En este articulo voy a preguntarme sobre algunas cuestiones que, probablemente, sean incómodas para la mayoría de los que hablamos y escribimos sobre la ciudad actual. Pero es que creo que parte de estas voces corresponden a otro siglo (el veinte y en algunos casos el diecinueve). Aquellos que hayan leído las entradas anteriores del blog, se darán cuenta que, casi siempre, intento apoyar mis afirmaciones con números. Es verdad que los números son manipulables y que, en determinados casos, pueden ser objeto de diferentes lecturas pero tienen la virtud de que la manipulación puede denunciarse y que las diferentes lecturas pueden ser contrastadas. También me gustan los discursos racionales congruentes en los que se ve clara la estructura argumental desde la propuesta hasta los resultados. En cambio no me gusta demasiado “citar autoridades”. El sistema de axiomas basado en la credibilidad de quien los pronuncia da lugar a un carrusel de “autoridades citadas” que terminan citándose unas a otras como una pescadilla que se muerde la cola y que nos venden evidencias que, en realidad, son montajes.
La ciudad funcional, CIAM IV, Atenas, 1933 hasxx El problema es que la cita de autoridades se ha hecho imprescindible para determinadas revistas (y los revisores de estas revistas). Y lo que es peor, para el sistema de calificación tanto de las revistas como de los investigadores. No hay que confundir el "carrusel de referencias" con las citas a trabajos respaldados, bien por números contrastables o por un trabajo serio que resulta en una estructura del discurso racional y congruente.
Así que la investigación en materias como el Urbanismo, la Ordenación del Territorio, el Paisaje o la Sostenibilidad está, sencillamente, por los suelos. Parte de las afirmaciones que se hacen son simples charlas de café sin más sustento que un conjuntos de opiniones de las llamadas “autoridades” (o sin sustento alguno). Opiniones, como poco, discutibles. Además, estas “autoridades” suelen publicar en revistas bastante inaccesibles, no sólo para la gente de la calle, sino incluso para los propios investigadores. En estas condiciones es casi imposible contra-argumentar (en el supuesto de que existen argumentos) y la afirmación, convenientemente repetida por algunas autoridades más, se convierte en dogma y las fuentes originales quedan ocultas en el espacio y en el tiempo, sepultadas por el axioma de: “si lo dicen los popes será verdad”. Axioma que pronto que se convierte en: “si lo dicen muchos será verdad”. Dado que las capacidades humanas son limitadas, no se sido capaz de encontrar ni los argumentos ni los números de algunas afirmaciones que se hacen corrientemente respecto a estos temas. Voy a intentar describir mis dudas respecto a tres de ellas esperando que alguno de los lectores de este blog me las puedan resolver.
Sobre el consumo de territorio Desde el trabajo que hicieron para el MOPU García, Gascó, López y Naredo en el que comprobaron que el requerimiento de suelo urbano por habitante de los madrileños se había multiplicado por dos entre 1957 y 1980 es un lugar común decir (yo mismo lo he dicho) que el consumo de suelo es una de las bestias negras de la sostenibilidad y que es necesario pararlo. Aparentemente, de forma general y como criterio parece algo razonable. Sin embargo, para hacer afirmaciones tan rotundas habría que comprobar:
a) El aumento total de suelo construido por habitante en la totalidad del territorio, español, europeo, etc., la superficie respecto al total y su evolución. No sea que, en realidad, estemos hablando de un problema inexistente o despreciable desde el punto de vista global.
b) Esta comprobación habría que hacerla con criterios homogéneos y fuentes igualmente fiables. Por ejemplo, si analizamos los dos inventarios forestales de Madrid de 1992 y 2003 observaremos con asombro que la superficie más antropizada (urbanizada más agrícola) decrece mientras que la forestal aumenta. No es el momento ahora de explicar un trabajo que voy a publicar en breve pero estos datos no se corresponden totalmente, por ejemplo, con los aportados por el proyecto CORINE.
c) El tercer lugar habría que analizar el significado de estos aumentos de las superficies urbanizadas. No es lo mismo construir en terrenos altamente productivos, o talar un bosque para hacerlo, que hacerlo en zonas improductivas. No parece tener la misma repercusión sobre la sostenibilidad (habría que estudiarlo) urbanizar zonas ya “machacadas” por la urbanización, eliminando por ejemplo la fragmentación, que en medio de un paisaje sin edificios ni carreteras en kilómetros a la redonda. Además, ¿qué es eso del suelo urbano: el declarado como tal por el planeamiento, el efectivamente construido? ¿no sería mejor hablar directamente del suelo antropizado incluyendo las áreas agrícolas? ¿no se incluyen los efectos en la distancia de las áreas urbanas tales como la influencia de la luz, del sonido, de las ondas, de las basuras, etc.? ¿cómo se contabilizan las láminas de agua de los embalses? ¿existen criterios de medición comunes? ¿los conceptos legal y funcional (por ejemplo, de área forestal) coinciden? ¿es lo mismo la agricultura extensiva (dehesas) que la intensiva? ¿o la de secano que la de regadío?
