sábado, 22 de septiembre de 2007

Santiago: Quintanas (de vivos e de mortos)

Si existieran lugares mágicos en el mundo, uno de ellos sería, sin duda, Santiago de Compostela. Y lo digo no porque yo haya nacido en ella, o porque todos los años tenga que volver, aunque sólo sea una vez, atraído como por un imán. No es porque sea uno de esos escasos ejemplos de rehabilitación que todo urbanista deba conocer. No es porque sea la capital de Galicia, que es como ser la capital del Universo. Lo digo porque lo dicen miles y miles de peregrinos a lo largo de los siglos.

Esperando para entrar por la Puerta Santa  micoleccion

El objeto

Pero es que en la misma ciudad, ya de por sí especial, hay espacios irrepetibles que no encontraréis en ninguna otra ciudad del mundo. Hoy os voy a hablar de mi lugar de Santiago preferido: las escaleras que separan “A Quintana de Vivos da Quintana de Mortos” (la Quintana de los vivos de la Quintana de los muertos). Ambas Quintanas están en uno de los laterales de la Catedral, precisamente en el que se encuentra la Puerta Santa (mira que es casualidad). La parte que está a un nivel más bajo fue, en su momento, un cementerio, de ahí el nombre “Quintana de Mortos”. En el momento actual y desde el punto de vista urbanístico, se ha convertido en un espacio extraordinario. Desde las escaleras se puede observar con tranquilidad el espectáculo que supone la riada de turistas que continuamente lo cruzan.


Las Quintanas aparecen limitadas por la Catedral al oeste, por el Monasterio e Iglesia de San Paio de Antealtares al este, la Casa de la Parra al norte y la de la Conga al sur. En la parte noreste desemboca la Vía Sacra.


Como sucede con las plazas renacentistas italianas de herencia medieval, en realidad se trata de un espacio compuesto de dos, aunque en el caso da Quintana de Mortos no existe ningún elemento de articulación entre ambos como sucede en San Marcos de Venecia (El Campanile) o en la plaza de la Signoria en Florencia (la fuente de Neptuno). Sin embargo este espacio tiene algo más. Cuenta con una plataforma superior que domina la escena. Pero es que, también, están las escaleras. Estas escaleras que simbolizan el tránsito, la bajada de la vida a la muerte y en la que se retratan las grandes peregrinaciones.

En estas escaleras, muy cerca de la pared de la Catedral es donde suelo sentarme para dejar pasar lentamente el tiempo. Podría escribir varios libros con las observaciones que he hecho desde este sitio. Pero en el siguiente apartado sólo voy a contaros una de las que últimamente más me emocionó.

La emoción

Sucedió durante el 2004, el último año Santo (ocurre cuando el 25 de junio, festividad del Apóstol, cae en domingo). Una mañana de abril la cola de peregrinos para entrar por la Puerta Santa daba ya dos vueltas sobre sí misma enroscándose como una serpiente. Aquel día estaba sentado muy arriba, casi en la Quintana de Vivos. Sólo tres escalones más abajo y casi en mi perpendicular, una muchacha de unos veinticinco años dejó la mochila con la que venía cargada. Se veía que acababa de llegar por la Vía Sacra completando el Camino. La chica era de una belleza extraordinaria. Uno de esos especimenes que uno piensa que son, sencillamente, leyendas urbanas pero que en realidad no existen (hasta que, de repente, aparecen y todos los cánones de belleza quedan destrozados).
En la terraza cuyas mesas, sillas y sombrillas se colocan muy cerca de la Casa de "la Parra", un hombre maduro de unos cincuenta años debió de decirle algo a la belleza de la mochila porque rápidamente subió los escalones hasta la Quintana de Vivos y ambos se saludaron efusivamente. Por la forma en que se produjo el saludo quedaba claro que no eran precisamente padre e hija. Hay que reconocer, a pesar de que en él me fijé mucho menos, que el hombre no estaba tampoco nada mal. Era evidente, sin embargo, que no había hecho el camino y que, simplemente la estaba esperando al final del viaje. Dejé de mirarlos mientras tomaban unas cervezas para dedicar un rato a la Quintana de Mortos.

