miércoles, 27 de junio de 2012

Infraestructura verde urbana

Acabo de llegar de Vitoria-Gasteiz donde he estado en un Taller Internacional sobre Paisaje. Los participantes, de diferentes países, eran casi todos estudiantes de cursos de postgrado, postgraduados o doctorados en paisaje, arquitectura y urbanismo. Nos encargamos del taller: Emanuel Carter, Director de Arquitectura del Paisaje de la Escuela de Ciencias Ambientales y Forestales de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY-ESF); Anne Whiston, profesora de Planificación y Arquitectura del Paisaje del Departamento de Planificación y Estudios Urbanos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT); Timothy Beatley Profesor de Comunidades Sostenibles del Departamento de Planificación Urbana y Medioambiental de la Universidad de Virginia (UVA); y yo mismo. No voy a describir el desarrollo del taller ni sus resultados sino que, como resumen de las dos semanas de discusiones, expondré como entiendo ha variado el concepto de zona verde en los últimos años. Me basaré en una ponencia que leí al día siguiente de haber finalizado el taller, en la Jornada Internacional que se celebró en la misma ciudad, sobre el “Papel de los espacios naturales urbanos y periurbanos” titulada: “Los espacios verdes urbanos, ¿equipamiento o infraestructura?”

El anillo exterior y los conectores que conforman el anillo verde interior
 Señalar en la imagen para verla a mayor tamaño

En el taller se trataba de abordar un problema bastante complejo: buscar las potencialidades del llamado “anillo verde interior” de la ciudad de Vitoria-Gasteiz. Esta ciudad de la que ya he hablado en otros lugares del blog y que, ha sido designada Capital Verde Europea 2012 por méritos propios, tiene una larga tradición de “planeamiento verde”. Es conocida mundialmente por su anillo verde periurbano y ahora está intentando ampliarlo a un segundo anillo exterior que incluya las montañas que rodean la llanada con las áreas agrícolas y aldeas, conectándolo mediante una serie de corredores que, atravesando la ciudad, continúen hacia las montañas y configuren una auténtica red de áreas naturales. Esta parte está explicada detalladamente en el artículo de este blog titulado "Infraestructura Verde". Los conectores interiores al cruzarse entre sí configuran un anillo urbano que era el objeto del taller. Al finalizar se plantearon propuestas concretas pero, como siempre, probablemente lo más interesante fue el proceso y las discusiones que tuvieron lugar. Apareció también la necesidad de definir el sentido que le damos actualmente a las llamadas zonas verdes debido a la proliferación de un vocabulario colateral (redes ecológicas, infraestructura verde y otras) sin aclarar.

Imagen del taller en plena actividad

Para intentarlo, voy a partir de nuestra antigua Ley del Suelo y sus Reglamentos. El sistema de espacios libres en el planeamiento español aparecía como una obligación del agente encargado de la urbanización, su carácter era el de dotación, y tenía la misma consideración que los centros culturales y docentes, deportivos, comerciales, sociales o aparcamientos. O sea, lo que en urbanismo entendemos por “equipamiento”. El hecho de que se considerara como sistema es circunstancial, lo importante es qué era eso de una “zona verde”. El módulo mínimo de reserva para este tipo de espacios era del 10% de la superficie total del polígono. Luego estaba la discusión de si era de uso y dominio público, o sólo de uso, etc., pero que es irrelevante para la cuestión que quiero plantear. Lo que me interesa es destacar que las zonas verdes (para entendernos) se consideraban en el mismo rango de “cosas” que un centro cultural, un comercio o un aparcamiento. Esta forma de verlo se reforzaba claramente si atendíamos al detalle. Por ejemplo, para polígonos residenciales, dentro del 10% reservado a espacios libres (y para el caso de conjuntos de hasta 18 viviendas) la superficie de dominio público sería de 15 m2 por vivienda para jardines y 3 m2 para juegos infantiles. En general, esta forma de considerar las áreas verdes en zonas urbanas se ha seguido manteniendo, tanto en la doctrina como en la opinión pública a través de las modificaciones sucesivas de la legislación del planeamiento en casi todas las comunidades autónomas.

Fragmento plan parcial Valdecarros (Vallecas, Madrid), MadridesMadrid

Al hablar de estas cuestiones tropezamos también con problemas de vocabulario. Probablemente sería mejor hablar de espacios no cementados más que de espacios verdes ya que la expresión “espacio verde” suele estar asociada a árboles y césped. Y la de "espacios libres" incluye áreas urbanas como plazas o calles que, no en todos los casos pueden considerarse como zonas verdes, áreas verdes o áreas de naturaleza. De cualquier forma, hecha la aclaración, a partir de ahora voy a hablar de “zonas verdes”, “espacios verdes”, “zonas verdes urbanas” o “áreas verdes” de forma indistinta para referirme a espacios urbanos no cementados que conservan ciertas características de naturalidad aunque no necesariamente tengan césped, árboles o arbustos. En el año 1999 el Servicio de Bosques de EEUU y otras entidades conservacionistas y agencias federales institucionalizaron el término Infraestructura Verde con la idea de crear una red interconectada de áreas naturales (básicamente parques) que se visualizara de forma parecida a como lo hacen otras infraestructuras urbanas como, por ejemplo, la eléctrica o la de comunicaciones.

