lunes, 23 de junio de 2008

Ciudades saludables y sostenibles

La Federación Española de Municipios y Provincias es una asociación que agrupa a más de 7.000 entidades locales españolas. Es la sección en España del Consejo de Municipios y Regiones de Europa (CMRE) y sede de la Organización Ibeoamericana de Cooperación Intermunicipal (OICI). Casi todas las federaciones de las Comunidades Autónomas tienen firmados protocolos de colaboración con la FEMP. Cuenta, además, con diferentes secciones y tres redes: la Red de Gobiernos Locales + Biodiversidad 2010; la Red Española de Ciudades por el Clima ; y la Red Española de Ciudades Saludables .

La sede de la FEMP el centro histórico de Madrid

La Red Española de Ciudades Saludables depende del área de comercio, consumo y salud de la FEMP que, a su vez depende del Departamento de Promoción Económica y Empleo. De las otras dos redes, la de Ciudades por el Clima cuenta con más de 200 socios que agrupan un total de más de veinte millones de personas y la de Gobiernos Locales ciento treinta y cinco y quince millones respectivamente. Pues bien, coincidiendo con la Asamblea de la Red Española de Ciudades Saludables se celebraron unas "Jornadas sobre salud y sostenibilidad" (con la colaboración de la Red Española de Ciudades por el Clima) que tuvieron lugar a comienzos de la semana pasada. Probablemente la Red tenga ahora un impulso importante ante el anuncio del ministro de Sanidad y Consumo, Bernat Soria, en la presentación de las Jornadas, de la firma de un convenio entre la FEMP y el Ministerio de Sanidad que supondrá la aportación de 1,2 millones de euros a la Red.


He incluido estos datos en el artículo porque pienso que la Federación Española de Municipios y Provincias es una entidad poco conocida en algunos de los ámbitos profesionales (y sobre todo académicos) en los que me muevo. Desde mi punto de vista es una de las pocas posibilidades de la administración local de hacer oír su voz frente a las administraciones central o autonómicas. Tal y como está planteada la relación entre las tres administraciones en España “lo local” tiene muy poco poder real debido, tanto a su dimensión física como a su población. La esencia de lo local es, precisamente, la cercanía al ciudadano en ámbitos pequeños (aunque el caso de las grandes ciudades sea diferente) y, por tanto, su capacidad de presión frente a entidades mucho mayores es, ciertamente, pequeña. Por eso las Federaciones de Municipios tienen un papel obvio de grupo de presión en defensa de los intereses locales frente a las Comunidades y al Estado Español. De ahí también que las Diputaciones, Cabildos o diferentes entidades supramunicipales (en aquellas Comunidades donde existan) puedan ayudar en esta misión ciertamente distinta a la suya tradicional.


Las Jornadas se celebraron en Madrid, en la Escuela Nacional de Sanidad, y me invitaron a una mesa redonda titulada “Por una ciudad saludable y sostenible. Prioridades” moderada por Ildefonso Hernández. Tuve como compañeros de mesa a Ana Olivera, Jordi Petit y Ricard Pérez Casado. Fue una pena que mis obligaciones académicas (estamos terminando los exámenes) me impidieran asistir a la totalidad de las Jornadas porque ya sabéis que, últimamente, casi los únicos foros que me interesan son aquellos de carácter multidisciplinar donde se contrastan visiones sobre un objeto (la arquitectura, el paisaje, la ciudad o el territorio) desde campos, a veces, muy diferentes. Además se trata de un momento interesante ya que, sobre la mesa, está la cuestión de la financiación de los Ayuntamientos. Ya podéis imaginaros que temas como “El cambio climático y sus repercusiones sobre la salud”, “Desigualdades sociales y ciudad”, “Participación e intersectorialidad”, “Condiciones y estilos de vida” o “Envejecer en la ciudad”, son suficientemente atractivos como para que me hubiera quedado. No pudo ser, de forma que os transmitiré aquellos temas en los que pude intervenir.


La higiene urbana pertenece a los cimientos mismos de la urbanística. Podríamos decir que el urbanismo actual, entendido como manera racional de construir la ciudad, sería incomprensible si elimináramos los principios higienistas que lo sustentan. Aunque probablemente todos mis alumnos de urbanismo lo conozcan ya, tengo que referirme (al hablar de este tema) necesariamente a un libro imprescindible, Orígenes del urbanismo moderno de Leonardo Benévolo. Como algunos de los lectores de este blog no son urbanistas ni están cercanos a la urbanística (aunque todos lo estamos en mayor o menor medida al urbanismo) tengo que recomendar su lectura ya que es accesible a todos y repasa una etapa histórica, la formación de la ciudad industrial y su reforma, básica para la comprensión de nuestras ciudades. Los más cercanos a la urbanística no necesitan esta recomendación porque seguro que ya lo conocen. Benevolo razona sobre el cambio producido en las condiciones de la vivienda rural a la urbana (la emigración del campo a la ciudad fue una de las características más relevantes en la formación de la ciudad industrial) con el argumento de que, en aquel momento, las deficiencias higiénicas “relativamente tolerables en el campo se vuelven insoportables en la ciudad, debido al apiñamiento y al gran número de habitaciones”.