Pero pasados unos minutos me llamó la atención un muchacho que se había quedado parado ante la mochila de la chica (ella simplemente la había dejado allí, en el escalón, como si fuera lo más natural del mundo). Luego, casi con ansia, repasó con gran atención todas las caras de ambas Quintanas. La buscaba, claro. Pero ella no estaba. Era obvio que no conocía al hombre maduro que, con una silla vacía al lado, bebía lentamente su cerveza, porque su mirada resbaló por su cara sin expresar ninguna emoción cuando le tocó el turno de ser reconocida. Un poco decepcionado por no encontrarla, cogió una flor amarilla de un ramo de xestas que llevaba prendido al cinturón y la dejó, delicadamente, encima de la mochila aparentemente sin dueño. Luego se bajó a la cola de peregrinos de la Quintana de Mortos que, poco a poco, se acercaban a la Puerta Santa.

Cuando la chica volvió, rápidamente se fijó en la flor sobre la mochila. Bajó los escalones, sacó una caja de su interior y guardó la flor. Luego, levantó la vista y lo vio muy cerca del final de la fila, ya formada la tercera vuelta. Corrió hacia él que se dio cuenta de inmediato. El abrazo, bajo la mirada del hombre mayor, en plena Quintana de Mortos fue de esos que sólo se ven en las películas de Hollywood. Conversaron un rato y la muchacha le señaló al bebedor de cerveza de la Quintana de Vivos. La despedida fue un beso protocolario, casi frío. Ella subió a la terraza y la pareja pronto desapareció por la Vía Sacra. Abajo, el muchacho, sólo, esperaba pacientemente para entrar. Eso fue todo. Podrá ser banal, triste, decepcionante, insulso. Lo único seguro es que fue algo real, verdadero. No he inventado ni una coma de la historia. Claro, falta por contar todo, porque yo sólo asistí al final. Intuía lo que había pasado en el camino, incluso la situación anterior. Cualquier día, a partir de este final, haré un guión para un vídeo.

El paisaje

Para aquellos de vosotros que me hayáis leído hasta aquí estoy seguro que, para bien o para mal, vuestra percepción de estas dos plazas ya nunca va a ser igual. Seguramente alguno o alguna, cuando visite la Catedral se va a acordar de este blog y de mí, y no creo que se resista a ver este espacio como algo indiferente (incluso es posible que se siente en la escalera, sencillamente a dejar pasar el tiempo). El paisaje de esta parte de Santiago ya nunca será el mismo para vosotros porque he manipulado vuestra percepción de la ciudad. He creado un paisaje que antes no existía. Y lo he hecho de dos maneras. La primera, estableciendo una analogía entre ambas Quintanas, las escaleras, la vida, la muerte y el tránsito de una a la otra. Se trata de una imagen cargada de simbolismo, de gran potencialidad. Y la segunda, intentando vuestra implicación emocional en este espacio. Para eso os he contado la historia de la chica de belleza imposible, el hombre maduro y el muchacho de la flor. Esta historia ha dejado de ser mía para ser también vuestra. A pasado a ser parte de nuestra memoria de la plaza. Nuestro paisaje de las dos Quintanas es ya distinto al del resto de turistas que suben y bajan las escaleras sin saber que pueden tener un significado no habitual.


De forma que he creado un paisaje nuevo sin mover una piedra, sin dibujar una línea. Porque el paisaje no es más que un acto perceptivo, que no depende tanto del objeto que se mira como del sujeto que mira. El paisaje está en la mirada. Lo he podido crear porque he conseguido separarme del mismo, observar y luego contarlo a alguien que me escucha (o que me lee). Es difícil de hacer esto sin implicarse en un rol activo como ciudadano. En realidad, el auténtico paisaje urbano casi sólo es posible para un turista. El habitante de la ciudad tiende a considerarlo más bien como un escenario en el que desarrolla su papel. Esta actitud de espectador es mucho más fácil de conseguir en el medio natural porque en este medio los urbanitas (la inmensa mayoría) nos sentimos siempre como turistas, como espectadores de un espectáculo en el que no estamos implicados.

