martes, 9 de diciembre de 2014

Viaje a la periferia

Si habéis leído el artículo anterior ya sabéis que bastantes gallegos se quejan del “feísmo” que afecta, sobre todo al rural, pero que se extiende como una epidemia también a las zonas mixtas e, incluso, a las áreas urbanas. Pues bien, a quien todavía no lo haya hecho, le invitaría a subir en un vagón de una línea de cercanías de Madrid, Barcelona, o de cualquier gran ciudad que tenga cerca y a que realice el recorrido completo hasta llegar al final del trayecto. Eso sí, procurando colocarse en una ventanilla con los ojos bien abiertos. Y que, al llegar, tenga la paciencia de sentarse tranquilamente en un bar del pueblo o de la estación de llegada (si es Parla, unos 130.000 habitantes, la calificación de “pueblo” es un tanto surrealista, pero espero que se me entienda), pida una cerveza, abra su cuaderno de viaje, portátil o similar y escriba unas páginas sobre el “feísmo”. Cualquier urbanista que se precie de tal debería hacerlo por lo menos una vez al año, durante dos o tres días a lo largo de una semana, como purgante para limpiar su mente de veleidades teóricas.

Madrid, carretera de Toledo desde la pasarela de El Bercial

A mis alumnos les diría que hacer un viaje iniciático así les curará de cualquier disquisición metafísica respecto a la belleza de nuestras ciudades. En los treinta minutos que dura, por ejemplo, el viaje de la C4 entre Atocha y Parla tendrán un estupendo compendio de eso que se llama “paisaje urbano” (porque rural no es) de la periferia y probablemente aprenderán más que en varias horas de clases aunque las impartan excelentes profesores. En caso de que no nos expresemos muy bien escribiendo, no hay de que preocuparse. Lo ha hecho por nosotros, y de forma magistral, Eduardo Mendoza en su libro La aventura del tocador de señoras. Como ya utilicé en otro artículo este mismo párrafo (Barbery, Mendoza y Ángel Ramos), ahora me siento libre de hacer comentarios o añadidos, y puedo centrarme en lo fundamental. Lo que voy a intentar hoy es ilustrar la falacia de un entendimiento del paisaje (sea urbano, rural o natural) basado, en muchos casos, en un cúmulo de mentiras estéticas. O como determinado paisajismo se ha convertido en el arte de construir decorados para tapar la realidad de las cosas.

Viaje al interior de lo feo, el mundo de la periferia  javiruiz

Como ya sé que cuesta trabajo buscar en el blog y, aunque sea algo largo, os voy a copiar el párrafo del libro para describir la visión del recorrido: "El tren circulaba junto a un muro corrido de unos dos metros de altura, totalmente cubierto de graffiti de colores. Detrás del muro se veían almacenes de ladrillo rojo, vacíos y desvencijados. Las paredes de estos almacenes también estaban cubiertas de graffiti. No había un palmo de pared sin graffiti. Ponderé con respeto la diligencia y constancia de una generación dedicada a pintarrajear todo el trayecto de Gibraltar a la frontera. En la suave cadena de montículos, bloques de viviendas destinados a la cría del pobrete violentaban el horizonte. En todas las ventanas había ropa tendida. (...) Por suerte, al otro lado de la vía discurría la carretera y, más allá, la autopista. Con esto me distraje un poco. Los almacenes vacíos dejaron paso a desmontes y pilas de detritus. Luego fueron apareciendo urbanizaciones y centros comerciales entre espacios verdes. Unas veces había grandes bloques de apartamentos, todos iguales, otras veces, casitas bajas, también iguales, dispuestas en forma lineal o caprichosa, como si la organización general del territorio se hubiera ajustado a varios planes, todos distintos entre sí, todos malos y todos dejados a medio hacer.

El cercanías entrando en Villaverde Bajo  carlos 
 Estación “relativamente” limpia y ordenada.

He transcrito sólo una parte, porque la crueldad de la descripción es demasiado impactante para las tiernas cabezas en formación de algunos de mis alumnos más jóvenes que podrían llegar a desanimarse de forma irreversible. Sobre todo cuando al final se refiere al “intento de convertir aquel otrora honesto paraje suburbano en una California de 'segunda mano' llena de césped, palmeras, pozuelos de alabastro y riegos de aspersión”. Además, he suprimido de la cita del párrafo anterior su opinión sobre el paisajismo con esta misma idea de no desanimar. La combinación de almacenes a medio terminar, vertederos, centros comerciales, urbanizaciones llenas de cisnes y enanitos, grafitis de autoafirmación adolescente (tony, tony, tony, tony…), bloques de viviendas protegidas de variados colores, alguna huerta con un cartel de “se bende verdura” y un enorme perro, carreteras de todo tipo con pasos elevados pensados para facilitar la eutanasia si los superviejos fueran capaces de subir las empinadas escaleras, coches, coches, coches, anuncios publicitarios que nos dicen que estamos a -3 ºC y que compremos un Toyota, y Gurb que pasaba por ahí, constituyen la esencia de la periferia.

El mayor Corte Inglés de España se suma al conjunto de trocitos

Por supuesto que mi educación estética repugna tal visión caótica resultante de las maniobras del Maligno. Y que, como miembro de la cofradía del Bien no hago más que darle vueltas en mi cabeza al tema para ver si puedo comprender tal desaguisado. Lo primero que se me ocurre es que, posiblemente, este sea el resultado de una construcción de la ciudad “a trozos”. Hace unos días en Vitoria-Gasteiz (ya sabéis que es mi referente como ciudad) se intentó batir el record Guinness de la tortilla más grande pero hicieron trampa a base de hacer trozos de tortilla pequeños y juntarlos entre sí. No es lo mismo, claro. Y una ciudad tampoco. Sobre todo si los trozos se van cocinando sin orden ni concierto y unos están más quemados, otros no tienen casi huevo y en el resto las patatas están demasiado fritas. De forma que se puede pensar que la ausencia de un plan global podría estar en el origen de semejante caos. Sin embargo en muchos casos este plan global existe. Bueno, aunque no sea muy global un plan general o unas normas si que deberían conseguir que saliéramos de este caos estético.

Trocitos de ciudad de adosados, Getafe  googlemaps

Pero el caso es que no lo consiguen. El problema es que el planeamiento, tal y como está concebido en el momento actual y como he razonado en muchos otros sitios, no es precisamente un paradigma metodológico de anticipación de lo que será la ciudad en el futuro, sino una norma jurídica destinada a blindar las inversiones inmobiliarias. Esto significa que ni tan siquiera el funcionamiento urbano es prioritario sino que lo prioritario es el mantenimiento del negocio del suelo. En estas condiciones el hablar de consideraciones estéticas, de orden o de armonía, es como hablar del sexo de los ángeles. Si ni tan siquiera se atiende a las necesidades funcionales y económicas de la ciudad cuando se permite edificar un pequeño trozo urbano de adosados con césped, cisnes y enanitos (a veces, incluso águilas imperiales coronando los cierres) acompañados de una "piscina" de 3x3 metros o brazadas (me da igual) con un “jardín” de 10x7 metros o pasos (me da igual), situado a siete kilómetros del casco consolidado y al borde de una autopista o autovía ¿quién va pensar en si es feo o bonito?

Variado popurrí periférico cerca ya de Parla googlemaps

Ya que desde lo global, y tal y como están las cosas en estos momentos, no podemos atacar el problema podíamos intentarlo desde los fragmentos. Bien, admitamos el caos. Renunciemos (de momento) a una consideración comprensiva de la totalidad urbana. Es decir, dejemos que, como hasta ahora, los constructores de la ciudad la vayan construyendo donde y cuando mejor les convenga. Pero, por lo menos, podríamos hacerlo bien en cada uno de los trocitos. Así que vamos a diseñar nuestro rincón en las mejores condiciones posibles. Dejemos generosos espacios para zonas verdes en las que plantaremos especies que combinen la durabilidad con la belleza, diseñemos áreas especiales para que los niños jueguen, tracemos anchas avenidas de escasa pendiente para que los superviejos (más de ochenta años con problemas de dependencia, el futuro de Europa) puedan pasear tranquilamente hasta llegar a ese espacio verde que hemos proyectado bello y funcional. Además, con un toque de xerojardinería para que no digan que somos insostenibles.

