unos metros más o menos cuando no existe ni un solo elemento de los estudiados hasta ahora relacionado geométrica ni visualmente con cualquier otro.
Hace unos años CajaMadrid (en el 2002 con ocasión del Tercer Centenario de la entidad) presentó a los ciudadanos madrileños un regalo para la ciudad, la primera obra de Santiago Calatrava en Madrid: un obelisco de unos 120 metros de altura formado por un conjunto de lamas móviles de bronce dorado que girarían produciendo un efecto ondulatorio. Los 120 metros de altura han quedado reducidos a 93 por razones de seguridad. La base es un cono truncado elevado hasta seis metros sobre la rasante de la plaza, anclado sobre un trípode de acero que salvará el túnel de La Castellana. Cada una de las tres patas pesa 50 toneladas y se apoyan sobre pilotes de hormigón de más de 25 metros de longitud.
El mástil vertical será de acero y contendrá una escalera interior hasta la coronación. Sobre esta estructura se fijarán mediante articulaciones 462 lamas de bronce dorado revestidas por su parte exterior con pan de oro de 7,70 metros de longitud y agrupadas en once tramos. El obelisco contendrá cuatro cañones de luz tangentes a su estructura de 1000 w cada uno, y un cañón de 4000 w en la parte superior, que van a iluminar hacia el cielo. Aunque no girará, la columna estará dotada de movimiento ya que las lamas, al moverse, simularán un desplazamiento helicoidal. Todo muy sostenible (sobre todo si el trípode queda bien enganchado en los pilotes). Lo que nadie sabe es cuanto le costará a CajaMadrid el regalo. Supongo que formará parte de su llamada “obra social” para mejorar las condiciones de los más necesitados.
Tampoco se sabe muy bien cómo este regalo ha ido a parar a la plaza maldita. Supongo que como el resto de elementos que la configuran, porque sí. Lo máximo que he conseguido es encontrar la siguiente coletilla en diferentes lugares de Internet (por ejemplo, en ecodiario.es): “La razón por la que se eligió la Plaza de Castilla para ubicar este singular ornamento es "porque es la 'Puerta de Europa', un eje clave del urbanismo más contemporáneo de Madrid y emplazamiento actual, además, de la sede central de Caja Madrid, y porque el Ayuntamiento ha considerado que ese punto era el lugar idóneo para esta primera obra que Santiago Calatrava ejecuta en Madrid", según informaron las mismas fuentes a Europa Press”. Vamos, porque, total ¿qué más da poner una cosa más en esa plaza si es casi imposible empeorarla?
La verdad es que estoy deseando que el pastel salga del horno. Siempre cabe la posibilidad de que la pobre plaza maldita se redima con la guinda. En cualquier caso puede llegar a convertirse en una auténtica leyenda urbana si siguen circulando por la red, en lugares poco convencionales (!) eso sí, “teorías” como esta referidas a las torres KIO y al obelisco: “Como hemos ido conociendo en los últimos años, las dos columnas Jachín y Boaz (en este caso, torres) son una referencia al Templo del Rey Salomón venerado por los masones. Si le añadimos un obelisco, el templo masónico queda completado. Pero si todavía decimos que el arquitecto se apellida Calatrava, de la Orden de Calatrava de toda la vida, la cosa queda meridianamente clara”. Termina con la frase: “Los masones madrileños pueden estar de enhorabuena, y también el Dajjal, por supuesto”.