Tugurio en Glasgow, 1848

En el libro se reproduce parte de la descripción de Manchester que hizo Engels en el año 1845 y que puede dar idea de las condiciones de vida de los obreros en las ciudades (que nada tenían que ver con la situación de los nobles y de las clases acomodadas): “A la derecha e izquierda una cantidad de pasajes cubiertos conducen de la calle principal a numerosos patios, al entrar en los cuales se cae en una inmunda y nauseabunda suciedad, sin parangón, en especial en los patios que dan al Irk y que abarcan las más horribles habitaciones que haya conocido hasta ahora. En uno de estos patios, a la entrada, donde termina el pasaje cubierto, hay una letrina sin puerta, y tan sucia, que para entrar al patio o salir de él los habitantes tienen que atravesar una ciénaga de orina y excrementos pútridos, que la circunda. Si alguien desea visitarlo, es el primer patio vecino al Irk, sobre Ducie Bridge. Abajo, junto al río, hay muchas curtiembres que llenan todo el barrio con el olor a putrefacción animal. A los patios de abajo del Ducie Bridges se desciende, en general, por escaleras estrechas y sucias, y sólo se llega a las casas caminando sobre montones de residuos e inmundicias”.

Grabado de Gustavo Doré, 1872

Y algo más adelante: “Abajo corre, o mejor dicho está estancado el Irk, un río estrecho y negro, hediondo, repleto de desechos y residuos que bañan la orilla derecha, más baja. En tiempo seco se ve sobre esta orilla una serie de repugnantes cenagales fangosos, verdosos, de cuyo fondo suben continuamente burbujas de gas miasmático que difunde un olor insoportable, inclusive para quienes se encuentran sobre el puente, a cuarenta o cincuenta pies sobre el nivel del agua. Además, a cada paso el río mismo es obstaculizado por altos diques, detrás de los cuales se acumula denso cieno y se pudren los residuos y el fango. En la parte superior del puente hay grandes curtiembres; más arriba aun, tintorerías, moledoras de huesos y gasógenos, cuyos canales de desperdicios se vierten todos en el Irk, el cual recoge, además, el contenido de las letrinas y cloacas cercanas”.

Grabado de Gustavo Doré, 1872

Ante este estado de cosas el libro describe las reacciones que tuvieron lugar. Una, más bien romántica, que presenta alternativas globales al modelo de ciudad existente, cargada de contenido ideológico y político. Otra, técnica, que plantea corregir los defectos de la ciudad a partir de una serie de procedimientos más bien experimentales e intentando limitar el derecho de propiedad para que todo pudiera seguir funcionando como estaba. Ambas han influido en el nacimiento de la urbanística y del planeamiento urbano tal y como hoy los conocemos. Pero la práctica totalidad de los instrumentos urbanos se crearon para posibilitar una ciudad sana. Y no sólo instrumentos de construcción de la ciudad. También organizativos. Por ejemplo, en la ciudad existían numerosas instituciones públicas (300 solo en Londres) encargadas de la iluminación, pavimentación, alcantarillado, abastecimiento de agua, etc. Como respuesta, en el año 1835 se ponen en funcionamiento las nuevas administraciones locales electivas pero fue un proceso largo y costoso que fueran verdaderamente operativas.

New Lanark, la utopía de Owen

La primera ley higienista fue la ley de 9 de Agosto de 1844 para Londres y sus contornos. En esta ley se definían los requisitos higiénicos mínimos para las casas de arrendamiento y prohibía destinar a vivienda los locales subterráneos. Era una ley local, pero ese mismo año se empieza a estudiar en el Parlamento británico una ley general y, tras no pocas polémicas acalladas por las sucesivas epidemias de cólera, el 31 de agosto de 1848 se aprueba la primera ley higienista. Para Benevolo es el comienzo del urbanismo moderno y 1848 se convierte en un año clave en la evolución de nuestras ciudades. A partir de entonces, como una riada incontenible se van introduciendo una serie de leyes que posibilitan el control del derecho de propiedad del suelo en beneficio de la colectividad y, ley tras ley, el liberalismo va retrocediendo en el ámbito de la urbanización. En el momento actual se puede decir que contamos con los instrumentos, técnicas y procedimientos, necesarios para que nuestras ciudades sean higiénicas y saludables. Otra cosas es que se apliquen correctamente, se establezcan prioridades diferentes (como la creación de empleo o riqueza), o se haga utilización fraudulenta de los mismos.

Cirugía urbana, Haussmann, Avenida de la Opera (París)

Estas técnicas e instrumentos reunidos en lo que, generalmente, se conoce con el nombre de plan de urbanismo, han marcado durante el pasado siglo XX el cambio hacia la superación de las deficiencias más graves de la ciudad creada por la Revolución Industrial. Es difícil no admitir los beneficios de toda índole que los planes de urbanismo han traído a nuestras sociedades, y aquellos que piensen que las ciudades actuales serían mejores sin el planeamiento tan sólo les recomiendo que lean detenidamente los párrafos de arriba sobre la descripción de Manchester que hizo Engels. Sin embargo, en pocos años, las ciudades han sufrido otro cambio realmente espectacular que, esta vez ha venido de la mano de la utilización masiva del automóvil privado. Cuando la ciudad ha tenido la oportunidad de ocupar todo el territorio que tenía alrededor, sin considerar distancias ni accidentes geográficos. Cuando ha comprendido que no dependía de las estaciones de ferrocarril ni de los puertos para su desarrollo. En ese momento, un crecimiento que era básicamente centrípeto se ha convertido en centrífugo, desparramando sobre la totalidad del territorio sus urbanizaciones, sus fábricas, sus vertederos, sus oficinas, sus centros comerciales.

