domingo, 31 de agosto de 2008

El Convenio Europeo del Paisaje

El penúltimo día de mi viaje por Chile estuve en Santiago en un Simposio Internacional organizado por la Asociación Chilena de Profesionales del Paisaje (ACHIPPA) y el Departamento de Arquitectura de la Universidad de La Serena. El Simposio llevaba por título “Paisaje Urbano Sustentable” y mi ponencia “El paisaje de los territorios europeos en el siglo XXI, el convenio de Florencia del año 2000”. Como el tema de la primera parte de la charla ya lo he tratado suficientemente en el blog voy a centrarme en la segunda.


Puede parecer curioso que en un país paisajísticamente extraordinario como es Chile vaya un europeo a decir como hay que conservar unos paisajes que, hasta el momento, han sabido conservar, mientras que la mayor parte de Europa está arrasada. Yo siempre lo enfoco desde la perspectiva de lo que no debimos hacer. Hay un refrán español que dice: “escarmentar en cabeza ajena”. Pero para ello hay que conocer los errores cometidos. En general puede decirse que estos errores son los que suelo contar cuando no estoy en Europa. Paisajes como los de la Patagonia, la región de los Lagos, los Andes o el desierto de Atacama deberían ser patrimonio mundial y su conservación debería ser cosa de todos. Pero claro, en primer lugar de los chilenos, que son los que mejor saben que hacer con ellos. Bien, en un contexto territorial europeo caracterizado por su escaso respeto al patrimonio natural (aunque algo mayor respecto al cultural) aparece el llamado Convenio Europeo del Paisaje. Dice Florencio Zoido en un artículo publicado en la web del Consejo de Europa (puede encontrarse el artículo entero aquí):


“El Convenio Europeo del Paisaje representa un giro copernicano en el entendimiento político del paisaje; lo convierte en un bien público generalizado a todo el territorio, objeto de derecho de las poblaciones que lo perciben y para cuyo disfrute es preciso generar actitudes no sólo de protección, sino también de gestión y de ordenación. Esta forma de comprender el paisaje no está presente en la legislación básica española, aunque recientemente se ha incorporado a la normativa autonómica, si bien sólo en dos casos (Comunidad Valenciana en 2004 y Cataluña en 2005)”.

El salar de Atacama, paisaje 1

Por lo que se refiere a España no comparto estas palabras tan optimistas. El Convenio fue firmado por el Estado Español el 20 de octubre de 2000 en la ciudad de Florencia (se le conoce también con el nombre de Convenio de Florencia), pero hasta el 6 de noviembre del año 2007 el Rey no mandó expedir el instrumento de ratificación y sólo el 5 de febrero de 2008 ha sido transcrito al Boletín Oficial del Estado aunque no entró en vigor hasta el 1 de marzo de 2008. Esta tardanza nos hace sospechar que va a seguir un camino muy parecido al que siguió toda la legislación de Evaluación de Impacto, tanto la de Proyectos como la de Planes y Programas. Es decir, se firma, se ratifica, pero su cumplimento se reduce al mínimo posible. Sin embargo, haciendo un ejercicio de buena voluntad, voy a intentar analizar lo más importante de los 18 artículos de que consta el Convenio (puede encontrarse el texto completo aquí y las orientaciones y recomendaciones en este otro .pdf).

El salar de Atacama, paisaje 2

Como contraposición a un tema muy europeo como es el Convenio de Florencia, he pensado acompañar el texto con algunas fotos del salar de Atacama. Como escribí en la entrada anterior este salar es el tercero del mundo en extensión y está muy cerca de San Pedro de Atacama (y del Tatio). Paisajísticamente es muy distinto al de Uyuni y su belleza se sustenta en el fondo escénico del altiplano acompañado de unos tonos de color pastel que no se pueden encontrar en ningún otro sitio. La mezcla de fotos y texto puede parecer rara ya que la esencia del paisaje europeo es el objeto antropizado y lo que se muestra en las imágenes es pura naturaleza. Sin embargo la idea que subyace es la misma porque el paisaje es, básicamente, percepción. Es decir, cultura. Lo que significa que lo importante es la mirada. Por eso puede haber paisaje en una ciudad, en los Andes, en una flor de sal de centímetros, o en una mezcla fangosa de tierra y agua. Por eso veremos más adelante que para el Convenio de Florencia “todo” es paisaje. Pero no todo es paisaje. Porque paisaje sólo es lo que el observador dice que es. El resto son otras cosas.

El salar de Atacama, paisaje 3

Podemos empezar el comentario del Convenio por el artículo 1. Este artículo lo dedica el legislador a establecer una serie de definiciones (lo que ya resulta chocante, aunque no inusual, en un texto legal) entre las que destaco las siguientes:

a) por «paisaje» se entenderá cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos; … c) por «objetivo de calidad paisajística» se entenderá, para un paisaje específico, la formulación, por parte de las autoridades públicas competentes, de las aspiraciones de las poblaciones en lo que concierne a las características paisajísticas de su entorno; … d) por «protección de los paisajes» se entenderán las acciones encaminadas a conservar y mantener los aspectos significativos o característicos de un paisaje, justificados por su valor patrimonial derivado de su configuración natural y/o la acción del hombre;

El salar de Atacama, paisaje 4

Como puede observarse se utiliza un concepto de paisaje laxo, casi diría que geográfico, en el sentido de que “paisaje” es todo el territorio tal y como lo percibe la población. Siempre he desconfiado de esta forma de entender el paisaje ya que, desde una perspectiva sistémica “todo” es sinónimo de “nada”. Esto se ratifica en el articulo segundo donde se puede leer que “el presente Convenio se aplicará a todo el territorio de las Partes y abarcará las áreas naturales, rurales, urbanas y periurbanas. Comprenderá asimismo las zonas terrestre, marítima y las aguas interiores. Se refiere tanto a los paisajes que puedan considerarse excepcionales como a los paisajes cotidianos o degradados”.

