lunes, 28 de febrero de 2011

La ciudad orgánica

Empiezan a proliferar en muchos congresos, jornadas, artículos o conferencias, continuas alusiones a las “unidades celulares urbanas”, “al sistema nervioso de la ciudad”, al “corazón de la ciudad” y expresiones similares que me rejuvenecen notablemente. No sólo por el hecho de que sean precisamente los sectores más avanzados y modernos de la profesión los que lo están asumiendo, sino porque me retrotrae a mis comienzos como profesor de urbanismo. Ahora que estamos con la adaptación de la universidad a los acuerdos de Bolonia con nuevos planes de estudio encima de la mesa, tengo que remontarme al plan de estudios de la carrera de arquitectura de ¡1964! para encontrar que algunas de cosas que desechamos entonces por caducas, se están tomando ahora como bandera de los más avanzados. Efectivamente, en uno de los temas que entonces se impartían correspondiente a la asignatura de “Introducción a la Urbanística” (se llamaba casi igual que la de ahora pero era bastante distinta) y que se titulaba “Ciudad y Comunidad”, había una pregunta que respondía precisamente al título de este artículo. Como estamos continuamente volviendo a descubrir lo que ya había sido descubierto en épocas anteriores (lo que más nos gusta es reinventar la rueda), considero interesante hacer lo mismo que hice en el artículo de este blog que llamé “La sociedad del espectáculo” (utilizando el título de la obra fundamental de Guy Debort) en relación con la Internacional Situacionista. Es decir, devolviendo a primer plano algunas ideas sobre las que varias generaciones ya han reflexionado y cuyas conclusiones parecen olvidadas.

Gaston Bardet, Le Rehu, proyecto del área de deportes (Le Rehu)

Y para ello sencillamente voy a seguir el esquema de aquella lección, depurando y actualizando cosas y, centrándome en la última parte. Comenzábamos explicando los presupuestos teóricos que fundamentaban el tema, luego se planteaba el concepto de unidad vecinal, se hablaba sobre los escalones comunitarios de Gaston Bardet y se terminaba con un epígrafe llamado “La ciudad orgánica”. Voy a dejar el punto de Gaston Bardet porque sólo con él ya tendría para varios artículos (y me refiero exclusivamente a su parte “urbanística” dejando de lado su componente “espiritual”, que también daría para bastante pero no es mi tema ni el de este blog, aunque a aquellos a los que os guste lo esotérico podéis explorarlo) y me centraré en el concepto de unidad vecinal como presupuesto necesario para entender la ciudad orgánica. La noción de “comunidad” ha sido planteada por muchos autores (sobre todo sociólogos) pero es probablemente Ferdinand Tönnies el que la conceptualiza de forma más clara. Ya en el año 1887 sostenía que "la comunidad es la forma genuina y perdurable de la convivencia" y que su germen estaba en una tendencia natural de cohesión que liga a los individuos a través de relaciones primordiales. También anticipó la idea de que la comunidad languidece y pierde vitalidad al ir aumentando el tamaño de la ciudad.

Grupos primarios (Kalipedia)

Pero es, posteriormente, otro sociólogo llamado Charles Horton Cooley quien en 1909 (el mismo año en que muere Tönnies), en una publicación titulada Social Organization. A Study of the Larger Mind, define los grupos primarios como aquellos basados en estrechas relaciones cara a cara entre sus miembros y que son el origen de la naturaleza social de las personas. Transcribo a continuación una definición de grupo primario bastante clara y comprensible debida a Ely Chinoy que incluye en el libro La Sociedad, una introducción a la sociología: "Hay una distinción fundamental entre aquellos grupos que se caracterizan por relaciones estrechas e íntimas, los grupos primarios, y aquellos que no tienen dichas relaciones. El grupo primario incluye el grupo de juego, los amigos, la familia, en ciertos casos los vecinos, y aun, en ocasiones, una completa aunque necesariamente pequeña sociedad. Las relaciones dentro de un grupo primario son personales, espontáneas y típicamente (aunque no necesariamente) de larga duración; se basan en expectativas difusas, mutuamente generalizadas, más que en obligaciones estrechamente definidas y precisas: se supone que los miembros de una familia se amen, mientras que los trabajadores de una oficina deben asociarse solamente en las formas exigidas por su trabajo. Los miembros de un grupo primario se mantienen juntos por el valor intrínseco de las propias relaciones más que por una obligación o vínculo referido a una finalidad explícita de organización".


Pues bien, Cooley en el trabajo que he citado en el párrafo anterior pone en relación el crecimiento de los índices de criminalidad con el grado de desorganización social de las áreas urbanas. Y esto lo atribuye a que el funcionamiento de la ciudad moderna ataca directamente a las posibilidades de formación y consolidación de estos grupos primarios. Una vez planteada la importancia del grupo para el funcionamiento social, era necesario subir un escalón más para alcanzar la posibilidad de una teoría aplicada a la ciudad: todavía quedaba por demostrar que la comunidad pudiera delimitarse como objeto de estudio científicamente verificable. Esta posibilidad la plantea Durkheim, para quien el paso de las sociedades de solidaridad mecánica (formadas por individuos semejantes como eslabones de una cadena) a las sociedades de solidaridad orgánica (basadas en la división del trabajo con individuos diferenciados según funciones a desempeñar) era debido, por una parte al aumento del volumen de las sociedades que multiplicaba las relaciones, y por otra el crecimiento de las comunicaciones y la extensión urbana. La ciudad se convierte pues, en clave, para esta explicación teórica. Fue precisamente la posibilidad de delimitar a la comunidad como objeto de estudio objetivo y empíricamente verificable, unida a la ideas evolucionistas que permitían considerar a la ciudad como un ser vivo capaz de adaptarse al medio, lo que posibilitó a la Escuela de Chicago el desarrollo de sus teorías. ¡Qué recuerdos!, precisamente esta corriente sociológica fue la lección que elegí para la oposición de Profesor Titular de Universidad. Trataré de contenerme porque, de lo contrario, hoy escribo treinta folios.

Escuela de Chicago, el modelo de Burgess (The full Wiki)

Los sociólogos de la Escuela de Chicago siguieron dos caminos. El primero se centró en el descubrimiento de las áreas naturales o células del organismo urbano. Y el segundo se concretó en un intento de explicación del crecimiento de la ciudad en el espacio. En definitiva, de todos estos antecedentes surgen algunos presupuestos que, aunque de momento no explicitados, van a conformar una nueva forma de entender la ciudad:
  • Se toma como unidad de base la familia que es la institución encargada de estructurar las agrupaciones humanas.
  • La familia es el medio de control social más natural. Obviamente este control tiene un alcance reducido: esta fundamentalmente relacionado con la formación de grupos primarios.
  • Las relaciones entre unidades familiares se localizan en el vecindario que se constituye así como la unidad mínima donde se desarrollan las relaciones sociales más elementales y posibilita el control social básico. Si el vecindario se degrada, corrompe o desaparece, deja de funcionar bien la sociedad.
Todo esto, aunque no expresado de forma tan contundente, estaba en las ideas de Howard sobre La Ciudad Jardín, en los desarrollos planificados por Unwin, y en todos aquellos que seguían estas ideas, tanto en uno como en el otro lado del Atlántico (por ejemplo, entre otros, en el suburbio de Forest Hills en Long Island proyectado en 1910). Sin embargo, la mejora y planteamiento más congruente con estas ideas, es la propuesta que en los años veinte del pasado siglo plantea Clarence A. Perry.