La ciudad fragmentada, imagen tratada
Resaltadas las áreas urbanizadas
(39º37’, 0º22’, 4.900 metros, norte de Valencia)

Ha surgido así en muchos lugares del mundo una nueva ciudad, la ciudad de la periferia fragmentada, que representa una situación radicalmente diferente a la anterior porque introduce una nueva forma de vivir (pero, sobre todo de convivir) para sus ciudadanos. En varios lugares de este blog (por ejemplo, aquí) ya se ha comentado. Esta manera de organizar el territorio se une a otra cuestión también emergente y de suma importancia: a partir de mediados de los años setenta del pasado siglo XX la huella ecológica de la Tierra ha superado la superficie del planeta. El crecimiento espectacular de la población y, sobre todo, del consumo ha hecho que el planeta se nos haya quedado pequeño. Es decir, estamos en la situación de tener que repartir para que todos tengamos algo. O luchar para conseguir mayores cuotas de empleo o riqueza a costa, claro está, de que los otros tengan menos. También este tema ha sido suficientemente tratado.

Déficit ecológico, Ministerio Medio Ambiente, 2007

De forma que el modelo de ciudad higiénica dominante durante muchos años en la disciplina empieza a estar caduco. Pero no porque ahora tengamos que hacer ciudades antihigiénicas. De misma manera que la ciudad higiénica englobaba en sus presupuestos los de las ciudades anteriores (ciudades sagradas, ciudades artísticas, ciudades de los ciudadanos) este nuevo modelo de ciudad tendrá que englobar en su seno también a la ciudad higiénica, a la artística, a la sagrada, a la de los ciudadanos. Este nuevo modelo de ciudad (que muchos llaman ciudad sostenible) introduce nuevos requisitos sobre los anteriores. Por ejemplo, habrá de consumir y contaminar lo menos posible.

Gasto en salud publica, 2001, de Worldmapper

En el momento actual conseguir ciudades higiénicas, sanas o saludables es relativamente sencillo: basta pagarlo. Con dinero puede conseguirse agua de buena calidad (incluso trayéndola desde cientos de kilómetros o desalándola). Con dinero pueden llevarse los residuos y los desechos, incluso los nucleares, lo suficientemente lejos como para que no molesten. Con dinero podemos llevar las centrales de producción de energía eléctrica a los confines del territorio y dejar de quemar combustibles fósiles en nuestro entorno urbano (por ejemplo sustituyendo los vehículos diesel por eléctricos). Con dinero podemos contar con más camas hospitalarias por mil habitantes que nadie. Con dinero podemos llevar las industrias más contaminantes a aquellos lugares del planeta menos desarrollados. Todo ello, si lo sabemos hacer bien, incluso ganando todavía más dinero. Entonces ¿para qué preocuparnos si nos ha tocado nacer en esa parte del mundo que tiene ya casi todo?

Gasto en salud privada, 2001, de Worldmapper

A quien piense de esta forma (ya supongo que, independientemente de cualquier cosa, se trata de un absoluto egoísta) le recomendaría que leyese, por ejemplo, uno de los libros que ya hemos comentado en este blog La sociedad del riesgo de Beck, para que llegue a comprender que en el mundo global que nos ha tocado vivir nadie está a salvo de nada. Y que, por simple egoísmo, sería bueno que empezara a pensar y a sentir de otra manera. Pero es que, además, resulta que una parte muy importante de la Humanidad (que no necesariamente ha de estar en otros países o en otras ciudades) no tiene ese dinero ni tendrá ninguna posibilidad de tenerlo nunca. Lamento que el articulo de hoy haya resultado excesivamente duro (esta es ya la tercera versión, por eso he tardado tanto, siempre intentando ser más optimista) pero el tema, la salud del ciudadano, como todos aquellos que se refieren a su supervivencia, no admite concesiones.

Pobreza absoluta, 2002, de Worldmapper

Desde que el 9 de agosto de 1844 se aprobara la Ley que regulaba la construcción y el uso de edificios en la ciudad de Londres y sus alrededores, los políticos y periodistas liberales desarrollaron una batería de actuaciones en contra de la intervención pública en el sacrosanto derecho de propiedad privada del suelo. Actuaciones desarboladas una y otra vez por las sucesivas epidemias de cólera que, por supuesto, afectaban también a los liberales más radicales. Todavía el 13 de mayo de 1848, el Economist argumentaba de la siguiente manera, ante la inminente aprobación de la Ley de 31 de agosto de 1848 (según se recoge en el libro de Benevolo): “Sufrimientos y males son castigos de la naturaleza. No pueden ser eliminados, y los impacientes intentos de la filantropía para proscribirlos del mundo por medio de leyes, antes de haber descubierto su objeto y su fin, han hecho siempre más daño que bien”.