Getafe Norte, amplios viarios peatonales con bancos y verde

Sí, al principio parece que aquello está bien. Bueno, muy al principio, cuando no hay verde, ni gente y todavía están los restos de obra, no tan bien. Pero pronto aquello se convierte en un vergel, auténtico Edén periférico. El problema empieza luego. Como resulta que nuestro trocito está aislado del resto, no cuenta con gente bastante para disfrutar de la belleza del Bien. Y todavía peor, todo es carísimo. Y al decir “todo” me refiero básicamente al mantenimiento. Claro, mantener en adecuadas condiciones la calle Serrano o Sol es caro pero si divides lo que cuesta entre la cantidad de gente que lo disfruta es bastante rentable. Ahora, mantener las generosas zonas verdes, espacios libres, bancos, papeleras, alumbrado, seguridad, recogida de basuras y demás servicios en “mi trocito” es carísimo. Y si miramos lo que cuesta por habitante del trocito, insoportable. De forma que se empieza por pavimentar los conectores urbanos entre zonas verdes porque un suelo pavimentado prácticamente no hay que mantenerlo y luego todo aquello se va degradando a mayor o menor velocidad. Al final, el resultado es un ambiente no funcional que, además, resulta inhóspito y feo.

Getafe Norte, al final es más barato pavimentarlo todo

Claro, siempre que mi trocito se corresponda con esa parte de la ciudad construida mediante “bloques de viviendas destinados a la cría del pobrete” como nos dice Eduardo Mendoza. Incluso también con aquellos trocitos destinados a la clase media (hoy en día una clase en extinción que habría que cuidar para mantener la biodiversidad social) de tipo alto, bajo o medio. Porque lo que está claro es que la situación es diferente en las urbanizaciones cerradas de los ricos entre otras cosas porque tienen dinero para pagárselo ellos. Pero no hay que preocuparse, es del todo punto imposible deleitarse con la serena belleza de sus jardines ingleses cuidados por un ejército de jardineros, sus magníficas mansiones perfectamente terminadas y cuidadas sin necesidad de pasar ninguna revisión técnica obligatoria, y sus calles perfectamente asfaltadas con unos bancos que nadie usa pero que son regularmente mantenidos por la empresa contratada al efecto. Lo digo porque las vías del tren quedan alejadas y, además, están separadas por vallas anti-ruido (más bien anti-intrusión visual) que, eso sí, pagamos entre todos. De forma que, para ir a gozar de la belleza del Bien, uno tiene que pasar los controles de seguridad de la urbanización, cosa imposible si pertenece a "la purria".

Ricos y famosos viven en esta lujosa urbanización privada 
 Alcobendas (Madrid), La Moraleja  google Street View 

A todo esto todavía no he salido de mi trocito de ciudad (habréis adivinado que no vivo en un trocito de ricos), porque como pretenda comunicarme físicamente con otro trocito cualquiera ya podemos llegar al paroxismo de la fealdad, considerando que lo peor está en las zonas de conexión entre trocitos. Son zonas que podríamos denominar “de guerra”. Se trata de suelos de nadie en permanente disputa y en los que se libran las más crueles batallas estéticas. Podemos empezar por la publicidad (en algunos países se la considera directamente contaminación visual). La antigua ley de carreteras, y digo antigua porque es de 1988, en su artículo 31.4g clasifica como infracción muy grave “Establecer cualquier clase de publicidad visible desde la zona de dominio público de la carretera”. Pero claro, no debe ser la cosa tan taxativa cuando resulta que es justamente en estos conectores donde más publicidad está instalada. Hoy no quiero meterme en tecnicismos, pero el que “inventa lege, inventa fraude”. Y la trampa está en la propia ley ya que este precepto sólo se aplica “fuera de los tramos urbanos de las carreteras estatales”. Por lo demás, algunas comunidades autónomas (como la asturiana) directamente han decidido cortar por lo sano y permitir de derecho lo que se venía haciendo de hecho.

Carretera de Toledo, vallas publicitarias en Getafe  elpais

Luego están las pegadas electorales con rostros de políticos (algunos corruptos) que quedan para la eternidad en ese muro abandonado de una antigua fábrica con cuyo cierre seguramente alguien se ha beneficiado. Eso, claro, en lo que se refiere a la publicidad legal porque, además, está todo un submundo publicitario ilegal incluida la contrapublicidad. Y los muros de contención y de separación. Cientos y cientos de metros cuadrados de soporte para grafitis que los grafiteros han ido rellenando sin dejar ni un centímetro sin pintar y de los que Eduardo Mendoza pondera “la diligencia y constancia de una generación dedicada a pintarrajear todo el trayecto de Gibraltar a la frontera”. Y no sólo los muros sino también las pasarelas, los vagones de los trenes, las paredes de los bloques de “la purria” (ahora no tengo tiempo de explicarlo, podéis leer La aventura del tocador de señoras), los miles de edificios de antiguas fábricas y almacenes abandonados, las vallas anti-ruido, los propios carteles publicitarios, las farolas y hasta los puentes, que deben hacer las delicias de las industrias de pintura para grafitis.

El feísmo de las periferias no tiene que envidiar nada al del rural gallego

Estas son sólo algunas pinceladas del viaje que, ya veis, da para mucho. Hasta ahora la descripción, pero ¿y el proyecto? Es decir, ¿qué hacer? Como siempre, hay tres salidas: la revolución, la reforma y el “laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même” (dejad hacer y dejad pasar, el mundo se las apaña solo). Verdaderamente, la única efectiva sería la revolución. El paisaje, aquello que percibimos, no es más que el resultado de una forma de vivir, de una forma de construir, del sistema social. Un cambio real pasa por cambiar el sistema social, la forma de construir, de vivir. Si todos fuéramos ricos todos viviríamos en calles Serrano, en urbanizaciones como La Moraleja y nos desplazaríamos por autopistas-parque perfectamente cuidadas. No existirían grafiteros jugándose la vida por pintarrajear una pasarela a diez metros de altura sobre la autovía, los publicitarios se cuidarían mucho de molestar con sus incordios y todas las fábricas serían bellas y funcionarían a pleno rendimiento. Todos viviríamos en un Show de Truman permanente, seríamos felices y comeríamos perdices.

“El show de Truman” o vivir en una mentira. El paisaje como decorado unapizcade

Tan idílico panorama no es creíble para muchos. Entonces lo que se intenta es el cambio poco a poco: estamos ante la postura reformista. Y aquí también hay varias posibilidades. Básicamente tres (cada vez voy entendiendo más a Víctor D’Ors mi profesor de estética en la Escuela de Arquitectura para quien la perfección estaba en dicho número). La primera es intentar cambiar aspectos parciales de la sociedad: que sea más equitativa, o más transparente, o que discrimine sólo un poco. Si lo conseguimos es muy probable que el paisaje cambie y el Maligno retroceda. La segunda (y este aspecto es muy de arquitectos) produciendo contenedores de vida adecuados tales como calles, edificios o parques que faciliten el cambio en el modo de vida y que posibiliten sociedades que discriminen menos y que sean más equitativas y transparentes. La tercera, presentada como ideal por determinada forma de entender el paisaje, sería tapar lo feo para no verlo. Lo cierto es que existir sigue existiendo, pero si no lo veo no lo siento. Claro que esta solución sólo es válida para muy pocos. Solo para ese 20% que, de cualquier manera, lo más probable es que nunca se ponga en situación de verlo. Y, además, pasa por tapar montañas de fealdad. Exactamente el 80% restante correspondiente a “la purria”. 