En todas las ciudades existen, por unas u otras razones, puntos singulares. Espacios que se escapan a todo control, y que van evolucionando (casi como si tuvieran vida propia) hacia una configuración aparentemente no premeditada. En algunos casos son realmente feos. En otros no funcionan adecuadamente. Casi nunca se sabe muy bien que hacer con ellos porque nadie se puede imaginar hacia donde van (y, muchas veces, ni tan siquiera de donde vienen). Y sin embargo… son como esas plantas que son capaces de crecer entre las baldosas hidráulicas aunque nadie las haya sembrado, fuente de una biodiversidad imprescindible en nuestros entornos. A veces pienso que sin estos espacios malditos que se desarrollan en los resquicios, en las junturas de las grandes piezas y actuaciones urbanas, las ciudades serían organismos muertos y esclerotizados. A veces, cuando paso por la Plaza de Castilla y veo en lo que se va convirtiendo aquel campamento de militares que venían de África no dejo de asombrarme y, más allá de su falta de composición, de belleza, de la descoordinación que afecta a todas sus piezas, me emociono profundamente.
Estoy ansioso por ver terminado el obelisco. Al fin y al cabo, Prigogine dice que “desarrollos que desde hace mucho tiempo se producían paralelos en la teoría termodinámica de los procesos irreversibles, en la teoría de los sistemas dinámicos y en la mecánica clásica, convergen finalmente y demuestran de forma innegable que la separación entre lo simple y lo complejo, entre el orden y el desorden es mucho menor de lo que se había pensado hasta ahora”. Quien sabe si el obelisco de Calatrava es la pieza que la plaza maldita ha estado esperando desde principios del pasado siglo XX. Y en cualquier caso, si no lo es tampoco importa demasiado: un ingrediente más en la tarta no creo que, a estas alturas de la película, le vaya a hacer mucho daño. Lo que por supuesto recomiendo a todos es que no os vayáis a perder la erección de un obelisco en pleno siglo XXI.
He escrito en este blog sobre muchos lugares mágicos. Pero en nuestros territorios y ciudades además de lugares mágicos hay lugares que, según los dadaístas "no tienen razón de existir" e incluso otros, que podríamos calificar de malditos. Malditos no en el sentido de que tengan en sí algo diabólico (aunque es posible que también) sino porque les ocurren todas las desgracias. Hoy quería escribir sobre uno de esos lugares malditos (que, por cierto, a veces emocionan tanto o más que los mágicos): la plaza de Castilla en Madrid. Sería interesante hacer una analogía con la barcelonesa plaza de Catalunya porque, desde mi punto de vista, ambas presentan curiosas coincidencias (y fuertes divergencias) pero, al contrario que la plaza madrileña, no se trata precisamente de un plaza con mala suerte sino al contrario. Desde su misma existencia (no estaba en el proyecto de Cerdá aunque sí en el de Rovira y en el alma de la burguesía de la ciudad) ha ido sobreviviendo y haciéndose, igual que la plaza de Castilla, sin una idea clara de que iba a ser cuando se hiciese mayor, pero sin ese hálito casi diabólico de lugar con mala estrella de la plaza madrileña.
Pienso que es oportuno el artículo para llamar la atención de mis alumnos (y lectores en general) sobre la última incorporación de un elemento a la plaza madrileña: el obelisco de Calatrava. El obelisco está en fase de erección y la erección de un obelisco siempre es algo digno de ser presenciado. De forma que es el momento oportuno de darse una vuelta por la plaza maldita y comprobar como se van colocando las tres grandes patas del trípode de hierro que va a salvar el túnel de la Castellana. Por supuesto que las erecciones de obeliscos desde lo que hizo en Roma el Papa Sixto V han quedado un tanto devaluadas ya que será muy difícil en la historia del Urbanismo hacer algo parecido. Pero también será complicado encontrar un urbanista a la altura del Papa Sixto V. Y, sobre todo, será casi imposible volver a presenciar una obra de ingeniería como derribo del obelisco que Calígula había colocado en la spina del Circo de Nerón, su traslado y nueva erección justo allí, en el punto exacto donde siglos después se iba a encontrar el centro de la Plaza de San Pedro. A quién le interese puede leer una descripción magnífica en el libro de Giedion Espacio, tiempo y arquitectura. Claro, en comparación con esto lo que está pasando en la Plaza de Castilla tiene un relativo interés (aunque lo tiene).