Global Radiation Patterns, de Chernobyl: An Update

Probablemente si el mundo hubiera hecho caso a estas palabras, en el momento actual no estaríamos en la situación en la que estamos. En lugar de los 6.675 millones de habitantes actuales probablemente no llegaríamos ni a los 3.000 millones (más o menos la población de mediados de los años sesenta del pasado siglo XX) con lo que nadie estaría hablando de sostenibilidad, por lo menos hasta dentro de cincuenta años. Lo hemos dicho en muchas ocasiones: el sistema tiene bastantes recursos como para ajustarse por sí mismo si lo dejamos solo ¿Para qué preocuparnos entonces de la ciudad sostenible? Ya que lo podemos pagar, hagamos que nuestras ciudades sean sanas si preocuparnos si ello implica, necesariamente, que otros no tengan ni agua ni el mínimo de medicamentos. No sé si para alguien pudiera ser un problema moral el saber que la Tierra actualmente es como una tarta a repartir entre todos, y que si yo me como dos trozos alguien se queda sin nada. Pero si esto no bastara le diría que el trozo de tarta del otro que se está comiendo es muy posible que esté contaminado.


sábado, 14 de junio de 2008

Decrecimiento, décroissance, decrescita

Este año también he sido invitado al seminario de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo que dirige Fernando Roch y que se desarrolla en Cuenca, una preciosa ciudad española que se encuentra en un lugar de naturaleza privilegiada. El tema eran las alternativas a los nuevos modelos urbanos y su título "Un nuevo urbanismo para una sociedad transformada". Se trata de un seminario bastante distinto a otros a los que asisto por el ambiente en el que se desarrolla. Hasta este año (dicen que el próximo va a cambiar la localización) el lugar de celebración era en la parte alta de la ciudad, en el antiguo convento de las Carmelitas Descalzas, hoy Fundación Antonio Pérez. Allí, todos los participantes (ponentes y buena parte de los asistentes) nos encontramos casi aislados y formamos una gran familia. Además suelen asistir algunos de nuestros alumnos (y también ex-alumnos) del doctorado y becarios del Seminario y el ambiente es bastante animado. Esta vez sólo he podido estar un día y medio de los tres pero ha merecido la pena.

Fundación Antonio Pérez

Aunque no estuve presente en la exposición de las comunicaciones presentadas sí las he leído y, en general, me parecen de gran interés. Si veo que alguna, o algunas, se pueden adaptar a la estructura de este blog (y sus autores me dan permiso) pienso incluirlas en las próximas semanas. Hoy simplemente quería comentar algunas ideas que surgieron en la sesión final.

Convento de las Carmelitas, foto de Diego Hauschildt

Aquellos que siguen estas notas saben que uno de los planteamientos que hago una y otra vez es el de la eficiencia. También saben de mi insistencia en que la eficiencia es simplemente el primer paso en la reducción de nuestras huellas ecológicas. Luego, una vez conseguido un mejor funcionamiento del artefacto (arquitectura, territorio o ciudad) queda una segunda parte tan importante como la primera: como conseguir que estas mejoras en el funcionamiento repercutan en el reequilibrio entre territorios o clases sociales (habría que discutir el término “clase social” en estos momentos, pero bueno). Incluso me parece que este enfoque debería ser uno de los pilares de la nueva deontología profesional. Es decir, ya no es suficiente que un arquitecto o un urbanista consiga proyectos bellos y eficaces (que cumplan el fin para el que fueron creados), sino que ahora, en el siglo XXI, esos proyectos han de ser, además, eficientes: consumir y contaminar lo menos posible.

La catedral, imagen de fotomaf

Pues bien, siempre que se menciona la eficiencia surge de forma inexorable la llamada Paradoja de Jevons. Esta vez apareció con otra finalidad distinta en la magnífica ponencia de Fernando Gaja que se titulaba “Urbanismo ecológico ¿Sueño o pesadilla?”. Con la disculpa de las palabras de Fernando voy a intentar analizar esta cuestión. William Stanley Jevons fue un economista inglés que nació en 1835 y al que se le conoce, sobre todo, por su propuesta de lo que luego se llamaría “utilidad marginal”. En su libro "The Coal Question" (1865) plantea algunas hipótesis, que luego el transcurso del tiempo demostró que eran equivocadas, relacionadas sobre todo con el problema del carbón como fuente de energía. Pero aparece también la afirmación de que “Aumentar la eficiencia disminuye el consumo instantáneo pero incrementa el uso del modelo, lo que provoca un incremento del consumo agregado.” Se le conoce con el nombre de Paradoja de Jevons (aunque no sea estrictamente una paradoja lógica) ya que se trata de una afirmación que encierra en sí misma una contradicción. A veces se le conoce también con el nombre de “efecto rebote”. La formuló al observar el aumento en el consumo de carbón cuando Watt mejoró el diseño de la máquina de vapor de Newcomen.

La ciudad alta y la ciudad baja, de herencia.net

Este comportamiento del consumo aparece como consecuencia de una reducción del coste del funcionamiento del modelo. Cuando se habla de la Paradoja de Jevons casi nunca se menciona este corolario fundamental para entender que, en realidad, no se trata de una contradicción y que, por tanto, no es ninguna paradoja. Sencillamente en muchos sitios se extrae una frase, se saca de contexto, y se le pone un nombre. Y luego se aplica a cualquier cosa de forma indiscriminada. Lo fundamental para el aumento del consumo no es el aumento de la eficiencia, sino la disminución del precio que el consumidor tiene que pagar por el funcionamiento del modelo, independientemente de otras consideraciones (por ejemplo psicológicas). Y esto se produce cuando aumenta la eficiencia, bien por el menor consumo de energía o por la reducción de la demanda (o por ambas cosas). En una situación de liberalismo total esto se produce así siempre. Pero no en una situación en la que se puedan controlar mínimamente los precios. Además, también se ha señalado en otros lugares que no es lo mismo un mercado saturado que otro con gran capacidad de crecimiento.

