El programa (que junto a las ponencias podéis encontrar aquí) estaba dividido en tres bloques. El primero dedicado a la percepción de la seguridad y la inseguridad del espacio público. El segundo llevaba por título Repensar el Espacio Público. Y el tercero era un intercambio de experiencias y buenas prácticas. El formato de los dos últimos era el de mesas con ponencias y el primero era un diálogo entre María Naredo y yo mismo sobre una serie de temas que previamente habíamos acordado entre los dos. Los que sigáis este blog probablemente sabréis que una de las cuestiones a las que últimamente dedico más tiempo de trabajo es acerca de la seguridad en el espacio público. Aunque en mi caso personal llegué al diseño seguro a través del Paisaje Urbano, en realidad en el origen de todos estos estudios están las organizaciones feministas. Hoy, por tanto, es como si me hubiera reencontrado con los orígenes de mi obsesión actual. Y, efectivamente, la sensación que he tenido después de la Jornada fue la de un plácido reencuentro.
O no tan plácido. Porque, en realidad, al recapitular sobre lo escuchado a lo largo de unas horas bastantes intensas y después de relacionarlo con mis trabajos sobre el tema, comprendí hasta que punto mi postura acerca de la seguridad era superficial y poco comprometida. A continuación voy a fijarme tan sólo en tres aspectos que, o bien por lo que han supuesto de descubrimiento o por su potencial de sugestión para animar a realizar investigaciones, pienso que es interesante que conozcáis (sobre todo los más jóvenes, porque en vuestras manos, y más todavía en procesos que son largos, están las posibilidades de cambio).
La Ciudad Prohibida
No sé si las diferentes ponentes eran conscientes de ello, pero casi todas repetían de una u otra forma que determinadas partes de la ciudad les estaban prohibidas. No mediante barreras físicas o semióticas, sino que la inseguridad convertía áreas de esta ciudad en una geografía limitada para la mujer. Esta limitación es muy evidente cuando hay, por ejemplo, una minusvalía física y el minusválido tiene que desplazarse en una silla de ruedas. También, por supuesto, determinadas áreas son ciudad prohibida para algunos ciudadanos sean hombres o mujeres. Pero el hecho diferencial ocurre cuando una mujer tiene que atravesar un pasadizo subterráneo, o recoger el coche en un aparcamiento a ciertas horas, o cruzar una zona de parque. Determinadas áreas urbanas que los hombres usan aparentemente sin temor son cuidadosamente evitadas por las mujeres (cuando pueden evitarlas).
Las razones son varias pero quizás la más objetiva sea que hombres y mujeres son blancos diferentes para el delincuente (o para el simple gamberro). Es posible que determinados delitos como robos, hurtos o atracos se realicen de forma indiscriminada e independiente del sexo, pero otros como los de naturaleza sexual no. Hay, por tanto, razones objetivas para que una mujer se sienta más vulnerable que un hombre en determinados lugares que favorecen el delito de oportunidad. Y, por tanto, que se planteen como objetivo específico que estos lugares dejen de ser inseguros. De ahí el interés de los colectivos feministas por el diseño urbano seguro.
Este título de la Ciudad Prohibida lo he tomando de un proyecto del área de Igualdad del ayuntamiento de Basauri llamado “Mapa de la Ciudad Prohibida para las Mujeres” que pretendía, en realidad, realizar una campaña de sensibilización. Para ello, según nos explicó Juana Aranguren, decidieron señalar en un mapa los puntos peligrosos, zonas de difícil acceso, etc., de la ciudad de Basauri y luego distribuirlo masivamente. El proyecto primitivo era del año 1996, pero luego se hizo en otras poblaciones como Hernani, Ermua o Rentería. Un año después se hizo también algo parecido en Donostia con un seminario y un foro (que todavía sigue funcionando). Más allá de su interés como campaña de sensibilización, el titulo de La Ciudad Prohibida como metáfora encierra muchas posibilidades para la labor de investigación. La sugerencia de que la seguridad reduce la geografía de la ciudad para determinados colectivos y, en concreto, para la mujer plantea de inmediato un montón de preguntas sin respuesta.
Es evidente que estamos hablando de inseguridad subjetiva. Esta inseguridad subjetiva es la que fuerza a que las mujeres eviten determinadas zonas. Increíblemente esto trae consigo que los índices de criminalidad de estos lugares sean más altos para los hombres que para las mujeres. Pero, claro, es que ellas los evitan. Y un ciudadano por el hecho de ser mujer no debería estar discriminado a la hora de usar su ciudad. Por supuesto que al hablar de ciudad prohibida no me estoy refiriendo a importantes áreas de la ciudad (aunque también podría ser) sino más bien a pasadizos, aceras, rincones, aparcamientos subterráneos, parques, ascensores públicos o accesos a viviendas.
Procedimientos sustitutivos
De los múltiples temas que se plantearon en las jornadas otro de los que me llamó la atención y que me gustaría transmitiros a los que no habéis podido asistir (Lola, siento que no hayas estado) fue la denuncia del intento de solucionar determinados problemas por la vía de hacer lo mismo que hacen los hombres mal. Uno de los ejemplos más claros fue la mención al transporte público. La denuncia de la discriminación en los transportes públicos también es una de las más antiguas en el urbanismo visto en clave feminista. La inadecuación de los vehículos, de las paradas, de la propia estructura del sistema de transporte (en palabras de una de las ponentes, diseñado para varones, sanos, de treinta años) hace que, tradicionalmente, su uso le plantee a la mujer bastantes problemas.