Espacios no cementados, Muévete por tu espacio

El concepto de infraestructura verde se ha ido ampliando cada vez más hasta el punto que ha llegado a plantearse en su más amplia acepción posible “como todo el sistema natural que soporta la vida posibilitando los procesos ecológicos, sosteniendo la flora y la fauna y manteniendo los recursos”. Es evidente que la naturaleza es el soporte imprescindible para la existencia de áreas urbanizadas. Sin naturaleza no sería posible la ciudad. Sin embargo, la función de infraestructura a la que nos estamos refiriendo se puede entender de forma menos genérica y referirla a aspectos más concretos del funcionamiento de la misma. Y es en las áreas periurbanas donde mejor se aprecia esta forma de entender “lo verde” (con comillas) como infraestructura. Porque en las áreas más puras de naturaleza y más alejadas de la urbanización esta función se diluye en la más general de posibilitar los procesos biológicos y, probablemente, más que como una red deba ser entendida como la matriz en términos de ecología del paisaje o de soporte de vida en términos sistémicos. Parece fuera de duda el hecho de que “lo verde”, entendido como naturaleza, juega un papel esencial para posibilitar la mera existencia de la urbanización. Lo más curioso es que, al principio (y todavía hoy, en parte), el concepto estaba íntimamente ligado a los parques, que desde el punto de vista de la conservación, tienen una cierta vocación de “equipamiento” en el sentido de que se justifican, en parte, por el hecho de su disfrute por los ciudadanos.

Fragmento de borrador del plan de infraestructura verde
 Montgomery, Maryland, Montgomery Planning

Esta forma de plantearlo, como un ambiente natural frente al ambiente construido, ha llevado a algunos autores a oponer la llamada infraestructura verde a la infraestructura gris, constituida por el conjunto de redes artificiales que soportan la urbanización. Parece claro que el concepto de infraestructura verde debe tener algún elemento diferenciador respecto al de naturaleza sin más ya que, en caso contrario, no sería necesario inventar expresiones nuevas. Sucede lo mismo que el concepto de infraestructura gris respecto a la ciudad. Lo mismo que la infraestructura urbana no es la ciudad, la infraestructura verde tampoco es la naturaleza. El elemento diferenciador viene, obviamente, de la primera parte de la expresión: el término infraestructura. Aquellas funciones o elementos de la naturaleza necesarios para el funcionamiento de las áreas urbanizadas probablemente deberían de formar parte de esta infraestructura verde frente a aquellos más antrópicos que constituirían la infraestructura gris.

Infraestructura gris, colector de pluviales en Valencia, cyes

Según el diccionario de la Real Academia una infraestructura “es el conjunto de elementos o servicios que se consideran necesarios para la creación y funcionamiento de una organización cualquiera”. Y pone algunos ejemplos: infraestructura aérea, social o económica. Todos tenemos claro los elementos que constituyen, por ejemplo, la infraestructura eléctrica: elementos de generación, de almacenamiento, de distribución y de consumo. O la de saneamiento: colectores, arquetas, derivaciones o depuradoras. Cabría preguntarse, análogamente, cuales serían los elementos que constituyen la infraestructura verde. Es muy posible que en este caso la discusión fuera mayor pero, probablemente, todos estaríamos de acuerdo en señalar algunos: ríos, humedales, bosques, hábitats de la vida silvestre, lagos, o los corredores que unen algunos de los anteriores.

Verde como infraestructura, laminación de avenidas del río Zadorra
 Vitoria-Gasteiz, España CEA, el anillo verde interior

Si nos centramos en las zonas periurbanas ¿a qué nos estamos refiriendo cuando pensamos en “el verde” (insisto en las comillas) como una infraestructura? Si volvemos a la definición del RAE “conjunto de elementos o servicios que se consideran necesarios para la creación y funcionamiento de una organización cualquiera” se trataría de buscar aquellos elementos o aspectos del verde que sirvieran para el funcionamiento de elementos concretos y específicos de la ciudad. Aunque luego me detendré algo más en algunas de las funciones básicas de las zonas verdes en el caso más urbano, ahora para las zonas periurbanas y a modo de ejemplo, y para saber de qué estamos hablando me gustaría citar algunas: regular el régimen hidrológico mediante el control de escorrentías, erosión del suelo e inundaciones; garantizar la continuidad y disponibilidad de la flora; aprovisionar espacios para la movilidad y otros para la supervivencia de la fauna aumentando la biodiversidad; actuar como sumidero de CO2 y de otros elementos contaminantes; y otros muchos de los que el anillo verde de Vitoria es un ejemplo paradigmático.

Verde como equipamiento, corriendo al borde del río Zadorra
 Vitoria-Gasteiz, España, elcorreo.com

Estas funciones de infraestructura de las áreas periurbanas no deberían hacernos olvidar que las áreas verdes tienen también una clara función de equipamiento. Es decir, la de ofrecer a los ciudadanos unos espacios dedicados al esparcimiento, la socialización, la realización de ejercicio físico o el contacto con la naturaleza. Podríamos decir que en estas áreas fuera de la ciudad pero que no llegan a ser naturaleza en estado puro, la función ecológica, vital en las zonas menos antropizados del territorio, cede lugar (aunque sin dejar de tener una gran importancia) a su función como infraestructura y como equipamiento. De forma que ya podemos ver una cierta gradación que se debería reflejar en el manejo de estas áreas: en las menos antropizadas la vocación ecológica del territorio debería ser la prioridad, y en las más cercanas a la ciudad esta vocación debería ser compartida con la de infraestructura y equipamiento en el sentido explicado anteriormente.