Clarence A. Perry y la unidad vecinal

El concepto de unidad vecinal aparece en sus líneas básicas en el séptimo volumen del trabajo Regional Survey of New York and Its Environs publicado por Perry en 1928 y ya perfectamente desarrollado, diez años después, en su libro Housing for the Machine Age. En concreto, para Perry una unidad vecinal (neighborhood unit) es “un área poblada, delimitada físicamente por vías de tráfico, de modo que las vías internas queden solo para uso de la comunidad. Pero, al mismo tiempo, este fragmento espacial así obtenido debe de ser capaz de mantener y requerir una escuela primaria, para una población total comprendida entre 5.000 y 6.000 personas”. El principio de la unidad vecinal se experimenta ya a finales de los años veinte por el equipo de la Regional Planning Association of America, con el asesoramiento de Perry, en la barriada de Sunnyside Gardens de Long Island. Pero, sobre todo, donde adquiere características verdaderamente importantes es en el suburbio de Radburn en New Yersey proyectado por A.J. Thomas, T. Adams, Stein y H. Wrigth y al que me he referido en distintos artículos de este blog.

Radburn, unidad vecinal y manzana
Señalar en la imagen para ampliarla

Por este camino, la unidad vecinal se convirtió en el elemento básico de una teoría urbanístico-sociológica más ambiciosa. Según ella, varias unidades vecinales próximas forman una unidad física y social superior: el barrio; y varios barrios forman, a su vez, la ciudad. La teoría de las comunidades urbanas en escalones jerarquizados forma la base de numerosas propuestas y planes que se desarrollan fundamentalmente en los años 40 y 50 del pasado siglo XX. En este sentido podemos citar, quizás resumiendo todas ellas, "el intento más sistemático y ambiciosamente científico, elaborado por la teoría urbanística alrededor del tema de la comunidad con la intención de convertirlo en método de planeamiento" (con palabras de Fernando Terán) que fue el llevado a cabo por Gaston Bardet. Ya he dicho al principio que no quería meterme en el tema de Gaston Bardet y lo voy a cumplir. Solamente mencionaré que diferenciaba tres escalones correspondientes a los grupos primarios básicos y que llamaba: escalón patriarcal, escalón doméstico y escalón parroquial (Gaston Bardet representa el llamado “humanismo cristiano” y a eso me refería antes, en parte pero sólo en parte, al mencionar su componente “espiritual”).

Radburn, vista aérea

Todavía queda un paso más por dar, y lo van a hacer aquellos que recogiendo algunas de las ideas que magistralmente expuso Sir Patrick Geddes en 1925 en sus “Charlas desde la Torre Vigía”, y las de Park (padre de la ecología urbana y parte muy importante de la Escuela de Chicago), entienden que la ciudad forma parte de la naturaleza, esta incluida en una región consustancial con ella, y ella misma es naturaleza, es algo vivo. Aplican entonces el símil del cuerpo humano a la ciudad y hablan de "ciudad enferma", "necesidad de regeneración", etc. Voy a tomar como exponente de estas ideas a Eliel Saarinen, no por nada, sino simplemente porque su obra fundamental La ciudad, su crecimiento, su declinación y su futuro (de 1943) está traducida al español y se puede encontrar en las bibliotecas de las escuelas de arquitectura dado que, en su momento, era referencia obligada al hablar del “organicismo” y no sólo en su aspecto urbanístico sino también arquitectónico. Según sus ideas, el punto de partida fundamental sería una investigación social que, no sólo debería preceder a la organización física, sino que "debería continuar funcionando paralelamente y junto a esta última". Lo que significa que esta investigación debe ser permanente y estar conectada con el trabajo de planificación. La segunda cuestión se refiere a la necesidad de sustituir la planificación por la edificación. Es decir, hablar fundamentalmente de diseño urbano en tres dimensiones en lugar de planeamiento en dos. Con estos presupuestos dirige su mirada a la naturaleza y dice que debemos fijarnos en dos cosas: "la existencia de células individuales, y su correlación con el tejido celular".

Eliel Saarinen y la portada del libro (Michiganmodern)

En el libro citado anteriormente puede leerse "No se necesitará manipular mucho este aparato (se refiere al microscopio) para discernir dos fenómenos de la vida orgánica: 'la existencia de células individuales, y su correlación con el tejido celular'. En sí, esta pertinencia podría parecer insignificante, y sin embargo es sorprendente saber que en el universo, desde lo más microscópico hasta lo más macroscópico, todo está constituido en función de esta idea dual de los individuos como tales, y de la correlación de estos individuos con respecto al todo. Además, se sabe que la vitalidad de toda manifestación viva depende, primeramente, de 'la calidad del individuo', y en segundo lugar, de 'la calidad de la correlación'. Así, tienen que existir dos principios fundamentales conforme a los cuales están constituidas las dos calidades mencionadas, para poder fomentar y conservar la vitalidad en el curso de los acontecimientos. En efecto, al estudiar más de cerca los procesos naturales, percibimos dos principios fundamentales, el de 'Expresión' y el de 'Correlación', 'trayendo el primero de ellos las formas a la verdadera expresión del significado morfológico intrínseco, y el segundo trayendo las formas individuales a la correlación orgánica'."

La ciudad, su crecimiento, su declinación y su futuro
Eliel Saarinen, tejidos sano y enfermo, imagen del libro


Esta calidad del individuo depende de lo que llama “principio de expresión”, mediante el cual toda célula individual, siempre que no esté falseada, se vuelve exponente expresivo de la especie a la que pertenece. A su vez las células (edificios) se unen entre sí mediante el “principio de correlación” de forma que millares de células se agrupan para formar un roble, un paisaje, una nube: "Existen miríadas de células que caprichosamente, pero actuando recíprocamente, dan al árbol la forma de una especie manifiesta. Millares de estas especies, debido a una tendencia enigmática hacia la coherencia, se forman en la armónica unidad del bosque. Hay miríadas de moléculas que, aunque son de millones de variedades, constituyen, por mutua cooperación, montañas, colinas, valles y lagos. Existen miríadas de partículas que independientemente unas de otras, pero en constante adherencia, convierten los rayos del naciente sol en luz y sombra, y en la brillantez de una rica variedad de colores. Todas estas miríadas de partículas moleculares que hay en los árboles, montañas, colinas, lagos y cielos y en incontables cosas se llevan a un solo marco de orden rítmico: el panorama.... ( ) ...esta clase de condición armónica de la naturaleza nos ha llegado como don celestial de modo tan directo, que escasamente hemos sentido nuestra propia obligación de conservar nuestro ambiente ordenado de una manera igualmente armónica. Más deberemos aprender a conocer nuestras obligaciones a este respecto. Especialmente en la edificación de ciudades, debemos comprender que «sería igualmente desastroso para la ciudad, sino existiera el principio de correlación, como lo sería para el panorama para la "ciudad de la naturaleza" si este mismo principio dejara de funcionar."