El salar de Atacama, paisaje 5

¿Alguien tenía alguna duda que no se refiriere a “todo”? Todo significa que, para poder entender un paisaje habría que recurrir desde un licenciado en económicas hasta un médico. Y, por supuesto, un geógrafo, un arquitecto, un ecólogo, etc. Porque un paisaje, en definitiva, es la vida que hay detrás. Menos mal que luego, aunque esto sea un paisaje, no hay que mantenerlo y entenderlo todo (afortunadamente) ya que basta proteger “los aspectos significativos o característicos” “justificados por su valor patrimonial derivado de su configuración natural y/o la acción del hombre”. Lo he buscado por todo el Convenio, pero en ninguna parte se aclara el significado de “los aspectos significativos o característicos” siendo, como es, la parte fundamental de la norma.

El salar de Atacama, paisaje 6

Entre los compromisos de las Partes que aparecen en el artículo 5 destacan algunos como: “reconocer jurídicamente los paisajes como elemento fundamental del entorno humano, expresión de la diversidad de su patrimonio común cultural y natural y como fundamento de su identidad” ¿Hay alguien que no reconozca esto? Que levante la mano. Sin embargo, el apartado d) ya tiene más gracia: “integrar el paisaje en las políticas de ordenación territorial y urbanística y en sus políticas en materia cultural, medioambiental, agrícola, social y económica, así como en cualesquiera otras políticas que puedan tener un impacto directo o indirecto sobre el paisaje”. Me gustaría recordar que ya en estos momentos el paisaje está integrado en las políticas (y no sólo en las políticas, también en los planes) de ordenación territorial y urbanística. También en las medioambientales a través de la legislación de impacto ambiental y en la Ley del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad. Sin embargo no parece que haya servido de mucho.

El salar de Atacama, paisaje 7

Donde sí se va a producir un auténtico impacto es en una serie de campos afectados por el articulo 6. Este artículo me parece verdaderamente importante ya que implica un compromiso de las partes en la realización de acciones concretas. El apartado de formación es casi un reto ya que “cada parte se compromete a promover”: a) la formación de especialistas en la valoración de los paisajes e intervención en los mismos; b) programas pluridisciplinares de formación en política, protección, gestión y ordenación de paisajes con destino a los profesionales de los sectores privado y público y a las asociaciones interesadas; c) cursos escolares y universitarios que, en las disciplinas correspondientes, aborden los valores relacionados con los paisajes y las cuestiones relativas a su protección, gestión y ordenación”.

El salar de Atacama, paisaje 8

Esto va a suponer una auténtica revolución porque en España, en el momento actual, no existen estudios reglados de paisajismo, no existe la profesión como tal (aunque algunos paisajistas se han agrupado) y existen muy pocas disciplinas que cuenten en sus currículos con asignaturas sobre paisaje. Ante esta escasez de profesionales resulta que nuestro Gobierno se ha comprometido por una parte a: “i) a identificar sus propios paisajes en todo su territorio; ii) a analizar sus características y las fuerzas y presiones que los transforman; iii) a realizar el seguimiento de sus transformaciones;” y por otra: “a calificar los paisajes así definidos, teniendo en cuenta los valores particulares que les atribuyen las Partes y la población interesadas;”

El salar de Atacama, paisaje 9

Sencillamente impresionan estos compromisos teniendo presente la descripción del estado realmente complejo en que se encuentran los territorios europeos (que he descrito en diversos lugares, incluso en este mismo blog), la inexistencia de enseñanzas regladas específicas de paisaje y, en general, el estado de la metodología científica que se refiere al tema. Pero es que, además, una vez identificados y calificados los paisajes resulta que el compromiso va más allá y llega “a definir los objetivos de calidad paisajística para los paisajes identificados y calificados, previa consulta al público, de conformidad con el artículo 5.c)”.

El salar de Atacama, paisaje 10

Bien, nadie sabe en que va a terminar todo esto. Por un lado los planes territoriales y urbanísticos se apoderan de todo el territorio (la mayor parte de las veces para transformarlo urbanizándolo). Bueno, no de todo. Quedan los reductos constituidos por los territorios con valores naturales defendidos por la Legislación de Protección del Medio Natural. Y en medio de todo ello aparece ahora el paisajismo. Aparentemente no como tratamiento cosmético de una realidad conformada por las carreteras, las ciudades o las águilas de las reservas naturales, sino como algo más profundo que tiene que ver con la percepción e identidad de los europeos. Hay grandes posibilidades de que sea tarde pero Europa siempre se ha caracterizado por ser corredora de largo recorrido. Veremos de aquí a unos años si hemos sido capaces de inventar algo nuevo porque con lo que tenemos las cosas (desde este punto de vista) no parece que vayan muy bien.