Humedales Ramsar en Salburua, anillo verde
 Vitoria-Gasteiz, España CEA, el anillo verde interior

Sin embargo si nos adentramos en las zonas más urbanas de la ciudad cabría plantearse si, realmente, esta función de infraestructura tiene una importancia suficiente como para considerarla y en qué lugar queda la ecológica, ya que la vocación como equipamiento de las “áreas verdes” (siempre con comillas, es decir con prevención) parece que es la prioritaria, incluso como hemos visto al comienzo, desde el punto de vista legal. O por lo menos así ha sido al principio. Pienso que lo procedente sería analizar algún ejemplo paradigmático que nos ayudara a comprender su sentido. Supongo que uno de los más significativos para todos será el de la salud de los ciudadanos. La cuestión de la salud pública, abandonada progresivamente por el planeamiento urbano desde que en 1848 se aprobó la primera ley higienista de la era moderna, parece que empieza a volver a entenderse como una de las prioridades del urbanismo. Pues bien, se trata de un ejemplo perfecto para visualizar como ha ido variando el concepto de zona verde desde un mero equipamiento a una infraestructura.

Recuperación del estrés, Ulrich, 1991
Señalar la imagen para verla más grande, garysturt

Los beneficios físicos y mentales que una adecuada distribución de zonas verdes en la ciudad trae consigo deberían ser más conocidos por todos aquellos que tienen en sus manos la posibilidad de organizarla y, por supuesto, los colectivos ciudadanos para su exigencia. Reducciones constatadas de más del 20% en farmacopea de las personas mayores o una recuperación de los picos del nivel de estrés mucho más rápida en ambientes verdes frente a otros cementados deberían ser datos conocidos por todos aquellos que organizan o diseñan la ciudad. Esta visión de nuestras áreas verdes urbanas como un equipamiento es la tradicional y la que responden los 18 m2 por vivienda (15 de verde más 3 de juegos infantiles) del planeamiento tradicional en España. Desde este punto de vista la función de recreo, de socialización, de necesidad de contacto con la naturaleza para el equilibrio mental y de realización del necesario ejercicio físico es la que, en teoría, se encuentra en los estándares propuestos. La ley no decía nada de su distribución por la ciudad, ni tan siquiera de su accesibilidad por parte de los ciudadanos, lo que planteó no pocas reivindicaciones vecinales ante “zonas verdes” en taludes de más del 45%, en áreas residuales, o alejadas muchos metros de las viviendas, y que no permitían esta función de equipamiento para la salud física y mental.

Los árboles como almacenes temporales de CO2

Pero resulta que la salud también responde ante la vocación de las zonas verdes como infraestructura. Es suficientemente conocida la función de las hojas de los árboles relacionada con la fijación de determinados tipos de contaminación aérea limpiando el aire. Y por supuesto, la capacidad de los suelos para absorber, retener, filtrar y purificar el agua. O las posibilidades de reducir la contaminación acústica o aumentar el confort de zonas concretas del microclima urbano. Y eso por no hablar de las posibilidades que tienen como sumideros de CO2 y su relación con la salud en ámbitos no locales sino planetarios. Vemos, por tanto, como para un mismo objetivo, la salud, las zonas verdes urbanas pueden ayudar a conseguirlo de forma eficiente, tanto en su función de equipamiento como de infraestructura verde. Este solapamiento de ambas funciones no ayuda precisamente a clarificar sus objetivos ni a dimensionar su superficie, o a establecer las condiciones de su diseño. Por eso resulta imprescindible empezar a considerarlas en su doble aspecto para evitar sobredimensionarlas o distribuirlas de forma inadecuada.

A veces, en ambientes urbanos no es sencillo
 conectar ecológicamente algunas zonas verdes

Y si dejamos de focalizar la cuestión en la salud pública, los ejemplos de funcionamiento eficiente y económico de las zonas verdes son innumerables y deberían hacernos reflexionar sobre la necesidad de empezar a pensar en términos de estándares diferentes según las distintas funciones que deben cumplir como infraestructura. Esta forma de entender las zonas verdes urbanas como infraestructura va algo más allá de las primeras propuestas norteamericanas de infraestructura verde para las cuales era fundamental el funcionamiento en red. A veces, en una ciudad es prácticamente imposible construir una red física que una entre sí todos y cada uno de los elementos que constituyen “el verde urbano” lo que no debería invalidar su carácter de infraestructura. Es decir, su carácter como “conjunto de elementos o servicios que se consideran necesarios para el funcionamiento de aspectos concretos de la ciudad”. Por ejemplo, una gran rotonda separada por vías de tráfico de cualquier posibilidad de unión con el resto de zonas verdes de la ciudad, no por el hecho de estar desconectada deja de estar invalidada para cumplir una función de infraestructura (por ejemplo, sumidero de CO2 o fijación de la contaminación aérea).