La ciudad, su crecimiento, su declinación y su futuro
Eliel Saarinen, imágenes del libro


Parte del supuesto de que mediante estos principios se realizaron las ciudades del pasado, tanto en lo que llama la era Clásica como en la era Medieval y que eran el paradigmas del buen urbanismo. Ahora ya no es así, claro. ¿A qué no adivináis de quién es la culpa?: "En las épocas pasadas, cuando los sentidos estaban despiertos y los principios estaban en la sangre, las cuestiones de edificación urbana se resolvían automáticamente conforme a los lineamientos arquitectónicos. Después, cuando ocurrió un divorcio entre la arquitectura y la planificación urbana -episodio deplorable que se describirá en el curso de siguiente análisis- la profesión arquitectónica se vio envuelta en escapatorias estilísticas, en tanto que el desarrollo de los poblados se dejó a merced del topógrafo". Ya una vez planteados los principios básicos, pasa a analizar el estado de nuestras ciudades, y observa que en un primer período las fuerzas centrífugas las densificaron de tal forma que los centros degeneraron. Luego, en un segundo periodo las fuerzas centrífugas produjeron intentos de descentralización proliferando los barrios bajos con lo que la degeneración fue todavía mayor. La solución, según él, es la descentralización orgánica mediante la cual "el compacto cuerpo urbano se transforme, mediante la evolución gradual, en un grupo de comunidades individuales separadas entre sí por un cinturón sistematizado protector de fajas de vegetación". Es precisamente en este párrafo, en esta propuesta, donde confluyen las ideas organicistas y las unidades vecinales con un cierto toque exótico de green belt.

Gabriel Alomar i Esteve (Enciclopèdia Catalana)

En España el representante de esta tendencia fue Gabriel Alomar que, sobre todo en su libro Teoría de la Ciudad publicado en 1947, comparte algunas de estas ideas e incluye otras, como la inserción de las áreas urbanizadas en un esquema regional, que faltan en Saarien. Habría que reivindicar su figura, hoy algo olvidada, como proyectista y planificador, pero sobre todo como teórico del urbanismo. He elegido dos párrafos de este libro. El primero se encuentra dentro del apartado "La ciudad como organismo" y describe muy bien esta forma de asimilar la ciudad a un ser vivo (alma incluida): “Admitamos, pues, que la ciudad es comparable al ser humano, no tan solo considerada físicamente, con su cuerpo y sus órganos fisiológicos, sino también considerada espiritualmente, con su alma y sus facultades psíquicas. El cuerpo urbano corresponde al tejido de células familiares, de las cuales, por reproducción, se origina la forma más característica del crecimiento, en cuyo tejido podemos observar ciertos hechos biológicos, como son la adaptación al medio, la división fisiológica del trabajo, la acumulación de reservas. También forman parte del cuerpo urbano el conjunto de estructuras más o menos permanentes, en donde se alojan y llevan su vida de relación los individuos que componen la comunidad urbana, es decir, en donde 'viven' y en donde 'conviven' los habitantes de la ciudad y los sistemas de aprovisionamiento, distribución y consumo que tienen su paralelo en la alimentación, circulación y asimilación en el organismo vivo. El alma de la ciudad viene a ser la integral de las almas de los ciudadanos incluso tal vez los del pasado, manifestada en todos aquellos fenómenos urbanos que no son materiales, en su gobierno, en los sentimientos espirituales de la comunidad, y en sus manifestaciones culturales, en sus instituciones educativas, en su tradición....”

Gabriel Alomar, plan de Palma (Alta Mar)

El segundo lo encontramos el epígrafe de "Estudio del barrio o núcleo vecinal": "En un capítulo anterior hemos estudiado las 'comunidades vecinales' como grupos sociales en el interior de las ciudades, insistiendo en la necesidad de cultivarlas como medio ordenado al fomento de las relaciones sociales de carácter primario. Es necesario, pues, en primer lugar, crear en la ciudad las estructuras arquitectónicas y urbanísticas que sirvan de asiento a estas comunidades, y en segundo lugar, organizar las instituciones que favorezcan este cultivo. A la estructura urbana en la que se asienta la comunidad vecinal, convenimos en llamarle 'barrio' (adoptando un nombre tradicional español), el cual puede definirse como una parte o un sector de la ciudad, más o menos delimitado física y legalmente, entre los habitantes del cual los contactos tienen ocasión de ser frecuentes, íntimos y personales, y que en conjunto suele estar caracterizado por ciertos hechos diferenciales o interesantes comunes. El barrio constituye una ciudad dentro de otra ciudad, con personalidad urbanística propia y contiene, en pequeño, los elementos y las características de una ciudad completa. La separación entre estos fragmentos del casco urbano, la autonomía de los mismos, debe ser lo más real posible, siendo el factor más eficiente de la misma la atracción que ejerce sobre una comunidad su centro cívico local. Aparte de esto, es importante el factor de la separación efectiva, es decir de lo que podríamos llamar fronteras o límites entre los sectores nucleares, los cuales deben hacerse coincidir con las vías de circulación intensa, reduciéndose el tráfico en su interior al movimiento mínimo de distribución. En realidad, los dos sistemas básicos de las urbes son el del tráfico y el de espacios sociales; haciendo que la red que forma el primero delimite los segundos, se evitará que ambos sistemas tengan interferencias."

Reformas en la plaza mayor de Palma (Alta Mar)

Todos estos planteamientos produjeron críticas muy importantes. Quizás la que atacara más directamente al fondo de la propuesta fuera la de Alexander en su célebre artículo "La ciudad no es un árbol". Este sistema de considerar a la ciudad como simple agregación de elementos, cada uno de los cuales tiene expresión propia y que siempre he llamado (mis alumnos lo saben perfectamente) el “sistema margarita”, ha tenido su lugar en la historia pero me parece que el momento actual no es su momento. El “sistema margarita” funciona así. Se parte de una célula (y aquí hay discrepancias en lo que se puede considerar célula), normalmente el grupo primario familiar que se supone alojado en un apartamento o en un adosado. Luego está el edificio o el conjunto de adosados con sus propios servicios y equipamientos (privados). La suma de edificios o conjuntos de adosados se organiza en torno a un equipamiento colectivo, normalmente la escuela pero no siempre, y ya tenemos la unidad vecinal. La agrupación de unidades vecinales en torno a un centro organizan el barrio. La agrupación de barrios en torno a otro centro superior, el distrito. Y la agrupación de distritos en torno al centro de los centros constituye la ciudad. Es decir, los pétalos, las margaritas y el ramo. Así hemos planificado durante años.