Sobre la ciudad mediterránea Y su bondad, por supuesto. Este si que es un tópico manido hasta la saciedad. Sin embargo como a mí nadie me ha dado números (los únicos que conozco los he calculado yo mismo con ayuda de mis alumnos de doctorado) puedo permitirme expresar algunas dudas. Supongo que al hablar de esta ciudad nos estamos refiriendo a una ciudad de tamaño medio, compacta, compleja, con densidades altas y sistema de calle-corredor.
a) Empecemos por la cuestión del tamaño ¿qué es un tamaño medio? ¿100.00 habitantes? ¿600.000? ¿1.000.000? ¿por qué una ciudad de 600.000 habitantes funciona mejor que otra de 4.000.000? ¿qué significa que funciona mejor? ¿es que los ciudadanos son más felices? ¿viven más? ¿cuentan con más equipamientos? ¿hospitales mejor dotados? ¿universidades en las que se aprenda mejor? ¿traductores especializados en lenguas poco comunes? ¿mayores posibilidades comerciales? ¿son más eficientes? ¿alguien lo ha medido?
b) Supongo que la compacidad se referirá a que no es fragmentada. Aquí, lo admito, si existen bastantes números sobre la perversión que supone la fragmentación del territorio para el funcionamiento del medio natural y para la propia eficiencia de la ciudad. Pero existen muchas ciudades “no mediterráneas” que pueden ser no fragmentadas. Por ejemplo, la denostada “ciudad-jardín” o las periferias de bloques y torres del Movimiento Moderno.
c) La cuestión de la complejidad es, probablemente, una de las más obscuras y complicadas de explicar. Muchas veces cuando tengo que hacerlo recurro a imágenes aún a sabiendas de que puedo estar confundiendo a los alumnos. Pero supongamos que estamos hablando de lo mismo. Resulta que la tendencia de la gente (pueden leerse los argumentos que utiliza, por ejemplo,
Bauman) no es a complejizar, sino a simplificar sus entornos vitales. La seguridad es una de las disculpas más utilizadas pero no la única. Todo empezó por la higiene, que expulsó a las industrias de los cascos, luego la zonificación, etc. Lo último es la expulsión de la marginalidad y la “gentrificación” de partes importantes de la ciudad. Esta es una tendencia que se basa en corrientes sociales profundas. Los planificadores con buenas intenciones posibilitan la variedad de usos, la mezcla social (con viviendas destinadas a diferentes segmentos de población), etc. como si estuviéramos viviendo en la sociedad del siglo XIX. Todo inútil, la sociedad termina por conseguir lo que realmente quiere que no siempre es lo que los bienintencionados quieren ¿no nos estaremos equivocando intentando forzar una situación que, en realidad, no es deseada?
d) Respecto al tema de las densidades ya expresé mis dudas en muchos sitios (por ejemplo en un comentario a
esta entrada del blog Islas y Territorio) sobre el concepto de densidad. Actualmente, dada su inoperancia, lo estoy sustituyendo por el de radio necesario para hacer rentables (o que, sencillamente funcionen) determinados equipamientos e infraestructuras. En cualquier caso estoy esperando que alguien me demuestre que las 30 viviendas por hectárea de Parker y Unwin son menos eficientes que las 75. Y que las personas que viven en ellas son menos felices. Ya hace muchos años (la primera edición es de 1909) en su libro titulado
La práctica del Urbanismo Unwin trató de demostrar que, por lo menos (desde su punto de vista) el coste monetario era mayor. Por tanto, el tema de las densidades es, como mínimo, tan antiguo como la propia construcción del planeamiento como disciplina y no parecemos tener todavía las cosas claras.
e) Sobre las maldades de la calle-corredor simplemente me remitiré a los argumentos del Movimiento Moderno. O, sencillamente, a las áreas ambientales de
Buchanan que está intentando revitalizar Salvador Rueda desde la
Agencia de Ecología Urbana de Barcelona. Si para que funcionen mejor necesitamos eliminar el tráfico de paso por determinadas calles, es que el sistema tradicional no debe funcionar muy bien en la actualidad. Si en la mayor parte de los centros históricos se está eliminando el tráfico de la calzada (incluso eliminando la calzada como tal y convirtiendo toda la sección en acera) dejando sólo el de residentes, es que el principio de la calle-corredor probablemente no sea muy adecuado para la ciudad del siglo XXI.