Pero vamos por partes, porque antes de llegar a la guinda (el obelisco de Calatrava) que va a coronar la tarta hay que cocinar la tarta. Y la tarta de la Plaza de Castilla empieza relativamente tarde. A principios de siglo los terrenos que ocupa pertenecían al Ayuntamiento de Chamartín de la Rosa, en aquellos años independiente del de Madrid, y era el lugar donde acamparon las tropas que procedían de África. Luego, el campamento provisional se convirtió en permanente, se fueron instalando comerciantes y terminó convirtiéndose en el barrio de “Tetuán de las Victorias” (el nombre es bastante alegórico). A finales de los años cuarenta del pasado siglo XX el ayuntamiento es absorbido por el de Madrid aunque antes ya habían empezado a aparecer las primeras piezas del puzzle.
Entre 1930 y 1941 se construye en un terreno colindante el cuarto depósito subterráneo de almacenamiento de agua del Canal de Isabel II. El depósito se pone en funcionamiento en 1942. Tiene unas dimensiones de 242x130x6,75 metros con una capacidad de 180.000 m3. En la actualidad una parte de este depósito subterráneo se ha reconvertido en recinto de exposiciones y la parte superior en un parque. Este parque ha estado sometido a muchas críticas, desde su infrautilización hasta el propio diseño para el lugar que ocupa. Lo cierto es que queda como extrañamente colocado en el caos de la plaza e impide marcar claramente su entrada. Puede observarse la asimetría respecto al edificio de los juzgados situado enfrente.
Por cierto, juzgados que van a ser llevados a la llamada Ciudad de la Justicia situada en Valdebebas dejando desocupado un suelo que, posiblemente, sea uno de los más apetecibles de España e incluso de Europa. La venta ya ha comenzado pero los problemas surgidos por la actual crisis inmobiliaria la tienen prácticamente paralizada. Una propuesta sobre qué hacer con un edificio que todos los usuarios califican de desastroso para la misión encomendada, puede leerse en iabogado (el blog de Javier Muñoz) en un articulo que titula “El damero maldito de Plaza de Castilla” (que conste que ya había puesto mi título antes de conocer este articulo y de saber que la palabra maldito se podía aplicar también al edificio de los juzgados): “Me permito sugerir una solución para este edificio una vez se trasladen los juzgados a un inmueble más propio del siglo que corremos. Toda reforma o remodelación es inútil. Solo cabe su completa y definitiva destrucción mediante explosivos, ex radice, desde los garajes hasta la última planta. Y por favor, llámenme para verlo. Esperaré todo lo que haga falta”. No sé si esta solución radical se podría aplicar a la totalidad de la plaza aunque no es descartable.
Pero casi a la vez, el Canal empieza a construir, muy cerca del depósito subterráneo, el segundo depósito elevado de Madrid (el primero se construyó en Santa Engracia) para permitir atender a las demandas de presión de agua de las partes más altas de la ciudad. Las obras comienzan en 1935 pero pasan por diversas vicisitudes (entre ellas la Guerra Civil) y no se ensaya provisionalmente hasta 1941 inaugurándose casi diez años después. Constituye, por tanto, la primera estructura elevada de la plaza y, durante años, conforma un hito visual de primer orden que marca la entrada a la ciudad por el norte y desde la calle Bravo Murillo. No tanto desde la propia Castellana al quedar desplazado y semioculto por el edificio Corea (donde vinieron a vivir los norteamericanos, hoy rehecho y derribado debido a la aluminosis). Las instalaciones del Canal se completan con la antigua Estación Elevadora de Aguas, actualmente reconvertida en la sede de la Fundación Canal y un auditorio.