Christopher Alexander, “La ciudad no es un árbol”
El sistema margarita como yo lo llamo


C. Alexander al hablar de árbol no se refiere a un olmo o un abedul sino al sistema de relaciones que pueden establecerse entre conjuntos y subconjuntos. Estas relaciones se pueden organizar en dos grandes grupos. En forma arborescente (como un árbol): los conjuntos elegidos están dispuestos en orden de progresión creciente y existe árbol solo cuando tomados dos conjuntos que pertenecen a la familia uno está contenido en el otro, o bien separado por entero de el. También se pueden organizar en forma semi-reticular (como un semi-retículo): cada conjunto elegido como unidad está dentro de un recinto y existe semi-retículo cuando al superponer dos conjuntos pertenecientes a una familia, el formado por los elementos comunes pertenece también a ella. El problema es que el “sistema margarita” es un árbol y, según Alexander la ciudad “no es un árbol sino un semi-retículo”. Durante años y años hemos estado construyendo árboles en lugar de ciudades. La mayor parte de las ideas, tanto del Movimiento Moderno como las derivadas de los análisis sociológicos de grupos primarios, tienen el problema de que su propia claridad estructural las hace sumamente atractivas a la hora de planificar una ciudad. Se entienden, pero su simpleza, derivada de que son un modelo de la realidad, las convierte en ilusiones de la realidad no en realidad verdadera. Porque la dificultad de todo esto es admitir que la ciudad no es un ser vivo.

Estructuras arborescentes y semi reticuladas
Basado en Greek.architects.gr


Ayer mismo, a mis alumnos de doctorado les dije todo convencido en medio del fragor de la clase: “la ciudad es un ser vivo que nace, que crece, se desarrolla, enferma…” Luego, cuando volvía a casa, le daba vueltas a lo que había dicho sin terminar de creérmelo: “como pude decir esta barbaridad cuando estoy convencido de que esto no es así”. Lo dije porque tenía que condensar mucho las cosas en un momento concreto de la exposición, con objeto de explicar pensamientos complejos de la forma más rápida posible, y un recurso sencillo es recurrir a metáforas, aunque no se correspondan con la realidad. Y porque es cómodo. Y porque nuestra forma de pensar está cambiando en el mundo de Internet. Es posible que esta conciencia de culpa me haya llevado a escribir un artículo como éste, largo y denso, de forma que sólo aquellos verdaderamente interesados sean capaces de leerlo. Tenía que explicarme y, en el fondo, justificar la afirmación de ayer contraria a lo que pienso. Y disculparme con mis alumnos, claro. La necesidad de mensajes ligeros nos está afectando demasiado a todos. Incluso parece que está cambiando nuestra forma de pensar. Lo digo porque parece que ya se empieza a despertar una cierta conciencia de la necesidad de reflexiones en profundidad frente a la superficialidad de los mensajes en “la nube” (en “las nubes” diría yo) tales como los comentarios en un par de líneas que proliferan en las redes sociales, etc. Os recomiendo el libro The Shallows: what the internet is doing to our brain de Nicholas Carr. Que yo sepa no está todavía traducido al castellano, pero se lee sin dificultades. No es propiamente el resultado de una investigación sino la recopilación de otras. Una especie de “estado del arte” del tema de forma más bien divulgativa. A algunos puede parecerle excesiva la cantidad de información y datos que contiene pero la tesis es clara y relacionada con ello: la enorme proliferación de mensajes, y el diseño de los mismos fruto de la competencia que se establece, está modificando la forma en la que nuestro cerebro se enfrenta a la realidad, reduciendo la capacidad de pensar en profundidad y dejando buena parte del conocimiento reducido a una especie de costra superficial.

Portada del libro de Carr

De forma que le voy a hacer caso al comentario de Eduardo en un artículo anterior y no voy a reducir ni la longitud de los artículos ni su intensidad. Aunque con ello soy consciente de que muchos lectores, al enfrentarse a tantos folios (bueno, pantallas) simplemente salten a otra cosa mas atrayente y, sobre todo, que les suponga menos esfuerzo su lectura. También estoy ya reduciendo a su mínima expresión los enlaces (sólo aquellos que requieran citar la fuente) y os habréis dado cuenta que los he sustituido al final del artículo por referencias de páginas o documentos de interés, con objeto de concentrar la atención en lo que se comunica. Parece ser que el saltar frecuentemente de un sitio a otro impide el pensamiento de profundidad y fomenta la apreciación superficial de las cosas. Es decir, que los hiperenlaces, tan interesantes para algunas cosas, tienen también su lado negativo. También prometo huir de “los muros”, de Twitter, y demás entes análogos, como del diablo. El mensaje y la comunicación están quedando reducidos a expresiones tan mínimas que, directamente, desaparece por incomparecencia. En el I Congreso Iberoamericano de Redes Sociales que se está celebrando en Madrid cuando escribo estas líneas, uno de los participantes Álvaro Varona de RTVE.es dice: “Antes, nuestra competencia eran Antena 3 y Telecinco (otras dos emisoras de TV españolas). Ahora son los mensajes de los amigos en el muro. Es una batalla por la atención del usuario”. Algunas cosas están para lo que están, y Twitter y Facebook y Tuenti sirven para lo que sirven (y cumplen una función que parece necesaria, obviamente) pero el problema es cuando, en el fragor de esta batalla, desaparecen los mínimos espacios que quedan para la reflexión. Porque están desapareciendo, como todo aquello que implique un mínimo esfuerzo por parte del receptor. Lo perverso es que la calidad del intercambio de las ideas que quedan (¿en realidad queda alguna idea?) es, como mucho, rastrera.

Dado nuestro tópico retraso, en España habría
que sumar tres a los años de arriba: 2008, 2009, 2010

Viñeta de Hugh en
The Film Doctor

Ya termino. La ciudad es uno de los artilugios más sofisticados de la creación humana. Como dice Ortega en Meditación de la técnica (puede seguirse la discusión de estas palabras en el articulo del blog que lleva ese título): “La técnica es lo contrario de la adaptación del sujeto al medio, puesto que es la adaptación del medio al sujeto. Esto ya bastaría para hacernos sospechar que se trata de un movimiento en dirección inversa a todos los biológicos. Esta reacción contra su entorno, este no resignarse contentándose con lo que el mundo es, es lo específico del hombre. Por eso, aún estudiado zoológicamente, se reconoce su presencia cuando se encuentra la naturaleza deformada; por ejemplo, cuando se encuentran piedras labradas, con pulimento o sin él, es decir, utensilios. Un hombre sin técnica, es decir, sin reacción contra el medio, no es un hombre”. Probablemente una de las creaciones más elaboradas de la técnica humana sea la ciudad. Y claro, entonces, desde esta perspectiva, no parece que se pueda asimilar a un ser vivo, ni que esté organizada en células, ni que tenga alma, ni corazón, ni sistema nervioso. Aparentemente, tampoco piensa. Es, sencillamente, el resultado de adaptar el medio natural a nuestra conveniencia y bienestar cosa que, además, resulta mudable de generación en generación. Como metáfora está bien. Los intentos del ser humano de antropomorfizarlo todo son tan antiguos como la misma humanidad, pero no nos debe cegar la potencia de la imagen. En cualquier caso considero positivo revisitar las cosas, releer las teorías con ojos actuales, porque cambian las circunstancias, cambia el pensamiento, cambian los valores y la cultura. Los ojos con los que miro hoy este urbanismo organicista no son los mismos con los que lo miraba hace treinta años. Y las cosas que hoy afirmo no las afirmo con la misma seguridad que entonces. Incluso respecto a otras he cambiado de parecer. Y no porque yo mismo haya cambiado, que lo he hecho, sino porque el entorno entero es distinto. Por eso no me parece mal que la sociedad vuelva sobre ideas que parecen del pasado, lo único que pediría es que se hiciera con conocimiento de lo ya caminado. Porque seguir el camino que otro ha seguido para llegar a un lugar sin salida, pudiendo saberlo antes de empezar (sobre todo cuando tenemos alternativas), desanima bastante. Claro que siempre queda la duda de si no se habrá avanzado suficiente y, en realidad, el camino no termina donde nos han dicho que acaba.