Sobre el espacio público Sobre este tema sí que se pueden encontrar bastantes cosas en el blog (
23/sep/2007,
24/sep/2007,
29/sep/2007,
9/oct/2007,
5/dic/2007,
13/dic/2007). Ahora sólo quisiera incidir en dos aspectos que me sugieren preguntas (aunque vayan a contracorriente de la opinión mayoritaria).
a) El primero se refiere a su privatización. Parece algo obvio e indiscutible. Nuestras calles, plazas y jardines se van convirtiendo poco a poco en simples espacios de tránsito, dejando su antigua función de espacios de relación en un lugar muy secundario. Los grandes centros comerciales, los lugares de reunión de ancianos o de jóvenes, las urbanizaciones y equipamientos privados (piscinas, canchas de tenis, clubs de golf) los van sustituyendo de forma acelerada. Pero ya la afirmación sobre la necesidad de luchar contra esta tendencia no parece tan clara. El cambio hacia la individualización (argumentado y cuantificado por sociólogos como Ulrich Beck) amplificado por los nuevos sistemas de comunicación social como los móviles o Internet, ha trasladado de la calle al interior de los domicilios muchas de las necesidades de interacción social. Quiero decir que habría que estudiar los espacios de las nuevas necesidades en lugar de empeñarnos, de forma contumaz, en cambiar los usos sociales para que se adapten a unos espacios que los urbanistas diseñamos para una sociedad que no los reclama. Probablemente para algunas funciones (como lugar de manifestación de la multitud) el espacio público sigue siendo insustituible, pero para otras sencillamente no es el más adecuado para la sociedad del siglo XXI.
b) El segundo se refiere a los llamados “no lugares” ¿Por qué son tan criticados por las llamadas “autoridades urbanísticas”? Probablemente porque han surgido sin que nadie los haya llamado. Porque no son plazas, ni calles, ni parques. Porque no se entiende muy bien su función. Y en lugar de estudiarlos y tratar de explicar su significado resulta que nos hemos dedicado a demonizarlos. Son malos. Representan el resultado más perverso de la ciudad actual ¿Alguien se ha preguntado si, en realidad, sirven para algo? ¿si la gente los desea? ¿por qué, a pesar de todas las críticas, surgen de forma reiterativa cada vez en más sitios? Además, generalmente van asociados (aunque no siempre) a la llamada “arquitectura representativa”. Otro demonio, “vade retro” ¿Pero es que la arquitectura de todas las épocas no ha estado constituida, básicamente, por “arquitectura representativa” que era la referencia y el modelo en que la ciudad se miraba? ¿Es que la “arquitectura representativa” no ha constituido siempre la seña de identidad de los lugares (barrios, ciudades, pueblos)? ¿A qué viene rasgarse las vestiduras? Las sociedades y los grupos necesitan símbolos en los que reconocerse y alrededor de los cuales construir su identidad. Que esos símbolos sean arquitectónicos no me parece particularmente perverso. Más perverso me parece (estoy manifestando una opinión de charla de café) que lo sea una infraestructura como, por ejemplo, la M-30.
Las obras de la M-30 (Google Earth) Estamos necesitados de estudios, trabajos y experimentos que nos permitan decidir con conocimiento de causa sobre el futuro de nuestras ciudades y territorios. La mayor parte de lo que sabemos se refiere a la ciudad tradicional. Mejor dicho, a la utilización que la sociedad del siglo XIX y buena parte del siglo XX ha hecho de esta ciudad. Pero sabemos bastante poco de los cambios profundos que se están produciendo en la ciudad actual (desde mediados de los años setenta del pasado siglo hasta hoy y, de forma acelerada en la última década) y de cómo su uso debería repercutir en la organización y el diseño de nuestras áreas urbanizadas. Tan sólo nos lamentamos del paraíso perdido, aunque tengo la sospecha de que el tal paraíso sólo existe en el imaginario de algunos urbanistas.