El salar de Atacama, paisaje 11

Entiendo también que la situación que reflejan las fotos que ilustran el artículo tiene poco que ver con la situación europea. La batalla que está llevando a cabo Europa de sobrevalorar los paisajes culturales frente al paisaje de la naturaleza (intentando introducir un nuevo canon de belleza más favorable a sus intereses) se debe al hecho evidente de que Europa ha destrozado su naturaleza. Por eso, los países que sí cuentan con un paisaje natural extraordinario (como Chile) deberían considerarlo en su justa medida y seguir su propio camino. La polémica sobre “Pure Chile” a la que he dedicado una entrada reciente en el blog pienso que está intencionadamente sesgada por este hecho. Una campaña de este tipo sería impensable y absurda para países como Francia, Alemania, España o Italia que están intentando, sobre todo, una valoración del paisaje cultural (más cercana a sus posibilidades). Resulta triste, pero la mercadotecnia tiene, aparentemente, mucho que ver con las identidades sociales y culturales. Lo que significa que tiene mucho que ver con el paisaje.


viernes, 22 de agosto de 2008

Paisajes inolvidables, el salar de Uyuni

Cuando escribí la entrada sobre “Pure Chile” lo hice desde un hotel en La Serena y no sabía que en la segunda parte del viaje iba a encontrar motivos para matizar algunas de las afirmaciones que, entonces, me parecían bastante obvias. Quien quiera unas vacaciones no habituales puede acercarse a alguna de las agencias de San Pedro de Atacama (Chile) que hacen viajes a Bolivia y contratar un tour de cuatro días al altiplano y al salar de Uyuni. Una anécdota antes de empezar. Cuando estábamos en la agencia ¡apareció uno de mis mejores alumnos de Arquitectura de Madrid del curso de Introducción al Urbanismo! A veces se producen este tipo de hechos fortuitos e increíbles que nos hacen dudar de algunas cosas como la teoría de la probabilidad. Recorra diez mil kilómetros hasta Santiago de Chile, luego mil quinientos hasta Calama, desplácese otros cien hasta un pueblo que no cuenta ni con cinco mil habitantes, entre en una agencia de viajes y espere tranquilamente a que llegue uno de sus treinta alumnos del curso actual.

El salar como una mancha blanca en el altiplano 
Imagen de Microsoft Maps

El caso es que por un importe aproximado de 65.000 pesos chilenos (alrededor de 80 €) incluyendo todo, comidas, cenas, desayunos, transporte, etc., menos las entradas a los lugares en que sea necesario pagar, puede realizar un viaje inolvidable. Eso sí, por ese precio dormirá en “albergues básicos” con habitaciones de 6 a 15 personas, por supuesto sin calefacción y con electricidad sólo un par de horas. Seguramente le llevarán en un 4x4 con otros cinco viajeros, conducido por un lacónico quechua (nadie como ellos para desplazarse por un territorio en el que no existen carreteras propiamente dichas ni, por supuesto, señalización), durante horas y horas a través del altiplano boliviano. Si tiene suerte de no apunarse gozará de la vista de unas lagunas bellísimas, de los pompones de paja brava poniendo una nota de amarillo en contraste con el azul purísimo del cielo y de unos paisajes absolutamente espectaculares casi siempre por encima de los 4500 metros.

Las elevaciones del terreno, “islas” en el salar
Imagen de El Baúl de Josete

También se sorprenderá intentando dormir en el “albergue básico” con temperaturas de diecisiete grados bajo cero (esto es totalmente literal y cierto, incluso su habitación puede que no tenga cristales en las ventanas sino plásticos medio rotos), hará lo que pueda en un WC (le llaman baño aunque en realidad lo de “baño” es un eufemismo) probablemente sin agua corriente aunque con un cubo de agua medio congelada que hace las veces, y todos los días desayunará, comerá y cenará sopa de col y cebolla como primer plato. Claro que la contrapartida serán los compañeros de viaje. En el autobús que nos llevó a la frontera con Bolivia tuvimos que rellenar una hoja con los datos de los que viajábamos. Excepto Paloma y yo que éramos profesores, una pareja de franceses entre treinta y cinco o cuarenta años acompañados de su hijo de ¡menos de ocho años!, y dos o tres más tipo “aventurero solitario que pasa de los cincuenta”, el resto eran estudiantes (incluido mi hijo Guillermo, autor de las fotos del artículo que aparecen sin citar procedencia). Me encontraba casi como en la universidad. Luego, en el Toyota que nos llevó a través de todo el altiplano y el salar, íbamos seis pasajeros: Mery, una joven chilena a la que le gusta tanto viajar que ha hecho de ello una profesión (una guía de turismo que trabaja en el sur y que para descansar viaja), Javier y Diana, una pareja de Santiago, también chilenos, tan encantadores y educados que no parecían de este mundo, y nosotros tres.

En medio del salar

Aunque, claro, seguramente el viaje también se puede hacer en otras condiciones, como en hoteles sin cristales rotos (que yo sepa no existen todavía hoteles de lujo ni nada parecido) o en un todo terreno contratado específicamente con chófer particular. Pero entonces es posible que no se pueda dormir justo enfrente a la Laguna Colorada y se perderá algo fundamental en un viaje de este tipo como son los compañeros. El caso es que, por circunstancias de la vida (que ahora no es el momento de explicar) las cosas salieron así y lo cierto es que mereció la pena. Aunque en el título de la entrada sólo hago referencia al Salar de Uyuni, en realidad el viaje incluía el altiplano boliviano (fundamentalmente la reserva Eduardo Avaroa) y el salar. No voy a contar nada del altiplano porque su paisaje merece un articulo independiente y espero tener tiempo algún día de hacerlo.