Materiales que he utilizado en el texto:
  • Alexander, C.: “La ciudad no es un árbol”, 1965. Puede encontrarse la versión en castellano de “A City is not a Tree”, publicado originalmente en el número 1 del volumen 122 de Architectural Forum, así como los enlaces al artículo original, comentarios, etc., en Ciudades para un futuro más sostenible.
  • Alomar Esteve, G.: Teoría de la ciudad, Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid, 1947.
  • Álvaro, D.: “Sobre los conceptos de comunidad y sociedad en Ferdinand Tönnies”, Papeles del CEIC, volumen 52, marzo 2010. Pueden encontrarse el pdf aquí.
  • Bardet, G.: Le Nouvel Urbanisme, éd. Vincent Fréal & Cie, Paris, 1948. Este libro que está en francés ha sido traducido recientemente al español por la Universidad Autónoma de Nuevo León. La editorial Eudeba también publicó en español en 1969 otro libro de Gaston Bardet llamado El urbanismo, que tuvo bastante venta en América Latina. No confundir a Gaston Bardet con Jacques Bardet, también arquitecto, nacido en Ginebra en 1928 y que propone la construcción de “pueblos urbanos” a partir de células.
  • Carr, N.: The Shallows: what the internet is doing to our brain, WW Norton, 2010. Aquellos interesados también podéis leer el siguiente artículo (en ingles, claro) del The Wall Street Journal: “Does the Internet Make You Dumber?
  • Chinoy, Ely: Introducción a la sociología, Fondo de Cultura Económica, México, 1966.
  • Cooley, C.H.: Social Organization. A Study of the Larger Mind, C. Scribner's sons, New York, 1909. Se puede obtener el pdf (son 19 megas), leer on-line o bajar el libro en diversos formatos (en inglés, claro) en la Open Library.
  • Geddes, P.: En 1925 publicó una serie de seis “Charlas desde la torre vigía” para una revista llamada Surveys. Puede encontrarse la traducción al español de la tercera y cuarta (“El plan de civilización del valle” y “El valle en la ciudad”) en Lewis, D.: La ciudad: problemas de diseño y estructura, GG, Barcelona, 1970. También la traducción al castellano de una de las conferencias sobre La sección del Valle pronunciada en la New School of Social Research en 1923 (The valley section from hills to sea) en Ciudades para un futuro más sostenible.
  • Perry, C.A.: Housing for the Machine Age. Nueva York: Russell Sage Foundation, 1939.
  • Saarinen, E.: La Ciudad : su crecimiento, su declinación y su futuro, México, Limusa Wiley, 1967 (traducción del original inglés The City, Its Growth, Its Decay, Its Future, publicado por Reinhold Publishing Corporation, New York, 1943).
  • Sica, P.: Historia del Urbanismo, el siglo XX, IEAL, Madrid, 1981 (traducción de Joaquín Hernández Orozco del original en italiano Il Novecento publicado en Roma por Gius. Laterza & Figli Spa en 1978 1ª ed.).
Páginas de interés:
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    lunes, 14 de febrero de 2011

    Lucía Loren y el Bosque Hueco

    Cuando escribí el articulo sobre los “árboles” que plantó Ecosistema Urbano en la Villa de Vallecas lo tenía pensado en dos partes. En la primera iban estos “Árboles de Aire” del bulevar de la Naturaleza, y la segunda pensaba dedicarla a una visita que hice a la Puebla de la Sierra (Comunidad Madrid, España) para ver las intervenciones que Lucía Loren había hecho en algunos robles centenarios cercanos al pueblo. Pero como me pasa casi siempre, cuando quise darme cuenta había escrito tantos folios sobre el ensanche de Vallecas que ya no tenía sitio para la segunda parte. Hace unos días me encontré una excelente tesis doctoral del Departamento de Pintura de la Facultad de Bellas Artes de la Complutense de Madrid (bueno, no creo que yo haya encontrado nada por la sencilla razón de que no la he buscado, más bien la tesis me ha debido de encontrar a mí, o todavía más probable, el azar ha hecho que coincidamos) cuya autora es Gregoria Matos y dirigida por Tonia Raquejo. Pues bien, entre los autores que se estudian y reseñan en la misma figura Lucía Loren. Entonces me acordé de mi primitiva intención y decidí escribir la segunda parte de aquel artículo.

    Puebla de la Sierra

    La Puebla de la Sierra es una pequeña aldea situada al norte de la Comunidad Madrid. Se trata de la población más alejada de la capital, algo más de cien kilómetros. Cuenta con muy pocos habitantes (también alrededor de cien) y en los inviernos a veces está aislada debido a la nieve o al hielo, ya que está a más del mil cien metros de altura sobre el nivel del mar y los accesos son más bien rudimentarios. Mis relaciones con este pueblo que se encuentra a trasmano de todo, empezaron ya hace algunos años cuando en un curso de doctorado (debió ser en el 1997-98 o en el 1998-99) uno de mis alumnos decidió hacer un trabajo sobre la misma. Intentaba demostrar su posible sostenibilidad sin que necesariamente se convirtiera en un emporio de la construcción e intentando que sus habitantes disfrutaran de unas rentas complementarias a las labores agrícolas, ganaderas y forestales propias del entorno rural en que se encontraba. Carlos Asensio (ese era el nombre el alumno) organizó un equipo de gente para hacer la propuesta. Si alguien quiere leerla está publicada como un anexo en el nº 28 de los “Cuadernos de Investigación Urbanística” que escribí con Ester Higueras y que se titula Turismo y uso sostenible del Territorio. Cuando terminó aquel curso, e invitados por Carlos, fui con los alumnos a ver el pueblo. Debo reconocer que me sorprendió que un entorno rural tan puro y tan bien conservado se pudiera encontrar tan cerca (apenas una hora y media de carretera). Nuestro anfitrión nos enseñó las tinadas, los bosques, el río y el pueblo. Luego volví varias veces pero, por diversas circunstancias de la vida, mi última visita fue cuando empezaba el 2003.