El puente de San Pablo, Live Search

Por tanto, hay una tarea que nos corresponde a los técnicos que es aumentar la eficiencia del sistema y otra que le corresponde a los políticos (en realidad, a la sociedad) y es que estos ahorros no se destinen a consumir más sino a disminuir las desigualdades, entre territorios, entre clases, o entre generaciones. Y para ello un mecanismo obvio es el control de los precios de determinados productos para que penalicen los consumos más elevados y se puedan recoger los diferenciales conseguidos. Hay diversas formas de hacerlo pero la más obvia son los impuestos. No voy a seguir más por este camino porque este no es un blog de economía y porque la economía no es mi fuerte. Y porque además esta posibilidad se relaciona con el decrecimiento del que hablaré luego. Pero parece de sentido común.

La hoz del Huécar, mañana temprana

Hay también otra forma de hacerlo que es recurrir a la educación ambiental o ecológica tal y como he escrito en varios artículos. Una sociedad con suficiente conciencia al respecto no debería aumentar el nivel de consumo ante aumentos en la eficiencia del sistema aunque ello supusiera una bajada de los precios, directa o indirecta. Sin embargo esta segunda vía parece notablemente más lenta que el control del efecto rebote a partir de los precios. Y tal y como estamos en estos momentos, con el ajuste produciéndose ya, probablemente la solución educativa no llegará a tiempo de evitar los “efectos colaterales” sobre los territorios o las clases menos favorecidas.

La hoz del Huécar, mañana temprana

Aún en el supuesto de que el efecto rebote fuera tal y como se cuenta por los más radicales ¿cuál sería la alternativa? ¿hacer edificios que contaminaran y consumieran más? ¿organizar las ciudades para que fueran menos eficientes? Esta alternativa se propone también por algunos. Es la alternativa de la catástrofe. Cuanto antes explote todo, antes llegará la solución (?). El problema es que ese tipo de explosiones se suelen llevar por delante a los más débiles. Y los más débiles son siempre los mismos. Quiero pensar que la mayor parte de los que estamos comprometidos en estas cuestiones lo estamos para intentar minimizar los daños en la medida de lo posible. A pesar de las diferentes lecturas de la paradoja de Jevons es necesario intentar con todas nuestras fuerzas que los efectos perversos de este cambio sean los menores posibles y que los beneficiosos alcancen a la mayoría.

La hoz del Huécar, mañana temprana

De cualquier forma este fue un tema marginal en el seminario. Simplemente he utilizado una referencia de la ponencia de Fernando Gaja para plantearlo, porque nunca antes lo había traído al blog. En realidad, de las cuestiones tratadas (que fueron varias y algunas de verdadero interés) me gustaría hoy comentar algo sobre dos de ellas: una (ya muy tratada en otras entradas), acerca de los cambios que se están produciendo en el uso del espacio público; y la otra, sobre un movimiento, postura vital o filosofía, que ya lleva unos cuantos años ahí, soterrada, casi reducida a la marginalidad, pero que, con la crisis económica actual, parece que empieza a adquirir una cierta relevancia: el decrecimiento.

Vista de Anton Van der Wyngaerde
"Ciudades del siglo de oro" de R. Kagan

De la primera, como ya le que le he dedicado varios artículos y se correspondía, además, con mi ponencia, voy a decir poco. Ante la hipótesis que hice sobre los cambios que se están produciendo en las funciones de los espacios públicos de las nuevas periferias metropolitanas, se organizó una interesante polémica. Sobre todo porque se me ocurrió citar (en apoyo de mis hipótesis) un trabajo de Fernando Conde sobre “Metropolización, territorio y vivienda en Andalucia” donde se decía: “La experiencia de caminar y de disfrutar del ocio en la calle, generalmente a través de la práctica del “tapeo”, es una costumbre que se designa como fundamental en la cultura andaluza. Pues bien, las nuevas generaciones, los jóvenes entre doce y dieciséis años parecen estar incorporándose a un modelo más “nórdico” de relación social con el entorno de ocio, situando los grupos a los grandes centros de ocio como la nueva tendencia en esa dimensión de la experiencia urbana”. Bueno, bueno, los andaluces de la sala levantaron la mano como un resorte para decir que si el tapeo era una costumbre de señoritos (que eran los menos en Andalucía), que de ninguna forma los jóvenes habían sustituido la calle por los centros de ocio… Estuvo bien, lo único es que desvió un poco la atención de lo que realmente me importaba que era el discutir si efectivamente, en las zonas metropolitanas de las grandes ciudades, algunas funciones tradicionales estaban desapareciendo del espacio público tradicional para refugiarse en entornos privados y semi-privados. También algo de esto se habló, aunque pienso que excesivamente mediatizado por el asunto “de la práctica del tapeo”.