Caminando en el silencio

Hacía décadas que no hacía un viaje “mochilero” pero me ha servido para recordar cosas que ya casi había olvidado. Cosas que quedan sepultadas por una vida que se sobrepone muchas veces a las experiencias y recuerdos más profundos. Cuando se llega a determinada edad (digamos que por encima de los cincuenta, para no molestar a demasiada gente) se tiende a pensar que, en general, la vida es como “nuestra vida” y que los viajes son “como nuestros viajes” borrando, como si no existiera, una parte muy importante de la realidad. Este viaje me ha hecho ver que algunas de mis últimas hipótesis acerca del turismo sostenible necesitan ciertas rectificaciones. Por ejemplo, siempre he mantenido que la única forma de preservar determinados lugares de la naturaleza para que sean sostenibles desde el punto de vista turístico es con un “turismo de ricos”. Es decir, accesos muy difíciles y caros, pocas plazas hoteleras de alta calidad y control de la carga turística y ambiental (por ejemplo, mediante la prohibición de acampar).

La pequeña expedición

En esta apuesta por un turismo elitista que contraponía al turismo masivo de la burguesía más o menos acomodada, reconozco haber olvidado a dos colectivos fundamentales que se ven muy perjudicados con este planteamiento. El primero es el de población autóctona y el segundo el de los mochileros (no se me ocurre otra denominación para los jóvenes que viven el viaje y el paisaje como una aventura casi iniciática que ha de realizarse con poco dinero).

El hotel “ecológico” de la sal

Siempre he pensado (y tengo pruebas que lo demuestran) que el turismo de consumo que satisface a las clases medias depende, básicamente, de la seguridad, de los precios, del clima, de la accesibilidad y de la capacidad de acogida. Ayuda también la publicidad, claro. Pero, en realidad, se trata de un turismo que se puede producir en casi cualquier lugar y que es, radicalmente, insostenible. También he dicho en múltiples ocasiones (y lo tengo escrito en este mismo blog) que una de las principales justificaciones de la actividad turística es el reequilibrio de rentas entre la población autóctona y la foránea, siempre que esta actividad no signifique la destrucción del medio natural (no se si lo he dicho pero el tema de este artículo es el turismo de la naturaleza) cuya conservación, por múltiples motivos, debería estar siempre por encima de cualquier consideración.

El interior del hotel de la sal

Por sus características, el turismo de naturaleza casi nunca puede ser masivo (ni por capacidad de carga ambiental ni por capacidad de carga turística) de forma que la única alternativa para conseguir obtener rentas apreciables es que la población turística sea muy rica para que pueda gastar mucho dinero y que ese dinero beneficie en la mayor medida posible a la población autóctona y no a las operadoras turísticas ajenas al sitio. No conozco otra alternativa. En el supuesto de que el destino turístico de naturaleza no sea bastante “especial” podría intentarse la obtención de rentas complementarias acudiendo a un turismo limitado de clase media. Pero sabiendo que se trata de simples rentas complementarias ya que la masificación en el turismo de naturaleza casi siempre hay que descartarla y, por tanto, el rendimiento que se puede obtener siempre es escaso.

Explotación no paisajística de la sal

Este planteamiento excluye claramente a las clases medias (excepto el caso de obtención de rentas complementarias) pero esto no tiene demasiada importancia ya que el turismo que selecciona este colectivo no es el de los hoteles de superlujo o el acceso a través de medios de transporte muy caros (total, para ver un par de rocas, una laguna o un pedazo de hielo…) sino playas donde no hacer nada tumbados al sol, tomar el aperitivo en el chiringuito, bailar por la noche en la disco, darse un chapuzón o reírse un poco con los vecinos. Es decir, descansar en el sentido de despreocuparse. Y esto lo pueden hacer en Gandía, en la Riviera Maya, Tenerife o Viña del Mar. Pero excluye también muchas veces a los propios habitantes de la zona para los que aquella naturaleza “tan especial” es “su naturaleza”, forma parte de su identidad, de su vida y de la de sus padres y sus abuelos. Por eso al pensar en criterios restrictivos de acceso (por ejemplo, entradas de alto precio o lugares a los que sólo se puede llegar en avioneta o helicóptero) siempre habría que considerar cómo afectan a los habitantes de la zona y procurar minimizar las consecuencias. Estas cuestiones ya se están teniendo en cuenta, por ejemplo, en la declaración de las áreas de naturaleza protegida pero no en el diseño de un producto turístico específico.

Blanco y azul

El otro colectivo excluido con el que me he reencontrado en este viaje es el de los jóvenes (algunos no tan jóvenes) que entienden el viaje de forma muy distinta a las clases medias más o menos acomodadas (sin que ello signifique que en su contexto familiar no puedan formar parte de esa burguesía). Para ellos el viaje es una experiencia en sí misma, independiente del lugar, ya que su finalidad es ir creando un camino propio normalmente ajeno al habitual. Pero el lugar importa, y mucho. No tanto en el sentido de que sea “especial” por bello o interesante, sino en el de ser único. Este tipo de “turista” casi ajeno a la “actividad turística” considerada como industria, resulta que molesta poco ya que suele ser bastante cuidadoso con el sitio que visita frente al turista rico o al de clase media (podría contar unas cuantas anécdotas de este viaje) y normalmente acude a la población autóctona para obtener los servicios imprescindibles (y no a las grandes operadores turísticas) con el resultado de que, muchas veces, constituyen las únicas rentas complementarias que le llegan a esta población. Se me ocurren bastantes soluciones para que este colectivo no se vea tan fuertemente penalizado por un “turismo de ricos” pero ahora simplemente quería señalar el hecho de mi error al no considerarlos en el modelo que estoy proponiendo estos últimos años.