Aún así pueden funcionar como equipamiento, por ejemplo
 rebajando los niveles de estrés de los conductores

Por supuesto sería necesario considerar el hecho de si su mera existencia sería más gravosa desde el punto de vista ecológico o económico que, sencillamente, una rotonda pavimentada. Deberíamos de tomar en consideración que, debido al hecho de su aislamiento y la imposibilidad consiguiente de funcionar de forma más cercana a la natural y tener que hacerlo como “imitación de la naturaleza”, su creación y mantenimiento podrían ser muy gravosos. El problema es que en áreas urbanas lo normal es que no sea tan sencillo aislar la función “infraestructura” de la función “equipamiento”. En el ejemplo de la rotonda, el mero hecho de la existencia de un paisaje visual natural (que funciona, básicamente, como un equipamiento) que permitiera rebajar los picos de estrés de los conductores habría que añadirlo al haber en el balance global a tener en cuenta.

Vitoria-Gasteiz, eje piloto de intervención que incluye la recuperación del cauce del Batán
 Señalar la imagen para verla más grande CEA, el anillo verde interior

En cualquier caso estamos empezando a entender que una “zona verde” (con comillas) en una ciudad es algo más que un equipamiento, es decir (por ejemplo) que un parque urbano que es capaz de rebajar de rebajar nuestros picos de estrés en mucho más rápidamente que un área cementada. También que es algo más que una infraestructura, es decir (por ejemplo) un sumidero de CO2 o un filtro de la contaminación. Es también el recuerdo de esa naturaleza a la que, le dimos la espalda para encerrarnos en un hábitat que pronto fue el nuestro. Decía Ortega que “se reconoce el hombre cuando aparece la naturaleza deformada”. Y esto no es ni malo ni bueno, es así. Por tanto se va abriendo paso la idea de que las zonas verdes urbanas presentan tres componentes esenciales a los que deberíamos atender. En primer lugar son verdaderos equipamientos urbanos con sus requisitos propios y específicos que deberían atender al esparcimiento, la socialización, la realización de ejercicio físico o el contacto con la naturaleza de la población. En segundo lugar, de forma similar a la infraestructura gris, se comportan como una auténtica infraestructura (en este caso verde), es decir, como el conjunto de elementos naturales puestos al servicio del funcionamiento de aspectos concretos de la ciudad. Y, por último, la función ecológica, no sólo como memoria que nos recuerde a qué hemos renunciado para recluirnos en un hábitat distinto al natural, sino también, por ejemplo, como aumento de la biodiversidad o para garantizar la continuidad y disponibilidad de la flora y de la fauna.

Vitoria-Gasteiz, eje piloto de intervención, sección
 Señalar la imagen para verla más grande CEA, el anillo verde interior

Quizás después de este largo artículo se pueda entender el titular de una entrevista que me hizo Icíar Ochoa para “El Correo” y que decía textualmente: “Vitoria tiene demasiadas zonas verdes”. Efectivamente Icíar tiene razón y yo dije eso. Lo que habría que aclarar es a qué zonas verdes me refería. En un par de líneas del texto puede entenderse algo cuando digo: “Mire, Vitoria tiene demasiados espacios verdes. Si se sienta media hora en uno de ellos verá pasar en ese tiempo a cinco personas. Su uso es pequeñísimo. Pero eso tiene una ventaja tremenda. Esas áreas son en realidad reservas. En un momento dado, las generaciones futuras pueden cambiar el rumbo de la ciudad, porque hay margen para ello”. Todos los que hayáis conseguido llegar hasta aquí leyendo el artículo entero entenderéis el sentido de estas palabras y como la cantidad de zonas verdes a las que me refiero que son excesivas son las que tienen básicamente la función de equipamiento. Dado que todavía no estamos en condiciones de dimensionarlas como infraestructura, es muy posible incluso que sean pocas para atender al funcionamiento de aspectos esenciales de la ciudad. Y entenderéis también que ambas funciones pueden (y algunos casos deben) de solaparse, pero probablemente no en todos sus puntos.

Analizando el anillo interior de Vitoria-Gasteiz Foto Igor Aizpuru para El Correo

Después de la experiencia con Icíar (la entrevista duró más de media hora) cada vez me reafirmo más en mi idea de que no me importa que el blog esté en el extremo opuesto a un tuit y que la lectura de cada artículo requiera un esfuerzo considerable por parte del lector. Las cuestiones tratadas son muy complejas y no es cierto que se puedan considerar de forma simple. Es posible que existan soluciones simples a problemas complejos. Pero el análisis de una situación compleja siempre será complejo y difícilmente reducible a 140 caracteres o a un titular de un periódico. También comprendo que la Web nos ha acostumbrado saltos en el tiempo y en el espacio con la consiguiente necesidad de impactos continuos. Lo más asombroso de todo es que, con estas condiciones, haya tanta gente que dedique una parte importante de su tiempo a leer cada artículo. No me gusta dar información sobre el número de lectores, o páginas porque este blog no está pensado para ganar ninguna competición de popularidad (más bien lo contrario, va dirigido a un nicho de lectores pequeño, específico y seleccionado), pero hoy voy a hacer una excepción: la duración de la visita que, en el 2007 era de apenas 30 segundos, sobrepasa ahora los cuatro minutos. Esto significa que leéis de verdad los artículos. Gracias a todos.

domingo, 3 de junio de 2012

William Bunge en Fitzgerald

Continuando con el estudio de algunos hechos destacados en la historia del planeamiento urbano, hoy voy a escribir sobre el origen de los llamados “desembarcos en los barrios”. Es necesario que los más jóvenes sepan de algunas cosas “acaecidas en la prehistoria” (es decir, en el siglo XX) para no estar reinventando continuamente la rueda. No sólo con el objetivo de no repetir lo ya hecho (a veces es muy sano repetir) sino con el de conocer las dificultades de un camino abandonado en su momento pero que, probablemente, se pueda retomar con otras condiciones y en diferentes circunstancias históricas. Pienso que cuando tantos grupos de jóvenes urbanistas están tratando de transitar por la senda de la participación (espero que sea algo más que una moda) es pertinente reflexionar sobre lo que sucedió en Fitzgerald, un barrio de la ciudad norteamericana de Detroit, a finales de los años sesenta y principios de los setenta del pasado siglo veinte.