La verdad es que ya desde el año 1999 era consciente de estas dificultades respecto al transporte público ya que en ese año fui seleccionado como experto por el Ministerio de Fomento para proponer las Buenas Prácticas que irían al concurso de Dubai. Una de las que seleccionamos y que luego sería calificada como Best en el concurso se llamaba “Perspectiva de género en el plan de transporte comarcal en Pamplona”. A la actividad se incorporaron más de 300 mujeres y el resultado fue la introducción de modificaciones en las líneas, recorridos, frecuencias, sistemas de pago, establecimiento de líneas rápidas, nuevas paradas, etc., aunque no consiguió resolver los problemas de seguridad y tampoco se introdujeron las medidas reclamadas en el diseño de los autobuses. A ese mismo concurso de Dubai se presentó otra práctica, también calificada como Best sobre la Integración de la perspectiva de género en el transporte público de Montreal que consiguió que se implantase el servicio “entre dos paradas” destinado exclusivamente a mujeres (que durante el horario nocturno podían bajarse en lugares diferentes a las paradas oficiales). Desde entonces ya han pasado algunos años y las encuestas parece que indican una cierta disminución de las desigualdades en este aspecto.
Desplazamientos al trabajo en Alcalá de Henares
"Transporte y Movilidad: ¿necesidades diferenciales
según género?" (de Díaz y Jiménez)
"Transporte y Movilidad: ¿necesidades diferenciales
según género?" (de Díaz y Jiménez)
El problema es que esta disminución de las desigualdades no viene de la adecuación del sistema a las necesidades de las mujeres, sino más bien del cambio del transporte público al privado que están haciendo. Tradicionalmente siempre han utilizado el transporte público más que los hombres (a pesar de que este haya sido diseñado para un varón, sano, de treinta años), pero en lugar de seguir haciéndolo ya que es lo correcto desde el punto de vista ambiental y sostenible, han decidido seguir el camino de abandonarlo por el automóvil. Y esto está pasando también en otras áreas donde se observan desigualdades. En alguna de las ponencias se denunciaba esta “solución” como falsa. En realidad como una huida hacia el mundo masculino. Lo he titulado Procedimientos Sustitutivos ya que, en realidad, la cuestión que originaba la desigualdad no se había corregido.
El espacio privado como origen de la violencia
El tercer tema que me gustaría tratar, no porque esté demasiado de acuerdo con la hipótesis de partida, sino más bien por la gran cantidad de sugerencias y preguntas que es capaz de generar, se refiere a la relación entre los espacios público y privado respecto al tema de la violencia. Es importante porque una de las formas más tópicas de entender la seguridad es como ausencia de violencia, tanto física como psíquica. En evidente que en el concepto de seguridad intervienen otros factores además de la violencia (algunos muy importantes como la tendencia a la reducción de la diversidad social) pero la ausencia de violencia sería la condición necesaria, aunque no suficiente, para aceptar que un espacio sea mínimamente seguro.
Varias de las ponentes insistieron en la hipótesis de que el origen de la violencia en el espacio público está, en cierta medida, en el espacio privado. Dicho así, claro, parece evidente, pero lo que se quería sugerir es que los conflictos que se crean en el espacio privado estallan luego en el espacio público. Desde este punto de vista poco podemos hacer tomando medidas ambientales en las calles, plazas o jardines, ya que, en realidad, estas medidas no sirven ante conflictos que se generan en otros ámbitos.
En todos los casos esta aseveración se planteó como hipótesis y no creo que nadie esté todavía en condiciones de confirmarla. Además, desde mi punto de vista, añade ruido y complicaciones a la cuestión que se debatía que era cómo el diseño urbano influía en la seguridad (objetiva o subjetiva) en general y, en particular, en la seguridad de las mujeres. Sin embargo el interés de este planteamiento reside en su potencial. Y el potencial está en las relaciones que normalmente nunca se establecen entre espacio público y espacio privado desde el punto de vista del diseño seguro. Por ejemplo, es una afirmación bastante corriente entre los urbanistas es que una de las causas más importantes de la debilidad de nuestros espacios públicos en el momento actual está en las tipologías arquitectónicas, que tienden a encerrar toda la vida comunitaria de relación en los patios privados de manzana.
Estos patios privados de manzana, verdaderos nichos sociales de relaciones entre iguales, vacían de funciones y contenido los espacios comunitarios tradicionales que se convierten en simples infraestructuras de paso. Esta relación entre espacios privados y públicos está eliminando la necesidad, como dice Bauman, de una educación cívica en valores de urbanidad, ahora no necesarios ya que se han eliminado las relaciones entre desiguales. Esta perdida de educación en valores de urbanidad está, por ejemplo, haciendo muy complicado que pueda mantenerse como válido el principio de “vigilancia natural” y está haciendo que aumente de forma exponencial la incomprensión (que deriva muchas veces en violencia) ante “el otro” sea o no marginal cuando el funcionamiento de la ciudad nos pone enfrente a los que no son de “los nuestros”. Bueno, una interesante jornada que me ha permitido repensar en claves diferentes algunos de los temas sobre los que estoy trabajando.