No soy el único que realiza el viaje iniciático a la fealdad en la C4  pepemartinez 
 Además, los anuncios de las estaciones usan divertidas abreviaturas

Acerca de la tercera posibilidad “laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même”, prefiero no comentarla porque es la alternativa realmente adoptada y ya se ven los resultados. ¿Para qué voy a seguir? Lo mejor es hacer el viaje depurativo al que me refería al comienzo del artículo. Yo lo hago algunas veces y, además, un día que subí al tren coloqué la cámara del móvil en la ventanilla y dejé que grabara todo lo que iba viendo. La grabación acabó de forma brusca a los veinte minutos porque se terminó la batería, pero quedará para la posteridad que, por lo menos aquel día, realicé este viaje iniciático al submundo de la fealdad urbana. Y, alguna que otra vez, cuando me siento desanimado por las cosas que hago mal, por los decorados que propongo para no ver lo feo, enciendo el ordenador, busco el archivo “Viaje a la periferia en el cercanías de Parla.mp4”, enciendo el sonido y con el fondo de una voz femenina más bien impersonal y metálica que dice: “Línea: Parla, San Sebastián de los Reyes; próxima estación: Villaverde Bajo; next station: Villaverde Bajo”, me deslizo suavemente por los terrenos del Maligno buscando consuelo en la verdad de las cosas.


Nota: Si vivís en Madrid, la línea de RENFE de cercanías que recomiendo para el viaje iniciático a la fealdad urbana es la C4 entre las localidades de Parla y San Sebastián de los Reyes. Tiene el privilegio de unir la localidad de Alcobendas donde se encuentra La Moraleja una de las urbanizaciones más lujosas de España con algunos de los barrios obreros más pobres de la capital. Su recorrido es, sencillamente, impresionante: Parla, Sector 3, Getafe Central, Las Margaritas, Villaverde Alto, Villaverde Bajo, Atocha, Sol, Nuevos Ministerios, Chamartín, Fuencarral y Cantoblanco. Luego hay dos ramales: uno lleva a Alcobendas-San Sebastián de los Reyes y el otro a Tres Cantos y Colmenar Viejo.
Si uno viaja a lo largo de todo el recorrido puede realizar un estudio sociológico bastante interesante de los viajeros: cómo visten, edad, sexo, nacionalidad, dónde suben y dónde bajan. He llegado a la conclusión que el nexo de unión entre ellos es que, independientemente del lugar del recorrido en el que nos encontremos, edad, nacionalidad, sexo o condición social, absolutamente todos los viajeros van mirando sus respectivos móviles. Yo también, excepto cuando grabé el viaje por la ventanilla o cuando levanto la vista para mirar si todos siguen mirando sus artilugios. ¡Y todos parecen felices y sonríen! Si levantasen la cabeza aunque sólo fuera un momento y mirasen al exterior… Para qué, si realmente la belleza está encerrada en 4,5”, a veces en 5" e, incluso para algunos, en las 6" (un Show de Truman pequeñito, pero suficiente) que sostienen en la mano y en las que, a veces, teclean con especial habilidad. Afuera, claro, la realidad no es tan risueña.

martes, 11 de noviembre de 2014

Feísmo y paisaje rural en Galicia

Cuando hablo del paisaje de Galicia con otros compañeros no gallegos (arquitectos, urbanistas, paisajistas) y se me escapa la palabra “feísmo” me miran desconcertados y, normalmente, me la hacen repetir. ¿Pero de qué me hablas? Sé que lo que viene a continuación es una larga explicación por mi parte, que no siempre llega a buen puerto a menos que pueda enseñarles un par de fotos. Lo cierto es que, como tantas cosas en Galicia, incluso con las fotos y la larga explicación, la realidad de nuestra tierra a veces es difícil de entender para el que no es de este país. Les resulta incomprensible que sean gallegas la mitad de las entidades de población de España cuando su superficie no llega al 6% del total nacional, que sea la parroquia la verdadera unidad territorial sin ser el gallego particularmente más religioso que el andaluz o el vasco, o que el conocido “por min, que chova” (que se suele ver como sumisión) sea un acto de rebeldía. El que, además, exista un concepto ¿arquitectónico? ¿urbanístico? ¿decorativo? llamado “feísmo” aplicado al paisaje ya supera su capacidad de intentar ponerse en nuestro lugar.

Esta foto resume todos los tópicos del feísmo rural
O Barco de Valdeorras, Rubén Vizcaíno en La Voz

De todas formas no creo que el feísmo, en su acepción extensiva, sea algo exclusivo de Galicia. Feísmo hay en todos los sitios. Aunque en otros territorios no parece que sea algo endémico y propio de su realidad profunda. Sobre todo si se trata de feísmo en el paisaje rural. Aunque se entiende que debe ser algo relacionado con lo feo, lo primero que debería de haber hecho era tratar de explicar qué era eso del feísmo. Dada la dificultad del tema espero que, al final del artículo, se pueda entrever algo. Desde luego el concepto no coincide con la definición del diccionario de la RAE en su única acepción: “m. Tendencia artística o literaria que valora estéticamente lo feo”. Pienso (y trataré de razonarlo) que se trata justamente de lo contrario, de la ausencia de valoración estética, o de la consideración del carácter secundario de esta valoración respecto a otras derivadas de la economía, la utilidad o la eficiencia. Digamos que se trataría de un movimiento contrario a toda la educación estética de arquitectos, urbanistas, artistas o diseñadores en general. Y, por tanto, de complicado encaje en sus criterios. La cuestión, lejos de ser anecdótica, ha producido ya (que yo conozca) por lo menos un Congreso, dos Foros y múltiples Jornadas y charlas relacionadas con el tema.

Uno de los foros del feísmo ya celebrados  difusora

Cuando pensé en escribir este artículo (hace más de un año), lo deseché de inmediato. Las dificultades de explicar un tema básicamente autóctono y la escasa aplicabilidad de las posibles conclusiones me lo desaconsejaron. Sin embargo, la reciente propuesta contenida en la nueva Ley del Suelo gallega que su gobierno pretende llevar al Parlamento en el verano de 2015 le dio un giro interesante al tema y, de alguna manera, lo hizo más universal. Voy a empezar por el final. Es decir, por la propuesta de la nueva ley que, en definitiva, pretende acometer parte del “problema” del feísmo gallego e intentar resolverlo. ¿A qué no adivináis de qué forma?: mediante multas de hasta 25.000 euros y posibilitando la ejecución subsidiaria por parte de la Administración para terminar las obras (supuestamente inacabadas, luego trataremos el tema) y pasando la factura al propietario. Para poder entender este complicado escenario no me queda más remedio, ahora sí, que explicar de una vez en qué consiste eso del “feísmo gallego”. Y lo primero que hay que decir es que la mayor parte de los conocedores del tema piensan que la palabra no es adecuada y no describe correctamente el fenómeno.

El paisaje no existe sin miradas  Jorge en Flickr

Los lectores de este blog y mis alumnos saben perfectamente que el paisaje, entendido como constructo estético, tiene que ver con una actitud. El paisaje aparece cuando alguien “mira”. El hecho de ponerse en actitud contemplativa es fundamental para entenderlo. El paisaje no existe si no existen miradas. Y, por supuesto, para que existan miradas tiene que existir alguien que mire. Pero, además, la mirada tiene que ser contemplativa, estética. En caso de que esto no ocurra sólo tenemos “objetos” en un territorio. O territorio. Este planteamiento es fundamental para entender el feísmo “gallego”. Recalco ahora la palabra “gallego” porque algunos especialistas en el tema engloban en el feísmo casi todo, incluidas arquitecturas de autor deleznables, urbanizaciones especulativas y operaciones de rehabilitación incomprensibles. Pero esto no es lo propio del feísmo gallego. En todo caso se viene a sumar al feísmo general y lo podemos encontrar en Barcelona, en Madrid, en la Costa del Sol, en las nuevas ciudades parisinas o inglesas, en Vigo o en Santiago.

Villa somier, imagen simbólica del feísmo rural gallego, Covas, Viveiro
“¡Eu si quero feísmo na miña paisaxe!”  Ergosfera

El feísmo gallego tiene una base rural evidente, aunque no todo es rural. Con un concepto laxo de lo que es rural, eso sí, y en cuya explicación no puedo entrar ahora. Eso no quiere decir que no se produzca también y casi por contagio, en zonas más urbanas o, incluso, en áreas históricas. El urbanita normalmente ve “el campo” como ese lugar donde se pasean los pollos crudos (según expresión de Julio Cortázar) y, por tanto, no como un escenario vital. Una plaza en su ciudad sí, es básicamente un escenario vital, y por tanto tiende a mirarla desde un punto de vista funcional, de confort o de seguridad. Y en una medida muy escasa como un lugar bello. Tiene que volverse turista, es decir voyeur, para apreciar la belleza de un sitio como algo prioritario. El problema del feísmo gallego no está en la mirada de sus habitantes que entienden el campo como su escenario vital. El problema está en la mirada de los urbanitas, acostumbrados a valorar el campo exclusivamente desde el punto de vista estético.