Aparte de las instalaciones del Canal y el edificio de los juzgados situado enfrente, la segunda pieza a considerar en la tarta, es el monumento a José Calvo Sotelo del escultor Carlos Ferreira y el arquitecto Manuel Manzano Monís inaugurado por Francisco Franco en el año 1960. Como se ve en las fotos de arriba el monumento estaba resguardado por una pantalla vegetal que, de alguna manera, se constituía en el cierre de La Castellana. Este monumento fue desplazado en fechas posteriores hasta ocupar el sitio actual justo a la entrada del subterráneo y frente al edificio de los juzgados. El cierre vegetal ha sido eliminado y suele aparecer en las fotografías en el eje de las torres KIO porque la especie de proa de piedra que marca la estatua contrasta curiosamente con la inclinación de los edificios. De todas formas a día de hoy es imposible hacer la foto de abajo porque justo delante y en el mismo eje de la estatua alguien ha colocado una bodrio-pirámide de Navidad que la oculta completamente (igual son pruebas para ver si, definitivamente, se quita de ahí).
La tercera pieza sería la llamada Torre Castilla construida por Filasa y terminada en el año 1979. Durante un tiempo destacó por su altura ya que se encontraba en un lugar elevado y, además sobrepasa los 70 metros. Fue construida por una cooperativa de jueces que trabajaban en el edificio de los juzgados y tal y como se puede observar en la fotografía representa otra pieza más sin aparente relación (como no sea la judicial) con las anteriores. Y, desde luego, sin conexión formal, volumétrica, visual o espacial alguna con el resto de piezas que configuran el espacio maldito.
Pero lo que le ha dado un carácter más marcado a la plaza (hasta el momento actual) ha sido la construcción de las llamadas, en su momento, torres KIO (debido a la empresa que las promovió Kuwait Investments Office). Su nombre oficial es Torres Puerta de Europa y su proyecto, de 1989, se debe a los arquitectos estadounidenses Philip Johnson y John Burgee. Fueron los primeros rascacielos inclinados del mundo. Su inclinación de 15º respecto a la vertical hace que cada planta tenga una distribución distinta ya que no todos los ascensores llegan a las 27 plantas en las que se distribuyen sus 114 metros de altura. A pesar de que se empezaron a construir en 1989 no fueron inauguradas hasta 1996. Constituyen uno de los lugares más fotografiados de la ciudad. En una entrada anterior relativa a la silueta urbana de Madrid ya hice referencia a esa especie de leyenda que las relaciona con el mal. Leyenda que poco a poco va creciendo.
El caso es que estas torres parecía que iban a fijar definitivamente la imagen de la plaza. Sin embargo esto no ha sido así. La construcción, unos metros más adelante, de las Cuatro Torres Business Area, ha vuelto a descoyuntar otra vez todos los elementos formales de la plaza. La maldición continua y tanto el eje constituido por el monumento a Calvo Sotelo y las Torres, como el acento puesto por las propias Torres Puerta de Europa se vuelven a romper.
Sin embargo, en la imagen y funcionamiento de la plaza no intervienen sólo los elementos de afirmación, también lo hacen, y mucho, otros más “banales” como las paradas del metro o los cientos de autobuses que la recorren diariamente. Hace menos de un año que se ha terminado el intercambiador subterráneo que da servicio a 270.000 viajeros al día, con 59 líneas de autobuses (urbanas e interurbanas), 3 líneas de metro, 29 dársenas y 400 plazas de aparcamiento.
Este nuevo intercambiador se aprecia en superficie por unos extraños cubos de cristal que se corresponden con las entradas y los lucernarios (presume de luz natural en todas las plantas). Aunque no situados exactamente en la misma plaza sino en la Avenida de Asturias que es una de las calles que la conforman, representan un elemento extraño más en este espacio tan curioso (lo de curioso es una forma de hablar). En cualquier caso forman parte de la textura de la plaza como una suerte de autobuses inmóviles en las aceras, cajas de cristal esperando ser rellenas de regalos y adornadas con lazos de colores. Pobre plaza.