Bill Bunge en una reunión en Fitzgerald

Habría que advertir previamente que los geógrafos norteamericanos (a diferencia de los españoles) tienen una larga tradición como planificadores. No es el momento de plantear la cuestión profesional del urbanismo y la ordenación del territorio en España (somos el único país de Europa sin carrera de grado en la materia) pero hay que advertir, sobre todo a los arquitectos, que a lo largo del texto, cuando se habla de geógrafos hay que verlos como profesionales de la planificación urbana y territorial. Para poder entender, tanto lo que sucedió en esos momentos en Detroit como la figura de Bunge, habría que decir algo antes sobre los nuevos rumbos de la geografía en Norteamérica a finales de los años cincuenta. En aquellos momentos una serie de geógrafos, sobre todo jóvenes, estaban tratando de convertirla en una disciplina científica. Básicamente mediante la introducción de la estadística y los métodos cuantitativos en el estudio de la distribución espacial de los fenómenos humanos. Esta revolución terminó con la antigua forma de entender su ámbito e introdujo una serie de campos temáticos nuevos.

El primer rapto de la Geografía, los números. Y segundo, el compromiso.
 Señalar en la imagen para verla más grande Geocrítica

La llamada geografía cuantitativa significó un cambio casi revolucionario en la concepción de la disciplina. En el año 1962 Bunge había publicado Theoretical Geography. De este libro (tuvo una segunda edición ampliada en 1966) dice Cox que “tal vez sea el texto seminal de la revolución cuantitativa-espacial”. El libro comienza con un capitulo dedicado a la metodología de la geografía al que sigue otro llamado “Metacartography” en el que trata de la cartografía. Pero, probablemente, el corazón de la obra esté en el capitulo dedicado íntegramente a la teoría del lugar central. En este libro aparecen muchas premoniciones que luego desarrollará la geografía cuantitativa aunque, por supuesto, no había forma de tener previsto el desarrollo de la informática y su influencia posterior. Sin embargo es muy importante conocer estos antecedentes para entender en profundidad lo que va a intentar en Detroit. En el año 1969 Harvey publica Explanation in Geography que es, probablemente, la obra clave de la geografía cuantitativa. Resulta curioso que, tanto Bunge como Harvey, figuras centrales de la geografía cuantitativa, sean también los abanderados de la geografía radical que supone una crítica muy importante a esta forma de entender la disciplina.

Bill y Betty Bunge

William Wheeler Bunge Jr. (Wild Bill Bunge), nace en 1928 en La Cross, Wisconsin, sirve en la Armada durante la guerra de Corea, termina su Master en Geografía en 1955 en la Universidad de Wisconsin y consigue el doctorado en 1960 con una tesis que sería la base de su libro Theoretical Geography, publicación clave de la geografía cuantitativa. Sin embargo, esta orientación, lo mismo que hoy en día "la sostenibilidad”, fue rápidamente asimilada, sobre todo por las empresas privadas. De forma que los llamados “jóvenes turcos”, los geógrafos que abrazaron estas teorías, encontraron empleo en las industrias, en los bancos y en todos aquellos sitios que podían sacar beneficios de una nueva forma de entender el espacio como objeto susceptible de convertirse en dinero. Aunque para ello (y con la disculpa de la organización eficiente de la ciudad) se diera carta de naturaleza a la segregación social y racial o a que los programas de “Renovación Urbana” en realidad se convirtieran en mecanismos de gentrificación. Cuando Bunge encontró trabajo como profesor en la Wayne State University, y se fue a vivir a Fitzgerald (un barrio situado al noreste de Detroit, en una zona intermedia entre el ghetto de la llamada “ciudad de la muerte” y la opulencia de la “ciudad de la abundancia”) se encontró ante un grave problema ético al constatar que los métodos cuantitativos en realidad se estaban utilizando para especular a costa de los más desfavorecidos.

Fragmento de la portada de Fitzgerald: Geography of a Revolution

Bunge se había encontrado con la realidad a la que se refiere Peet cuando afirma que “el desarrollo de la geografía cuantitativa está íntimamente ligado a los intereses industriales y comerciales”. De forma que, a final de los años sesenta, empieza a redactar su libro Fitzgerald: Geography of a Revolution, publicado en 1971, y que supone un cambio de rumbo muy importante respecto a sus planteamientos anteriores. ¿Qué había pasado? Cuando Bunge llega al barrio se da cuenta de los procesos brutales de especulación que se estaban produciendo, acompañados de una fuerte represión, y en lugar de refugiarse en su torre de marfil de la investigación abstracta en la Universidad, decide poner sus conocimientos al servicio directo de la comunidad. La obra relata mediante fotografías, mapas y otros documentos, las transformaciones del barrio. Según Peet el libro se escribe en un momento en el que “la composición racial del barrio, hasta el momento blanca, se vuelve mayoritariamente negra. Los sentimientos que trae consigo este cambio, el papel activo de las comunidades, las luchas contra su transformación en barrio de chabolas, la huida de las zonas de blancos (white flight), el papel de las barriadas desfavorecidas en la ciudad moderna, la discriminación policial y la cuestión del racismo, impregnan el libro de principio a fin”. Esta "fuga blanca" significa también una huida de la base impositiva ya que los impuestos a la propiedad en USA pagan muchos de los servicios sociales. Habría que añadir, además, los problemas que crea este ambiente en la infancia y conflictos institucionales al estar el barrio repartido entre dos organismos con diferente grado de compromiso con los residentes.