Hórreo “reciclado” en A Pastoriza  Marta Fernández en La Voz

Voy a intentar fundamentar esta postura analizando el feísmo como un conjunto de procesos que se producen a la vez. Me gustaría destacar dos. El primero, básico en cualquier sociedad rural (la que vive del campo, en parte o en su totalidad), es la utilización de materiales autóctonos. Los materiales autóctonos tradicionales, tales como la piedra y la madera, se siguen utilizando. Sin embargo, el rural se ha ido llenando de otros materiales antrópicos y ajenos al lugar que vienen de las ciudades y que, poco a poco, van ocupado más espacio en “el campo”. Un urbanita los tira al contenedor de basuras o al punto limpio. La sociedad rural los reutiliza. Y, a veces, de forma muy ingeniosa. Nos reímos (o por lo menos, esbozamos una sonrisa) cuando vemos fotos de ceniceros hechos con extintores, cerramientos de fincas con somieres o puertas con restos de carteles publicitarios. Pero, en el fondo, sabemos que nos están dando una lección de sostenibilidad. Y que eso es más racional que llevar la lavadora a un punto limpio, para que alguien la lleve a un vertedero, la entierre y ya no sirva para nada. De la lavadora vieja los "feístas" reutilizan el tambor, la carcasa, las gomas y hasta la tapa.

Foto de mi tesis doctoral, Nión, Bergantiños

Y esto no es de ahora. Cuando hice la tesis y me recorrí buena parte de la Galicia profunda tomando notas y haciendo fotos, ya observé tejados en que parte de la techumbre era de fibrocemento. Que algunas chimeneas ya no se hacían de piedra o ladrillo sino que se usaban tubos metálicos. Y que los somieres eran cerramientos perfectos y baratos. Inocente de mí (era muy joven) le llamaba al fenómeno “transculturación”. Según el diccionario de la RAE la palabra sólo tiene una acepción: “f. Recepción por un pueblo o grupo social de formas de cultura procedentes de otro, que sustituyen de un modo más o menos completo a las propias”. Fui incapaz de darme cuenta de que, en realidad, se trataba del proceso inverso al que pensaba. El rural gallego estaba adaptando materiales que venían de otros lugares a su cultura. En caso de no existir en su forma reciclada (y, por tanto, cumpliendo otras funciones) tanto la lavadora como el somier, o las señales publicitarias, los urbanitas que paseamos por el campo estaríamos más tranquilos porque nuestra mirada estética encajaría con la del mundo rural tradicional gallego basada en el granito, la teja, la madera, o la pizarra.

Hablando de transculturación… hórreo con placas solares y
bomba de calor en A Fraga, Moaña  Federico Suárez en La Voz

Ahora tendría que explicar la diferencia entre mundo rural, sociedad rural y cultura rural pero lo voy a dejar para otro día. Sobre todo porque el mundo rural y la cultura rural ya han desaparecido prácticamente en nuestro país. Queda la sociedad rural que entiendo como aquella que vive en todo o en parte del campo. Queda también la agricultura, la ganadería y los aprovechamientos forestales de subsistencia, tan importantes en momentos de crisis como los que estamos pasando. Pero el patrón, la vara de medir la belleza del campo que los urbanitas tenemos en la cabeza es la de la cultura rural tradicional. Y ahí está parte del problema y el porque desde el mundo urbano, se denuncia esta falta de concordancia. Si los urbanitas viéramos el campo como escenario vital las cosas serían de otra manera. Prefiero no meterme ahora con el feísmo urbano porque ese es más universal y, por tanto, no tópicamente gallego. Aunque la magnitud del desastre es cualitativamente y cuantitativamente mucho mayor (dentro de unos días tengo que ir a Sevilla y sólo pensar en la torre omnipresente desde cualquier punto de la ciudad me pongo de mal humor) en el feísmo urbano.

La puerta de un ascensor cerrando herméticamente un
cobertizo rural  Casasoá, Maceda  Pablo Fernández en La Voz

El segundo proceso importante que me gustaría abordar se refiere a la relación entre vivienda, territorio y familia. Cuando era estudiante de arquitectura tenía un profesor del que me acuerdo hasta del nombre (Espinosa, no sé qué habrá sido de él) que hizo que la clase se enamorara de un grupo de arquitectos ingleses llamado Archigram (eran los años sesenta). Lo que proponían era una arquitectura industrial de consumo masivo de capsulas desechables, acoplables entre sí según fuera necesario. Lo que salía al final era una especie de monstruo de la razón, pero que nos hizo pensar en la necesidad de que la arquitectura pudiera adaptarse a las necesidades de las familias (vamos a llamarles así) que la habitan y a su evolución en el tiempo. Sin embargo, lo más simple es que si una pareja de urbanitas tienen un bebé y no cuentan con una habitación para cuando crezca un poco, cambien de casa y problema resuelto. Entre otras cosas porque no tendrán sitio donde acoplarle una capsula más a las que ya tienen. Pero, además, porque la capacidad de trasladarse de una sociedad urbana es una de sus características básicas y desmonta, en parte, el concepto de vivienda ampliable. En las ciudades, claro.

Necesitamos otra habitación (capsula adicional)

Pero no sucede lo mismo cuando se trata de una sociedad rural que vive del territorio. No puedes trasladar el territorio. Y, además, normalmente tienes sitio para “acoplarle otra cápsula” en caso de necesidad. De forma que una construcción en el campo no se termina nunca. Hay que dejar la construcción preparada para poder subirle una planta, o que se queden dos habitaciones sin cerrar. Que sí, que si sobra el dinero lo cierro todo. Pero estamos hablando en muchos casos de agricultura o ganadería “de subsistencia” y el nombre nos debería indicar dónde está el problema. A un arquitecto normal le encargan una obra, hace el proyecto, luego la obra se construye, certifica el final y se pide la correspondiente célula de habitabilidad para poder habitar lo construido y engancharla a las redes. El problema es que en una sociedad rural la construcción no se concibe casi nunca como totalmente terminada, tiene “estados intermedios”. Estos estados intermedios no suelen considerarse desde el punto de vista de la arquitectura canónica. Y prefiero no hablar de las construcciones agrícolas complementarias tales como graneros, hórreos, cobertizos, cuadras o almacenes cuyas necesidades cambiantes son tan evidentes que hasta un urbanita las comprende.

Se puede ampliar una cuadra casi con cualquier material
En este caso se “reciclan” los restos de una iglesia románica
No he conseguido averiguar el sitio  Daniel González en La voz

Y eso por no hablar de cuestiones puramente económicas. Hace unos días estuve en el SB14 en Barcelona. Se trata de un Congreso sobre Construcción Sostenible y, aparte de volver totalmente desilusionado y pensando hacer un artículo que se titulara algo así como “El discurso de la sostenibilidad está agotado”, lo que saqué en claro fue que la gente no rehabilitaba porque no se había hecho suficiente publicidad al respecto. Tan peregrina conclusión de una de las mesas más importantes en la que, como fila cero, estaban los directores generales de arquitectura (o similares) de varias comunidades autónomas, me dejó sumido en el desánimo. ¿Pero no se dan cuenta de que la gente no tiene para comer? ¿Y en esas condiciones se van a poner a rehabilitar? Aunque le machaquen en la televisión que en 20 años ahorrarán lo suficiente como para amortizar la inversión, el problema es que no tienen dinero para invertir. Y ese problema no está dentro de veinte años, está en pagar la luz mañana. Eso es lo que sucede con muchas casas “no terminadas” del feísmo galaico. No es que la gente las quiera así, es que esperan mejores tiempos para acabarlas. Van construyendo su vivienda digamos que por etapas en función de sus posibilidades económicas.