Pero la imagen cercana de la plaza ha estado durante mucho tiempo marcada por las marquesinas del intercambiador en superficie. Marquesinas que, para muchos miles de madrileños, han supuesto un cierto resguardo de las inclemencias del tiempo y, sobre todo, un elemento de identidad muy importante en su configuración. Aunque, en realidad, tampoco están situadas propiamente en la plaza sino en la prolongación de la Castellana, sobre el túnel y entre las dos Torres de Puerta de Europa son claramente visibles desde la misma y forman (formaban) parte muy evidente de la visión cotidiana de muchos madrileños.
Pues bien, en el momento actual estas marquesinas están siendo desmanteladas (probablemente cuando publique este artículo ya lo estén totalmente) y van a ser sustituidas por 22 dársenas nuevas separadas de la zona de espera de viajeros que estará climatizada y resguardada de las inclemencias meteorológicas. Además se está procediendo a la remodelación integral de la estación de metro. Todo ello está suponiendo cambios muy importantes tanto desde el punto de vista de la textura como de la composición y va a afectar, una vez más, a un espacio que no acaba de encontrar su identidad.
Ya casi tenemos todos los ingredientes de la tarta. No se sabe muy bien quién los ha elegido, con qué finalidad, qué es lo que se pretende conseguir (un sabor a chocolate, a caramelo, aromas a canela o a fruta, con base de licor…) pero ya tenemos los ingredientes. Además ya están todos colocados en su sitio, con las cantidades precisas y lo único que queda es esperar tranquilamente a que salga del horno. El cocinero tiene una cierta curiosidad por saber qué saldrá de todo esto. Se teme (tiene una gran experiencia) que no puede salir nada bueno cuando, simplemente, se ha echado mano a todas las existencias alimenticias que había en la cocina, se las ha juntado en un molde y se ha puesto el molde a hornear. Pero siempre existe la emoción de saber que las leyes del azar funcionan y que acaso pudiera suceder que, con todos ingredientes aleatorios, consiguiéramos una nueva receta extraordinaria. Claro que las posibilidades son realmente pequeñas.
Además, siempre queda el recurso de la guinda. Aunque el resultado sea una porquería que apenas se pueda llamar plaza (perdón, tarta) si le colocamos una guinda (digan lo que digan) aquello será una tarta (perdón, una plaza). Así que al cocinero le dicen que coloque un obelisco. Bien es verdad que un obelisco no se parece demasiado a una guinda pero puede hacer las veces. Y, además, si dicen que es gratis, todavía mejor. Como se había desplazado el monumento de de José Calvo Sotelo y había quedado libre justo la rotonda central parece el sitio adecuado para la guinda y, aunque no se pueda colocar justamente centrado en la plaza no importa demasiado unos metros más o menos cuando no existe ni un solo elemento de los estudiados hasta ahora relacionado geométrica ni visualmente con cualquier otro.
Hace unos años CajaMadrid (en el 2002 con ocasión del Tercer Centenario de la entidad) presentó a los ciudadanos madrileños un regalo para la ciudad, la primera obra de Santiago Calatrava en Madrid: un obelisco de unos 120 metros de altura formado por un conjunto de lamas móviles de bronce dorado que girarían produciendo un efecto ondulatorio. Los 120 metros de altura han quedado reducidos a 93 por razones de seguridad. La base es un cono truncado elevado hasta seis metros sobre la rasante de la plaza, anclado sobre un trípode de acero que salvará el túnel de La Castellana. Cada una de las tres patas pesa 50 toneladas y se apoyan sobre pilotes de hormigón de más de 25 metros de longitud.
El mástil vertical será de acero y contendrá una escalera interior hasta la coronación. Sobre esta estructura se fijarán mediante articulaciones 462 lamas de bronce dorado revestidas por su parte exterior con pan de oro de 7,70 metros de longitud y agrupadas en once tramos. El obelisco contendrá cuatro cañones de luz tangentes a su estructura de 1000 w cada uno, y un cañón de 4000 w en la parte superior, que van a iluminar hacia el cielo. Aunque no girará, la columna estará dotada de movimiento ya que las lamas, al moverse, simularán un desplazamiento helicoidal. Todo muy sostenible (sobre todo si el trípode queda bien enganchado en los pilotes). Lo que nadie sabe es cuanto le costará a CajaMadrid el regalo. Supongo que formará parte de su llamada “obra social” para mejorar las condiciones de los más necesitados.