Ya termino. Estas líneas las estoy escribiendo el 20 de septiembre después de haber terminado una clase en la EGAP (Escola Galega de Administración Pública), tomando un té con hielo desde la terraza del café bar “El Santiagués” en la Quintana de Mortos, mientras el tiempo transcurre lentamente a la espera de que llegue la hora de tomar el tren que me devolverá a Madrid. La “Berenguela” desgrana monótonamente los cuartos y luego, una tras otra, hasta seis campanadas. La pareja de la mesa que está a mi izquierda se levanta, sube las escaleras y desaparece Via Sacra arriba.


Nota.-Las fotos sin referencia son propiedad del autor del blog. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción sin permiso expreso.

9 comentarios:

  1. Pues oiga, habrá que darle la razón al gallego. Yo he experimentado algo así, mágico.
    Hace un par de años, sentado una tarde de otoño en esa plaza, en ese banco estrategicamente situado que permite que el sol del atardecer te reconforte pasando a través del lateral de la Catedral.
    Mientras veía jugar a unos niños a la pelota, reflexioné sobre la inmensa suerte que algunas personas tienen por vivir en una ciudad tan maravillosa como Santiago de Compostela y poder disfrutar de un espacio tan fantástico.

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  2. Sálvora Feliz Ricoy2 de octubre de 2007, 18:32

    Realmente, a mí que soy gallega, me resulta especialmente entrañable esta historia, porque en mi visualización de ella se respira un aire, se percibe una luz y se nota el roce de un vientecillo especial. Si Santiago por sí solo ya tiene encanto, por su historia y por sus numerosas historias diarias de peregrinos y ciudadanos anónimos, cuanto más con una engatusadora historia de fondo, de esas románticas que tanto atraen a la gente. Será que como todos hemos (o aspiramos) a vivir situaciones de este carácter, por eso nos atraen tanto.
    Pero me interesa más hablar sobre la visión de la ciudad y cómo lo que nos cuentan de ella, el tono con el que lo hacen y la credibilidad de quién, nos influye. Una vez, viendo una serie de televisión de hospitales, en una de las miles de escenas que había, mi madre reconoció una calle de Madrid. Entonces comentó: “tiene que ser muy impactante ver este tipo de secuencias relatadas en un entorno por el que pasas a diario”. Y sin embargo, yo creo que no lo es. La mayoría de las series españolas que graban fuera de plató lo hacen en las calles de Madrid, de Barcelona... y puede que de algún otro lugar más puntual. El caso es que cuando yo veo mi ciudad natal reflejada en una película, o por la televisión, me cuesta enormemente reconocerla, no la asimilo como mía. Seguramente si la película la hubiese realizado yo, con mis tomas, mis percepciones y mis puntos de vista, no me pasaría eso. Creo que no llegamos a ser conscientes de lo diferentes que son las visiones de una misma ciudad para las personas, que creemos que todo el mundo la verá más o menos igual, con sus iconos y sus puntos de referencia, pero no todos vemos los mismo, y menos de la misma forma. Los bajitos miran más el suelo, y quizá se fijen más en los pavimentos y su textura. Las chicas que andan con tacones, puede que tengan un mapa interiorizado de dónde están las tapas de alcantarilla en las que se suelen enganchar sus zapatos. Las de piernas cortas, puede que perciban mejor los desniveles entre aceras y carreteras, y que tengan más cuidado para no tropezarse. Un fumador puede que vea más los letreros de los bares en los que puede comprar tabaco que otra persona que no tiene ese tipo de necesidades. Y prefiero no entrar en el tipo de cosas en que se fijan los arquitectos o futuros arquitectos (con una imagen de la ciudad modificada por su educación). Y es un acontecimiento realmente gratificante saber que viviendo la ciudad de manera distinta, todos podemos convivir en ella, los ciudadanos en calidad de actores de la ciudad, los turistas, y aquellas personas que empiezan siendo turistas pero que a fuerza del roce con las calles acaban convirtiéndose en vividores de un escenario. Y al final, dentro de la ciudad, todos acabamos siendo paisaje de todos.