Al anuncio de la Xunta publicado en la prensa gallega
“Queremos velo así” (queremos verlo así), muchos le contestaban con esto:
“Eu tamén, pero non teño cartos” (yo también, pero no tengo dinero)

Ya vamos viendo que el llamado “feísmo” tiene bastantes connotaciones que escapan a un análisis tradicional tanto de la arquitectura como del urbanismo. En una página web llamada Ergosfera (pongo el enlace al final) se pone bastante énfasis en otro elemento que no me gustaría dejar pasar. Toda esta forma de ¿construir? surge, a la vez, en muchos puntos de Galicia. Los ejemplos de las bañeras, los somieres, los carteles publicitarios, los tambores de las lavadores, los edificios sin enfoscar, a medio terminar, con escaleras exteriores sin cubrir, con los pilares al aire, las paradas de los autobuses con sofás de desecho y persianas recicladas, no son algo propio da Terra Chá o de Montes o de As Mariñas, se han ido produciendo casi a la vez en toda Galicia, sin que los medios de comunicación las difundieran (hasta ahora). Se habla entonces por algunos autores de cultura libre, cultura popular ¿inteligencia colectiva?

¡Una pena! no se me ocurrió como ponencia para el SB14
Parada con persianas y sillas, A Veiga, A Bola  X M Fernández en La Voz

El párrafo anterior me sirve de disculpa para tratar de razonar sobre el significado de arquitectura popular, arquitectura culta, paisaje popular, paisaje culto, paisaje urbano, paisaje rural, y tantos otros adjetivos que podrían añadirse a las palabras arquitectura, paisaje o urbanismo. Pero, básicamente, querría centrarme en dos y sin perder mucho tiempo en explicaciones. Aunque no sea fácil de entender, si uno se pregunta en su base profunda de cultura urbana sobre el significado de las formas rurales, las asocia inevitablemente a la naturaleza perdida, al buen salvaje, al uso de los materiales de la zona, a la comunión con la tierra, al lento paso de las estaciones, a la ausencia de reloj. Casi nunca a la contaminación, a los pesticidas, a la degradación del suelo, a la explotación del trabajador, a la pérdida de biodiversidad, al mantenimiento con un coste ecológico desmesurado de un ecosistema en estado de perpetua juventud. Es decir, la vara de medir belleza de los paisajes rurales para el urbanita es el de un paisaje romántico actualmente inexistente (o, por lo menos, yo conozco muy pocos, casi ninguno en Galicia). 

A veces se producen extrañas criaturas arquitectónicas
no exentas de cierta belleza  transgresora galiciaenfotos

Bien, como siempre he tardado pero creo que ya puedo abordar el planteamiento que quería. Por supuesto que no he analizado el “feísmo gallego”. Sería necesario un trabajo más profundo (seguro que ya existe alguna tesis, y en caso de no haberla debería hacerse) que desentrañara con evidencias las "tripas" del fenómeno. Sólo trataba de poner al lector de otros lugares como Colombia, Andalucía, Cuba o Extremadura, alejados de nuestra forma de enfocar las cosas, en condiciones de entender un fenómeno bastante local, pero que valida una regla más general: el paisaje no se cambia poniendo multas. Y mucho menos el paisaje rural. La pregunta pertinente sería: ¿Por qué cambiar un paisaje antrópico? A lo que, de forma políticamente correcta, podría responderse: porque la gente lo demanda. La segunda pregunta, no tan pertinente (si la acompañamos de otras bastante impertinentes): ¿Qué gente demanda este cambio? ¿Los que viven en esos entornos? ¿Los qué vienen de afuera, por ejemplo en visitas esporádicas al campo (ese lugar donde los pollos se pasean crudos)? ¿Los turistas? Si el paisaje fuera natural las preguntas serían distintas, pero estamos ante un paisaje creado por humanos resultados de unas condiciones vitales concretas y específicas. 

La imagen tópica y externa del “campo” que busca el turista
probablemente se parezca a esta  TysMagazine

¿Realmente es la gente del rural gallego la que demanda un cambio en el paisaje en el que vive? ¿O son los urbanitas, los urbanistas, los arquitectos, los gestores del turismo los que realmente lo demandan? Antes de seguir sólo quiero recalcar que estoy hablando “exclusivamente” del feísmo rural. Entendiendo por tal el paisaje que se produce en aquellos lugares dedicados a la agricultura, la ganadería o los aprovechamientos forestales. No de zonas urbanas, ni "cosas" parecidas, sino de los lugares en los que habita la gente que se dedica a estas labores. Y no tengo nada claro que esta gente quiera cambiar su paisaje. Es más, aunque quiera, en muchos casos no me parece que pueda ni que sea conveniente. Actualmente el rural gallego está absorbiendo una parte de la crisis (como ha hecho históricamente, por otra parte) de la sociedad urbana. Y lo está haciendo con una grandísima dignidad (como siempre) adaptándose con gran rapidez a las circunstancias. Es decir, reciclando, eliminando lo que no es imprescindible, y dejando margen suficiente para evolucionar si las circunstancias personales o globales cambian. O marchándose, que es otra forma igualmente digna de afrontar la crisis, cuyas consecuencias, también relacionadas con el feísmo, no voy a tratar hoy.

La imagen tópica del Camino de Santiago probablemente
se parezca a esta (aparte del cubo de basura)  Marilo Marb en Minube

¿Esto es poco racional? No me lo parece. ¿El resultado en un paisaje feo? Pues mire usted, depende de la vara de medir belleza que utilice. Si es la vara de medir belleza del turista, bastante feo, efectivamente. Pero claro, el turismo (ese gran invento) es la única industria que dicen funciona en este país y hay que cuidarlo, hay que mimarlo. El problema es: ¿A costa de quién? Parece evidente que pasa lo mismo que en protección del patrimonio urbano o natural: a costa del propietario. Y si el propietario no cumple, le obligamos. Y, además, le ponemos una multa. Es decir, al propietario de un curruncho de tierra (o dos) que está consiguiendo mantener a buena parte de una sociedad ociosa (obligada por el paro, por supuesto) con enormes dificultades, le cargamos además con la cruz de que mantenga un paisaje rural canónico que, en la actualidad no es más que un decorado, con el objetivo de que (por ejemplo) el Camino de Santiago atraiga cada vez a mayor cantidad de turistas para que se beneficien algunas operadoras turísticas, frecuentemente radicadas fuera de Galicia, y algo del sector servicios. Lo he dicho muchas veces, no es bueno fiarlo todo a un mismo cultivo. Y el cultivo turístico, tal y como lo conocemos hoy, parece que tiene sus días contados.

La viñeta resume perfectamente el artículo de hoy
O Bichero comentado en El Faro de Vigo 11/06/2013

Ha sido un artículo duro y me ha costado escribirlo, pero todos los que leéis el blog ya sabéis mis ideas sobre el futuro del sector turístico y la actual apuesta económica de priorizarlo a toda costa. Además, en este caso, se produce una alianza con arquitectos (no todos), urbanistas (no todos) y urbanitas en general (casi todos), cuyo concepto romántico del paisaje y su necesidad de crear una cultura estética que abarque a la sociedad entera, se sobrepone a cualquier otra consideración. Los paisajes, y sobre todo los paisajes agrarios, no se crean como la aldea culta que quería la Reina María Antonieta en Versalles o los jardines ingleses cuidados hasta la última hierba para que parezcan naturales. Surgen de unas labores y unas necesidades agrícolas, ganaderas o forestales. Por eso es casi imposible (a menos que se invierta mucho dinero por todos) el mantenimiento de un paisaje cultural agrícola o una arquitectura popular en el medio rural, a menos que se reproduzcan las circunstancias que los originaron. Por eso parece irracional tratar de mantenerlos obligando a los propietarios a hacerlo. Bastante tienen con lo que tienen. Otra cosa distinta son los paisajes urbanos y la arquitectura derivada de las necesidades urbanas. Otro día escribiré sobre ello porque el planteamiento debería ser radicalmente distinto. Probablemente aquí sí las multas tengan algo que decir, pero por otros motivos.