Respecto a la cuestión del decrecimiento que planeaba de forma explícita o implícita en algunas de las intervenciones (y en las comidas y en las cenas, claro, sobre todo a raíz del tema de la crisis por la que está pasando España), probablemente la ponencia que la planteó de forma más frontal de las que oí (me perdí la de Ramón Fernández-Durán, ya dije que no pude estar los tres días) fue la de Fernando Gaja: “La palabra clave es pues decrecimiento, una expresión que admite pocas tergiversaciones, de término obús ha sido calificado, mucho más claro e inequívoco que el de sostenibilidad. El Urbanismo ecológico o sostenible, es el urbanismo del decrecimiento”. Con más claridad no se puede decir. Probablemente algunos de vosotros estéis sorprendidos: resulta que, apenas hemos enterrado la expresión “desarrollo sostenible” y la hemos sustituido por la de “sostenibilidad”, parece como si ya tuviéramos que sustituir a esta por “decrecimiento” ¿Qué está pasando? Muchas cosas y muy rápidamente. El precio del petróleo por encima de los 130 dólares, la crisis de la construcción, las emisiones de CO2 imparables… De los tres enfoques que se le pueden dar al tema de la sostenibilidad: reducción de la población mundial, aumento de la eficiencia del sistema (y progreso científico), y reducción del consumo, el decrecimiento pone el acento básicamente sobre el tercero, aunque haciendo guiños también al primero.


Aunque los orígenes de las ideas sobre este movimiento (también le podríamos llamar propuesta o postura vital) pueden rastrearse en bastantes autores el que se suele considerar como su catalizador fue el matemático y economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen. Sus trabajos sobre la entropía (la palabra ya ha aparecido varias veces en el blog, la última muy recientemente) expuestos en su libro “La ley de la entropía y el proceso económico”, sirvieron de base para la creación de la llamada bioeconomía o economía ecológica. Uno de sus discípulos más importantes fue Herman Daly que junto a Clifford Cobss, propuso en el año 1989 el llamado “índice de bienestar económico sostenible” utilizado para medir el desarrollo, frente a otros más tópicos como el Producto Interior Bruto.


En el momento actual el decrecimiento tiene un cierto arraigo en Italia (la decrescita) y, sobre todo, en Francia (la décroissance) donde aparece ligado al Institut d’Etudes Economiques et Sociales pour la Décroissance Soutenable cuyo ideólogo es Serge Latouche. Podéis encontrar documentales sobre Serge Latouche y, en general, mucha información en castellano sobre decrecimiento, en el blog llamado Decrecimiento, imprescindible para acercarse a estos temas. Os recomiendo que os leáis los párrafos de Ivan Illich sobre “La lógica del caracol” para que podáis entender porque muchas de estas organizaciones utilizan el caracol como logo (animalito al que le tengo una gran simpatía desde que, hace muchos años leí el cuento de Cortázar “Lucas, sus largas marchas”). En Francia incluso se ha creado un partido político, el Partido Por el Decrecimiento, PPD que no ha tenido demasiado éxito en las elecciones. En la página de Rebelión podéis encontrar un extenso y documentado articulo de Giorgio Mosanguini titulado "Decrecimiento y Cooperación Internacional" explicando qué es el decrecimiento y como se puede entender ligado a un mundo del despilfarro frente a otro que se muere, literalmente, de hambre. De este artículo he extraído los párrafos que siguen, que pueden ayudar a captar el significado del término, cosa que no es sencilla:

Logo Décroissance, caracol ni-photos

El progreso técnico y la mejora de la eficiencia no sirven para nada si no reducimos el consumo y no salimos del modelo de crecimiento. Éste es precisamente el camino del decrecimiento. Su horizonte, la sostenibilidad ambiental y la justicia social, no precisa de una respuesta técnica sino política. Y no sólo política sino de cambios profundos en el ámbito filosófico y cultural de nuestras sociedades. Sin embargo, el decrecimiento no es una receta, un programa cerrado. Como explica Serge Latouche, es una necesidad, no es un ideal en sí ni puede ser el único objetivo de las sociedades que salgan de la ideología del crecimiento.
‘Lo que nos enseñan las leyes de la termodinámica, y en particular modo la entropía, es que el decrecimiento de la producción es inevitable en términos físicos. Esto no significa, y no tiene que inducir a creer, que implique necesariamente una reducción de la producción en términos de valor ni, mucho menos, de felicidad de las personas.’ (Bonaiuti 2003: 41; traducción propia).
Así como para el crecimiento no todo tiene que crecer, para el decrecimiento no todo tiene que decrecer. Lo que tiene que disminuir es el consumo de materia y energía, es decir, principalmente el PIB. Eso nos lleva a la valoración en los ámbitos de la producción. ¿Qué hay que producir? ¿Por qué? ¿Para qué? El decrecimiento defiende el rechazo a la valoración estrictamente económica y monetaria que domina nuestras sociedades
.”

Cabecera de La Décroissance

Hace menos de un año (en septiembre de 2007) Gustavo Duch en un artículo en El País titulado “El Decrecimiento” decía: “Puede ser difícil de aceptar, pero desde el punto de vista ecológico no hay posibilidad alguna de mantener un planeta con recursos finitos basándonos en modelos de crecimiento ilimitado. No existe tierra cultivable suficiente para mantener una agricultura produccionista que alimente a las personas, alimente a la ganadería intensiva, y que -como nos explican ahora- genere la energía del futuro, los biocombustibles”.