El ya célebre mapa de niveles de renta de Detroit

Para poder entender algunas cosas habría que decir que cuatro años antes se había producido la brutal represión de la "Revuelta de los Negros" en Detroit que impacta a Bunge de forma muy importante (a pesar de que, al parecer, en Fitzgerald tuvo menor incidencia), hasta tal punto que la foto que abre la introducción del libro es la de un tanque del ejército federal en medio de una calle al sur de Fitzgerald. Cuenta que “hubo personas asesinadas, golpeadas y violadas. Recuerdo a un niño del barrio acribillado a balazos”. Como dicen Allan Popelard, Gatien Elie et Paul Vannier en “William Bunge, le géographe révolutionnaire de Detroit”, esta revolución a la que alude Bunge debe ser entendida como “la lucha de la clase obrera negra por su emancipación después de la fallida revuelta de 1967. Se trata de analizar la vida de unas personas atrapadas en las contradicciones del capitalismo y la puesta en marcha de estrategias para sobrevivir en un entorno sometido a un proceso de degradación. Esta emancipación del proletariado negro de Detroit es, para Bunge, inseparable de una revolución ‘ecológica’ o ‘biológica’, es decir de una transformación de la relación entre el hombre y su entorno”.

Un tanque al sur de Fitzgerald, julio, 1967

Pero el libro de Bunge no se entendería sin la llamada Expedición Geográfica de Detroit (Detroit Geographical Expedition and Institute, DGEI), una misión cartográfica y educativa de carácter radical llevada a cabo entre 1968 y 1970. La DGEI impartió cursos sobre urbanismo en colaboración con la universidad. Primero con la Wayne State University (donde empezó su labor universitaria en 1962) hasta que le despiden por lenguaje soez. Luego, en 1969 la University de Michigan los patrocina por un año y, por último en 1970 los acoge la Michigan State University. Se facilitaban aulas y materiales y gran parte del profesorado era voluntario. El curso, dirigido sobre todo a los negros de los barrios más deprimidos, estaba controlado directamente por la comunidad. Bunge organizó la DGEI en colaboración con una de sus alumnas, Gwendolyn Warren, una chica negra de dieciocho años activista vecinal que, según Hovarth enseñó a Bunge “un poco de sentido” mientras ella aprendía de éste “un sentido de la escala” (tomado de Mattson). Este enfoque tuvo bastante repercusión atrayendo a expertos de toda USA a las instalaciones libres del campus de la Wayne State University. Las clases se centraron en dos cursos: cartografía y aspectos geográficos de la planificación urbana. El resultado más visible fue un informe a los padres de familia sobre la descentralización de las escuelas.

 Reproducción del artículo de Horvath en Antipode

Es ya famosa la comparación entre este informe producido mediante las enseñanzas de estos cursos (que costó unos 200$) y el realizado por el Consejo de Educación con una ayuda de 350.000$ de la Fundación Ford. El cuadro, reproducido, de un artículo de Horvath publicado en el número 3 de Antipode (1971) puede verse arriba. Las cifras no requieren más explicación sobre las intenciones de cada colectivo a la hora de realizar la descentralización escolar. En este mismo artículo Horvath publica un cuadro de la evolución en el número de estudiantes matriculados en estos cursos que pasan de unos cincuenta en el verano de 1968 a cerca de quinientos en la primavera de 1970. Es en este año cuando termina todo. Bunge es expulsado de la Universidad por “exponer a las chicas blancas a la violación” y “querer reducir la universidad a cenizas”. En realidad había sido incluido en la célebre “lista negra” de radicales del 65 recopilada en 1970 por el House Un-American Activities Committee. Entonces se marcha a Canadá pero esa es ya otra historia. Simplemente para terminar su biografía habría que reseñar que le esperaban otras expediciones en Montreal, Londres, Toronto o Quebec, con nuevos expedientes sancionadores que le llevarían, como provocación, a ganarse la vida como taxista, convirtiéndose en un auténtico y genuino folk geographer.

Fragmento de la conocida “lista negra” Indiemaps
 Bunge, el noveno en la columna de la izquierda

Es casi imposible hablar de Bunge sin referirse a la Geografía Radical, la Unión de Geógrafos Socialistas y la revista Antipode, pero yo lo voy a intentar para que este artículo no se convierta en un libro. También tendría que haber mencionado muchas otras cosas de este personaje tan peculiar. Como, por ejemplo, la publicación de Nuclear War Atlas en 1988, o su último artículo conocido publicado en 1998 (“Where are the Germans?”) en un número de Northstar Compass dedicado ¡a restablecer el estado socialista en la Unión Soviética! Sin embargo quería centrarme en la DGEI como un nuevo método de abordar la relación del planificador físico con la sociedad y una forma diferente de enfocar la enseñanza y la investigación en planificación urbana. Y ello, independientemente, del ámbito disciplinar de la geografía en el que no debería entrar muy a fondo ya que me encuentro bastante más inseguro que en el mío. Pero tampoco querría dejar de mencionar su forma de entender la disciplina. Frente a una geografía universitaria basada en el “trabajo de gabinete” con datos numéricos, vaciados bibliográficos y teorías abstractas, propone la vuelta al “trabajo de campo” y contacto con la realidad social. 