    Interior del pueblo (PavleMadrid)

    Desde entonces parece que el pueblo se despierta. Ese mismo año (el 2003 pero yo no tuve conocimiento de ello) Lucía Loren, que había tomado contacto con el pueblo en el año 2000, empieza su proyecto “El bosque hueco” con una subvención de los Premios de Creación Plástica de la Comunidad de Madrid. En el año 2005, y por iniciativa de Federico Eguía, escultor nacido en la Puebla, se crea el llamado “Valle de los Sueños”. En un paseo de poco menos de un kilómetro y medio, con un recorrido que atraviesa parte del pueblo y sus alrededores, se distribuyen unas treinta esculturas. Algunas cedidas y otras donadas. En el año 2006 se convoca la I Bienal de Escultura “El valle de los sueños”. La medalla de oro fue para Perry Oliver por Reglas afectadas XIV y la de plata para José Pablo Arriaga por Makila. En el 2008 volvieron a repetir con la II Bienal. Ahora la medalla de oro fue para Jorge Egea por Minotauro y la de plata para Alfredo Garzón por L’Africaine. Ya podéis comprender que no me podía quedar tranquilo sin ver qué estaba pasando en aquella aldea perdida de la Sierra Norte madrileña. De forma que, ya hace unos meses, me fui a revisitar esta aldea de la que tenía tan buenos recuerdos. Y las cosas habían cambiado bastante desde la última vez. Muchas casas rehabilitadas, las calles bastante cuidadas y, en general, el pueblo respiraba un cierto optimismo. Pero el motivo del viaje era más artístico que puramente de turismo.

    El árbol de las figuras (Luis Elorriaga)

    Verdaderamente la impresión que produce el recorrido es extraña. Acostumbrados como estamos a los museos o, como mucho, al arte urbano (es decir, esculturas e instalaciones en las calles de nuestras ciudades) el arte en el medio rural tiene el encanto de lo inesperado. Además llegamos a la hora de comer: una hora intempestiva. El ayuntamiento estaba cerrado y no había forma de enterarse de cómo hacer el recorrido, ni de obtener el folleto donde viene explicado… Como siempre, volvió a ocurrir que mis habilidades turísticas brillaron por su ausencia. A cambio realizamos un paseo azaroso mezcla de calles, caminos, puentes, esculturas y árboles. Intentamos ir siguiendo unas flechas (a veces lo conseguíamos y a veces no) que, tras algunos esfuerzos, nos iban llevando de escultura en escultura. Eso sí, nada que ver con un museo tradicional.

    Thor (Lorenzo Duque)

    Personalmente me pareció una experiencia fantástica, llena de sensaciones contradictorias y donde las esculturas se comportaban como una especie de señales de que podía existir la antropización más absoluta incluso allí, en un sitio donde las relaciones entre la naturaleza y el hombre parecían bastante equilibradas. Me pareció que la mayor parte de las obras no tenían absolutamente nada que ver con el lugar, ni con la cultura de las gentes que lo habitan, ni con el paisaje que se apodera de todo, ni tan siquiera ofrecían una secuencia o una relación mínima entre ellas. Incluso con diferencias de calidad muy importantes, algunas de las obras expuestas en sus peanas pétreas llegan a resultar absolutamente incomprensibles en este contexto. Pero no importa. Es el contraste, el acento, el choque de una cultura dominante como es la urbana con los restos apenas perceptibles de una cultura rural que, prácticamente, ha desaparecido. Es como si el último reducto de algo se rindiera por fin, abatiera sus manos y se convirtiera en receptáculo del conquistador. En algunos casos incluso podríamos hablar de extravagancia, pero me quedo con la palabra contradicción. Probablemente los urbanitas que venimos de Madrid nos encontremos reconfortados (como si pisáramos un territorio conquistado). Pero, en el fondo, ver esta secuencia de esculturas en medio de un mundo que no es el suyo, o por lo menos que no “era” el suyo antes de su llegada, produce una cierta intranquilidad.

    El rapto (Damián Gironés)

    No lo he dicho pero ha llegado el momento de hacerlo. Hasta los años cuarenta del pasado siglo XX la Puebla de la Sierra se llamó Puebla de la Mujer Muerta, no porque se hubiera asesinado a ninguna mujer ni por ninguna truculencia digna de un “thriller” de misterio, sino por encontrarse en las faldas de las montañas de la Sierra madrileña cuyo perfil semeja el de una mujer muerta. En los años cuarenta del pasado siglo XX un gobernador provincial, Carlos Ruiz, solicitó el cambio de nombre. Cambio que le fue concedido y desde ese momento adoptó el actual. Me detengo en esta anécdota para que se vean las relaciones tan estrechas (incluso en el nombre) que tiene este pueblo con la topografía. Efectivamente, cuando nos acercamos viniendo de Madrid, se puede observar que su situación, en un valle bastante encajonado entre montañas, es bastante peculiar y caracteriza de forma importante las relaciones con el entorno que, además, tiene unos valores naturales extraordinarios. Hasta tal punto que el ámbito que abarcan los cinco municipios que constituyen la llamada Sierra del Rincón (La Hiruela, Horcajuelo de la Sierra, Montejo de la Sierra, Prádena del Rincón y Puebla de la Sierra) ha sido declarado en el año 2005 Reserva de la Biosfera.

    Piano pétreo (Daniel Alonso)

    Independientemente de que sea una de las Reservas más pequeñas del planeta (unas quince hectáreas) tiene la particularidad de que el paisaje que destaca no es exclusivamente por sus valores de naturaleza “virginal” sino, precisamente, por la combinación producida por la simbiosis entre usos agrícolas, forestales y ganaderos en un territorio bastante peculiar. Porque no es sólo el conocido Hayedo de Montejo de la Sierra situado a pocos kilómetros, sino también las Dehesas Boyal (“El Chaparral” en Montejo que incluye el hayedo, y la de Puebla), las carboneras, etc., lo que hacen de este enclave un lugar único. Otro día que me sienta menos “rural” dedicaré un artículo entero al Hayedo de Montejo porque se lo merece. De momento, mi consejo es que si os decidís a hacer una excursión por la zona no lo abarquéis todo en el mismo día aunque os parezca que están muy cerca unas zonas de las otras. Pero sigamos con el recorrido. Llegado un determinado momento hay que atravesar el río Puebla por La Puente (siguiendo las flechas indicadoras) y entonces es cuando nos tropezamos con un extraño paraje que, según la época del año y la luz, puede llegar a ser impresionante. Es un bosque de robles centenarios, retorcidos, torturados, en muchos casos vacíos en su interior, resultado de su uso a través de generaciones y que les confieren un aspecto atormentado.