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  3. La historia es atractiva y la conclusión, si cabe, más. Pero entonces no termino de entender ciertas cuestiones. Por ejemplo, siempre se dice como tópico, no puedo demostrar que sea cierto,aunque lo crea, que la naturaleza es la creación pura, mientras que el arte humano es imperfecto, digamos que la creación natural es más perfecta que la humana, entonces si basta nuestro papel como persona observadora para hacer el paisaje, incluso para actuar sobre él,¿por qué el ser humano lo transforma de semejante manera? ¿Es que no es capaz de valorarlo?Si basta con fotografiarlo como diría Hamish Fulton ¿por qué nos planteamos la intervención antrópica en el paisaje?Ojo, me gustaría aclarar que me estoy refiriendo al paisaje del medio poco transformado o casi nada transformado, no al medio urbano en estado puro. Por otro lado si basta con involucrarse emocionalmente con un sitio para poder forjar una opinión perceptiva sobre él, una buena imagen suya; bastaría con tener historias magníficas que contar sobre lugares, generalmente entendidos o valorados como nefastos, para poder apreciarlos de igual manera que otros que, generalmente están entendidos como inmejorables, y seríamos igual de felices viviendo en uno y en otro indistintamente, por ejemplo. Entiendo que se trata de un tema subjetivo, en cualquier caso, sobre el que una historia enternecedora, como las contadas en las mejores películas de Hollywood, puede incidir decisivamente, pero si establecemos parámetros de análisis y valoración menos subjetivos, u objetivos del todo, como el grado de contaminaciósn a todos los niveles, o la degradación medio ambiental en general,podríamos conseguir un ranking de espacios según estos criterios, y también sería una cuestión de paisaje ¿no?. Conozco algunos individuos en la escuela, a los que no logro terminar de entender,a los cuales les gustan las imágenes pintorescas de ciudades destruidas, o insalubres, así como retocadas con photoshop, a otros les gustan mucho las canteras, a otros las instalaciones de fabricación de yo que se que sustancia supercontaminante...en fin paracece que gusto y percepción van entrañablemente unidos de la mano.¿Para qué le sirve a un técnico la percepción del paisaje sino para su deleite personal?, ¿no deberíamos establecer otras maneras de entender el medio para que las actuaciones sobre él sean acordes a la situación que vivimos?,¿en qué se diferencia la percepción momentánea,aunque luego quedan como residuos sentimentales de la misma, de la sensación del momento?¿para qué nos sirve?¿qué valor tiene?¿qué se puede hacer con ella?

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  4. Entro como anónimo en cualquier caso porque, por un extraño motivo ajeno a mis intenciones, no puedo registrarme, soy Adriana, alumna de la asignatura. La verdad es que quizá los técnicos nos estamos preocupando mucho del paisaje como imagen estética del territorio, como objeto potenciador de percepciones individuales, en el fondo de sensaciones y emociones personales, y como tal tremendamente subjetivas, "casi artísticas" ; en detrimento del desarrollo de "un algo" que no entienda las intervenciones en el territorio, sobre el paisaje, de un modo meramente sensitivo, sino más bien científico, yo diría paisajísticamente eficiente. Con el presupuesto de los tiempos que corren, (la sostenibilidad, el consumo de energías,etc, que es además , bajo mi punto de vista, el que pesa y prima sobre todos los demás ), ¿qué posición ocupa la preocupación por la reversibilidad en las actuaciones paisajísticas que se producen a día de hoy? ¿qué tipo de actuaciones sobre el paisaje son reversibles?,que es lo mismo que aclarar que entendemos por reversible,en esta disciplina. Hace poco veía en televisión un reportaje sobre las Islas Baleares, en el que de manera tímida técnicos, políticos, ciudadanos y demás hablaban del impacto ambiental en el territorio, la pregunta es ¿cómo se relacionan los conceptos de "reversibilidad de las actuaciones" e "impacto medio-ambiental"?