Gwen Warren (a la derecha) colaboradora de Bunge en la DGEI

Desde mi punto de vista la importancia de la DGEI radica en que ofrece un enfoque distinto (eso sí, radical) de la participación en cuestiones relacionadas con el planeamiento. Dice Horvath en el artículo mencionado en el párrafo anterior que “Bunge quería investigar acerca de la sociedad negra pero, a la vez, pensaba que ésta tenía que aprender a hacerlo por su cuenta”. Esta forma de plantear la participación (como una suerte de “investigación en la acción”) no se limitó a proponerla de forma teórica, sino que la llevó a la práctica. En realidad, tal y como dicen, Popelard, Elie y Vannier: “El programa de investigación de Bunge es, en sí, una revolución. Se trata de invertir el orden de prioridades: la investigación no debe estar guiada por objetivos académicos, sino por la dimensión práctica del compromiso del geógrafo, de estar con la población que estudia”. Si en lugar de hablar “del compromiso del geógrafo” hablamos del “compromiso del planificador” o de “compromiso del investigador” podrá entenderse claramente cual es la intención que me ha movido a escribir este artículo.

Niño negro solo en el patio del colegio de Fitzgerald

En realidad ¿qué hizo Bunge en Fitzgerald? La descripción del proceso de “inmersión” en el barrio aparece en varios textos y su resumen es sencillo: primero contactó con las organizaciones vecinales, trabajó codo con codo con ellas e intentó poner sus conocimientos al servicio de la comunidad. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que, en realidad, las personas con las que había trabajado sabían bastante más del barrio que él. Entonces les enseñó a sistematizar sus conocimientos, a construir mapas con ellos, a analizarlos con herramientas que desconocían. Es decir, formó geógrafos populares (folk geographers), dotándolos de las herramientas necesarias para poder entender que sucedía en el barrio y ver con sus propios ojos como, en realidad, Fitzgerald estaba siendo objeto de especulación por parte de los agentes urbanizadores y los propietarios. También el camino para poder salir de esta situación. Era otro mundo, frente a la actitud de aquellos geógrafos cuantitativos (insisto, léase planificadores o urbanistas) puestos al servicio de los especuladores y las empresas de urbanización, cuyo objetivo prioritario era la obtención de beneficios económicos. Por supuesto que no todos los geógrafos cuantitativos servían a la especulación y además, parte de las teorías cuantitativas están en la base de la geografía radical. Es decir, no es que la geografía cuantitativa sea mala ni buena sino que, probablemente y en determinadas condiciones, es más fácil de utilizar por aquellos que van en busca de las llamadas "rentas no productivas".

Siete veces más para los adultos que para los niños
 Alguno de los mapas más experimentales de Bunge

Es evidente que la propuesta de Bunge y la experiencia de la DGEI tienen sus limitaciones. Casi todas derivadas de la imposibilidad de llevar este tipo de expedición a ámbitos mayores que el barrio. Pero sí que podemos extraer algunas enseñanzas útiles para la situación actual, independientemente de los planteamientos políticos de Bill, con los que se podrá coincidir o no, pero que actualmente no parece que supongan una solución aceptable (aunque la verdad es que no se ven demasiadas soluciones, aceptables o no, a los problemas de hoy). En su ámbito, Bunge proponía una revolución. A pesar de las dificultades de admitir el hecho revolucionario en una sociedad como la actual, lo cierto es que todas las revoluciones han supuesto, como mínimo, un revulsivo al status vigente. Y los propios sistemas necesitan a veces estos revulsivos para depurar sus “códigos erróneos”. Esto puede producirse a muchos niveles. Desde el personal (nuestras vidas privadas necesitan, a veces, un replanteamiento global, bien de los presupuestos, bien de la praxis) hasta el social, en relación directa con la política y las ideologías. Pero también las propias disciplinas es bueno que, cada cierto tiempo se vean sometidas a sacudidas más o menos violentas. De la propuesta de la DGEI ya han sido asumidos algunos planteamientos en diversos ámbitos como la enseñanza o la investigación en planificación.

Actividades locales colectivas

De los relacionados con el urbanismo podríamos destacar dos. El primero es la necesidad del contacto con la realidad. Los números, las teorías, los indicadores, son útiles pero, dada la complejidad del fenómeno urbano, siempre pueden quedar ocultos aspectos fundamentales o críticos que solo el trabajo de campo es capaz de proporcionar. Lo cierto es que Bunge entendía este trabajo de campo como una forma de activismo, lo que implicaba un compromiso político con los ciudadanos. Sin llegar a esos extremos (o llegando si es necesario) la visión del urbanista es imprescindible que incluya como fundamental este contacto con la realidad. Casi una inmersión o un "bautizo" en la comunidad. La segunda es la constatación de que, si se producen las condiciones adecuadas, los propios residentes son los que mejor conocen el sitio en el que viven. Por tanto, una de las labores fundamentales del urbanista en materia de participación es la de suministrar a los vecinos los instrumentos adecuados para que puedan analizar y sistematizar por sí mismos la realidad que habitan. Si Bunge lo pudo hacer en Fitzgerald con una sociedad casi sin estudios, con problemas infinitos para sobrevivir, es que se puede. Claro que, para eso, es imprescindible una palabra que nos cuesta mucho pronunciar: compromiso. Sé que no está de moda, pero un profesor no puede renunciar a que sus alumnos conozcan que existe, estando además convencido de que es la base de buena parte de las soluciones de los problemas que nos urge resolver.