    El hueco y el tejido (Lucía Loren)

    Es aquí donde Lucía Loren ha ido cogiendo ramas cercanas al árbol y, pacientemente, ha tejido una especie de venda intentando cerrar las heridas, cuidarlos, devolverles su ser natural sabiendo que no se trata más que de una operación simbólica. Es casi una petición de perdón, o más bien un agradecimiento por todo los que les han dado a una comunidad concreta a lo largo de los años. La intervención fue en cuatro robles y un fresno y duró un año: de enero de 2004 a enero de 2005. Para ello la autora sumergía las ramas en el río para aumentar su flexibilidad y luego, pacientemente, iba tejiendo con estas ramas los troncos vacíos. Afortunadamente esta intervención está separada del resto porque no tiene nada que ver con el recorrido escultórico que hemos realizado hasta el momento. El respeto por el lugar, el amor a los árboles que lo presiden todo, hace que nos olvidemos de lo anterior, de los contrastes, de una cultura urbana que ha aniquilado en casi toda Europa a la cultura rural. En el catálogo de una exposición celebrada en San Fernando titulada precisamente “El bosque hueco” hace ahora un par de años, la autora dice: “Rellené el hueco con ramas que encontré cerca del árbol, completando ese agujero, la herida de la muerte”. Y luego, una de las constantes del land-art que lo relaciona directamente con la sostenibilidad (y con muchas otras cosas) aparece cuando dice que su obra es “efímera y que el bosque decida cuánto debe permanecer”.

    El lento viaje al estado previo a la intervención

    Cuando yo me acerqué a verlo, el proceso de desaparición paulatina de la obra ya había avanzado y en el bosque las ramas, antes entrelazadas tapando las heridas (mortales en muchos casos) empezaban a volver al suelo donde Lucía las había recogido. Cuando vayáis (seguro que algunos de mis alumnos de paisaje de Madrid se acercarán a verlo) es posible que ya queden pocos rastros de una intervención en la naturaleza de las que me gustan. Como decía León Felipe: “Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo, pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero”. Como tantas cosas, también esta forma de ver la vida (y la cita) se la debo a Paloma. Pero pienso que es pertinente y, para mí, está para siempre asociada a la foto de Richard Long “A line made by walking”, como paradigma de una forma respetuosa de acercarse a la naturaleza desde el cariño. Pero quedan las imágenes, claro. Y la idea. Y el proceso creativo. Queda el arte. La relación con ese mundo rural tan despreciado y, prácticamente, desaparecido. Porque la relación con la naturaleza menos contaminada es más sencilla, pero la visión depredadora (necesaria pero terrible) de la humanidad sobre esa naturaleza que con todo su dramatismo se produce en el mundo rural, hay que tenerla presente. No cerrar los ojos ante ella. Ponerla en primer plano, destacarla, comprenderla, resulta imprescindible.

    Las ramas vuelven al suelo

    Pero no vaya a creerse que el título de “El bosque hueco” que le he dado al artículo es sólo por esto. En realidad, el bosque hueco surge de una forma específica de relación entre la naturaleza y determinados usos agrícolas, ganaderos, y en este caso concreto, forestales. Se dice en un trabajo de José Manuel Naredo publicado en el boletín CF+S en relación al bosque hueco (o adehesado) mediterráneo: “Se trata de un sistema de complejos aprovechamientos agro-silvo-ganaderos que, pese a estar altamente intervenido por la mano del hombre, mantiene (en el seno de unidades de explotación suficientemente grandes) la diversidad necesaria para reponer la fertilidad que extrae la hoja de cultivo al sexto... o al octavo que se va rotando por la finca”. El término, por tanto, está asociado directamente a encinares y dehesas. También, en cierta forma, se puede entender relacionado con un tipo de dehesa específico, la dehesa boyal, de gran importancia en este municipio y cuyas rutinas de explotación y poda se explican detalladamente en un magnífico trabajo de Navarro, Martín y Gil cuya referencia se incluye al final del artículo (ya os he explicado que, a partir de ahora, he decidido no interrumpir la lectura con excesivas llamadas mediante enlaces, agrupando al final todas las referencias que permiten ampliar la lectura). En este artículo se explican detalladamente desde las diferentes áreas que abarcaba hasta la gestión de este tipo de dehesa tan especial que tanta importancia tuvo en la zona y también en parte de este municipio de Puebla de la Sierra. Y cuya tradición estoy convencido que influyó de forma determinante en la forma de explotación de este “bosque hueco” que ahora nos ocupa.

    Detalle de la situación actual

    Este bosque que tanto me impresionó aparece claramente deformado por un sistema de poda que tiene que ver con el mantenimiento de las carboneras. En el panel explicativo colocado en el sitio puede leerse: “Un importante número de vecinos de este municipio se dedicaba a la fabricación de carbón, excepto algunos que vivían enteramente de la agricultura o la ganadería. Para la fabricación de carbón se utilizaba leña de roble, pero también de encina y brezo. Esta actividad modeló, mediante la poda, los robles tal y como los vemos hoy: de gran porte, con grandes copas que dan sombra, y llenos de huecos donde se cobijan diferentes especies de animales. Para la actividad del carboneo, el Ayuntamiento repartía lotes de terreno entre los vecinos para obtener la madera, concediendo más a los que sólo vivían del carbón que al resto. Cada año se cambiaba la zona de poda. Transcurridos 12 años desde las últimas podas se podía volver al obtener la madera de una determinada zona”.

    El bosque hueco

    No sé qué decir del carboneo en pocas palabras. Probablemente lo mejor es recomendaros (si no la habéis visto todavía) la película “Tasio” dirigida por Montxo Armendariz que describe una de las formas tradicionales de convertir la leña en carbón en Navarra (España): las carboneras. La película está basada en Anastasio Ochoa un carbonero navarro real y del que, previamente, hizo un corto llamado “Carboneros de Navarra”. Aunque los que leáis estas líneas no seáis españoles os recomiendo la película (ahora, con Internet no es complicado hacerse con ella) porque trata comportamientos universales aunque los particularice en un lugar concreto y en una tradición rural específica de una comarca determinada. Pero la película va mucho más allá de la descripción de esta peculiar actividad prácticamente desaparecida (el año pasado en toda Navarra no se montaron más que seis). Se trata de otra forma de vivir: la cultura rural de consumir sólo lo necesario, justo lo contrario de la cultura urbana basada en el consumo como objetivo. Hay una secuencia al comenzar la película que siempre me viene a la cabeza al recordar mi infancia en Carballiño (un pueblo de Galicia). Es cuando el padre descubre que Tasio coge huevos de los nidos y le dice: “siempre hay que coger la mitad, para que no se acabe la caza”. Todo un programa de sostenibilidad propuesto hace ya más de veinticinco años (“Tasio” se estrenó en 1984).

    El árbol torturado

    Pero el nido, el cobijo, es también un elemento básico en la obra de Lucía Loren. Durante los años noventa vivió durante tres meses en Argentina, en Horco Molle, una reserva de la naturaleza. Allí en la selva tucumana, al borde el río, recogía lianas con las que confeccionaba una especie de cestas en forma de nido que luego colocaba en diferentes lugares. Estos “occos”, estos vacíos, estos agujeros, conformados a partir de un tejido realizado con elementos naturales recogidos en el sitio, son algo constante en su obra. Cestas parecidas coloca también al borde del río Clamores, en Segovia, en una zona de huertas abandonadas. Pero ahora las cestas, los huecos, están parcialmente enterradas en el terreno. Es una huerta de espacios vacíos, “de ausencias modeladas por el mimbre”. La ausencia de este mundo rural de las periferias urbanas que en algunas de las ciudades más avanzadas en materia de sostenibilidad se está intentando recuperar. O por lo menos, los cultivos y los usos agrarios tal y como conocen perfectamente los lectores asiduos de este blog. Algo parecido hace en el 2009 en Valdemanco, con cestos tejidos con mimbre semienterrados en el espacio exterior de la Fundación Berrutti.