Chiste de El Roto, El País 10/04/07

Existen muy diversas posturas que están más o menos cercanas a estos presupuestos y que pretenden cambiar el modo de vida y el sistema de valores sociales. Para terminar el articulo, y simplemente como ejemplo concreto de que algo está cambiando en algunos sitios (aunque malévolamente también pueda considerarse como una "boutade de niño rico") me gustaría mencionar una especie de filosofía práctica o sistema de vida mediante la cual algunas personas están dispuestas a “vivir más lentamente”, algo así como los “antiyuppies” (downshifters). Entre estos se encuentran, por ejemplo, los que preconizan el “Slow Movement” muy relacionado con esta forma de entender el progreso y la vida (hay Slow Travel, Slow Cities, Slow Food, Slow Living, Slow Money…). Porque, en definitiva, según decía Nicholas Georgescu, lo único que podemos hacer es retrasar el final ya que, además de la energía, también la materia disponible se degrada sin interrupción e irreversiblemente, en materia no disponible (así enunciaba su cuarta ley de la termodinámica). Y para conseguir mantener este mundo todavía muchos años probablemente sea una buena idea vivirlo más lentamente.

Imagen de Slow Movement

El decrecimiento en estado puro es una utopía, claro (¡a menos que “venga obligado por las circunstancias económicas” como parece que empieza a ocurrir!). Pero sin utopías y sin poetas no sabríamos hacia donde dirigirnos.


viernes, 6 de junio de 2008

La ciudad de las mil ciudades

Ya podéis comprender que con un título como este tenía que hacer un artículo. He tardado bastante por distintas razones. Pero la fundamental es que no tenía claro el tema. Tenía el título pero no tenía el tema. Creo que ahora, más o menos, puedo ponerme a escribir. Esta es la historia de una ciudad que no eran mil, sino una. Una que, además, estaba en la cabeza (o cabezas) de unos arquitectos. El cómo esta ciudad se convierte en mil ciudades necesita mil generaciones para ser explicado. Las mismas que vivirán en ella a lo largo de los años y que la irán construyendo vida a vida. A día de hoy, esta ciudad no es mil ciudades. Como máximo, dos o tres. La ciudad de Andrés Perea y el equipo Bloque, la ciudad de los primeros bocetos coreanos y, posiblemente, la ciudad en la que estén pensando ahora. En ser mil, lo que se dice mil, tardará un poco.

Imagen de geology.com

En el año 2004 el gobierno de Corea del Sur preocupado por el crecimiento de su capital Seúl que en la actualidad cuenta con cerca de 10.000.000 de habitantes (20.000.000 en su área metropolitana) de los aproximadamente 47.000.000 del país, decide crear una nueva ciudad a la que desplazará los ministerios y demás instituciones administrativas. En lugar donde se llevará a cabo el proyecto se sitúa a unos ciento treinta kilómetros al sur de la capital y también relativamente alejado de otras dos ciudades importantes: Busan (3.800.000 habitantes) y Daegu (unos 2.600.000 habitantes) que se encuentran todavía más al sur.

Emplazamiento

El emplazamiento se encuentra en la región de Chungcheongbuk-do muy cerca de la ciudad de Cheongju que cuenta con una población de unos 600.000 habitantes. Está regado por los ríos Guan y Miho y la superficie destinada a la nueva ciudad es de más de 7.000 hectáreas que en la actualidad están destinadas al cultivo del arroz.

Los arrozales

Pues bien, esta nueva ciudad fue objeto de un concurso internacional ganado hace dos años por Andrés Perea en colaboración con el equipo Bloque (Rogelio Ruiz, Álvaro Moreno, Juan Arana y Luis Perea). El proyecto ganador ("La ciudad de las mil ciudades") es el tema de este artículo. En el pasado mes de abril, en la presentación del libro “Arquitectura del siglo XXI: más allá de Kioto” que resume las Jornadas organizadas en marzo de 2006 por el grupo IAU+S del que formamos parte varios profesores y alumnos de la Escuela de Arquitectura de Madrid (entre ellos Andrés Perea), el propio Andrés nos explicó cuál había sido la evolución del proyecto dos años después. En el artículo titulado “Ciudades para mujeres, ciudades para todos” ya os comentaba mi intención de tratar el tema pero hasta hoy no he sido capaz de hacerlo.

La naturaleza

En este lugar, aparentemente idílico (por lo menos por las fotos) proponen una ciudad en forma de anillo, rota en tres partes por los ríos, y de forma que se preserve su parte central. Su diseño es heredero directo de las ideas de Arturo Soria y si se corta el anillo en cualquiera de sus puntos y se rectifica, surgen con claridad algunos de los presupuestos de la Ciudad Lineal. Quizás el más importante sea el contacto con el campo, con la naturaleza. Pero también el eje central de comunicaciones e infraestructuras. No estoy muy seguro de si la idea de cerrar el anillo se debe al intento de limitar el crecimiento de la ciudad pero es, indudablemente, su resultado. A lo largo de este eje se colocan, como cuentas de un collar, hasta 25 núcleos urbanos uno a continuación de otro, con una población de 20.000 habitantes (en total la ciudad llegaría al medio millón).

El proyecto, señalar en la imagen para verla más grande

El eje central de comunicaciones está formado por dos autopistas subterráneas, una carretera en superficie y un ferrocarril elevado. Hay que considerar que el tema de la circulación es prioritario en Corea al ser el tráfico en Seúl verdaderamente caótico.