La gente que diseña no sabe realmente para quien diseña
 Owen Klugel, planificador de Fitzgerald

Por cierto, si alguien está interesado en conocer la situación actual de la ciudad de Detroit (bueno, la situación en el 2010) puede leer el artículo de Popelard y Vannier en Le Monde Diplomatique titulado “Detroit, la ville afro-américaine qui rétrécit”. Puede encontrarse con cosas como una tasa de paro en el 2009 del 28,9% (la oficial, la real se estimaba en el 40%). Sorpresas de la vida, o “quien no se consuela es porque no quiere”. Lo digo porque la tasa de paro en España a día de hoy está sobre el 25%, décimas arriba o abajo. Si a esto añadimos que el analfabetismo funcional roza el 50% y que la ciudad ha perdido casi un millón de habitantes desde los años cincuenta, puede ser interesante ver como enfocan estos problemas a día de hoy. Quien tenga interés puede visitar la página del Detroit Works Long Term Planning para hacerse una idea de como se está intentando conectar con la población. En esta página se comunican los resultados de cinco equipos de investigación que están trabajando en el tema. Por último, para los que quieran conocer el caso tan singular de Detroit y como se ha llegado a esta situación pueden leer el Ci[ur] nº 63 de Beatriz Fernández Águeda titulado "Evolución urbana y memoria de la ciudad industrial. Futuros para la ciudad de Detroit". Mi intención era haber escrito sólo sobre Fitzgerald pero, al final, me resultó inevitable hacer una referencia a la ciudad. Un consejo, aquellos que no conozcan Detroit y que quieran ver una "ciudad (no me sale el calificativo, digamos que alucinante)" les aconsejo que se den un paseo por su calles mediante Street View que es un modo de viajar barato y sostenible.

Evolución de la superficie urbana de Detroit Ci[ur] 63

Bueno, para terminar os animo a que leáis algunos de los textos que figuran abajo. A su recopilación, y a entender la situación actual de la ciudad, me ha ayudado María José Arquero, una de mis mejores alumnas de doctorado que está ahora de Assistant Professor de Arquitectura y Planeamiento Urbano y Regional en el Taubman College de la Universidad de Michigan. No es sencillo encontrar en Internet cosas sobre William Bunge (no hay más que ver lo que aparece en la Wikipedia) pero no podéis dejar pasar tres enlaces fundamentales. En español, el artículo de Kirk Mattson en Geocrítica. En inglés el de Indiemaps con multitud de enlaces interesantes. Y en francés el de Allan Popelard, Gatien Elie et Paul Vannier. Abajo tenéis los enlaces.Todas las imágenes que aparecen en el artículo sin citar procedencia son del libro de Bunge, Fitzgerald: Geography of a Revolution.

Materiales básicos
  • Mattson, Kirk. “Una introducción a la geografía radical”, Geocrítica, nº 13, enero de 1978.
  • Allan Popelard, Gatien Elie et Paul Vannier. “William Bunge, le géographe révolutionnaire de Detroit”, en Les Blogs du Diplo, Le Monde Diplomatique, 29 de diciembre de 2009.
  • La mayor cantidad de información se puede encontrar en el artículo “Wild Bill Bunge” de 16 de marzo de 2010 en Indiemaps.
  • Por supuesto, los libros de Bunge citados: Theoretical Geography. Lund, Sweden: Gleerup. (1962); Fitzgerald: Geography of a Revolution. Cambridge, Mass.: Schenkman Pub. (1971); Nuclear War Atlas. New York, Basil Blackwell Inc. (1988).
Artículos de interés
  • Bunge, W y Peirce F L. (1974) "Fitzgerald from a distance", Annals of the Association of American Geographers, Vol. 64, No. 3, pp. 485-489.
  • Cox, K.R. (2001). “Classics in human geography revisited: Bunge, W., Theoretical Geogarphy”, en Progress in Human Geography 25(1): 71-73.
  • Gómez de Mendoza, J. (1988), “Las expediciones geográficas radicales a los paisajes ocultos de la América urbana”, en Viajeros y paisajes, Alianza Editorial, Madrid, pp. 151-174.
  • Horvath, R. J. (1971), “The ‘Detroit Geographical Expedition and Institute’ Experience”, en Antipode. A Radical Journal of Geography, vol. 3, nov, pp. 73-85.
  • Peet, R. (1977), “The development of the radical geography in the United States”, en Peet, R (Ed.): Radical Geography, alternatives viewpoints on contemporary social issues, Maaroufa Press, Chicago.
  • Popelard, A. et P. Vannier, (2010-2011), “Detroit, la ville qui rétrécit”, en Manière de voir. Le Monde diplomatique, núm. 114, Paris, pp. 54-55.