Hexágonos de sal

Una parte importante del turismo de naturaleza está basado en el paisaje. Entiendo la búsqueda del paisaje esencialmente como búsqueda de la belleza. Además, belleza en estado puro, sin contaminar por otras experiencias colaterales como el poder o el sexo. Pues bien, el salar de Uyuni es la Belleza reducida a su esencia. Una superficie blanca, perfectamente horizontal, de apariencia infinita contrapuesta directamente con el azul del cielo absolutamente limpio, con unos colores que sólo existen a más de tres mil quinientos metros de altura debido a la baja densidad del aire y a la ausencia de contaminación. Según los sitios, entre el blanco y el azul la línea sinuosa de las montañas que rodean el salar. Nada más. Como un mar blanco (fue el mar en su momento) sin olas, sin nada que se mueva, sin ruidos (cuando se apaga el motor del coche, claro), sin construcciones, sin luces. En medio del salar aparecen algunas elevaciones, como Incahuasi que surge como una isla en medio del blanco. Eso es todo. Minimalismo puro.

Montañas muy lejanas

Avanzar con el todoterreno kilómetros y kilómetros con el crepitar de la sal bajo los neumáticos sin que las referencias que uno toma se muevan ni un milímetro porque se pierde la noción de la distancia. Sumergirse en la soledad más absoluta en cuanto uno se separa unos metros de los compañeros de viaje sin más perspectiva que una línea horizontal que separa el cielo de la sal. Pasar las horas sin que nadie en el coche pronuncie una palabra porque las palabras están de más. Pensar que, aunque aquello podría asimilarse al mar no es el mar, porque el mar se mueve y aquello no se mueve, porque el mar es barroco y aquello es la austeridad absoluta, porque el mar cambia de color y aquello no, porque el mar es una experiencia cotidiana y aquello es irreal. Además, el coche no es un barco. Aquellos que hayan navegado (mejor a vela) sabrán la especialísima relación que se establece entre el mar, el viento, el barco y la tripulación. Relación que surge de “la lucha con los elementos” y que sustenta el dicho de que la relación de amistad que se establece entre aquellos que han navegado juntos es indestructible (probablemente se derive de la sensación de poder que otorga el vencer al viento y a las olas). En el salar no hay lucha, no hay poder, no hay equipo. Tan sólo un conductor quechua y otros seis individuos ensimismados en la belleza de algo que es lo más parecido al infinito que he encontrado hasta ahora.

Incahuasi (Isla del Pescado) desde el cielo
Imagen de Google Earth

Increíblemente tampoco parece un paisaje nevado. En Turquía, Pamukkale, el Castillo de Algodón, si puede llegar a parecer nevado aunque el blanco sea producido por los depósitos de un agua con grandes cantidades de bicarbonato y calcio, que al evaporarse suavizan las aristas y tiñen de blanco las laderas. Pero en el salar, no. Probablemente sea debido al hecho de que el suelo sea una superficie absolutamente plana, sin elevaciones, sin árboles, sin arbustos, sin agujeros. O a la textura. O al propio índice de refracción de la luz. Pero nadie habla de nieve. De hecho la palabra no se mencionó ni una vez y sólo ahora, reflexionando sobre lo que vimos entonces y al seleccionar las fotografías (pero sin estar en el sitio) he pensado en la posibilidad de que fuera nieve.

Incahuasi (Isla del Pescado) desde el suelo

El salar de Uyuni ocupa unos 12.000 km2 del departamento de Potosí en el altiplano de Bolivia. Es el mayor desierto de sal del mundo seguido por el Gran Lado Salado en USA (4.400 km2) y el salar de Atacama (3.000 km2). De este a oeste mide unos 250 kilómetros de distancia máxima y de norte a sur unos 150 kilómetros. En sus orillas hay grandes zonas fangosas y, según la temporada, sólo se puede entrar a través de plataformas que hay que saber encontrar. La mejor época para visitarlo es de julio a noviembre porque el salar está casi seco, aunque la contrapartida son las noches invernales muy frías que hay que soportar (normalmente entre -10ºC a -15ºC, aunque en nuestra primera noche en la reserva Eduardo Avaroa, el termómetro marcaba -17ºC). En su centro se encuentra la isla Incahuasi llamada también la Isla del Pescado por la forma de su planta. Desde su cima se tiene una vista extraordinaria de todo el salar. Está poblada de cientos de cactus gigantes (trichocereus pasacana) que pueden llegar a medir más de diez metros de altura.

Cactus en el “mar” de blanco

En la actualidad pienso que nadie se está preocupando de su preservación paisajística. Y no sé si alegrarme de ello. Afortunadamente a ningún político se le ha ocurrido construir una carretera por el medio con la excusa del desarrollo de la región (las huellas obscuras de los neumáticos se borran en la sal cuando llueve) y tampoco están señalizados los accesos, por lo que muchos se piensan el ir de forma individual y recurren a las operadoras turísticas (locales o no). Pero he visto signos alarmantes. La construcción de hoteles, no sólo en los bordes sino en el propio salar (incluso con la etiqueta de construcciones ecológicas) sigue pautas insostenibles. Es decir, se trata de alojamientos para clase media y clase media baja. Grave error. Debería tenerse un cuidado exquisito en el proyecto turístico del salar de Uyuni. De construirse algún hotel debería ser de máxima categoría, nunca dentro del salar y enfocado a un turismo muy caro. Probablemente habría que dejar los “albergues básicos” existentes, pero sin aumentar sus comodidades con objeto de disuadir a las clases medias (sobre todo chilenas) que empiezan a buscar en Uyuni una “marca turística” que las diferencia de las gente que va a veranear a Viña o, incluso, al propio San Pedro. Un turismo masivo sería mortal para el salar. Habría que hacer un estudio de la capacidad de carga turística, determinar el techo en la capacidad de acogida, establecer criterios para la autorización de establecimientos hoteleros y planificar un sistema de accesos adecuado a la capacidad de acogida y a la calidad del producto turístico a vender. Espero y deseo que las autoridades bolivianas estudien la cuestión con todo el rigor necesario. Porque el salar de Uyuni, ese prodigio de la naturaleza en forma de paisaje creado por el mejor paisajista, se lo merece.