Eje de comunicaciones

La idea de dejar el área central en la situación en la que ahora está (como arrozal o monte en su caso) probablemente sea la otra gran aportación del proyecto. También la más difícil de mantener a medio y largo plazo (bueno, incluso a corto, como se verá más adelante). Aunque a diferente escala no hay más que ver las dificultades que están teniendo en el Randstad holandés que se enfrentan a un problema muy similar. Sin embargo el mantenimiento de este corazón agrícola y verde debería ser vital para conseguir la ciudad sostenible que propone el equipo.

Peatones

Otro elemento de sostenibilidad que aparece en el proyecto son las distancias a las que se encuentran los diferentes elementos para el acceso a pie (incluida la naturaleza). Todo el anillo se puede recorrer en cinco horas y media, la distancia de cualquier punto al centro del valle es de menos de una hora y media y, en diez minutos, desde cualquier punto de la ciudad, se alcanza el campo.

Tren ligero

Los autores han pretendido una ciudad compacta y compleja, con mezcla de usos. Además, una ciudad del siglo XXI con alto grado de conectividad, tanto interna como con el exterior (lo que llaman la esfera net).

Mezcla de usos, señalar en la imagen para verla más grande

La realidad es que, dos años después, aspectos sustanciales del proyecto han sido modificados por los técnicos coreanos que están redactando el proyecto que se va a construir, y aunque basado en las ideas suministradas por Andrés Perea y el equipo Bloque es complicado saber en qué acabará todo. Será interesante conocer dentro de unos años, lo mismo que ha pasado con Brasilia o Chandigarth, cual es el resultado de una ciudad de este tipo.

Proyecto modificado

Independientemente de este excelente proyecto o de las cosas buenas que se pueden encontrar en las ciudades creadas ex novo (desde Stevenage hasta Irvine, pasando por Cergy-Pontoise o Cumbernauld hay dos preguntas que siempre están ahí, soterradas, cuando nos enfrentamos a este tipo de actuaciones. La primera sería algo como: ¿puede basarse en los mismos presupuestos el urbanismo de las ciudades históricas tradicionales construidas generación a generación (por capas superpuestas) que las fabricadas de golpe como un automóvil en una cadena de montaje? No estoy haciendo un planteamiento peyorativo de estás últimas, sino más bien tratando de razonar sobre las condiciones de intervención en unas y otras. Pienso que no. Probablemente dedique otro día a tratar esta cuestión que considero muy importante porque el articulo de hoy era para la “ciudad de las mil ciudades”. Simplemente haré una anotación al respecto: el plan de urbanismo aparentemente podría ser adecuado para construir una ciudad ex novo. No lo parece tanto para intervenir en ciudades que “se van haciendo”.

Asentamientos existentes

Y la segunda, todavía más polémica: ¿aporta realmente algo a la construcción de la ciudad el urbanismo de autor? Sea este autor Le Corbusier o el equipo que ha redactado las Normas Subsidiarias de… (póngase el nombre que se desee) ¿Cómo se produce la relación entre el autor y la construcción colectiva de la mayor parte de las ciudades? Es decir, ¿cómo se articula la relación entre “la gente” y “el autor”? Pienso que esta relación entre obra colectiva y obra individual aplicada a las ciudades y a los territorios no es de la misma índole que la aplicada a la arquitectura.

Ciudad sostenible, señalar en la imagen para verla más grande

En definitiva ¿es posible la autoría de una ciudad de la misma manera que la autoría de un proyecto de arquitectura, que una escultura o que una pintura? Andrés, en la exposición que hizo en la presentación del libro, realmente no se quejaba de que su proyecto se hubiera desvirtuado. Se maravillaba, se sorprendía de cómo sus ideas se iban transformando en manos de los arquitectos, geógrafos, políticos e ingenieros coreanos. Incluso me pareció que no le disgustaría ver, dentro de cien o doscientos años, que su ciudad (que ya no sería suya) se parecía ya poco a aquella que imaginó y que, realmente, era la ciudad de los ciudadanos que la habitaban en aquellos momentos y de los que la habían modificado en generaciones anteriores. Probablemente (doscientos años) sería la ciudad de las doce ciudades (generación más generación menos). Con el tiempo, y si somos capaces de mantener el planeta en condiciones adecuadas, algún día esta ciudad podrá ser, verdaderamente, la ciudad de las mil ciudades y no la de Andrés Perea y el equipo Bloque o la de los técnicos coreanos.


Aunque la intención del título (por parte de sus autores) no fuera encaminada en el sentido que le he dado, me ha servido muy bien para plantear que la ciudad, en realidad, la entiendo como un proceso histórico en el que cada generación conserva, cambia o destruye la ciudad heredada y crea nueva ciudad para adaptarla a sus necesidades. Pero, como en el mito de Sísifo, cuando una generación parece que lo ha conseguido, llega la siguiente y tiene que volver a empezar. Por eso una ciudad no se termina nunca. Por eso una ciudad como obra colectiva que es, no tiene una autoría. Como máximo, podrá ser “de autor” su comienzo. Pero una ciudad sin historia no tengo claro que sea una ciudad, probablemente será otra cosa (¿un proyecto de arquitectura?).