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  5. El tema que planteas es muy interesante ¿cuál es el significado de la reversibilidad? ¿cuándo podemos decir que una actuación es reversible? ¿existe alguna forma de calcular la reversibilidad mediante indicadores lo mismo que podemos hacerlo con la fragilidad en un paisaje? Es tan interesante y complejo que prometo dedicarle una entrada en cuanto tenga tiempo para elaborarla. Ahora simplemente anticiparía que la cuestión probablemente tenga que ver directamente con los costes: monetarios, ambientales, sociales; con el tiempo necesario para volver a la situación anterior; y con la oportunidad, es decir con el sentido que tenga volver a una situación anterior.

    La cuestión no afecta sólo al paisaje, sino por ejemplo a la conservación del Patrimonio Histórico y la posibilidad de intervenir en los elementos declarados Bienes de Interés Cultural (un caso muy polémico y conocido es el del teatro romano de Sagunto).

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  6. Menos mal que a nadie se le ocurrió levantar las losas de la Quintana dos Mortos para plantar un bosque de cipreses evocador del antiguo cementerio allí ubicado. Escribo esto porque unos kilómetros más hacia el sur se le ocurrió al ayuntamiento de Pontevedra, plantar una veintena de cipreses nada menos que en pleno Conjunto Histórico, por lo tanto BIC, precisamente ante la fachada principal y aledaños del decimonónico Teatro Principal, todo porque allí en otros tiempos se ubicaba el cementerio del desaparecido templo de san Bartolomé o vello.
    En fin que suerte tienen en Santiago con sus gestores del Patrimonio. La pena es que a sus vecinos del sur no se les pegue nada bueno.
    LFL

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  7. La Plaza de la Quintana está incluida en mi ranking de plazas y espacios memorables, en uno de los primeros puestos.

    Siempre me he preguntado por qué me atrae tanto este espacio...

    Puede que sea la rotundidad de la fachada que el monasterio ofrece a la plaza, su continuidad arriba y abajo de las escaleras y la forma en que el banco de piedra, en la parte baja de la plaza se adapta a la pendiente suave de la Quintana de los Muertos.

    O puede que sea la secuencia Quintana-Platerías-Obradoiro, que hacen de la plaza lugar de paso, frente a las escaleras que hacen de ella un lugar de estancia...

    Tu artículo me ha desvelado cosas que no sabía sobre la historia de la plaza... Gracias

    Gerardo Molpeceres
    Zaragoza

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  8. Acabo de llegar de Santiago y estuve sentado muy cerca de donde tu estuviste, tres escalones por encima tomando un café sentado bajo la sombra de la casa de la parra, y aunque alejado en el tiempo, mi percepción de la cola fue muy parecida, observando a la gente, pensé que allí había mil historias que merecían ser contadas, jóvenes guapas y bien vestidas, hippies modernos, una excursión de Zaragoza, unos japoneses sonrientes, viejos apoyados en su bastón, gente sudorosa con ropa polvorienta y viejas mochilas, en fin gentes de mil procedencias, con mil idiomas y con mil motivos diferentes, sufriendo estoicamente la larga cola, pero todos, con algo en común, la convergencia en un mismo punto para finalizar su historia y dejar sitio para la llegada de la historia de otro, que seguramente será sino parecida si igual de importante.

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  9. Una bonita historia la del relato. Acabo de llegar de Santiago de Galicia y este post me ayudó mucho a entender el espacio ante la Puerta Santa. Me llevo un bello recuerdo de ese pais. Antes preparé el viaje por internet y encontré esta foto en 360º de la plaza. Por si les es útil esta es la dirección
    http://www.galicia360.com/camarca-de-santiago/praza-da-quintana.html. Ni me hubiera fijado en esta plaza sin el post. Y hubiera perdido una maravilla. Gracias por escribir estas cosas. Me sirvió aunque no soy paisajista ni licenciada en arte. Gabriela.

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