La sal y el cielo, de Wikimedia

No se si volveré alguna vez (me da miedo pensarlo después de mi experiencia en el Tatio diez años después) pero lo que no me cabe ninguna duda es que no olvidaré nunca el paisaje del salar de Uyuni. La imagen del plano horizontal de la sal juntándose en el infinito con el cielo quedará grabada para siempre en mi retina. Comprendo que, para algunos, no suponga una especial emoción (es más, puede resultarles aburrido). En ese caso, lo mejor que pueden hacer es no ir, con lo que aliviarán notablemente la presión turística y, además, podrán dedicar todas sus energías a otros menesteres más animados.


sábado, 9 de agosto de 2008

Salvemos el Tatio

Otro año más acabo de regresar de Chile. Esta vez vuelvo algo preocupado por cuestiones familiares. Pero también por una serie de signos alarmantes (no sé si intuiciones o certezas) que he encontrado en este país al que prácticamente considero mi segunda patria. Casi diez años después he rehecho el camino a San Pedro de Atacama. La comparación de ambas visitas me pone algo nervioso porque comprendo que mis clases de aquel primer doctorado conjunto resultaron, por desgracia, premonitorias. Lo único que pretendía con ellas era tratar de advertir sobre los errores que habíamos cometido en Europa (y en especial en España) acerca de la protección de la naturaleza y que veo se empiezan a repetir también aquí.


Al abrir el libro que en la despedida me regalaron los alumnos de aquella primera promoción, me encuentro con una dedicatoria colectiva de Sergio, de Ramón, de María Teresa, de Fernando, de Jane… y de otros alumnos que no cito porque su firma es ilegible (aunque sus rostros están en mi recuerdo). También una referencia: La Serena, 25 de julio de 1999. El libro se llama “Recorriendo Chile, impresiones” y se trata de una serie de fotografías comentadas de Norberto Seebach. La número ocho corresponde a los géiseres del Tatio, y al lado de una imagen esplendorosa de los chorros de agua y vapor saliendo directamente del suelo, se puede leer: “La actividad volcánica, presente a lo largo de casi todo el macizo andino, es particularmente llamativa en los géiseres del Tatio, un conjunto de minivolcanes ubicado en una hondonada a los pies del volcán homónimo. A más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar se puede contemplar el espectáculo que se muestra en una amanecer invernal con aproximadamente veinte grados bajo cero”.


Todas las imágenes que ilustran este articulo están extraídas del vídeo que hice hace casi diez años en este lugar. Por tanto no se corresponden con la situación actual bastante menos impresionante, no sé si debido a que ya han comenzado los trabajos de prospección, a que se han organizado los recorridos, o sencillamente a que la situación meteorológica era menos favorable en mi segunda visita. Además su calidad técnica no es precisamente óptima al tener que extraer las fotos de las tomas de vídeo. La película pretendía recoger la secuencia desde la salida del sol hasta la práctica desaparición de los chorros unas tres o cuatro horas después.


Estos géiseres constituyen uno de los “Cincuenta lugares de ensueño” seleccionados a lo largo de todo el mundo por el diario El País en el año 2001. Aparecen asimismo en multitud de publicaciones y, por supuesto, en todas las guías de turismo. Y es que su atracción no se debe sólo al hecho de la curiosidad geológica, sino que se constituyen en el centro de la actividad turística del Norte Grande. El desierto de Atacama (el más árido del mundo) y su salar, las lagunas altiplánicas, los pukaras, los pueblecitos típicos, los flamencos, las bizcachas, la yareta (en proceso de recuperación)… tienen un alto valor individual y un extraordinario interés como conjunto. Pero lo que de verdad aglutina todo ello como un producto turístico incomparable son los géiseres del Tatio.


El ritual de levantarse a las tres de la madrugada con los coches de las excursiones recorriendo los hoteles en busca de los turistas. El camino de subida en plena noche. La llegada con el sol rozando las cumbres. El frío intenso del altiplano cuando el termómetro marca las mínimas diarias. Los borboteos del agua caliente intentando salir al exterior. Y, por fin, los chorros de agua y vapor, más o menos potentes según la diferencia de temperaturas… Todo esto se va a perder para siempre. San Pedro y los pueblos de los alrededores están llenos de banderas negras que no presagian nada bueno. Hace diez años la población indígena combatía en lucha desigual porque no se instalara la luz eléctrica en San Pedro. Perdieron. Hoy, por las calles de San Pedro no hay necesidad de usar linternas como entonces. También hoy, todo San Pedro (esta vez unidos los empresarios turísticos y los pocos indígenas que no se dedican al turismo) está combatiendo. Pero el combate parece desigual. Enfrente está Geotérmica del Norte SA, subsidiaria de las todopoderosas Codelco y Enap que pretende el aprovechamiento geotérmico de los géiseres.


La polémica lleva ya tiempo instalada (puede leerse aquí un articulo sobre el tema y, sobre todo, los comentarios al mismo) y la lucha es a tres bandas. Por una parte el pueblo atacameño (Likanantai), por otra los empresarios y empleados en el sector turístico, y por otro Codelco y Enap. Hasta ahora la población autóctona de San Pedro ha ido perdiendo combate tras combate en la lucha por la defensa de su cultura e identidad (la luz eléctrica no es más que una anécdota, aunque significativa) frente a las operadoras turísticas (pueden leerse mis cuatro principios del Turismo Sostenible en el artículo “Turismo insostenible” en este mismo blog). El hecho de que, en estos momentos, tanto el sector turístico como la comunidad autóctona atacameña estén unidas frente al proyecto de explotación geotérmica del Tatio lo único que indica es que la gravedad del ataque es todavía mayor.