Tampoco se sabe muy bien cómo este regalo ha ido a parar a la plaza maldita. Supongo que como el resto de elementos que la configuran, porque sí. Lo máximo que he conseguido es encontrar la siguiente coletilla en diferentes lugares de Internet (por ejemplo, en ecodiario.es): “La razón por la que se eligió la Plaza de Castilla para ubicar este singular ornamento es "porque es la 'Puerta de Europa', un eje clave del urbanismo más contemporáneo de Madrid y emplazamiento actual, además, de la sede central de Caja Madrid, y porque el Ayuntamiento ha considerado que ese punto era el lugar idóneo para esta primera obra que Santiago Calatrava ejecuta en Madrid", según informaron las mismas fuentes a Europa Press”. Vamos, porque, total ¿qué más da poner una cosa más en esa plaza si es casi imposible empeorarla?
La verdad es que estoy deseando que el pastel salga del horno. Siempre cabe la posibilidad de que la pobre plaza maldita se redima con la guinda. En cualquier caso puede llegar a convertirse en una auténtica leyenda urbana si siguen circulando por la red, en lugares poco convencionales (!) eso sí, “teorías” como esta referidas a las torres KIO y al obelisco: “Como hemos ido conociendo en los últimos años, las dos columnas Jachín y Boaz (en este caso, torres) son una referencia al Templo del Rey Salomón venerado por los masones. Si le añadimos un obelisco, el templo masónico queda completado. Pero si todavía decimos que el arquitecto se apellida Calatrava, de la Orden de Calatrava de toda la vida, la cosa queda meridianamente clara”. Termina con la frase: “Los masones madrileños pueden estar de enhorabuena, y también el Dajjal, por supuesto”.
En todas las ciudades existen, por unas u otras razones, puntos singulares. Espacios que se escapan a todo control, y que van evolucionando (casi como si tuvieran vida propia) hacia una configuración aparentemente no premeditada. En algunos casos son realmente feos. En otros no funcionan adecuadamente. Casi nunca se sabe muy bien que hacer con ellos porque nadie se puede imaginar hacia donde van (y, muchas veces, ni tan siquiera de donde vienen). Y sin embargo… son como esas plantas que son capaces de crecer entre las baldosas hidráulicas aunque nadie las haya sembrado, fuente de una biodiversidad imprescindible en nuestros entornos. A veces pienso que sin estos espacios malditos que se desarrollan en los resquicios, en las junturas de las grandes piezas y actuaciones urbanas, las ciudades serían organismos muertos y esclerotizados. A veces, cuando paso por la Plaza de Castilla y veo en lo que se va convirtiendo aquel campamento de militares que venían de África no dejo de asombrarme y, más allá de su falta de composición, de belleza, de la descoordinación que afecta a todas sus piezas, me emociono profundamente.
Estoy ansioso por ver terminado el obelisco. Al fin y al cabo, Prigogine dice que “desarrollos que desde hace mucho tiempo se producían paralelos en la teoría termodinámica de los procesos irreversibles, en la teoría de los sistemas dinámicos y en la mecánica clásica, convergen finalmente y demuestran de forma innegable que la separación entre lo simple y lo complejo, entre el orden y el desorden es mucho menor de lo que se había pensado hasta ahora”. Quien sabe si el obelisco de Calatrava es la pieza que la plaza maldita ha estado esperando desde principios del pasado siglo XX. Y en cualquier caso, si no lo es tampoco importa demasiado: un ingrediente más en la tarta no creo que, a estas alturas de la película, le vaya a hacer mucho daño. Lo que por supuesto recomiendo a todos es que no os vayáis a perder la erección de un obelisco en pleno siglo XXI.
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