    Lucía Loren, "Coser la cima"

    También en el 2009 en Puebla de la Sierra realiza una intervención llamada Coser la cima, un triángulo cosido al suelo con lana de oveja, y otra Artesanía de un surco de parecidas características. Este tipo de aproximación al territorio va más allá de su consideración como naturaleza inalterada y lo considera como lo que es ya en la práctica totalidad del planeta: lugar antropizado. Recordando las palabras de López Lillo, reproducidas al final del artículo titulado “Barbery, Mendoza y Ángel Ramos” y que prologan la obra conjunta con este último que comentábamos (“Valoración del paisaje natural”), se puede entender mejor esta querencia de Lucía por los temas del mundo rural. Porque este mundo rural es el primer frente en la lucha verdaderamente dramática entre la Humanidad y la Naturaleza. Lucha maravillosamente descrita en el curso de Ortega Meditación de la Técnica y en la que la ganadería, la agricultura y los aprovechamientos del bosque constituyen la avanzadilla.

    Lucía Loren, “Artesanía de un surco”

    Además de intervenciones en el paisaje ha hecho algunas instalaciones reseñables también relacionadas con la naturaleza y el territorio. En Cubierta vegetal (Universidad de Jaén, 2009) y con la ayuda de ramas, tierra y dibujo de grafito trata de expresar su preocupación por los procesos erosivos que están produciendo una progresiva pérdida de esa parte tan importante de la piel del territorio como es la capa vegetal que posibilita la existencia de vida. Con los mismos materiales en Desde el nido (San Fernando de Henares, 2009) indaga sobre el centro del bosque con una disposición formal muy parecida a la anterior. La selección de ambas intervenciones se entenderá mejor al terminar de leer los próximos párrafos ya que está relacionada con el elemento central del mismo: el bosque, y su importancia en la subsistencia del planeta tal y como lo conocemos. En sus esculturas recurre básicamente a la fibra vegetal, aunque no siempre ya que también utiliza cuerda, hierro, alambre e incluso esporádicamente otros materiales más exóticos como las tripas de cerdo (Germinal). Podéis conocer algo más de su obra visitando la página web que se referencia al final. Lucía se dedica también a la enseñanza y lo mismo que a Belinda Tato (ya sabéis, Ecosistema Urbano, vuelvo al comienzo del artículo, y ya termino) se las puede ver a veces acompañadas de una tropa de alumnos para realizar cualquier cosa que las creativas mentes de ambas hayan pensado.

    Lucía Loren, “Cubierta vegetal”

    Como iba diciendo, pretendía enlazar en un único artículo los “Árboles del Aire” del ensanche de Vallecas con estos otros árboles a los que Lucía pretendió rendir un homenaje con su obra. En realidad me salió así (en dos artículos distintos) sin pretenderlo y ahora me alegro de ello aunque la pirueta semántica era verdaderamente digna de que hubiera juntado las dos cosas en una: de los “Árboles de Aire” al “Bosque Hueco”. Y es que este año 2011 ha sido declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas Año Internacional de los Bosques, y este escrito pretende ser algo así como un homenaje. Porque los bosques son la base de la vida en este planeta tal y como la conocemos. A ellos les debemos todo. Lo saben muy bien las sociedades rurales que siempre les han pedido lo máximo e incluso más. El bosque, y todos y cada uno de los árboles que lo forman, nunca exigen nada en contraprestación, aunque se les queme para la agricultura o para conseguir terrenos de pastos, aunque se les torture hasta los extremos más aberrantes por futilidades incluso estéticas, aunque se les comprima en alcorques inverosímiles en nuestras ciudades, aunque se les deforme mediante podas sucesivas para obtener madera o leña para convertirla en carbón. Los árboles siempre han sido considerados por la humanidad como un recurso, como el recurso más primario y elemental para conseguir sobrevivir o para alcanzar un mayor grado de bienestar. Y los ha utilizado la sociedad rural primero y la urbana luego sin la menor consideración. La última vez que estuve en la Patagonia fue hace cuatro años. Es uno de los lugares del mundo donde las huellas descarnadas de las quemas de árboles producidas de forma masiva y sistemática se nos muestran con toda su crudeza. Realmente impresiona la ceguera de una sociedad, rural o urbana, que persigue el beneficio a corto plazo por encima de cualquier otra consideración. Pero no es necesario irse a la Patagonia. Aquí, al lado, en Puebla de la Sierra, quedan las huellas de lo mucho que les debemos.

    El bosque negro (carbón)

    En este mismo blog aparece una entrada titulada “Paisaje rural y paisaje cultural” donde expongo mi opinión de que las dos culturas, la rural y la urbana, habían tenido una evolución histórica muy distinta. La primera, tendente a su desaparición, frente a la segunda de carácter colonialista, agresiva y dominante. En realidad el articulo era un réquiem de aquella forma de vida que conocí en mi niñez. Pero hoy, menos de un año y medio después, no estoy tan seguro de que esto vaya a ser así. O bien la cultura urbana cambia radicalmente sus presupuestos básicos o se morirá consumida por sí misma. Sencillamente, y como tantas veces se ha dicho, es imposible un crecimiento ilimitado en un mundo finito. La esencia de la civilización urbana, el consumo siempre en crecimiento, es un presupuesto insostenible. Porque “El bosque hueco” que trata de curar Lucía Loren en Puebla de la Sierra va más allá de la comunión simbiótica con la naturaleza y del “buen salvaje” como modelo. Surge de la existencia de las carboneras. De la necesidad del carbón que es, ni más ni menos, que el paradigma de la civilización urbana, del consumo. Existen otras posibilidades. En este mismo blog he escrito sobre decrecimiento o sobre ecoaldeas. Tal y como evolucionan las cosas, estos enfoques alternativos necesitan empezar a ser tomados en consideración porque el “modelo único” no da para más. Las palabras del padre de Tasio: “siempre hay que coger la mitad para que no se acabe la caza”, definen de forma clara y diáfana como hemos pasado de una sociedad austera (la rural) que conocía los límites de la naturaleza aunque no siempre los respetaba, a otra del despilfarro (la urbana) que entiende que no existen tales límites. Lo que sucede es que, en el horizonte, empieza a vislumbrarse que probablemente sea necesario recuperar la racionalidad de las cosas y que esos árboles que primero se deformaron hasta la tortura por la necesidad de conseguir carbón, y que acabaron convertidos en aire en el llamado "Bulevar de la Naturaleza" del ensanche de Vallecas en Madrid en una pirueta asombrosa de la técnica y la creatividad de la civilización urbana, vuelvan a enraizar en la tierra. Al fin y al cabo seguro que la Pachamama nos perdonará.

    Nota: tengo que agradecer a Lucía la ayuda que me ha prestado permitiéndome entender algunas cosas de su obra que, por falta de información, no acababa de ver claras, y por las fotos que me ha cedido.


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