El 24 de julio, víspera de San Santiago, en la plaza de armas de San Pedro estábamos unos cientos de personas apoyando a la Mesa de Defensa del Tatio compuesta por el Consejo de Pueblos Atacameños, la Asociación de Guías y conductores de San Pedro de Atacama, empresarios turísticos y la comunidad en general (incluido el ex Juez de la Corte de Apelaciones Juan Guzmán Tapia, el mismo que procesó a Pinochet que encabezaba la asesoría jurídica). Dijo el juez “Es una violación a los derechos humanos, es una violación a la naturaleza, es una violación a la cosmovisión de un pueblo que lleva aquí más de 15 mil años (con muestras arqueológicas de su presencia de 5 mil años atrás) que vive y conservó estás riquezas, estas bellezas, estos pilares de nuestra economía y en el caso que se destruyan vamos poco a poco a convertirnos en San ‘Seco’ de Atacama”.


En el conflicto han intervenido otras voces muy autorizadas como la del ministro de Energía Marcelo Tokman (puede leerse una entrevista en El Nortero) a favor del proyecto. Llega a decir: “Nosotros cuando hacemos la identificación que de riqueza que tiene este país, de sus recursos naturales, cuando viene cualquier experto desde el extranjero, nos indican que Chile tiene un potencial enorme tanto en generación hidroeléctrica, como en generación eólica, en términos de radiación solar, y una posición privilegiada desde el punto de vista de la generación de energía a partir de la geotermia”. Independientemente de que (supongo) que Chile tendrá sus propios expertos sin que nadie “que venga del extranjero” les tenga que decir nada, pienso que no habría sólo que consultar a los expertos en energía, sino también a los defensores del medio natural al sector turístico y, por supuesto, a la comunidad de Atacama.


Como el propio Marcelo Tokman dice: “Los proyectos energéticos tienen una característica: que tienen algún tipo de impacto ambiental”. En el caso de los aprovechamientos geotérmicos parte de los impactos podrían ser asumibles. Así, la emisión de ácido sulfídrico (sólo en determinadas condiciones), de CO2 (se produce menos que en la generación por combustión), la contaminación de las aguas próximas por arsénico y amoniaco, y la contaminación térmica. Existen plantas funcionando con buenos resultados como en Nesjavellir (Islandia). El problema en el caso del Tatio es claramente paisajístico debido a la imposibilidad de explotar energéticamente los géiseres sin deteriorar un paisaje natural que es el centro de la producción turística de la zona. Y aquí entramos de lleno en el tema de este blog. Por supuesto que lo que voy a decir no es para “recomendar” a mis amigos chilenos lo que tienen que hacer sino, simplemente, comentar mi experiencia al respecto relacionada con el caso español por si puede servir de ayuda tanto en posicionamientos personales como colectivos.


En realidad ¿qué enfrentamos? Por una parte la posibilidad de obtener energía eléctrica y, por la otra, de degradar un paisaje extraordinario. La pregunta sería ¿cuánta energía eléctrica? En el Tatio ya se intentó en los años setenta del pasado siglo una explotación energética (los restos de la maquinaria todavía permanecen como esqueletos oxidados sobre la misma explanada). Según Arturo Hauser (en una entrevista para Minería 2015): “Posteriormente en la década del 70 Corfo formó un comité geotérmico, el cual con el apoyo de Naciones Unidas, donde hicieron 13 pozos en El Tatio tanto para estudio como para producción. Ellos concluyeron que existía un gran potencial, pero que fue minándose en el camino, pues de los potenciales 50 megawatts que generaría la planta, estudios posteriores fueron bajando el nivel de optimismo, pasando por 30 MW e incluso 12 MW, y eso no hacía viable el proyecto”. Y luego, más adelante: “En el norte, si bien la situación hidrológica es muy distinta, se soluciona la oferta de energía a través de las centrales térmicas. Ahora en los últimos años esto se vio reforzada por la entrada del gas argentino a bajo precio, y por tanto los costos del KW ha bajado y por tanto hay una sobreoferta, y Tocopilla por ejemplo le vende a Quebrada Blanca, a Chuquicamata, a Collahuasi, pero aún así existe este exceso de oferta. Entonces en esta zona norte, ocurre una cosa contradictoria: por un lado hay un interesante posibilidad de desarrollar energía geotérmica, pero el costo del KW va a tener que competir con la sobreoferta existente a partir de plantas de ciclos combinados”.


Por tanto ¿por unos ridículos 12, 30, incluso 50 MW que tendrán que competir en situación de sobreoferta, se pretende terminar con un paisaje reconocido internacionalmente? Porque cualquiera que esté en el mercado turístico (que es el que obtiene rendimiento como recurso al paisaje) sabe que, a pesar de las buenas intenciones del ministro Tokman: “desde el punto de vista del turismo, desde ahora sólo se ha aprobado la exploración, esto estará detrás de una colina, y no se verá desde el sitio turístico, y se ha autorizado trabajos sólo después de las 10 de la mañana, cuando ya no hay movimiento” (?), Atacama dejaría de ser un destino turístico mundial para quedarse en un destino doméstico. La razón la ofrece el mismo gobierno chileno cuando pretende vender Chile en New York con el slogan “Pure Chile” (puede leerse en el artículo anterior una discusión sobre el tema). Un Chile puro, sin contaminar, sin intermediación entre la geografía y el turista no parece compatible con esta explotación geotérmica del Tatio para obtener la “fabulosa” cantidad de 40 MW (en el mejor de los casos).