Sitios de interés:
  • Ergosfera. Asociación universitaria de estudiantes de arquitectura. Cuenta con bastante documentación sobre el tema, tanto en su página web como en el blog. También los podéis encontrar en Facebook. Es particularmente interesante la sección “Eu tamén quero feísmo na miña paisaxe” donde plantean una visión (que coincide bastante con la mía, aunque sólo para el rural) un poco distinta a la políticamente correcta de “Hay que acabar con el feísmo”.
  • Chapuzas galegas. Se trata de una sección de La Voz de Galicia. Supongo que conforme vayáis pasando los álbumes de fotos correspondientes a los diferentes años aparecerá una sonrisa en vuestras caras. Es bueno y sano sonreír. Pero yo preferiría que lo vierais como una muestra del ingenio de mis compatriotas para vivir de la forma más eficiente posible. Incluso cuando se usan los tambores de las lavadoras como macetas para adornar dignamente un ambiente complicado. Buena parte de las fotos de este artículo proceden de estos álbumes de la Voz. Para ahorrar espacio en los pies de fotos simplemente he puesto La Voz. Aquí tenéis el enlace al último álbum, el resto los buscáis para entreteneros un poco.
  • En las redes sociales. También habría que mencionar, tal y como se me hace notar en uno de los comentarios, la existencia de  la página de Facebook "Canibalismo urbanístico, tamén chamado Feísmo" con más de 3.500 seguidores fijos y 10.000 visitas semanales, y la cuenta de  Twitter @MaltratoPaisaxe que en un año ha publicado casi 7.000 entradas sobre el asunto, y con más de 1.300 seguidores fijos. Ambas páginas administradas por el arquitecto Carlos Henrique Fernández Coto. Como puede advertirse se trata de un tema bastante polémico.

jueves, 16 de octubre de 2014

Arquitecturas desolladas

Arquitectura y urbanismo son materias tan cercanas que, muchas veces, es imposible establecer una línea de separación entre ambas. En cualquier caso, de existir físicamente esta línea, probablemente habría que situarla en la envolvente del edificio. En aquella parte de la arquitectura que acota su territorio. A veces tan tenue, que deja de ser física y es difícil de encontrar. Pero, además de ser contenedor y frontera, esta envolvente es la encargada de que lo particular, lo privado, trascienda a lo colectivo, al patrimonio común. Por eso tiene tanta importancia. Cualquier modificación en el interior de un edificio afecta básicamente a sus usuarios, pero si la modificación se produce en la envolvente en una gran parte de los casos nos afecta a todos. Si entendemos esta envolvente como una piel que, de alguna manera, regula las relaciones de la arquitectura con el entorno físico o social que la rodea, lo que le pase a esa piel es del mayor interés, no sólo de “puertas adentro” sino también de “puertas afuera”.

El dios Huitzilopochtli, cuya mujer, la arquitectura (perdón, la hija de
 Achitométl) fue desollada por los mexicas para vestir con su piel al arquitecto
 (perdón, al sacerdote) en su rito creativo (perdón, de fertilidad).

El artículo de hoy trata de esa piel y en su versión original se ha presentado como una comunicación al Congreso Internacional sobre Eficiencia Energética y Edificación Histórica celebrado en Madrid a finales de septiembre de este año. Lo firman: Margarita de Luxán, Gloria Gómez, Mar Barbero y Emilia Román. Me pareció tan esclarecedor que, de inmediato, pensé en la posibilidad de publicarlo en el blog. Aquellos más asiduos ya sabéis que todo lo publicado aquí sufre un proceso de transformación tendente a ser más fácilmente asimilable por mis alumnos pertenecientes a la generación del tuit y que, por tanto, cuentan con especiales habilidades para la búsqueda, la concisión y el salto, pero que andan algo escasos de pensamiento profundo. Sin rendirme a publicar sólo titulares, pretendo establecer un puente entre un texto tradicional puro y duro y los 140 caracteres que son el horizonte lector al que nos van acostumbrando. Por eso voy a cortar aquí este párrafo (que ya debe superar los 1000 caracteres), pondré una atractiva y culta imagen de desollamiento y pasaré al siguiente.

San Bartolomé, sosteniendo su piel desollada en el martirio
 "El Juicio Final", Miguel Ángel, Capilla Sixtina, Vaticano  wikipedia

Además, el profesional de la arquitectura (independientemente de que experimente con los espacios, los materiales o las formas) no tiene necesariamente que ser un investigador. Me parece bueno que se conozcan aquellos estudios de interés que producen los investigadores pero los profesionales no tienen que estar continuamente leyendo revistas de investigación. Y, por supuesto, tampoco los alumnos, sobre todo los de grado, que bastante tienen con lo que tienen. Los párrafos que siguen son de la autoría de las firmantes y de ellas todos los derechos. Me he limitado a cortar, pegar y darle una mínima coherencia al monstruo resultante de mi actividad simplificadora. La referencia al auténtico trabajo, que aconsejo leer, figura al final.


Consecuencias constructivas y energéticas de una mala práctica. Arquitecturas desolladas.

Desde hace algunos años es habitual encontrar en toda la geografía española edificios restaurados y rehabilitados en cascos históricos o centros urbanos en los que se han eliminado el mortero exterior, dejando a la vista el material de soporte del muro: piedra, ladrillo o entramado. Un estudio de las consecuencias de esta práctica nos ha conducido a concluir que es una intervención sumamente agresiva, tanto desde el punto de vista constructivo como desde el comportamiento energético de los edificios. Hemos denominado esta mala práctica como “desollar” los edificios.

Plaza Mayor de Medinaceli (Soria)  google streetview

El denominador común es que en todos los casos estudiados esta acción tiene un impacto negativo en el comportamiento de los muros de cerramiento ya que, como consecuencia de esta acción, aparecen expuestos a la intemperie elementos que inicialmente no estaban previstos para tal situación, modificando de forma importante las condiciones en las que fueron construidas las edificaciones en su origen.

Impacto estético y compositivo

Una de las consecuencias más visibles de esta mala práctica de restauración de muros es la modificación de las condiciones estéticas y visuales que se producen en todas las escalas, desde las más próximas, como en los espacios interiores, hasta en las más amplias, como las urbanas y paisajísticas. El resultado es confundir “lo antiguo”, con “lo viejo” y simplemente deteriorado por el tiempo. Un problema estético que se ha repetido en distintas ocasiones a lo largo de la historia. Esta acción de descarnar los paramentos puede derivar de decisiones ligadas a un entendimiento, buscado en el siglo pasado, de mostrar expresamente el proceso y las soluciones constructivas y estructurales, pero que es contradictorio en la mayoría de las veces con las realidades históricas y tradicionales, y con su conservación.

Conjunto histórico de Villafamés en Castellón  © Foto Margarita de Luxán

Aunque se puede producir también en interiores, esta práctica cuando se traslada al exterior, y a mayor escala, implica un importante cambio de la imagen urbana y del carácter paisajístico de nuestro patrimonio. Así, en el conjunto urbano histórico de Villafamés (Castellón), en origen sólo se apreciarían los elementos monumentales, mientras el núcleo de caserío y viviendas aparecería acabado con morteros y colores claros. Tras el “desollado” de parte de las viviendas, la visión del conjunto se ha alterado sustancialmente, y muestra una imagen mucho más confusa. Es también el caso de Patones (Madrid), que presenta un aspecto muy distinto tras la restauración de sus fachadas eliminando los revocos tradicionales, apreciándose claramente un cambio en la imagen tradicional del caserío con elementos revocados de color claro y cubiertas de teja.

El pueblo de Patones en Madrid  aventurate

Antiguamente, la práctica del revocado de los muros soporte era bastante corriente, tal y como se puede apreciar en los tratados clásicos de arquitectura, dado que ello preservaba y garantizaba la durabilidad del mismo. De este modo, sólo quedaban a la vista aquéllos elementos puntuales que denotaban el estatus social de la familia a la que pertenecía la edificación o la importancia de la misma. Sin embargo, el tratamiento de los muros de piedra vista, en lo que respecta a su aspecto, diseño y talla, en el modo de aparejar las piezas, en el tipo de apoyo o en los morteros y ordenación de las juntas, no tenían nada que ver con los muros preparados para ser revocados. Al despojar a estos últimos de los morteros de revestimiento, su apariencia es distinta a la de aquellos que fueron construidos para ser vistos, con la aparición de aparejos irregulares o piedras sin tratar. A veces, incluso, las fachadas de piedra vista se solían revestir con revocos, imitando la propia piedra, con objeto de preservar su conservación.