Claro que puede haber otras razones. Resulta que según un estudio de Alfredo Lahsen Azar (Departamento de Geología de la Universidad de Chile) en un trabajo titulado “La energia geotermica: posibilidades de desarrollo en Chile”: “El agua potable en el Norte de Chile es ocasionalmente escasa, y gran parte de ella es transportada mediante tuberías desde la alta cordillera. Los fluidos geotermales tienen el calor suficiente para su desalinización, esto se ha comprobado en El Tatio con una planta desalinizadora piloto que funcionó de 1975 a 1976 y permitió demostrar que se podría obtener agua pura en una proporción de 10 l/seg por cada MW eléctrico que se instalase”. Con 40 MW se estaría en condiciones de suministrar 400 l/seg. La industria minera está ávida de agua por la que tiene que pagar un alto precio. Y 400 l/seg parecen algo bastante interesante. Habría que estudiar, claro está, el precio resultante por litro y la contaminación producida por el proceso de desalinización. No sé si el tema del agua será “la bestia oculta” de esta cuestión pero no habría que desecharlo.


En el otro lado de la balanza está el paisaje. Sólo conozco tres formas de valorar un paisaje: por su belleza, por razones de identidad o como recurso turístico. De las tres sólo la última puede cuantificarse monetariamente. Las dos primeras resultan de imposible traducción a pesos, dólares o euros (o, por lo menos, yo no conozco ningún sistema medianamente fiable para hacerlo). No se trata ahora de hacer una evaluación del significado paisajístico del Tatio (estoy escribiendo un artículo no realizando un trabajo profesional) simplemente me interesa que el lector reflexione sobre algunos hechos. Acerca de la identidad le corresponde más bien hacerlo a la población atacameña. Pero resulta que los géiseres del Tatio tienen actualmente un significado importante respecto a la propia identidad chilena que trasciende lo puramente local. Al comienzo del artículo citaba los “Cincuenta lugares de ensueño” seleccionados por el periódico El País en todo el mundo. Hay que hacer notar que el único de Chile es, precisamente, el que corresponde a los géiseres del Tatio. No las Torres del Paine, o la Tierra de Fuego, o la Patagonia, o el glaciar de San Rafael, o Chiloé. A veces las identidades se crean por cómo nos miran los otros ¿se puede contraponer una identidad internacionalmente tan poderosa a 40 MW o 400 l/seg de agua? ¿no es mucho más lo que se pierde que lo que se gana? Y no voy a entrar en cuestiones relativas a la belleza, o a la creación de empleo o riqueza que proporciona la actividad turística porque me alargaría demasiado y, además, se trata de un tópico mucho más conocido.


Y, para terminar, tan solo una anécdota que me va a permitir apoyar desde la experiencia los razonamientos anteriores. La mayor parte de mis alumnos saben (lo he contado muchas veces) que mi primer trabajo profesional fue un Plan Especial de Protección de la cuenca de un río en A Coruña (Galicia, España), tratando de evaluar la relación entre los beneficios de construir una presa o dejar el territorio como estaba. Este plan fue realizado hace cerca de treinta años y todavía no existían metodologías de evaluación de paisaje suficientemente contrastadas. El ingeniero que calculaba el rendimiento de la presa obtuvo unas cifras de beneficios derivados de su construcción realmente impresionantes. El dossier económico constaba de más de cuatrocientos folios justificados línea a línea. Nuestro estudio ecológico, paisajístico y cultural del área que iba a quedar anegada por la presa sólo podía oponer en contra una cifra ridícula correspondiente a los aprovechamientos forestales que se iban a perder. De forma que nos negamos a adjuntar ningún estudio económico.


Ya entonces nos dimos cuenta de que determinados intangibles son imposibles de monetarizar y que la pretensión de llevar estos intangibles al terreno económico es suicida desde el punto de vista de su conservación. De forma que contrapuse una argumentación racional, social e histórica a la montaña de números del ingeniero. No sé si sería debido a esta argumentación o a otras circunstancias que suelen rodear a este tipo de proyectos, pero la presa no se hizo nunca. Hoy, esta población es una de las más prósperas del país debido a la riqueza paisajística y etnográfica que presenta.


Otro proyecto gemelo realizado en una provincia cercana (no diré cual por si alguno de mis compañeros se siente aludido) en circunstancias parecidas sólo ha servido para anegar tres pueblos bajo las aguas. Pueblos que, en su momento, han tenido que ser trasladados y construidos de nuevo ladera arriba. En el momento actual apenas sobreviven, con una población diezmada y sin apenas recursos para afrontar cualquier actividad de exportación que les permita un desarrollo adecuado. Probablemente en este caso la construcción de la presa estuviese justificada por el escaso valor paisajístico y ecológico del área a inundar (desconozco en profundidad el trabajo) pero la dificultad de enfrentar valores económicos con valores culturales de casi imposible cuantificación es evidente. A veces, también, los intereses locales han de ser supeditados a los generales y resulta imprescindible plantear el tema de forma global (no exclusivamente “desde Industria” o “desde Medio Ambiente” o “desde Turismo” o desde “lo local” o desde “el interés del país”). En general, la racionalidad debería prevalecer, así como las visiones a largo plazo (más de veinte años) y globales. En un caso como el del Tatio, aparentemente y desde afuera, resulta una locura vender la primogenitura por un plato de lentejas.