Viviendas populares en los Alpes franceses  © Foto Margarita de Luxán

El problema del “desollado” se extiende, sin que se salve ningún territorio, en gran parte del mundo. En la figura de arriba puede apreciarse la diferencia entre el aspecto original y el aspecto descarnado, con un muro de piedra desigual desbastada y de relleno, y huecos enmarcados por grandes piedras de un aspecto ciclópeo o primitivo en los Alpes.

Comportamiento constructivo

En las construcciones originalmente resueltas mediante muros pétreos, de ladrillo o entramado y relleno, y revocados en su cara exterior, el soporte tenía las funciones de cerramiento, así como de resolver la resistencia estructural, y los revocos se encargaban de evitar la filtración del agua de la lluvia y prolongar la durabilidad del soporte, al resistir éstos las tensiones provocadas por los saltos térmicos o la heladicidad. De ahí que dichos revestimientos se consideraban de “sacrificio”, por lo que eran renovados periódicamente. Al mismo tiempo, actuaban como una capa de aislamiento exterior que mejoraba la resistencia y estabilidad del conjunto, minimizaba las tensiones por dilataciones y contracciones del muro soporte y regulaban el funcionamiento de los elementos base de mayor inercia térmica. Mejoraban, por tanto, el comportamiento del muro, garantizando su conservación y mantenimiento y aumentando su durabilidad.

Sustitución del revoco tradicional por sólo relleno de juntas
 Villafamés (Castellón)  © Foto Gloria Gómez

Sin embargo, este sistema constructivo requiere una intervención periódica para reparar los daños en el mortero por la acción de los agentes climáticos y en su caso, el correspondiente enlucido de muros para mejorar la resistencia del conjunto. Sin estas labores de mantenimiento, el muro sufre un deterioro importante. Los morteros tradicionales para proteger los muros, eran de espesores medios notables (aprox. 4 cm), ya que no sólo cubrían los elementos más salientes, sino que rellenaban los huecos e irregularidades que quedaban entre ellos y la capa base del revestimiento. Como se observa en las figuras, la desaparición de esta capa superficial deja a la vista un muro con elementos de piedra, irregulares y sin labrar. El abandono de muchas edificaciones históricas ha dado lugar a que esta imagen deteriorada, lejana al aspecto tradicional e histórico, sea habitual en muchas de nuestras ciudades y pueblos.

Fachada deteriorada de piedra con mortero tradicional
 Villafamés (Castellón)  © Foto Gloria Gómez

La eliminación de estos acabados, intentando dejar vista la piedra base que antes estaba reguardada, obliga a rellenar los huecos entre las piedras o ladrillos con morteros de rejuntado impermeables. Estos morteros suelen tener una base de cemento, cuya incompatibilidad con los soportes tradicionales ha sido ampliamente probada en las últimas décadas. A ello se suma la modificación estética del conjunto, con la aparición de juntas de gran espesor que terminan por hacer que la apariencia puntillista del muro sea una superficie de mortero de cemento irregular entre la que, tímidamente, asoman fragmentos diminutos de la base como se observa en la figura de arriba. En función del material del muro soporte, (piedra, ladrillo o entramado) las consecuencias son diferentes. A continuación se analizan los efectos de esta práctica en los muros más habituales en este tipo de edificaciones.

Plaza Mayor de Medinaceli (Soria) © Foto Margarita de Luxán

En los muros de piedra, la consecuencia de eliminar los morteros de acabado es, como ya se ha dicho, que se distorsionan y destruyen las condiciones originales. Por ejemplo, como se ve en la figura de arriba, en la Plaza Mayor de Medinaceli (Soria) el “desollado” de la casa que forma la esquina del oeste de la plaza ocasiona una ruptura visual de la escena urbana. Este edificio destaca negativamente frente al resto del conjunto, compuesto por fachadas revocadas en las que los huecos se cercan con embocaduras de piedra o se remarcan mediante un tratamiento de geometrías rectas, quedando también resaltados los escudos y elementos decorativos de piedra. Esta composición de una gran claridad y limpieza, desaparece con la eliminación del revoco sustituido por un paño formado mediante piedras desiguales, en el que tanto el desbastado como la forma y tamaño de los elementos que lo componen disminuye de abajo a arriba, perdiéndose también las alineaciones y composición de las embocaduras.


Fachada desollada en Medinaceli y detalle embocadura  © Foto Margarita de Luxán

Puede observarse como los elementos pétreos de las embocaduras de huecos y decoraciones, jambas y dinteles labrados, estaban trabajados dejando en los sillares unas bandas rectangulares más resaltadas y rebajando el resto de la pieza hasta quedar en el plano del muro a recubrir. Esto permitía resolver el encuentro entre las partes de piedra vista y oculta y marcaba el espesor del revoco. Se encuentra la misma solución en la mayoría de las edificaciones históricas de una cierta calidad, con encuadres de huecos y de elementos decorativos en piedra labrada. En los muros descarnados, aunque los sillares de jambas y dinteles estén labrados remarcando resaltes rectos, lo que se aprecia son los elementos pétreos completos, descubriendo sus espesores y bordes desiguales. La imagen resultante es primaria, primitiva, menos culta y cuidada, y contradictoria con las apariencias y composición originales.

Fachada desollada en Torre Val de San Pedro (Segovia)  © Foto Gloria Gómez

En el caso de los muros de ladrillo el comportamiento es similar al de los de piedra. La figura de abajo corresponde a un ejemplo de viviendas restauradas en Zaragoza, en las que se ha eliminado el revoco exterior, dejando a la vista el muro de ladrillo. Este tipo de aparejos estaban realizados con ladrillos hechos a mano y cocidos en hornos tradicionales, por lo que no tiene un comportamiento óptimo en condiciones externas, por su elevada porosidad y, en la mayor parte de los casos, riesgo de heladicidad, por lo que requieren de la presencia de un mortero exterior. También se observa que las embocaduras de huecos sobresalen para albergar el espesor del mortero que en este caso ya ha sido eliminado. No da la impresión de que esta operación “estética” mejore su apariencia (resultando sólo más viejo y deteriorado), ni la conservación del edificio, ni por supuesto el comportamiento térmico.

Fachada desollada de ladrillo en Zaragoza  © Foto Gloria Gómez

La práctica del desollado en los muros de entramado tiene, si cabe, peores consecuencias que en los muros de piedra y ladrillo al dejarse al exterior los elementos de madera que originalmente no estaban pensados para permanecer en esta situación expuesta. En origen, los muros base entramados se cubrían con revocos para evitar no sólo la fotodegradación de la madera sino también los movimientos derivados de los cambios de humedad que se producen al quedar a la intemperie, especialmente en climas secos. De hecho, para proteger aún más de la pudrición los apoyos y las cabezas de los elementos horizontales estructurales, se colocaba por el exterior sobre ellos un tablón que impedía que el agua penetrase en la dirección de las fibras de los mismos, y que era fácilmente sustituible.

Entramado tradicional en La Alberca (Salamanca)  © Foto F. J. González

Aunque en las restauraciones que eliminan el revoco suelen protegerse estos elementos con algún tipo de barniz, su aspecto se modifica. En algunos casos, aunque se respeta la presencia del mortero en los paños del muro, se dejan a la vista los elementos de madera, incluyendo los frentes de forjado, con el consiguiente riesgo de pudrición de las cabezas de las viguetas y vigas. Esta composición, que busca equivocadamente cierta imagen tradicional, es muy distinta a la original y ofrece una solución peor desde el punto de vista del comportamiento del muro frente a los agentes exteriores.

Fachada desollada de entramado de ladrillo en Vitoria  © Foto Emilia Román

También encontramos en muros de entramado de ladrillo ejemplos de “desollado” de los paños para dejar a la vista el muro desnudo. En la figura de arriba se aprecia esta práctica con más detalle y, de nuevo, las embocaduras de huecos recuerdan la eliminación del revoco tradicional. En el paramento se descubren los aparejos pobres y se ponen en peligro los elementos estructurales ahora a la intemperie, en los que sólo cabe realizar protecciones superficiales.

Comportamiento energético

En origen, el sistema de funcionamiento térmico de la mayoría de los cerramientos tradicionales e históricos, tiene la inercia mayor al interior del cerramiento, en los muros portantes, protegida por un acabado como aislante exterior que evita el enfriamiento del muro soporte durante las largas noches del invierno, y el sobrecalentamiento en las horas soleadas del verano, equilibrando su comportamiento y aprovechando estas condiciones en el interior de los espacios vivideros. Al “desollar” estos muros, se invierte el sistema. Se pierde la protección exterior del soporte que cuenta con más inercia en las condiciones climáticas mencionadas, y al tener que colocar nuevos aislamientos en la cara interna, se dificulta el aprovechamiento del equilibrio térmico y de la amortiguación de los cambios de temperatura exterior.

Pueblo de Susín (Huesca)  ljaime

En climas fríos de la península se encuentra habitualmente la solución del mortero exterior sobre muros de piedra, ya que se protegían mejor estos elementos frente a las inclemencias del tiempo. Además, los revocos tradicionales integraban materiales aislantes como la paja y otros. Se pueden encontrar casos interesantes en el Pirineo aragonés, como por ejemplo en Susín (Huesca). Se trata de un conjunto rural en un clima frío de alta montaña, construido con muros de piedra de la zona, recubiertos por un revoco de mortero de barro y cal que protege de las inclemencias. Los revocos protegían y minimizaban las dilataciones por cambios térmicos en el interior de los muros, evitando las fisuraciones y las penetraciones de frío y calor. Asimismo, al ofrecer una superficie que evita que el agua penetre, evita el deterioro por heladicidad, otra causa de problemas térmicos y estructurales.

Ejemplo en clima húmedo, Ares (A Coruña)  © Foto J. Vizcaíno

Disminuían también las condensaciones en las caras frías del muro soporte, que podrían darse en caras internas en el caso de doblar el cerramiento al interior. Estas posibilidades de mejorar las condiciones de humedad, resultan muy importantes en climas lluviosos y fríos, ya que la sensación de disconfort es muy marcada en situaciones de humedad ambiente elevada. En los climas cálidos se repiten las razones que se comentan anteriormente, pero en ellos además, al dejar vistos los elementos con gran capacidad térmica y colores oscuros en el material soporte, se producen intensos sobrecalentamientos en condiciones de verano. Para comprobar el comportamiento de los tres tipos de se ha realizado una simulación con y sin revestimiento. El análisis se limitó a la localidad de Villafamés (Valencia). Los datos climáticos considerados son los correspondientes a Castellón de la Plana, por ser el municipio más cercano y aquellos más técnicos pueden verse al final del artículo.

Simulación en estado pseudotransitorio
 Señalar en la imagen para verla más grande

Como se puede apreciar la temperatura de los muros sin revestir es aproximadamente 2ºC superior a la de los muros revestidos, tanto en condiciones de invierno como en las de verano. Aunque, a priori, dicha diferencia pueda parecer insignificante, el resto de los datos pone de manifiesto la importancia de los revestimientos, especialmente en condiciones de verano. A tal respecto, se observan reducciones de los desfases de hasta 15 horas y de amortiguación del 10%, mientras que los flujos térmicos aumentan hasta 17 W/m², lo que implica no sólo un mayor riesgo de sobrecalentamiento sino también un incremento de las tensiones térmicas en los materiales, que compromete sustancialmente su durabilidad. En invierno, sucedería lo contrario, el flujo térmico se reduce, con ganancias hacia el interior de la edificación (el signo negativo significa que el flujo se produce desde el interior al exterior). No obstante, dicha circunstancia no es tal, puesto que la inclinación de los rayos solares implica que las fachadas no están soleadas y, por otra parte, las amortiguaciones y los retardos se reducen.

Ejemplo real en Villafamés (Castellón) © Foto Gloria Gómez
 Caso de fachada de piedra revocada y zócalo de piedra vista
 Señalar en la imagen para verla más grande

A modo de ejemplo se contrastan estos datos procedentes de la simulación, con las medidas reales tomadas in situ en edificaciones históricas ubicadas en el municipio de Villafamés (Castellón). En las horas centrales del día y con una temperatura del aire de 26ºC, la temperatura de las capas exteriores superficiales de un muro soleado, orientado al sur, es de 31ºC en las partes de la fachada revocadas y acabadas con encalado, y de 48ºC en las zonas en las que se ha eliminado, dejando la piedra arenisca de color oscuro a la vista. Esto supone 17ºC de diferencia entre ambas soluciones constructivas. En la tabla de arriba se muestran los resultados de la medición, en marzo y en junio, de la temperatura superficial del muro, con una parte revocada y un zócalo sin revocar.

Conclusiones

La exposición de los todos los ejemplos permite concluir que existe una práctica generalizada de “desollado” en la restauración de los muros tradicionales que tiene consecuencias negativas muy importantes en diversos aspectos. Por un lado, la eliminación de estos acabados exteriores implica la modificación de la estética y composición de edificios y conjuntos urbanos de ciertos núcleos históricos. Aunque algunos no cuenten con una protección patrimonial específica, en muchos casos se trata de importantes ejemplos de arquitectura tradicional. Además, la eliminación de los morteros exteriores modifica el funcionamiento constructivo de los muros y empeora, en los casos estudiados, su comportamiento energético.

Fachadas de piedra en Villafamés (Castellón)  © Foto Gloria Gómez

Los mayores problemas se producen en verano, con riesgos de sobrecalentamiento, sobre todo en muros con poca inercia térmica como pueden ser los entramados. De acuerdo con las simulaciones, mientras que los flujos térmicos aumentan hasta en 17 W/m², se producen reducciones tanto en los desfases (hasta 15 horas) como en las amortiguaciones (hasta el 10% en los muros sin revocar). En invierno, a pesar de que pueda parecer ventajosa la eliminación de los revestimientos, se observa que desfases y amortiguaciones se reducen, al tiempo que el aumento de temperatura conlleva un incremento de los saltos térmicos y de las tensiones producidas en los materiales. La diferencia de temperatura superficial exterior entre un muro con un mortero exterior blanco y uno de piedra oscura puede ser de más de 20ºC. Este calentamiento puede suponer un incremento de la temperatura interior importante, y por tanto unas peores condiciones de confort en los meses cálidos.

© Autoras: Margarita de Luxán, Gloria Gómez, Mar Barbero y Emilia Román


Para terminar sólo querría destacar que una vez más, las buenas prácticas, sean de género, de conservación del Patrimonio, o de disminución de las desigualdades (por poner ejemplos), resulta que convergen. Es decir, que lo que es bueno para evitar la discriminación o para disminuir el consumo energético suele serlo también para conservar nuestros paisajes culturales, o para que nuestras ciudades sean más confortables. Por supuesto que no todos los muros de los edificios han de ser necesariamente revocados o enlucidos. Y no todos han estado originalmente revestidos. El problema aparece cuando la moda impone el desollamiento como “lo moderno” a la hora de rehabilitar, sin pensar si era lo original, o si es lo idóneo o lo conveniente. El arquitecto a la hora de enfrentarse a una situación de este tipo debería hacer prevalecer su sentido común, raciocinio y conocimientos, por encima de cualquier otra cosa. Está más vigente que nunca la solución de Richard Neutra “de llamar a un buen arquitecto” para afrontar un problema complejo como lo es una rehabilitación. Y aunque a veces sea dificil de encontrar, ese "buen arquitecto" suele aparecer siempre que se le busca con el suficiente ahínco e interés.


    Nota 1. La página web con las actas y vídeos del Congreso Internacional sobre Eficiencia Energética y Edificación Histórica celebrado en Madrid a finales de septiembre de este año, y donde se ha presentado esta comunicación la podéis encontrar en este enlace.
      Nota 2. Datos adicionales sobre las condiciones consideradas para la simulación en estado pseudotransitorio con el programa Antesol V6: ambiente urbano con un coeficiente de albedo de 0.20, un día soleado en el que las edificaciones carecen de obstrucciones solares, con temperaturas interiores fijas comprendidas en el rango establecido por el RITE, de 21ºC en invierno y de 24ºC en verano, suponiendo que las edificaciones disponen de sistemas de climatización y unas condiciones de viento exterior de 3 m/s, siendo ésta la velocidad más común de acuerdo con los datos de las Rosas de los Vientos del Instituto Nacional de Meteorología 1971-2000. Las simulaciones se realizan para los días 15 de los meses de enero y de agosto por ser éstos los de temperaturas más extremas.